20.10.24

Escribir para entender, por Matías Raia

 

Presentación de Que te guarden sin los evangelios, de Nadia Gómez (Palabras amarillas, 2024)

Las primeras escenas de este libro son terribles y cinematográficas. Un nene sigue las huellas de una bicicleta, va buscando a alguien junto a unas mujeres; él entra primero a la casa y se queda petrificado, y se caga encima, y la música “dijeron que… estaba al tope para encubrir los gritos”. ¿Qué vio el nene? ¿Por qué lo sacaron luego a rastras porque “eso no se podía ver”? ¿Cómo se describe lo indescriptible o lo que preferiríamos no ver? En la escena siguiente la narración lo pone rápidamente en palabras, “La nena apareció ahorcada en un baño en suite” pero el foco no es, todavía, el crimen sino el espacio, la mansión en medio de la villa, el lugar del crimen y la turbamulta que llega a buscar al culpable. “Querían hacer justicia por mano propia”. La gente, los vecinos (luego sabremos que no son solo la gente, los vecinos, sino también los villeros) entran a la casa donde fue encontrada la nena y rompen, destrozan, roban. Dice la voz que narra el relato que descargaban “no solo el enojo y la impotencia por la suerte de esa nena sino además por su propia suerte”. Hacia el final de esta segunda escena, la violación y muerte de la nena se transmuta en la queja de la dueña de la casa y la reivindicación de la propiedad privada: “Yo me pregunto, nos pregunto, por ejemplo, la vida tiene un valor, pero la propiedad privada no la tiene. Una que pagó el lote, que paga los impuestos es una infeliz”. Y ahí, en esa transmutación, en ese deslizamiento, aparece la pregunta: ¿no estábamos por leer una novela sobre la violación y el asesinato de una nena? Y ahí comienza a entrar el ruido, el barullo.

 

Los hechos, los hechos, los hechos. Sí. Pero sobre todo las voces, las voces, las voces. ¿Cómo se narra el horror? ¿Cómo se narra el horror condensado en un acto? ¿Qué palabras tiene la literatura, la crónica, la poesía para descender a la oscuridad? En estas páginas, Nadia se abisma en un caso de pedofilia y asesinato que ocurrió en la localidad de Junín en el año 2018. Se fascina Nadia, se obsesiona, se interroga: “Fue en ese momento cuando formulé abiertamente la pregunta: ¿Cómo es la cabeza de alguien que viola a una criatura?”. A lo Truman Capote, viaja con su pareja y su hijo a Junín, entrevista a testigos y a personas vinculadas al caso (por ejemplo, a la dueña de la casa, Angélica de Quadrelli; al fiscal de la causa), mira el juicio en vivo y en directo, escudriña en la cara del acusado, Juan Carlos Vicalba. Todo eso si lo tomamos al pie de la letra; si leemos Que te guarden sin los evangelios como un texto periodístico, como una crónica realista. Pero no o no solo eso.

 

El relato que teje Nadia nos lleva hacia otras zonas menos estables, tan inestables como la psiquis de un pedófilo, los límites de una propiedad, la convivencia social, el entorno familiar, la justicia. Tan inestables como la mente y las imágenes y las palabras. En este libro, la reconstrucción del caso y sus alrededores entra en un terreno muy ambiguo donde la realidad y la ficción se confunden porque con el correr de las líneas no sabemos si los hechos perdieron el quicio y se volvieron delirio o si la fantasía se volvió cruda y real.

 

No por nada aparecerán los sueños, que no son informativos ni casuales. “El sueño no fue informativo ni casual. Piñón Fijo se abre el traje de payaso y viola a mi hija. Después se pierde entre la multitud pero sin la peluca roja, ni maquillaje, tiene cara de comisario, tiene cara de boxeador, tiene cara de padre de familia, tiene cara de conserje, tiene cara de diputado, tiene cara de guardavida. ¿Dónde estás, hijo de una camada de yeguas? Gritamos y gritamos pero es uno más entre todos los otros que caminan entre negocios. ¿Es ese que cruza hasta la panadería? ¿Es ese que descubrieron en Tolhuin? ¿Ese que trajo el chofer de la gobernación? ¿Es este de la foto tropical? Ahora estamos en un recital y la gente bebe y canta canciones de Charly. Todo es festejo. En un rincón nos viene a hablar un guante de látex y con una regla escolar mide los centímetros de la dilatación. El guante promete que hará que a la niña le nazcan colmillos en la vulva pero no llegamos a ver cómo hace eso ni si le llegan a nacer”. ¿Quién sueña? ¿Quién elige sus sueños? ¿Qué dicen los sueños sobre la realidad? ¿Aclaran o enturbian, se hacen eco o crean?

 

No por nada, también, las voces que se anunciaban al inicio estallan y abren la narración a la violencia de la palabra, como eco de la violencia de los hechos: “Si las madres dejaran de meter machos extraños en la cama, o pusieran más atención a los hijos que a los machos también se podrían prevenir las violaciones a las criaturas, pero últimamente a las minas les importa más un pene que un hijo, y así pasan las cosas por las putitas de las madres” y “¿Qué puede mover a un hombre a violentar a una criatura que no tiene apariencia sexualizada? En el caso de los violadores, dicen, que el goce está en la posesión y la negativa del otro. Con una criatura siempre es abuso, aunque ella tuviera comportamientos sexualizados… Suponete que la nenita se hiciera la linda y moviera el culo… de todas maneras, hay abuso porque es menor y porque tiene que ver con la capacidad del sujeto” y también “DON ALGUIEN dice: Te conozco mascarita. Andate a dormir que tu pobre cerebro está desorientado. Perpetua y trabajos forzados. Que se queme con una pala al rayo del sol. (…) DON ALGUIEN dice: Sí a la guerra, sí a armarse, sí a no pedirle piedad a un gorrita que venga a manosearte a tu familia. Ama, ama, a matar negro”.

 

El cut up barullero que registra Nadia alrededor de crimen de la nena produce una crisis entre lo real y lo ficcional: la violencia de los hechos se multiplica en la violencia de las palabras que intentan decir, interpretar, sentenciar. Cómo se nombra, con qué palabras se nombra. “Ahí donde hay un vacío y la lengua se traba en lo impensable”. El ruido es infernal y el suelo del sentido se desplaza: ¿dónde estamos parados cuando leemos la ristra de maldiciones, puteadas, conspiraciones y emociones que se generan entre los comentarios del juicio a Vicalba? ¿Qué podríamos concluir sobre la mente de un pedófilo y violador en este coro de voces inestable como un tanque vacío de gasolina? ¿Quién tiró el fósforo primero?

 

Nadia escribe para entender.

 

En ese sentido, Que te guarden sin los evangelios es un libro corajudo. Meterse con un caso de pedofilia; intentar pensar cómo piensa el violador de una niña; enchastrarse en las imágenes horribles y la pornografía más baja, en el discurso social y el barullo de las voces es un aceptar la fascinación y mirar el sol negro de frente (aunque no se pueda apagarlo).

 

En las últimas semanas, con otros lectores y lectoras nos acercamos a leer (porque decir “releer” sería impreciso y mentiroso, se trata de una novela que aún aguarda una lectura) Los reportajes de Félix Chaneton, de Carlos Correas, publicada en 1984. La primera nouvelle, titulada “Rodolfo Carrera: un problema moral”, explicita ese problema en un par de preguntas que acuciaban al personaje de Carrera: “¿Qué hacer en un mundo podrido hasta los huesos? ¿Cómo vivir en él?”. Que te guarden sin los evangelios de Nadia Gómez pudo haber sido escrito bajo las mismas preguntas, “¿Qué hacer en un mundo podrido hasta los huesos? ¿Cómo vivir en él?”. Al cerrar sus páginas, como lector, uno queda parado frente a ese problema moral (probablemente irresoluble, seguramente inevitable) y sin embargo, aceptar las preguntas y narrarlas, reconocer que existen, que están ahí acuciantes, no me parece poca cosa.