26.12.25

La lámpara azul, por Santiago Armando

 

En las formas tan sensuales e inocentes de Dulce-Persona se miraba el resplandor de Buenos Aires, suprema ciudad merodeada por las sombras de campos sin límites, viviendo a oscuras de su destino, como el trasatlántico, iluminado, en la vasta oscuridad del mar, en cuyo seno se avanza; en ambos se vive sin noción de rumbo, por tanto con entero sentido del presente; en cambio cuando se vive históricamente no hay más parte adonde ir la Pasión, hay esa marcha de la humanidad, que es el énfasis de la Historia; un presente de pasión, habido una vez, hace ociosa la marcha, el porvenir; la viciosa noción de marcha está solo en el escribir histórico, no en el corazón de nadie.

Macedonio Fernández, Museo de la Novela de la Eterna

 

 

 

25/11/2025

La luz de la siesta es blanda sobre las hojas que cubren la casa del vecino.

Soñé que estaba en el campo con Lorenzo García Vega y un primo de mamá que murió hace unos meses, en un galpón, en Santiago del Estero, estaba lleno de arañas pollito y culebras y una iba y venía por la telaraña como un avispón y me mordió, sentí la picadura y me desperté muy boleado por las pastas que pegan a la hora de la siesta.

Espero que el teclado me lleve a la luz como las espadas normandas en el cuento de Panero Donde un hombre muere, la águilas se reúnen.

Me acuerdo que en la clínica Avril, en el año 2008, estaba internada la hija de Carolina Herrera y había un tipo forrado que se la quería levantar y la mina estaba re loca y violenta y yo despacito me la fui chamuyando hasta que me dio un beso y me dijo que nos vayamos a vivir juntos. A los dos días se la llevaron a la Clínica Las Heras que era una de las peores y nunca supe más nada de ella, todavía la busco en las redes pero ni el menor rastro de sus pinturas.

Ayer el Twitter se llenó de posteos de billonarios y gente que decía que se había ganado la megalotería y que era hora de repartir, le pregunté al @grok si esos posteos eran estafas y me dijo que sí, entonces se me llenó de likes y seguidores, todas putas y transexuales, yo veía videos de ski y de surf y seguía a Maslatón y a un tipo que hace bolas de hashish y que importa del Líbano y de Afganistán.

El pobre solo tiene el consuelo de un poco de tabaco y café.

Las cotorras de nuevo, se suma un pájaro y pía espantado, no es una zona para dejar huevos en el nido, hay aguiluchos y gavilanes que meten el pico y se comen los polluelos en salpicón. Me queda un solo cigarro. Me lo termino despacio.

Estuve internado con un Lubavitch y le pregunté si estaba permitido masturbarse y me dijo que no, que Dios una vez había matado a uno de la Biblia por acabar afuera de la mujer, por lo que la masturbación es una ofensa a Dios. Pablo Szabo está en la clínica psiquiátrica O’Gorman encerrado de por vida por su Fe, su propia madre lo ha despojado de sus bienes, menos esa colección de libritos del Rebe, y lo ha hecho declarar loco por ser un ortodoxo estudioso proveniente una familia de judíos ateos. La psiquiatría es la cárcel.

Me tiré a la pileta y salí, se escucha el suave rumor del viento y una motoneta en el Acceso que se retuerce. Hablo con Alejandra que estudia en la UNA porque si no, no pinta. Alejandra me habla de la crítica de Rodrigo Cañete a la novela de Pablo Maurette El contrabando ejemplar. Dupont estaba con eso el otro día en Twitter ¿De dónde sale esa gente? Está lleno de Sorias la cultura, siempre con las moviditas. En la universidad te hacen laburar, van jubilados, discapacitados, artistas jóvenes, y se tragan eso. Desgraciado es el artista que no reza.

Quiero llevar a mi sobrina al MALBA, al Fortabat y al Bellas Artes. Al de Arte Moderno nunca fui, no me interesa el arte moderno. Me gusta Philip Guston por su humor y Belkis Ayón por su oscuridad, nada más. Me gustan las bodas de Chagall.

Reels de la fiesta de egresados de mi sobrino. Quisiera decirle que cuidado con los festejos, con manejar en pedo, que cuidado con los rosarinos que asolan las playas buscando porteños a quienes golpear. Que lea si va a estudiar periodismo, para no ser otro analfa de los medios como el Pelado Trebucq, que los periodistas deportivos tienen trajes lindos pero ganan muy poco, que los trajes son de canje, de vestuario, que una casa con auto importado en un barrio cerrado no es nada, que lo que importa es trabajar y orar.

26/11/2025

Soñé que estaba en la vía conversando con J. Benegas Lynch, al lado de la vía. Habían tirado un montón de ropa vieja que se reservaba para los pobres, había otras gentes amigas, hijos de amigos de mis viejos, estábamos en una mesa y me mandan a una mesita justo al lado de la pila de ropa vieja, casi sobre los rieles. Hablábamos de nuestra capacidad de vendernos, de la transformación mía en Cataratas donde me hice vendedor y me liberé hablando, encarando gente para vender, que me transformé en cantor que no hubiera sido posible de otra manera que vendiendo el paseo a los saltos del Río Iguazú en el Parque Nacional.

Ayer me desperté con el scratch de una bandeja de dj repetida ocho veces como en el tema Vavoom de Prince.

Ora et Labora, le dije a Alejandra que debía rezar, que eso la iba a ayudar con su pintura, que si no hay rezo todo es inútil, pero me dijo que no es religiosa.

El mundo cambió un montón desde el año 2016, año en que murieron Luis Thonis, Maurice Dantec, Laiseca y Prince. Los libros con historias de la dictadura antes se vendían, los del holocausto y los de países comunistas de historiadores serios no, me los leí todos, me leí todos los libros de Frank Dikötter sobre China, el de Victor Klemperer, los de Raul Hilberg, lo de Varlam Shalamov, todos fueron una tortura. Ahora quiero releer a Néstor Sánchez, porque nada se compara a Néstor Sánchez en el verano porteño, bajo techo de chapa, aire acondicionado y ventilador cruzados.

Varios sueños en la siesta. Soñe que estaba tocando mi vieja trompeta y se me deshizo como plastilina, estaba con Daniel Kreiman, que me llevó a su laburo en una oficina donde todos tenían sus instrumentos. Antes había soñado que estaba en China y era el fin del mundo y toda la comida estaba envenenada y cuidábamos a un bebe con otros agentes. El sueño terminó con un flaco con aparatos de ortodoncia transparentes enormes con luces de colores que se reía abriendo la boca exageradamente grande.

Mamá se maneja a los gritos con todos nosotros y no se da cuenta. Siempre está suspirando en la cocina y en los pasillos pesadamente y repitiendo ay dios.

Mamá me grita por la escalera que baje a tomar las pastillas y papá me manda un whatsapp reclamándome que baje, que hoy tampoco tomé las de la tarde. Vivir con los padres a los cuarenta y nueve años es una cagada demasiado deprimente si no se fuma porro, no es natural para un hombre adulto, además con la rodilla y el hombro rotos, es tristísimo. No sé cuánto voy a poder aguantar.

No puedo prender el aire acondicionado por la boleta y este techo de chapa recalienta todo el cuarto a la noche y es inhabitable, me puse el ventilador y el enchufe con el líquido para los mosquitos.

27/11

Omar está con presión alta por las últimas noticias de Venezuela, trato de calmarlo. Me quedé sin puchos, vinieron a buscar la bici.

30/11

Se acaba este viejo año de mierda.

1/12

Ayer me tomé las pastillas de la tarde y la noche juntas y me dormí rápido. Me desperté de madrugada con sueños y ahora de nuevo con uno en que Verónica vivía con su familia en el edificio Estrugamou. Me tiene bloqueado en todas las redes. Me abortó un hijo porque estábamos mal y yo me había quedado sin trabajo y ella quería seguir estudiando y pasar a otra cosa. Después vino mi primera internación a los veinticuatro años.

2/12

Soñé con mi laburo, que me echaban otra vez, y con una tablet con caracteres chinos que quería sacar pasándole el brazo.

Ayer estaba en un chat y hablé con una abogada del CEAMSE que me dijo que no tiraban desperdicios en el Reconquista y que me fletó cuando le dije que fumaba. Después hablé con otra hasta tardísimo que se fue cuando le pedí el Whatsapp. El CEAMSE pone guita en Radio La Red, sale Gentilli diciendo que si pudimos ser campeones del mundo, podemos ser campeones del planeta, aludiendo a un mundo limpio, el imbécil de mierda.

Matías me dijo que no hay un mango en la calle, que está muy pinchado todo, que tuvo que cerrar el local en Flores y que él está haciendo el reparto. Anda calzado, ya se ha tiroteado con unos que le quisieron robar un camión.

Ayer le dieron unas inyecciones en los ojos a mamá.

Ahora preguntan los periodistas si Boca gusta, el único Boca que gustaba era el del Coco Basile. No quiero ir a la presentación del libro en joggings pero si estoy muy incómodo me los pondré, qué papelón. Lo malo de ser gordo es que no podés ni atarte los cordones, no podés limpiarte el culo si tenés el brazo corto y dependés de un bidet, tampoco podés coger, con la rodilla y el hombro cagados menos.

El jueves de paso voy a comprar un Loto. Jugar al Loto me alivia por unos días, me hace imaginar que gano y me pongo a ver departamentos en Recoleta. Nunca voy a ser un propietario, eso lo supe siempre.

Parece que mamá está mejor, se sacó los anteojos negros por los normales y está mirando el teléfono. Espero que me quede plata para comprar algo de porro, aunque sean cinco gramos de frutilla.

4/12

Estados Unidos y Venezuela invadían Argentina en distintos sueños. Estados Unidos atacaba nuestra casa, que era otra, en un barrio cerrado. Y Venezuela en San Isidro, del que pude escapar con la ayuda de un pariente que tenía auto.

Sueño que estoy acostado y tapado con Verónica, siento su cuerpo, su olor, su respiración. Estamos tapados en el sillón del cuarto de mis viejos y nos empezamos a reir y mi viejo nos tira un zapato y salimos. Le diría que no sé si podría bancarme ser su amante mientras esté con su marido y su hijo, y la voy acompañando a la Junction universitaria. Pero me digo que mi orgullo es una pelotudez. La verdad es que no le guardo rencor por haberme abortado un hijo. Aunque me haya trastornado seriamente. Veo novedades de ella en Facebook, una foto en un diario armenio con Ana Arzoumanian, sigue con pelo corto y vestida de ensalada. Antes era una piba de jeans, All Stars y remera, ahora es una señora, profesora universitaria, y estaba muy muy buena hace veinticinco años.

5/12

Estas noches son hermosas para tomar cerveza y fumar porro, hay luna llena, fumar porro con luna llena es especial.

6/12

Anoche me duché como cuatro veces y al final me dormí con todo abierto y soñé que cruzaba la Kosher Haze con la Blueberry y me pegaba re bien, soñando que estaba fumado todo era felicidad y no me molestaba la luz y el canto de cada pájaro me alegraba el corazón de manera distinta.

7/12

Boca perdió con Racing. El director técnico ¡Lo sacó a Zeballos por Velasco! A Velasco lo pagaron diez palos verdes viniendo de una doble fractura de ligamentos cruzados, que se sabe que eso te arruina la carrera. Y Milton Gimenez es una bolsa de papas en la cancha.

8/12

Día de la Virgen. Rezo y escribo, todos los días. Escucho un pòco la Radio Alison Mosshart en Spotify. Voy a ver que puso en su blog Juan Abreu:

Domingo, 7 de diciembre de 2025

El suelo del jardín se ha llenado de olivas negras que nuestro acebuche ha parido este año a montones. Las urracas vienen y van en ocasiones las devoran en el lugar y otras se las llevan supongo que a sus nidos. También acuden al reclamo de las gordas olivas palomas torcaces, gorriones, petirrojos, herrerillos, mirlos, carboneros, verderones, estorninos, pinzones y aulcaudones. Y estoy a la espera de la curruca cabecinegra este año todavía no la he visto. Hay seis tipos de currucas si mal no recuerdo pero la que viene al acebuche es la cabecinegra.

Eso es un escritor. Saber los nombres de los pájaros.

Ducatenzeiler exagera con los números de sus vistas. Otro estafador intelectual de Independiente como el Ruso Verea, aunque algo de verdad tiene. A veces está muy acelerado y no lo aguanto, a veces está muy bien. Se da vuelta solo y termina en la clínica, pero la hermana le firma la salida. Ah, ¡si tuviera un pariente que me firme la salida del psiquiátrico!

9/11

Puse Love Bites de Def Leppard para pensar en Verónica y me cagué el día. Sigo con la Radio Alison Mosshart en Spotify, cambian los temas, algunos son nuevos. En el Instagram hay una foto de ella con la sobrina eligiendo un árbol de navidad con el buso de Def Leppard que me hizo buscar Love Bites. Muy poca energía. Llamo al bicicletero después de diez días y me dice que el arreglo cuesta noventa lucas y que va a estar para el jueves o viernes.

10/12

Soñé otra vez con Verónica, estaba casada con un paraguayo, sueño largo no me acuerdo nada o no entendí nada, todos estudiaban o trabajaban en algo y yo era un espectador o un rezagado. Nada de ella para conmigo mas que aceptar mi presencia, me daba más con la hermana.

Ayer escuché The Blue Mask de Lou Reed después de como treinta años. Lo pongo de nuevo, Women, Underneath The Bottle, The Gun, Waves of Fear, Heavenly Arms, están casi todos buenos los temas, los pongo bien alto para tapar los ruidos de mantenimiento.

Nubes con forma de caracteres chinos.

Los de Instagram me tienen fichado y no me dejan publicar nada.

11/12

Sueño que Mirta Busnelli tiene una fábrica de hijos por televisión y tiene uno con el gordo Porcel que es un chimpancé depilado con la cara de Tato Bores.

Sueño que Lilita Carrió va a un bar y veo un procedimiento de milicos para matarla y que a la vez es una manera de hacerme salir de casa de papá. Paseo por los distintos órganos burocráticos de unas SS argentinas, pero me aburro y me voy.

18/12

Me mareo cuando salgo de la cama o me agacho, todo me da vueltas. Este será el último cartón de puchos y la última tanda de porro. El cuerpo me está avisando claramente que mi salud es precaria. Debe ser el Valcote con la Pregabalina, o la presión.

19/12

14/8 me dio la presión en la farmacia.

20/12

Ayer casi me muero de presión alta con mareos y entonces hice la cama, me acosté, crucé las manos sobre el pecho, cerré los ojos y puse una sonrisa de satisfacción. Hoy me desperté en perfecto estado.

Llueve. Me entregan los de Mercado Libre You Like it Darker, el último volúmen de cuentos de Stephen King, regalo navideño para mi sobrina mayor.

En la siesta soñé que estaba en el estacionamiento de una cancha precaria poniéndole un cartel al Chiqui Tapia que decía GORDO VASO DE AGUA, pero que se activaba con la traba de la entrada a dicho estacionamiento como cuando se escribe un nombre de alguien en las redes sociales y queda marcado en azul, pero la traba no cerraba del todo bien y no se iba a ver, entonces me desperté.

Hace muchos años tuve una novia que se calentaba con Bocanada, el disco de Gustavo Cerati. Era una mujer muy rica de Recoleta, alcohólica y drogadicta que me trataba mal. Una vez salía mi vuelo para Iguazú y no me dejaba ir, entonces me hinchó las bolas y le metí un gancho en la pera que la dejó desmayada y pude huir.

21/12

Saqué el Valcote y la Pregabalina y los mareos se fueron.

23/12. 

Llegaron los gramitos de Frutilla y Chocobud.

24/12

Las mujeres con sus tetas

en la bici con empedrado

y el pelado baterista

que se le cae el pelo blanco

por batir redoblante con platos

y se deja largas las

chapas del costado, como plumas

en glam a los setenta y ocho años,

Carlos Bianchi

 

Chivo, la ducha no me lava

sudo arena de obra

soy una arena pastosa

con carretilla de chinchulines

orando en la blancura

del cáñamo en los géneros

de las champetas doradas de Mirtha

 

La criptografía Lao

en los géneros del cáñamo

y champetas de Mirtha.

Siempre fui modisto

de mujeres extraterrestres.

 

dormir con el orto apuntando

a la fuente de aire acondicionado

para filmar las champetas frigoríficas

que caen en las sábanas

 

hyeronimus bosch

tirando la goma con sombrero

en los pasillos del subte

de Tribunales, acomete

como subida de ascensor

al de mi nuevo amante artificial

y me reí de sus zapatos

no puedo tener una puta barata para echarme un polvo,

porque no tolero las mujeres

sino como tóxicos

y las manzanas de caballo son de ustedes

22.12.25

La ciudad de los vivos en el Cementerio de El Cairo, por Cecilia Bainotto

  

Siesta de otoño

Durante la siesta veía las filas de hormigas y hasta las imaginaba con vestidos a lunares como en los cuentos. Hoy las veo depredadoras que se comen las hojas en pocas horas. Y hasta identificás a las más rápidas, a las que pasan por encima de las otras, a las más rezagadas, a las que se desvían de la fila para curiosear y luego regresan.

Necesitás un arsenal de productos para expulsarlas o exterminarlas. No me romantices con su laboriosidad y persistencia. A muchas las conozco.

Con el paso de los años las siestas son más acogedoras sin hormigas laboriosas, siestas con el arrebujo del sol, descalza bajo una manta, mirando caer las hojas por el ciclo de las estaciones. Es la entrada al sueño de una siesta de otoño.

 

 

Un sueño infinito

Anoche tuve un sueño inquietante y hermoso. Soñé que caía en el vacío y abajo no había tierra, no había fondos verdes, ni rumores de agua. Ningún vestigio de vida animada. No recuerdo tampoco desde donde fue el impulso para que la derivación de una vigilia se revelara en un paisaje del firmamento solo visto en fotos.

Flotaba en un medio del color de la esfera celeste y algo como una tromba me elevó a miles de metros. Un decir, porque el cielo no tiene nuestra obsesión, nuestra medida. Una boca succionó mi cuerpo que flotaba y perdí toda referencia del planeta que habito. Tuve ante mis “ojos cerrados” la representación del universo. Era un día esplendoroso en plena noche.

Trato de hilar. Pudo haber sido un pozo de aire, tal vez un motor silencioso que no se sustentaba por la agitación de un sueño anterior y que no recuerdo, una falla física mientras dormía; apnea o baja presión.

No es fácil contar un sueño que transcurre en un espacio casi infinito.

 

 

El cartel

Sara tenía un “berretín”. Ella lo contaba con actitud entre graciosa y molesta y las anécdotas nos hacían desternillar de la risa menos a quien fuera objeto de tal obsesión.

Vivía en una casa grande en la calle Venezuela de la que ocupaba una parte, y en la otra parte, vivía un matrimonio con hijos.

El ala que habitaba Sara incluía dos cuartos inmensos de techos altos y pisos de madera, una pequeña cocina y un baño que parecía otro cuarto. En uno de los cuartos grandes Sara estaba todo el día menos cuando dormía. Estaba dividido por dos biombos anchos que creaban dos espacios; el comedor diario y el taller donde pintaba.

Un lugar con caballetes, bastidores, pinturas y siempre un lienzo extendido con el trazo de una obra. Una ingresaba a ese lugar con respeto y con el espíritu abierto a los estímulos de colores que el genio de Sara hacia vibrar en figuras geométricas. Cultora del arte abstracto vendía en la Feria de San Telmo los fines de semana o por encargo.

El comedor diario era otra cosa. Una mesa con varias sillas y dos sillones medio raídos y paredes tapizadas por cuadros propios y de otros y un gato que miraba por la ventana al que llamaba Paul (por Klee).

Era una casa de puertas abiertas a los amigos menos a una de sus ex parejas. En la exclusión estaba el “berretín” de Sara que restringía el ingreso a toda persona que fuera del signo astrológico de su antiguo compañero. Incluso el derecho de admisión se extendía a eventuales compradores de sus obras.

Así de tajante era Sara. Nada hacía suponer tal dureza dadas las maneras graciosas que despuntaban en una nariz respingada en equilibrio con su mirada amable.

No obstante, el hecho de que una persona hubiera realizado la involuntaria acción de nacer bajo ese signo, se presentara en su casa y volver de inmediato a la puerta de entrada que ostentaba el cartel de bienvenida en diferentes idiomas, era raro.

Sara no estaba tan loca. Primero el saludo al que llegaba a su casa y luego la pregunta sobre el signo del Zodiaco. Si era del signo despreciado por ella, un gesto que apuntaba a la puerta con cartel, cancelaba el acceso a su casa.

Los amigos tratábamos de aligerar la aversión, con explicación de conjunciones, ascendentes, decanatos, influencia del medio o cargas genéticas, pero en eso era absolutamente tirana. Algo sabíamos de las causas a grandes rasgos y el mirar sin hacer foco no era egoísmo. Tan solo un acto de no escarbar demasiado pues ella solo quería mostrar la “punta del iceberg” o la lógica de “a buen entendedor pocas palabras”.

Sin embargo, esa “tara” no suprimía otros aspectos generosos de su vida como la de celebrar la venta de sus cuadros con buena comida. Cobrar una deuda también era motivo de festejo al igual que nuestras recompensas.

Con una amiga de andanzas emprendimos un largo viaje. Sara nos entregó direcciones de amigos que tenía en el exterior, más algunas recomendaciones escritas. El WhatsApp era impensable y el Poste Restante la forma de comunicación con el destiempo del caso.

Nunca más volvimos a verla. Al regresar después de un año fuimos a lo de Sara. En la puerta de entrada no estaba el cartel y al preguntar por ella alguien nos hizo una señal hacia arriba con la mano.

En la casa no había escalera al techo por lo que la certeza sin el cartel fue inmediata. Sentí que la falta de ese detalle se llenó de golpe con un inequívoco significado, el de no haber sido un formal saludo de bienvenida.

Lo que no aclaro es el signo que Sara aborrecía por la memoria de ella y por si acaso, un eventual lector pudiera sentirse molesto.

 

 

Conversaciones inapropiadas

Hace unos meses, ante un hecho luctuoso, tuve una conversación con el administrador de una empresa funeraria. El cepo de la muerte a veces filtra cosas ridículas o con una lógica novedosa que mueve la estantería de libros conocidos. De hecho, los velorios están poblados de anécdotas para el humor negro o de salón y mejor que no llegue una persona ebria porque la puesta de la ceremonia se transforma en parodia.

La cuestión fue que le dije a aquel hombre enjuto de riguroso negro, que cuando se contrata el servicio de cremación es ocioso utilizar un ataúd pues a las horas será incinerado y son carísimos. Los cajones que otorga la obra social PAMI son destinados para la sepultura del cuerpo, pero no para la cremación. Le dije, además, que el uso de bolsas con cierres, como las que hemos visto tristemente durante la pandemia, podrían ser adecuadas para el menester.

El empleado con cara acorde a la situación, movía apenas la boca bordeada por unos bigotes finos. Contestó con una pregunta apelando a un proceso de cocción, y subió el calor a mi cara. Creo, me puse roja para no ponerme verde después.

“¿Señora, ¿cómo lleva usted un pollo para asar? Debe utilizar una fuente o una parrilla. Lo mismo hace si lo lleva a la mesa”. El “Todo bicho que camina va a parar al asador” se cumplía, y más explicativo, porque incluía los enseres de cocina. Conclusión, estaba prohibida la cremación del cuerpo sin ataúd.

El argumento no absurdo –en lo culinario– sumaba al absurdo de la existencia cuando un hecho como la muerte puede derivar en esa comparación. Algo de mala fe también en tanto su función de empleado. ¿Pero tenía otra alternativa el pobre empleado a la de expresar las normas impuestas que lo configuran para la representación del rol?

Cumplía con el trabajo desde el minuto uno que ingresó a la antesala de los anfitriones del final. O vaya a saber si a esa hora no tenía hambre y veía pollos asados en todo lo que lo rodeaba.

Anochecía, y de regreso, con el peso de trámites tristes y engorrosos, miré mi reloj pulsera. Las agujas oscuras marcaban las ocho y veinte de la noche y resaltaban sobre la caja blanca como ángulo obtuso. Eran como bigotes del reloj. Me pareció un emoticón de la cara del empleado de la funeraria.

 

 

El mar es llanura

“Cuando invertís la llanura, el cielo es verde esmeralda y lo llano se convierte en un mar azul o gris, quieto o tempestuoso” dice Iván al señalar un cruce de caminos rurales de  la pampa.

 

 

¿Cómo es esto?

Un límite difuso divide al narrador del escritor o viceversa.

Como si narrar fuera la acción de un vitalista cazando patos a lo Ernest Hemingway y el otro un solitario escriba que se calza trajes de mago, detective, inmigrante, amante…

Escribir una experiencia de primera mano o escribir porque el proceso inconsciente no es elusivo.

Néstor Sánchez un ejemplo del primer oficio. Jorge Luis Borges un ejemplo del segundo. No obstante, ambos abrevan de la vastedad del lenguaje –aun cuando la puntillosidad gramatical sea diferente– para construir un texto literario.

Lo precedente es definición aproximada y no tiene otro objetivo que ponerle márgenes a un sentido, a un significado y hacer inteligible el meollo. Todo tipo de meollos. También necesaria para empezar a organizarnos y conversar. Aunque algunos dicen que conversando se entiende menos la gente.

Bueno, podemos aventurarnos y escribir. Aunque nada garantiza el entendimiento. Escribir es un acto de libertad y más si te olvidás del exterior que rodeará a ese puñado de páginas entre dos tapas: la publicación, los lectores, la aceptación o no del libro, los ingresos, bla, bla, bla. Ese modo “free lance” es comparable al dibujo de un niño que con lápices empieza a cubrir la hoja: una línea, un árbol, un camino, un molino, un barrilete, mamá y papá, los hermanos… Una es consciente que surgen cantinelas, las del propio escritor y las de sus cercanos y desconocidos. La cantinela primera es la del propio exilio. Tal vez las horas de dedicación, el mate, el café, la inspiración, la idea, el trabajo, el aislamiento que se busca, causen cierta extrañeza.

Ser un extraño frente a una construcción desconocida, recién hecha. Un texto. Algo que no estaba ahí y como un nacimiento cambia las cosas. Y si el fastidio va por mal atajo, con “Narcisos a cuesta”, el escritor se convierte baremo que mide la validación de su obra. Sí, claro, tampoco se puede soslayar tal práctica, pero de ahí a que duerma con un ojo abierto para la constatación permanente es motivo de autorreproche.

El hecho de escribir textos construye una persona extraña para sí misma y para los amigos que lo descubren diferente “¿Es verdad lo que contás? Nunca supe que una víbora te picó en la selva misionera”. Cantinela ajena.

El escritor retoma la suya en una actitud de Perogrullo invertido, sin dar mucha explicación sobre lo que el eventual lector toma como verdadero. Más allá de que el del oficio tenga una espinita pues los inquisidores sobrevuelan lo que escribe. O ni siquiera lo leen: solo movidos por una curiosidad a ver si el dilecto amigo los ha recordado en alguna línea.

No importa todo esto querido escritor, escritor autor, narrador, poeta, ensayista, biógrafo, no importa. Hay un lugar durante el día, con ojos cansados, pies hinchados, manos con cosquilleos que es una trinchera que defiende la libertad de poder escribir algo aunque para eso a veces te convierta en  excavador de tu propia mierda.

18.12.25

Inventar a Nicolás Olivari, por Javier Fernández Paupy

 

Hablar con Jorge Quiroga siempre fue, para mí, hablar de literatura. Libros y autores ocupaban el centro de nuestras conversaciones. Aunque era un lector incansable y minucioso, nunca lo pensé como un intelectual indefenso detrás de un escritorio, sino como alguien atravesado por la acción. Las agitaciones de la vida social lo interpelaban. No es casual que en la solapa biográfica de El que recuerda, libro que reúne su obra poética, destaque su intensa vida gremial y política y su participación en la fundación de CTERA en 1973. Organizar lecturas y ciclos, armar revistas y promover debates eran, para él, formas de saberse parte de una trama colectiva.

Más de una vez Jorge me contó lo que hoy reconozco como un relato de iniciación. De chico escribió un poema y se lo mostró a su maestra. Ella lo leyó y le dijo: “Está muy bien. Seguí escribiendo”. Ese matiz —ni elogio desbordado ni comentario neutro— le permitió imaginarse escritor, quizá también docente. En esa escena cifraba un permiso inicial, un gesto que lo empujó a persistir. Es posible que la calle Corrientes de los años sesenta, con su clima de bohemia y efervescencia intelectual, haya terminado de modelar su sensibilidad. A ese episodio sumaba otro: la noche en que, a los 22 años, leyó Operación masacre de un tirón y sintió que allí comenzaba su militancia.

Su entusiasmo por ciertos autores era inconfundible. Hablaba de Arlt, Macedonio Fernández, Rodolfo Walsh o los hermanos Tuñón con el conocimiento que viene de una insistencia lenta y placentera. Decía que Borges impostaba siempre una dimensión erudita; en cambio, Arlt, para él, era el único capaz de decirlo todo. Hablaba con precisión sobre los poetas del tango: consideraba a Homero Expósito y a Discépolo poetas políticos; de Julián Centeya decía que, de no haber sido un errante y un glosador de tangos, hoy se lo compararía con Beckett. Con el mismo fervor evocaba a Gardel y a la dupla Troilo–Fiorentino.

Las anécdotas se multiplicaban cuando hablaba de Carlos Correas, sus borracheras, sus cuarenta pares de zapatos, el bolso con el ensayo sobre Arlt que ninguna editorial aceptaba, Oscar Masotta en sus últimos años, a ginebra y sin comer, o Néstor Perlongher en Brasil. Jorge Quiroga me parecía un reservorio inagotable de historias de la literatura.

Hablaba de sus proyectos y yo sentía que habría necesitado varias vidas para concretarlos. Entre ellos, la idea de cambiar el Día del Escritor para que, en lugar de conmemorar el nacimiento de Lugones, se recordara el de Roberto Arlt. Alguna vez me contó que escribía un Diario de la vejez. Sabía que escribía un texto sobre Jesualdo Sosa. Ojalá algún día podamos leerlos.

En nuestras charlas no eludía las disputas literarias.

–Cuando un tipo no es conocido, se vuelve un miserable para los demás –me dijo una vez.

No se consideraba central en el asunto Osvaldo Lamborghini, pero tampoco ahorraba críticas. Al preguntarle qué hacía en los años sesenta, respondió con ironía: 

–En medio de un delirio revolucionario y argentino yo era antipopulista. Trataba de burlarme de esa gesta heroica. En contra de la alusión estricta. Sin confesión. 

Esa desconfianza hacia los discursos heroicos y las identidades fijas fue constante en su manera de pensar la literatura.

Su voz, grave, gruesa, rasposa y jovial, tenía algo del tono misterioso de sus poemas.

Había en Jorge una nostalgia dulce, una inclinación por lo fugitivo, por los oficios desaparecidos, por lo que está en al borde de extinción: el carrero, el tranviero, el mayoral, el último tranvía. También un tesoro de la lengua, que resguardaba con palabras como “bufoso” o “asonada”, y voces del lunfardo usadas con naturalidad, como “percanta”, “piringundín”, “compadrito”. No eran exotismos: les devolvía la fuerza del lenguaje vivo. Unos versos de Las otras historias condensan esa sensibilidad: 

Donde hubo una casa hay una puerta desvencijada 
que oculta narraciones huidizas. 

Esa atención a lo que se pierde atraviesa también la Biografía imaginaria de Nicolás Olivari.

Jorge Quiroga escribió alguna vez, sobre la obra de Ricardo Zelarayán, que su literatura “evoca la fragilidad del recuerdo, que no es un pensamiento fijo sino una ensoñación diferida”. En su propia escritura esa idea se vuelve método: historias interrumpidas, fragmentos de una memoria mayor.

En esta Biografía imaginaria de Nicolás Olivari convergen el tango, la literatura argentina, la bohemia y la figura del poeta como destino. A lo largo de su vida escribió estampas dedicadas a distintos autores, y en cada perfil buscó una mezcla de cercanía afectiva y reflexión.

Su obra está atravesada por la idea del recuerdo inexacto. En su libro La memoria infiel, dice: «En un cuaderno anotó todos los detalles de esos días, ahora no puede encontrar en los papeles ningún rastro que le permita decir, que ellos existieron, los nombres se borran y los recuerdos son inhallables».

Una voz hecha de historias, de dudas, de interrupciones y de brillos oblicuos. Esta Biografía imaginaria lleva al límite esa tensión entre memoria, olvido e invención. «¿Cómo reconstituir la biografía de alguien? Si uno no recuerda su propia vida.» Como en un juego de espejos, lo fáctico se confunde con lo conjetural y el recuerdo aparece como una forma de ficción. Quizás porque, como escribió, «lo único verdaderamente cierto es lo que uno cree recordar».

«Inventar, imaginar una biografía, conceptos dispersos e improbables, es lo que nos queda, la ciudad está cambiando a pasos que de tan imperceptibles ni se ven.» propone Jorge Quiroga. Esta Biografía imaginaria no solo prolonga ese mundo, sino que nos permite seguir escuchando su voz.

 

12.12.25

Una semblanza de Jorge Quiroga, por Laura Estrin

 

Replicando una frase de la hija de Tsvietáieva que escribió:

“A Ehrenburg lo apreciábamos, a Pasternak lo queríamos” digo

“A Raschella lo apreciamos, a Quiroga lo queríamos”

 

  

Quiero escribir una semblanza de Jorge tal como son sus retratos pintados, con colores, con trazos distintos, como el que aparece en la tapa de esta Biografía imaginaria de Nicolás Olivari. Tal vez menos kafkiano porque Jorge se reía, siempre se reía, y tenía una risa que invitaba a acordar, insistía en acordar porque terminaba todas sus frases en un “¿¿¿¿eehhh????”


 

Jorge Quiroga quería a sus viejos, a Horacio González, a Germán García, a Alberto Szpunberg, a Alberto Cedrón y a muchos otros, los leyó, los escuchó, conversó con ellos, había ido al exilio con ellos y nos contaba anécdotas, los bajaba a tierra del canon que podía atraparlos. También tenía su cantilena y me hacía rechinar cuando insistía con alguien, nos divertíamos, nunca se achicaba, era un conocedor de hombres. Una vez la cansó a Liliana Guaragno, supongo que en años de trifulcas electorales, y ella enojada le dijo: “A Laura Estrin no la atormentás así” a lo que airoso le respondió: “Laura Estrin es apolítica”.

Jorge era generoso y armaba, no se cansaba de armar cosas que nos incluían: lecturas en el Descartes, hojas murales con nuestros poemas, revistas de un solo número con críticas apenas filtradas (para orejas sordas, como escribió Zelarayán). Él nos llevaba a la radio y pasábamos la tarde en La tribu, en su Litertango, como una pandilla de chicos haciendo bromas y escuchando esa música, haciendo críticas por elevación a algunos amigos y ellos nos respondían con divertidos mensajes de oyentes  de “Balvanera, Once o Flores” retrucando nuestras afirmaciones literarias.

Jorge armó libros y plaquetas en su BCZ editores, ahí fue mi primer editor, ahí sacó Cuadernos del ciervo de Bela Andahazi y creo que como buen Samizdat sacó dos suyos, eran los finales del 90. Quiroga es poeta aunque, si me escuchara, él daría vueltas sobre esta afirmación.

Jorge pensaba siempre en algo para hacer con todos nuestros escritos. Dije que nos cansaba con sus proyectos. Hicimos ciclos de poetas en la Biblioteca Nacional, hizo ediciones allí como el Zelarayán y el Literal. Una historia del sindicalismo estaba armando, creo, dejó listo este Olivari. Hay poemas que ya reuniremos.

La música le salía sola, era poeta, repito. Y el barrio, Constitución, se le veía en todas las hilachas. Jorge era pintón y le gustaba mostrar, siempre riendo, ese camisaco, aquella campera, todo lo que sabía y tenía lo ponía con ganas en la conversación. Bancaba y me ayudaba a bancar al sordo y díscolo Zelarayán cuando se empacaba y gritaba. Lo íbamos a ver juntos a La ópera, después comenzamos a encontrarlo en bares peruanos de Once. Lo vimos juntos por última vez.

¿Cómo hacer la biografía de alguien? Eso responde sin problemas Jorge Quiroga al hacerla, tal como me contó una vez Libertella que le dijo J. L. Ortíz, Jorge inventó un Olivari pero no lo tergiversó. Soñó pero no experimentó, frase a frase fue componiéndola como los tejos de su conversación de voz áspera y murmurante, inaudible a veces, como la que teníamos en Premier o, en los últimos años, en El británico o en su casa mientras las gatas y la perra nos distraían, con ese tino deshilvanado escribió este Olivari. Vida que es un fracaso con música como entendió a la suya Isaak Bábel, como la de esos tangos que dice acá que compuso el mismo Olivari.


Jorge en este libro escribe algo de su pasado, o mejor, su linaje, una arista de Boedo, gris y marrón pero pícara. La escribe desde una esquina del tiempo en que la niebla rusa no barre ni transfigura todo de tragedia como en Castelnuovo. De esta manera lírica y a la vez fuerte –como diría Raschella– queda poco, queda poco de eso en la literatura que se vende hoy. Cierto es que todavía algunos leen Arlt y otros cantan Discépolo pero Jorge insiste de otro modo con ellos, les arma un mundo poético en un libro. Jorge escribe: “Olivari, como él mismo dice, nació con el siglo. Lo que estamos contando habrá sucedido cuando él rondaba los 10 y con certeza tiene que haber vivido y presenciado fenómenos como el surgimiento de la electricidad, la construcción acelerada de Buenos Aires”. A estos lugares Jorge los saca de su propio paisaje, el que tiene su poesía: el de El puente suburbano, el de El pasado irreal, el de Cuaderno nocturno, el de Las otras historias y La casa abandonada. Título que Raschella al editar su poesía reunida dobló –así pensamos con Jorge mismo– en La casa encontrada.

 Si Hugo Savino en su obra planta un sur desharrapado pero contundente, una Avellaneda y más allá en notas en guerra, Quiroga hace otro sur, más porteño, más dulce pero también ido, también lírico y perdido. Ambos meten saberes, músicas y destino en sus leyendas –como llama Savino con Kerouac a su manera de escritura. Quiroga dice: “
Macedonio le dijo a Nicolás (Olivari), que estaba tratando de que una metáfora, que huía, le diera la solución al razonamiento que tiene en la mente…

Digo que Quiroga arrastra todo Boedo y su poesía urbana en este Olivari, libro que enredo a la memoria de Fijman que inventó Andrés Allegroni, Crónica de sombras, que creí verdadera cuando Raschella me la acercó y la edité. Son obras que tienden como dice de Fijman acá Jorge: “Ellos habían progresado, lo que ocurre es que gente como Nicolás pensaban esto, como un triunfo y un fiasco a la vez”. Fracaso del triunfo, Jorge puede escribirlo así: “Claro que es preciso coraje, no creo que la literatura se escriba para consolar a nadie, es mejor despertar, conmover, ser de alguna manera infiel y traicionar si es necesario”. “Bodrios perdularios” los llamaría Nicolás Rosa.

Jorge seguro se reía mientras escribía esta historia, debió hacerlo bastante, ya no tenía barra de muchos amigos pero podía escribirlos y tomarlos del brazo como Olivari aquí tiende el brazo a Corsini y a Gardel. Olivari se confiesa en esta novela: “Siempre tuve la manía de ser irreverente, por eso mis principales adhesiones, reflexionaba, se dirigen a poetas vagabundos y ladrones, de alguna maneras son lo que no soy y cuando me colocan en un lugar edificante reacciono como un juguete rabioso. Con Stanchina comenzamos nuestra carrera literaria casi con un fraude, claro que no engañamos a nadie, pero de algún modo se comprobó que soy un tránsfuga, cambio constantemente, si me dicen realista hago de romántico y nunca quedo quieto. Tránsfuga es el tipo que muda de partido, y yo no quiero pertenecer a ninguno, cruzo de vereda cuando atacan, y los tipos que se proclaman de izquierda y viven como burgueses no merecen la más mínima atención, murmuran que parezco un sujeto estrafalario, porque no respondo a un molde, los confundo, o ellos se dejan burlar, extraviados en el mundo de los seres piadosos”. Jorge sabía del bien para el mal y del mal horrible, creo que no se engañaba y por supuesto puso en Olivari, parte de sí mismo, vio que a Olivari lo ignoraron, lo ningunearon, no le dieron cabida por ser un recienvenido o un distinto solo en las letras pero del resentimiento Quiroga no tenía un pelo. Escribe citando a Stanquina aquí: “ ‘Más que vanidad había rebeldía y amargura en nuestra trampa’  dice años después Lorenzo en una evocación de la broma literaria”. Hablan de los versos de Clara Beter, que confundieron a algunos con los de una prostituta verdadera pero el mito no acompaña nunca la perspectiva de Jorge Quiroga. Y tal como Olivari pasa de Boedo a Florida según el relato, Quiroga hace chanzas y chistes sobre su participación en Literal o cuenta como fiasco algunos cruces con Osvaldo Lamborghini, Perlongher, otros tiempos de la guerra literaria. Aquí, él dice de Olivari que “su espíritu no se deja encasillar porque es en esencia rebelde, heterodoxo y desafiante. Así se convierte en tránsfuga. Quiere decir esto que cambia de partido, pero en realidad elige la compañía de los que lo entienden, Arlt por ejemplo siempre fue un elemento a fin, compartían una visión que sin excluir lo social sostenida por una mordaz  mirada, crítica y ácida sobre las cosas del mundo. Olivari quería escribir literatura en esas hendijas”. Jorge se parece a su Olivari, Jorge escribió en las hendijas que dejaron otros más grandilocuentes, más aceitados para el mito y se distancia de ellos, por eso hace lista -como dice Hugo Savino- y anota que Olivari “Recuerda los viejos tiempos que con el inseparable Lorenzo Stanchina, secuaz de fechorías, publica un libro sobre Manuel Gálvez, que cultivaba una narrativa realista y amaba el alma rusa, ese pudo haber sido otro desentendimiento con sus colegas boedistas, lo cierto es que la pelea posee motivaciones ideológicas y artísticas,  por eso se cambió de bando. (y continúa) El vital Oliverio Girondo,  el mordaz y angélico Nalé Roxlo, el extravagante Jacobo Fijman, y todos los camaradas que conoció, vivían pasionalmente jugando el ejercicio de ser vanguardia”. Lejos de eso está la obra de Jorge Quiroga, reunida en el libro que bien llamó El que recuerda.        

Si entonces, Jorge se escribe en este Olivari, y diría, se pinta en Olivari ya que igual que este “pintaba sobre cartones que recogía de los lugares que acostumbraba a visitar” (como Quiroga pone acá), Olivari también es el paisaje de la escritura de Quiroga, así escribe: “Lo que pasa es que mi juventud transcurrió entre esa gente, entonces para mí ellos no son nada más que una postal. No van a poder ahogar su influjo…”

 

Por todo esto leer a Jorge Quiroga es haber leído ese mundo que con él se sigue leyendo, mundo continuo que se abre y despanzurra entre Dostoievski y Arlt, recuerdo que cuando en una de nuestras charlas le dije que el ruso de enormes tesis no me gustaba me miró y con cara de sorpresa por entender algo clarísimo dijo: “obvio, obvio, es literatura de hombres”.

  

Jorge pone en este libro las cosas que lo unen a amigos y lecturas, una banda que no olvida y apunta: “Como dice Macedonio, o Ricardo, es cuestión de escribir una literatura de crisis, que nos presente, o por lo menos que nos haga  sentir menos solos”. Barra de locos razonantes -la pudo llamar Nicolás, esos que aúnan cierta mordacidad, algo varonil palpable como en algunos tangos pero sobre todo un aire enrarecido por la vida –y estoy citando algunas palabras de este Olivari. Mundo que se pierde si no fuera por estas literaturas de arrabal y autores con demonios rabiosos pero que recuerdan el amor de los amigos, como César Tiempo, el moishe -como dice Quiroga en este Olivari