Era una novela barata
donde el tiempo volaba
y también dolía
dejando sobre la cara
la marca de una cicatriz.
Como un amuleto sucio
que colgaba del cuello,
como un diente de tigre
listo para el desgarro.
En sus páginas caía
la tarde sobre los barrios bajos
y en una cordillera de edificios
empezaban a prender la luz.
Él estaba en un retén
controlando unos autos,
porque tenía el dato
de que se iba a hacer
una gran operación.
Claro, un informante
había cantado...
Era un policía de narcóticos
en Mozambique y también
un adicto en Kenia.
Era un drogadicto y un agente.
Sí, lo era, dos personas,
pero que inexplicablemente
eran solo una...
Porque era un ser que alternaba
entre dos dimensiones,
acaso puramente humanas,
habitando dos cuerpos
llenos de odio y fracaso.
Uno se tomaba la fiebre
con un hueso de gallina,
esperando su dosis de veneno,
digámoslo sin asco.
Tenía hijos y vivía en un rancho.
Pero cuando era el otro lo hacía
en un edifico nuevo
de la zona del puerto
desde donde miraba paranoico
esa parte de la ciudad.
No podía dormir, estaba loco.
Había hecho negocios
que salieron mal con gente
del hampa más pesada
que ahora lo buscaba
para matarlo.
¿Y cuando él muriera,
moriría el otro también?
No era seguro, pero igual
muy probable...
Era un policía de narcóticos
en Mozambique y también
un adicto en Kenia,
que se escondía entre bolsas
de basura de las negras, grandes,
para drogarse, lejos de su familia.
Tomado de: Francisco
Garamona, Tener un amor, Ediciones
Arroyo, Santa Fe, 2020.