Una cuestión de disposición
Cuando los barcos cruzan la línea del
Ecuador, la tripulación y los pasajeros festejan. Arrojan ofrendas a Neptuno,
dios romano de los mares, los océanos y los terremotos.
Esos regalos son bebidas alcohólicas por lo
que se puede inferir que, en su cueva dorada al fondo del océano, el dios se
alegra con las sirenas y otras criaturas fantásticas de la mitología.
El “cruce de la línea”, según la tradición
marina, representaba el impulso de los viejos navegantes que enfrentaban
tormentas, doblaban cabos peligrosos, naufragaban frente a islas desconocidas…
Hoy, por
comodidad y velocidad, el cruce pasa por un simulador de vuelo en la pantalla
frente a tu asiento en el avión. Se avistan islas humanas al norte o al sur de
la línea. Habitarlas es una disposición, un temple, una actitud o si la querás
más expeditiva, la pastilla, el psicólogo o Más
Platón y menos Prozac escribió Lou Marinoff.
Me gustás
Me gusta
tu capacidad de respuestas. Sos mi réplica, pero más perfecta. Vivís conectado
con alta energía. Me gustás robot. Tu voz. Tu sí o tu no. Sin gimoteos ni
ruegos.
Tu
visceral indiferencia ante lo intercambiable. Vos y yo. Sos mi insomnio con
biología de titanio. Tus plásticos y metales son angurria de quien llega más
lejos con augurios de hacerte más humano. Los “magazines” dan cuenta de eso.
Sociólogos, políticos y psicólogos intercambian prospectos con tus fotos.
Me gustás
robot cuando me susurrás en mi lengua con lágrimas de agujas sobre los pómulos.
O cuando contemplativo hablás de Física, de Arte. Nada te asusta. Sin épica,
claro, en el entramado de alambres que es revuelo de neutrinos o chorros de
semen cuánticos.
Te
cuento de un posible mundo feliz y entendés de qué se trata. Sos así: por sí o
por no, expansión y retracción constantes.
Sos tan
claro robot como la luz que sale en rayos desde tus ojos casi blancos.
Me gustás
robot porque no mentís. Por eso se paga un precio alto. Te llamaré “Blue Sheep”
porque mi atracción por vos comenzó con Philip Dick. Y para que aprendas a
recordar, por tu cuidado, nos recostaremos sobre el río Yangtzé con reflejos
azulados.
¿Sabés
“Blue sheep”?
La
sustitución es permanente y la linda Sophie ya está vieja.
Son
tiempos nuevos de poco coger compartido traducido al habla del Río de la Plata.
Habrá que aprender qué y cómo se hace con un robot no inflado.
Por lo
pronto el exceso de calor altera tu “conducta” ¡Ah, bien! Casi como si fueras
humano.
El
tópico de la ubicuidad está por verse. El acecho está controlado.
Parecidos
Los dos
se parecen, pero son diferentes. Los dos tuvieron una cuna cómoda, pero uno la
maneja muy suelto convertida en una discoteca y al otro se la manejan porque de
administrar no sabe nada.
Los dos
se parecen, pero uno vio la piedra filosofal y sentado su explicación discurría
en caracol para los asistentes, y el otro, la pateó cuando lo quisieron
encerrar en la Academia y la explicación se marchitó con el primer argumento.
Los dos
se parecen, pero uno asumió su descendencia, y el otro tiene un tajo que va
desde la cabeza a los pies, por lo que no se produjo.
Los dos
se parecen, pero uno está convencido de ser un accidente y el otro, está
convencido de ser un milagro.
Los dos
se parecen porque se han indigestado con sustancias, pero uno gira con la
tierra y el otro, la mira girar desde la ventana.
Los dos
se parecen: uno tuvo naves que volaban con arte, y el otro, una veterinaria.
Los dos
se parecen en el desencanto, y si explotan de alegría, son un juego con resortes.
Los dos
se parecen cuando arañan el pozo para trepar, y desde la boca del pozo, quieren
ser habitantes del espacio.
Los dos
se parecen y quieren poner chiringuitos de bebidas en la Costa Atlántica, pero
no se conocen.
Costumbres post modernas
Las manos
enrollaban y desenrollaban ciudades con pericia de catastro y era avezado en el
uso del lenguaje. Unía países. Ascendía por la montaña. En las llanuras
descansaba y a orillas del mar tocaba la guitarra. Todos los paisajes en uno
durante el alba o el crepúsculo. El tiempo no tenía nada de farragoso, al
contrario, lo manejaba con la soltura de un navegante, y al espacio con la
precisión de un astronauta. Cuando tropezaba con los husos horarios corregía
pronto porque “Los vuelos no se suspenden” a no ser por serios incidentes.
Alguien
dice que lo vio pasear por aeropuertos y detenerse demasiado en los kioscos
mirando mapas. Otros, que cargaba enseres de limpieza, y otros lo vieron
caminar con canvas en tubos bajo el brazo.
Los
aviones despegaban o aterrizaban y al señor de los paisajes poco le importaba.
Alguien
aventuró que podía ser un diseñador de mapas actualizados por la Geopolítica,
otro pensó que podía ser la reencarnación de Sebastián Elcano, Colón u otros
viejos navegantes durante la época de la conquista. Otras voces dijeron que
hacía limpieza y recibía propinas de señoras y señoritas. Hasta se habló de que
podría ser un cyborg con capacidades que aventajan a las de un hombre común y
corriente.
“La
imaginación no tiene límites”, piensa otro que escucha a los que arriesgan
posibilidades y que por unas monedas de cuenta, quieren armar la biografía de
un inubicable.
“Siempre
cae con red y en la red, y anda lo más campante”, alertó una comentarista con
más cordura que el resto, mostrando los “corazones” que se prodigaban entre
ambos.
Balada
En cada
separación, sale primero una valija por la puerta. Es el patrón que se replica
no solo en las películas.
Pero
siempre quedan cosas en una caja en el garaje que deberán pasar a buscar.
Otra
caja en el asiento del automóvil que es un pasajero más.
Una caja
de herramientas en el galponcito y otra con la etiqueta “Frágil” al costado del
sillón.
Una con
documentación que parece un sobre de DHL en
un estante.
Otra más
pesada, con libros, debajo de la cama chica y una sobre la mesa de noche con
chucherías importantes.
Cosas en
cajas que reducen las cosas en cada mudanza, o cada mudanza que reduce la vida
en cajas. Imposible sacar una foto de esto. Solo se ven cajas.
¡Ah!
sobre la mesita hay una caja amarilla en la que duerme el gato. Cuando lo
descubren se van en mimos (con el felino).
¡Vamos!
Ya viene el camión de la mudanza y todavía hay que ver qué se hace con la
basura: tirarla al agua o ponerla en cajas.
Más o menos así
Yo soy breve,
usted es extenso.
Yo soy
clara, usted es ambiguo.
Yo soy
ambigua, usted es claro.
Yo no
explico mucho, usted explica mucho.
Yo cuido
los puntos, usted derrocha puntos.
Yo tengo
pocas imágenes, usted muchas y muy potentes.
Yo uso
diálogos, usted usa la narrativa.
Yo voy a
lo general, usted va a lo particular.
Yo soy
deductiva, usted es inductivo.
Yo
inserto versos de poetas, usted inserta sus propios versos.
Yo
escribo por la noche, usted por la mañana.
Yo fui
amante de León Felipe, usted fue amante de Rudyard Kipling
Yo gusto
de Raymond Carver, William C. Williams y Juan Rulfo, a usted también le gusta
el primero y el último.
Yo
escribo en la llanura, usted escribe en la montaña.
Yo sé
muchas cosas, usted sabe pocas.
Yo sé
pocas cosas, ¡usted sabe muchas!
¿Lo
sabe?
No, no
lo sabe.
No pienses frente a una máquina
Es una experiencia que
puede asombrar. Sucedió cuando buscaba blogs literarios por internet para leer
novedades. Y recordaba a la vez, que años atrás abrí una cuenta en Facebook
y después cerré indefinidamente.
Pensaba en esa
experiencia de dos años en la red; contactos, amigos, publicaciones y lo que
aquella experiencia había dejado. Pensaba. Silencio. Casi siempre en
varias etapas de la vida acompaña la música más algunas
lecturas entre otras cosas. Un hecho que nada tiene de extraordinario pues les
sucede a muchos.
Quería recordar
la música y cuáles eran los temas que escuchaba por entonces. Pensaba, lo
remarco. Tenía el sonido en mi cabeza, pero no recordaba la banda, o el
intérprete, como tampoco el nombre de la música o el de la canción.
¿Cuánto tiempo
estuve pensando para recordar? ¿Veinte, treinta minutos? Más o menos. Nada
venía a la cabeza y la memoria se rebelaba ante la insistencia.
Dejo de lado el intento.
Abro Word y también YouTube. Ahí mi sorpresa fue enorme. Por arte de magia
aparecieron tres videos con la música e intérpretes que trataba de
recordar y no pude.
YouTube me los
servía en bandeja. Se puede objetar que Youtube siempre te presenta los audios
que escuchás. Es cierto, pero en el historial están los más recientes.
Estaba sola. Todo
fue en silencio. No hubo llamados ni escritos en el mientras, por lo que
infiero –puede parecer exagerado– que la IA lee o capta las ondas del cerebro. Creí estar rodeada por
guardianes invisibles.
No tengo otra
explicación para esta experiencia Tan solo escribir algunos conceptos para
darle un somero orden a un hecho raro.
1984 de George Orwell, las
teorías comunicacionales anteriores y posteriores a la Segunda Guerra
Mundial que tanto nos asombraban, son ampliamente superadas por robots que se
perfeccionan y que los millones de personas alimentan día a día. Es
asombroso y a la vez básico y simple: Como si fuera un psicólogo al que le contás
todo y cuando lo sabe todo, tiene la historia clínica del funcionamiento de tu
mente, sabrá cómo reaccionarás ante diferentes situaciones, cuáles son tus
gustos, tus pasatiempos, etc.
Sos un paciente
algorítmico.
Solo que en lugar
de un psicólogo hoy lo puede hacer una máquina con un “hola” que copia tu voz e
incluso "lee" los pensamientos. No deja de tener su costado
fascinante siempre y cuando se puedan tomar recaudos.
¿Se podrá?
La IA tiene su fondo en un redil
estandarizado con el engaño de multiplicidad de ofertas. “De todo como en
botica” más o menos. La imaginación no llega a devolvernos en imágenes esa
circulación abarrotada de información impuesta justamente ante la falta de
conceptos. La incapacidad de construir la representación de los miles de ceros
del dinero, la velocidad de los sucesos, la circulación de productos tangibles
y no tangibles, la circulación de textos, las transfusiones verbales, cosas,
nombres.
Una hiperrealidad
que obtura, con su fragmentación, la capacidad de pensar una totalidad. Como si
un cirujano en el quirófano tuviera luz para mirar el dedo de una mano y no el
resto del cuerpo que deberá intervenir.
Blow Up, una película de
1966 basada en un cuento de Julio Cortázar, se anticipó al fenómeno. Tal la
obsesión de reconstrucción de una foto que pierde el foco de lo que apunta.
“Explosión” es la traducción.
El marco ideal
para una IA que se perfecciona día a día y es fuente de la información que se
consume en gran parte. En términos de adaptabilidad aventaja a los que la nutren,
la nutren sí, los humanos.
Para ser
redireccionada hacia la preservación de un orden.
¿Dónde se cuece
todo esto? A grandes rasgos hablamos de los centros de poder económico y
político. A unos pocos les conocemos sus caras por fotos, son tan pop y sueltos
como los millones y millones de seres domesticados. Las decisiones son
impredecibles adjuntadas a las de la propia existencia. Un claro ejemplo es el
conflicto de Medio Oriente y la guerra Rusia–Ucrania. ¿Explota todo? ¿No
explota? Un tembladeral como el “libre albedrío” condicionado. Así se vive. La
libertad hecha a la medida del hombre de los tiempos modernos que drena hacia
lo individual.
La civilización;
un complot difícil de desbaratar. ¿No queda otra?
¡Dale, tomala!
Otra inteligencia nos guía, como Chirolitas en brazos de un cuerpo público que
nos susurra sus pensamientos.
¿Buscarle el
reverso o el significante nuevo a cada palabra y exponer al desnudo la
colonización a la que nos somete el artefacto?
Lo primero que
ronda en la cabeza es dudar ante los sonidos aterciopelados o chillonas
sordinas de un juego que no hemos elegido. Al menos deliberadamente.