20.6.22

Cucarachas, por Javier Fernández Paupy

 


Es un espectáculo desagradable entrar en medio de la noche a la cocina, prender la luz y encontrar un festival de cucarachas sorprendidas deambulando por las puertas, por la mesada, escondiéndose debajo de la heladera, detrás de los zócalos, escapando frenéticas por el suelo de baldosas perladas, por la pared de azulejos, por el horno microondas. ¿Qué hacer? Ahí están. Salen de noche, como las estrellas. Decidido como estoy a ejecutar mi karma, me enfrento con mis propias tendencias asesinas y elijo, desde hace mucho tiempo, matar las cucarachas que veo en la cocina. Uso insecticidas de distintas marcas. Mi experiencia en el tema me habilita a afirmar que los productos especializados en matar insectos de casa y jardín también sirven para matar a este insecto antediluviano. Piensen en la divisa del producto: “Los mata bien muertos” y en los alcances de su sentido. ¿Por qué no decirlo? Fomentan solapadamente la masacre. Estar familiarizado con el sinsentido de la vida y matar cucarachas por las noches es una manera de estar atento a la propia muerte. Esas cucarachas que salen por las noches, con su muerte a cuestas en plazo fijo, a patrullar la cocina oscura, ¿qué quieren de mí? Porque podemos ser parte de todo sin ser víctimas de nada. Quizás no haga falta matarlas. Las cucarachas parecen ser la imagen viviente del asco y de la repulsión. ¿Qué es lo que las vuelve tan horribles? En las puertas, en las rejillas y en otros posibles lugares de ingreso. El gel mata cucarachas Raid asegura que “mantiene a las cucarachas fuera de su casa, gracias a su excelente poder residual”. En las recomendaciones de uso se habla de áreas infestadas y se sugiere no dejar restos de comida ni de agua para que las cucarachas se vean más atraídas hacia el gel y se alimenten exclusivamente de éste. Aseguran que la acción residual del producto protege del oprobio de las cucarachas por tres meses, que no deja olor ni mancha superficies, que actúa durante las 24 horas del día, que mata cucarachas grandes y pequeñas y que también mata a las que se esconden en el nido y a sus crías, por contacto. Aseguran que las cucarachas empiezan a morir a las 48 horas después de comer el gel. El lema del producto es: “Elimina las cucarachas que ves y las que no ves”. Quizás el más efectivo y mortífero de los productos que compré haya sido el gel para control de cucarachas Maxforce forte, de Bayer. Su venta y uso estaba reservado para aplicadores profesionales,  pero conseguí una ferretería en la que lo vendían como cualquier otro tornillo. Su acción letal producía la muerte de las cucarachas a pocas horas de haber ingerido el veneno. Era muy usado en restaurantes, hoteles, hospitales, escuelas, barcos, aviones, micros, fábricas, salones en general y casa de preparación de comidas, donde el vejamen de las cucarachas podría traer consecuencias nefastas. Era un cebo de color marrón claro y gelatinoso que se adhería en todo tipo de superficies.

A veces encontraba partes de cucarachas en la cocina. Una patita marrón brillaba, sola, en el repasador amarillo. Por las mañanas, bichos a medio morir patas arriba en extrañas contorsiones. Sobre el tema leí algunos textos pero quizás ninguno tan edificante como el relato de Javier Villafañe “La cucaracha”, un cuento breve que habla sobre la vejez y la soledad. Clarise Lispector escribió sobre el asunto en “Cinco relatos y un tema”. Explica cómo matar cucarachas con una receta casera de azúcar, harina y yeso. En el tono de un policial se hace cargo del asesinato. Hay un plan y un crimen. Lispector escribe, en 1969: «De día las cucarachas eran invisibles y nadie creería en el mal secreto que roía una casa tan tranquila. Pero si ellas, como los males secretos, dormían de día, allí estaba yo preparándoles el veneno de la noche. Meticulosa, ardiente, avivaba el elixir de la larga muerte. Un miedo excitado y mi propio mal secreto me guiaban. Ahora yo sólo quería gélidamente una cosa: matar cada cucaracha que existe». En lo personal, cambio todo el tiempo de opinión. Ahora me resigno a compartir la vida con su presencia repugnante. Trato de convencerme, diciendo que son inofensivas, que la idea misma de fealdad o asco es cultural y varía como las percepciones. Habrá una época en que no me resista a abrir los cajones y sentir miedo a encontrarme con alguna cucaracha o pensar que viven y se reproducen en los intersticios del suelo o los marcos de las puertas.

Insisto. Hablo sobre el exterminio de cucarachas. El tema no me abandona. No es fácil decir la última palabra sobre algo así. Los productos evolucionan. Evolucionan también los métodos de exterminio sofisticado. A veces, voy a la cocina y sorprendo a una cucaracha inmóvil, como si estuviera meditando sobre su efímero destino, con sus largas antenas apenas ladeadas para un costado. Otras veces, voy al baño y descubro que hay cucarachas caminando por la puerta o por los azulejos blancos. Entonces tengo siempre a disposición un aerosol con una nueva fórmula Paralyzer Shock, que como sugiere la publicidad, mata a las cucarachas antes que escapen. Naturalizar estas matanzas supone una actitud de verdugo constante. En cualquier momento podemos vernos en la obligación de tener que hacer de una situación cotidiana, como ir a defecar o lavarnos los dientes, una acción que convierte al baño en un cementerio de insectos.

Las cucarachas aparecieron adentro del microondas, en la heladera y en el congelador. Las veía caminando, burdas pero delicadas, por las paredes de la cocina. En los burletes de la heladera encontré cucarachas bebés. En el congelador descubrí cucarachas. ¿Se adaptan al frío? Dudo mucho de la inteligencia de las cucarachas. Por las mañanas las encuentro amontonadas alrededor de un fideo crudo. ¿No saben trabajar en equipo? ¿Por qué no trasladan la comida entre varias? Desarrollé mi crueldad con algunas cucarachas que encuentro por las mañanas en la bacha de la cocina. Abro la canilla del agua y las ahogo. Se diría que disfruto viéndolas irse por la cañería, arremolinadas y sin salida. Pero, también, practiqué santidad rescatando algunas cuyo destino obligado parecía ser el aplastamiento por la suela de algunas de mis zapatillas y con una hoja de papel las trasladaba al balcón, donde les deseaba un buen viaje.

Vivimos dos años en ese segundo piso. Eran cuatro ambientes luminosos con ventanas que daban a un estacionamiento rodeado de árboles. Sí, compartíamos el domicilio con una legión de cucarachas, pero el lugar nos gustaba. No nos renovaron el contrato y tuvimos que desmontar esa vida pasajera y mudarla a otro departamento de alquiler, mucho más chico y más costoso. Recordando el tiempo vivido en ese espacio, diría que hasta extraño a las cucarachas que vivían con nosotros.