31.7.20

El sillón y la cama, por Gustavo Álvarez Nuñez

 

  

El sillón

 

 

Recuerdo aquella vez

que la terapeuta

me preguntó

si existía un lugar

donde me sintiese seguro

 

 

Sin dudar, exclamé:

“En el amplio sillón de mi casa,

rodeado de las sonrisas

de mis amigos,

es el sitio donde me siento

más seguro”.




II

 

 

 

Escribir en ese sillón, ahora

 

 

Podría decir

que muchas veces

miro el mundo desde aquí:

la inmensidad

cercana del cielo

que irrumpe en el balcón,

los distintos destellos

que van acompasando

el transcurrir de las horas,

el avance de los autos

y las conversaciones

caminantes de mis vecinos.

 

 

 

III

 


El mundo,

en su vastedad,

luce pequeño

desde aquí

 

 

Sin embargo, el sillón

no sabe mucho de esto

 

 

Su misión es más pueril

y además ardua:

reestablecer las relaciones

entre ese mundo y yo.

 

 

 

IV

 

 

Guarecido

en su comodidad

–varios amigos

me han ofrecido comprarlo–,

son muchos los pensamientos

que evaden su cometido

 

 

Tal vez

en ese gesto

entre casual y marcial

–al fin de cuentas,

el sillón está obligado

al tutelaje de mi persona–,

se pueda medir

el calibre de su solidaridad,

el mérito de su compromiso

 

 

Sabe

que su disposición innata

privilegiará

el fluir del tiempo.

 

 

 

V


 

Si vuelvo a él

es para arroparme

en la memoria

de mis amigos,

sus voces,

sus respuestas sagaces,

sus comentarios beligerantes,

sus aires de franqueza,

sin otro fin

que devolverle a la casa

su infinita tarea doméstica

de protegernos.

 

 

 

VI

 

 

Me sumerjo

en su piel ladina

–un cuerpo que se arroja

en otro cuerpo–

para valorar las palabras

de mis amigos,

la constatación

de una vanidad

dulce y chocante,

esa que enarbola

la fragilidad

como puente

a tener una vida.

 

 

 

Refugio

 

 

¿Ni la menor

intención

tiene la vida

de refugiarse

bajo un techo

de quietud

y reposo?

 

 

Da puntadas

con su displicencia

matinal

y se burla

de todo,

sin ser

consciente

en los embrollos

en que

nos sume.

 

 

 

El hambre del drama

 

 

Como las cenizas

de otro cigarrillo

que se consume,

el drama

tiene hambre

y anhela

sentarse

en nuestra mesa.

 

 

 

Sólo el transcurrir


 

Sólo

el transcurrir

solapado

del tiempo,

abriendo

grietas

donde antes

había

tierra fértil

 

 

¿A quién no

le encantaría

diferir

la capacidad

que posee

el cuerpo

en adaptarse

a la ciénaga

del dolor?

 

 

Sólo

el transcurrir

solapado

del tiempo.

 




Poemas tomados del libro El sillón y la cama, de pronta aparición en Caleta Olivia.