Existe la saga de los Glass que
inventa J. D. Salinger. Es el universo de Buddy Glass, hermano de Seymour, y
sus textos sobre la familia, compilación de diarios, cartas, así como las
ficciones de Buddy que podemos pensar que son las que leemos en los Nueve
cuentos. Existe la saga de los Duluoz, de Jack Kerouac, quien aclara en la
introducción de Big Sur: “Mi obra comprende un vasto libro como el
de Proust, excepto que mis recuerdos están escritos sobre la marcha en lugar de
después, en una cama de enfermo”. En ambos casos, un grueso de textos funciona
como un solo gran libro. Emilio Jurado Naón evoca ese gesto proustiano de la
narración de largo aliento y del programa narrativo. Sus títulos se enmarcan en
una serie mayor. Así, en El tópico de los dos viajeros (Palabras
amarillas, 2020) despliega las bases de su poética de saga en dos narraciones.
Una ucronía sorprendente, “Las espigas de trigo”, por su capacidad de
actualizar y desarmar la moda pueril de la autoficción, y otra, “Sobremesa” que
parece tomarse en serio esa broma de Osvaldo Lamborghini: «Una literatura
familiar: el deseo (y también las ganas) de prolongar indefinidamente la
sobremesa». (Conversación con Luis Thonis). En el poema Zanja grande (Fadel&Fadel,
2021) aparece en primer plano la música del siglo XIX, como en esas páginas
abigarradas de Joyce que hay que escuchar en voz alta para entender el modo en
que forma y contenido son la misma cosa; un poema para escuchar con los ojos,
un poema que habla sobre los silenciados de la historia oficial. Como si el
poeta pudiera reproducir el fluir de la conciencia de un trabajador del siglo
XIX que cavó la zanja de Alsina, como si emulara la voz de un ser humano/animal
de carga. Así también, en Los Pincén (Omnívora, 2022) Jurado
Naón explora, entre otros géneros, una serie de cartas que reconstruyen una
historia familiar y en las que aparecen Felisa Shoo, esposa de Agustina Roca,
Vicente Pincén y Carlos A. Roca.
Emilio Jurado Naón escribe sobre el pasado, desde el presente fugitivo,
proyectado hacia el futuro, en un acto de solidaridad histórica. Orfebre del
lenguaje, recupera el átomo de un tiempo perdido en su saga de los Roca y los
Yo. Evoca cantones, ejércitos y gestas más o menos heroicas. Agustina
Paz (Emecé, 2024) es la historia de un comienzo. La trama de la novela
despliega la campaña del exgobernador Javier López contra el gobernador de
Tucumán, Alejandro Heredia y el fusilamiento de López y de Heredia. De no haber
sido por la hija del ministro Juan Bautista Paz, Agustina Paz, el padre de
Julio Argentino Roca hubiera sido fusilado. Ubicada en Tucumán, alrededor de
1836, Jurado Naón hace de un episodio perdido de la historia argentina, una
novela histórica que se lee como un largo poema en prosa. Una ficción arcaica,
que remite al origen. De los comienzos de la historia nacional y del arranque
de la propia saga del escritor. Emilio Jurado Naón rastrea en las sombras del
pasado las tinieblas de nuestro tiempo.Quizás el argumento sea un pretexto para
desarrollar una política de escritura. Este libro sirve de ejemplo. Su
narradora discute sobre recursos de la narración, a medida que su recitativo
avanza. Un relato lírico que reflexiona sobre el lenguaje y sus usos: “Comparar
es señal de pereza además de un hábito que obtura la inteligencia sobre las
cosas del mundo. Costumbre perniciosa, a veces inmotivada, que justamente por
surgir de manera automática amerita el esfuerzo de aniquilarlas. Las
comparaciones engañan la imaginación aunque aleguen asistirla; mientras más
rica la comparación, mientras más original, más lejos se descarría la
comprensión de los asuntos”. Agrega: “La metáfora es un salvajismo”. Según la
protagonista, la prosopopeya amenaza con parasitar su narración. Porque es un
personaje con una consciencia aguda del poder de la expresión, como cuando
dice: “(...) ignoro si las palabras tienen, en efecto, un sentido específico, o
al contrario, se ven sujetas siempre, como nuestro ánimo, al flujo cambiante
del propósito con que se pronuncian”. En una trama de rancios abolengos,
rangos, distancias y jerarquías, con pocos personajes, Agustina Paz repone
la historia de un desvío, de un plan delirante de rescate.
Juan José Saer sugiere que la ficción supone una posibilidad de enriquecer la
realidad. No sería una reivindicación de lo falso: “La paradoja propia de la
ficción reside en que, si recurre a lo falso, lo hace para aumentar su
credibilidad” (“El concepto de ficción”). Agustina Paz juega
con formas del anacronismo, en un gesto que aparece en otras de sus obras, como
cuando en su Sanmierto (Leteo, 2019) elige a Juan Bautista
Alberdi, asaz increíble, como el remitente que desde los umbrales le dedica la
obra al autor. Un desfasaje voluntario con el propio tiempo que quizás muestre
cómo nos devora la fiebre de la historia y la forma en la que tenemos que
rendirle cuentas. En ese sentido Jurado Naón resulta un autor contemporáneo, por
lo inactual del mundo que evoca y reconstruye. Como si buscara en ese pasado
histórico la metáfora de un presente no menos tenebroso.
Emilio Jurado Naón escribe para el oído. Engarza con maestría piedras preciosas
de lenguaje en un poema novelado. Hay un despliegue visual y el poema en la
página ocupa el espacio de grandes bloques. Oraciones con subordinadas
hábilmente enlazadas. Frases rítmicas de largo aliento. Perlas de lenguaje.
Como si el argumento de la novela estuviera en un segundo plano y la apuesta
por la vibración del idioma fuera lo que realmente importa. La filigrana verbal
e inteligencia narrativa de Emilio Jurado Naón consiste en usar modelos de la
tradición letrada para innovar y crear una novela con la música del siglo XIX.
Hay una apuesta barroca en su fraseo así como una aventura de lenguaje. A
veces, un poeta se mide por las palabras que sabe usar. La prosa, cuando tiene
fuerza, es poema. En tiempos en los que la escritura pareciera someterse a un
mandato servil de legibilidad vacua, transitable y cómoda, es decir, un fiasco
superficial con pretensiones de adaptación al mercado, los libros de Jurado
Naón escandalizan por su inadecuación. El arte de narrar, en el autor de A
rebato, supone la transparencia irreductible del lenguaje así como sus
matices y complejidades semánticas. Por todo esto es posible leer Agustina
Paz como un poema novelado, tesoro de la lengua, lírica histórica,
moroso teatro de nuestro idioma argentino.