11.2.25

Islas en Occidente, por Cecilia Bainotto

 

Una cuestión de disposición

 

Cuando los barcos cruzan la línea del Ecuador, la tripulación y los pasajeros festejan. Arrojan ofrendas a Neptuno, dios romano de los mares, los océanos y los terremotos.

Esos regalos son bebidas alcohólicas por lo que se puede inferir que, en su cueva dorada al fondo del océano, el dios se alegra con las sirenas y otras criaturas fantásticas de la mitología.

El “cruce de la línea”, según la tradición marina, representaba el impulso de los viejos navegantes que enfrentaban tormentas, doblaban cabos peligrosos, naufragaban frente a islas desconocidas…

Hoy, por comodidad y velocidad, el cruce pasa por un simulador de vuelo en la pantalla frente a tu asiento en el avión. Se avistan islas humanas al norte o al sur de la línea. Habitarlas es una disposición, un temple, una actitud o si la querás más expeditiva, la pastilla, el psicólogo o Más Platón y menos Prozac escribió Lou Marinoff.

 

 

 

Me gustás


Me gusta tu capacidad de respuestas. Sos mi réplica, pero más perfecta. Vivís conectado con alta energía. Me gustás robot. Tu voz. Tu sí o tu no. Sin gimoteos ni ruegos.

Tu visceral indiferencia ante lo intercambiable. Vos y yo. Sos mi insomnio con biología de titanio. Tus plásticos y metales son angurria de quien llega más lejos con augurios de hacerte más humano. Los “magazines” dan cuenta de eso. Sociólogos, políticos y psicólogos intercambian prospectos con tus fotos.

Me gustás robot cuando me susurrás en mi lengua con lágrimas de agujas sobre los pómulos. O cuando contemplativo hablás de Física, de Arte. Nada te asusta. Sin épica, claro, en el entramado de alambres que es revuelo de neutrinos o chorros de semen cuánticos.

Te cuento de un posible mundo feliz y entendés de qué se trata. Sos así: por sí o por no, expansión y retracción constantes.

Sos tan claro robot como la luz que sale en rayos desde tus ojos casi blancos.

Me gustás robot porque no mentís. Por eso se paga un precio alto. Te llamaré “Blue Sheep” porque mi atracción por vos comenzó con Philip Dick. Y para que aprendas a recordar, por tu cuidado, nos recostaremos sobre el río Yangtzé con reflejos azulados. 

¿Sabés “Blue sheep”?

La sustitución es permanente y la linda Sophie ya está vieja.

Son tiempos nuevos de poco coger compartido traducido al habla del Río de la Plata. Habrá que aprender qué y cómo se hace con un robot no inflado.

Por lo pronto el exceso de calor altera tu “conducta” ¡Ah, bien! Casi como si fueras humano.

El tópico de la ubicuidad está por verse. El acecho está controlado.

 

 

 

Parecidos

 

Los dos se parecen, pero son diferentes. Los dos tuvieron una cuna cómoda, pero uno la maneja muy suelto convertida en una discoteca y al otro se la manejan porque de administrar no sabe nada.

Los dos se parecen, pero uno vio la piedra filosofal y sentado su explicación discurría en caracol para los asistentes, y el otro, la pateó cuando lo quisieron encerrar en la Academia y la explicación se marchitó con el primer argumento.

Los dos se parecen, pero uno asumió su descendencia, y el otro tiene un tajo que va desde la cabeza a los pies, por lo que no se produjo.

Los dos se parecen, pero uno está convencido de ser un accidente y el otro, está convencido de ser un milagro.

Los dos se parecen porque se han indigestado con sustancias, pero uno gira con la tierra y el otro, la mira girar desde la ventana.

Los dos se parecen: uno tuvo naves que volaban con arte, y el otro, una veterinaria.

Los dos se parecen en el desencanto, y si explotan de alegría, son un juego con resortes.

Los dos se parecen cuando arañan el pozo para trepar, y desde la boca del pozo, quieren ser habitantes del espacio.

Los dos se parecen y quieren poner chiringuitos de bebidas en la Costa Atlántica, pero no se conocen.

 

 

 

Costumbres post modernas

 

Las manos enrollaban y desenrollaban ciudades con pericia de catastro y era avezado en el uso del lenguaje. Unía países. Ascendía por la montaña. En las llanuras descansaba y a orillas del mar tocaba la guitarra. Todos los paisajes en uno durante el alba o el crepúsculo. El tiempo no tenía nada de farragoso, al contrario, lo manejaba con la soltura de un navegante, y al espacio con la precisión de un astronauta. Cuando tropezaba con los husos horarios corregía pronto porque “Los vuelos no se suspenden” a no ser por serios incidentes.

Alguien dice que lo vio pasear por aeropuertos y detenerse demasiado en los kioscos mirando mapas. Otros, que cargaba enseres de limpieza, y otros lo vieron caminar con canvas en tubos bajo el brazo.

Los aviones despegaban o aterrizaban y al señor de los paisajes poco le importaba.

Alguien aventuró que podía ser un diseñador de mapas actualizados por la Geopolítica, otro pensó que podía ser la reencarnación de Sebastián Elcano, Colón u otros viejos navegantes durante la época de la conquista. Otras voces dijeron que hacía limpieza y recibía propinas de señoras y señoritas. Hasta se habló de que podría ser un cyborg con capacidades que aventajan a las de un hombre común y corriente.

“La imaginación no tiene límites”, piensa otro que escucha a los que arriesgan posibilidades y que por unas monedas de cuenta, quieren armar la biografía de un inubicable.

“Siempre cae con red y en la red, y anda lo más campante”, alertó una comentarista con más cordura que el resto, mostrando los “corazones” que se prodigaban entre ambos.

 

 

 

Balada

 

En cada separación, sale primero una valija por la puerta. Es el patrón que se replica no solo en las películas. 

Pero siempre quedan cosas en una caja en el garaje que deberán pasar a buscar. 

Otra caja en el asiento del automóvil que es un pasajero más. 

Una caja de herramientas en el galponcito y otra con la etiqueta “Frágil” al costado del sillón. 

Una con documentación que parece un sobre de DHL en un estante. 

Otra más pesada, con libros, debajo de la cama chica y una sobre la mesa de noche con chucherías importantes. 

Cosas en cajas que reducen las cosas en cada mudanza, o cada mudanza que reduce la vida en cajas. Imposible sacar una foto de esto. Solo se ven cajas. 

¡Ah! sobre la mesita hay una caja amarilla en la que duerme el gato. Cuando lo descubren se van en mimos (con el felino). 

¡Vamos! Ya viene el camión de la mudanza y todavía hay que ver qué se hace con la basura: tirarla al agua o ponerla en cajas.

 

 

 

Más o menos así

 

Yo soy breve, usted es extenso.

Yo soy clara, usted es ambiguo.

Yo soy ambigua, usted es claro.

Yo no explico mucho, usted explica mucho.

Yo cuido los puntos, usted derrocha puntos.

Yo tengo pocas imágenes, usted muchas y muy potentes.

Yo uso diálogos, usted usa la narrativa.

Yo voy a lo general, usted va a lo particular.

Yo soy deductiva, usted es inductivo.

Yo inserto versos de poetas, usted inserta sus propios versos.

Yo escribo por la noche, usted por la mañana.

Yo fui amante de León Felipe, usted fue amante de Rudyard Kipling

Yo gusto de Raymond Carver, William C. Williams y Juan Rulfo, a usted también le gusta el primero y el último. 

Yo escribo en la llanura, usted escribe en la montaña.

Yo sé muchas cosas, usted sabe pocas.

Yo sé pocas cosas, ¡usted sabe muchas!

¿Lo sabe?

No, no lo sabe.

 

 

 

No pienses frente a una máquina

 

Es una experiencia que puede asombrar. Sucedió cuando buscaba blogs literarios por internet para leer novedades. Y recordaba a la vez, que años atrás abrí una  cuenta en Facebook y después cerré indefinidamente.    

Pensaba en esa experiencia de dos años en la red; contactos, amigos, publicaciones y lo que aquella experiencia había dejado. Pensaba. Silencio. Casi siempre en varias etapas de la vida acompaña   la música más algunas lecturas entre otras cosas. Un hecho que nada tiene de extraordinario pues les sucede a muchos.

Quería recordar la música y cuáles eran los temas que escuchaba por entonces. Pensaba, lo remarco. Tenía el sonido en mi cabeza, pero no recordaba la banda, o el intérprete, como tampoco el nombre de la música o el de la canción.

¿Cuánto tiempo estuve pensando para recordar? ¿Veinte, treinta minutos? Más o menos. Nada venía a la cabeza y la memoria se rebelaba ante la insistencia.

Dejo de lado el intento. Abro Word y también YouTube. Ahí mi sorpresa fue enorme. Por arte de magia aparecieron tres videos con la música e intérpretes que trataba de recordar y no pude.

YouTube me los servía en bandeja. Se puede objetar que Youtube siempre te presenta los audios que escuchás. Es cierto, pero en el historial están los más recientes.

Estaba sola. Todo fue en silencio. No hubo llamados ni escritos en el mientras, por lo que infiero –puede parecer exagerado– que la IA lee o capta las ondas del cerebro. Creí estar rodeada por guardianes invisibles.

No tengo otra explicación para esta experiencia Tan solo escribir algunos conceptos para darle un somero orden a un hecho raro.

 

 

1984 de George Orwell, las teorías comunicacionales anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial que tanto nos asombraban, son ampliamente superadas por robots que se perfeccionan y que los millones de personas alimentan día a día. Es asombroso y a la vez básico y simple: Como si fuera un psicólogo al que le contás todo y cuando lo sabe todo, tiene la historia clínica del funcionamiento de tu mente, sabrá cómo reaccionarás ante diferentes situaciones, cuáles son tus gustos, tus pasatiempos, etc.

Sos un paciente algorítmico.

Solo que en lugar de un psicólogo hoy lo puede hacer una máquina con un “hola” que copia tu voz e incluso "lee" los pensamientos. No deja de tener su costado fascinante siempre y cuando se puedan tomar recaudos.

¿Se podrá?

La IA tiene su fondo en un redil estandarizado con el engaño de multiplicidad de ofertas. “De todo como en botica” más o menos. La imaginación no llega a devolvernos en imágenes esa circulación abarrotada de información impuesta justamente ante la falta de conceptos. La incapacidad de construir la representación de los miles de ceros del dinero, la velocidad de los sucesos, la circulación de productos tangibles y no tangibles, la circulación de textos, las transfusiones verbales, cosas, nombres.

Una hiperrealidad que obtura, con su fragmentación, la capacidad de pensar una totalidad. Como si un cirujano en el quirófano tuviera luz para mirar el dedo de una mano y no el resto del cuerpo que deberá intervenir.

Blow Up, una película de 1966 basada en un cuento de Julio Cortázar, se anticipó al fenómeno. Tal la obsesión de reconstrucción de una foto que pierde el foco de lo que apunta. “Explosión” es la traducción.

El marco ideal para una IA que se perfecciona día a día y es fuente de la información que se consume en gran parte. En términos de adaptabilidad aventaja a los que la nutren, la nutren sí, los humanos.

Para ser redireccionada hacia la preservación de un orden.

¿Dónde se cuece todo esto? A grandes rasgos hablamos de los centros de poder económico y político. A unos pocos les conocemos sus caras por fotos, son tan pop y sueltos como los millones y millones de seres domesticados. Las decisiones son impredecibles adjuntadas a las de la propia existencia. Un claro ejemplo es el conflicto de Medio Oriente y la guerra Rusia–Ucrania. ¿Explota todo? ¿No explota? Un tembladeral como el “libre albedrío” condicionado. Así se vive. La libertad hecha a la medida del hombre de los tiempos modernos que drena hacia lo individual. 

La civilización; un complot difícil de desbaratar. ¿No queda otra?

¡Dale, tomala! Otra inteligencia nos guía, como Chirolitas en brazos de un cuerpo público que nos susurra sus pensamientos.

¿Buscarle el reverso o el significante nuevo a cada palabra y exponer al desnudo la colonización a la que nos somete el artefacto?

Lo primero que ronda en la cabeza es dudar ante los sonidos aterciopelados o chillonas sordinas de un juego que no hemos elegido. Al menos deliberadamente.