Sobre
Eunoe, de Luis Thonis (Ediciones Último
Reino, 1991)
Al
final del Purgatorio, Dante arriba al
paraíso terrenal. Allí se nos habla de dos ríos: al Leteo griego, el río del
olvido que atraviesan las almas de los muertos, se agrega el Eunoe, cuya
etimología, también griega, nos dice que es el río de los buenos pensamientos.
Así le es explicado a Dante: uno quita la memoria del pecado, el otro devuelve
la de toda buena acción, y deben ser gustados en ese orden por quienes habrán
de ascender al paraíso celestial.
Eunoe,
sonoro, el río de los buenos pensamientos, el que devuelve la memoria de toda
buena acción, último peldaño en el ascenso al paraíso celestial, es el nombre
que Luis Thonis ha dado a su segundo libro. Y si en el anterior, Siglo de manos y la criatura (1987), nos
decía que “las cosas empezaron a andar mal desde que todos quisieron ser amados
a cualquier precio”, ahora nos recuerda en unas palabras preliminares, por si
era necesario, que la advertencia de Dante acerca del Paraíso, a principios del canto II, antes de introducirnos
definitivamente en su recorrido, nos impide confundirlo con una arcadia
desplazada, un lugar plácido. Como en Dante, su paraíso no será bucólico. El
Leteo no implica un mero olvido: el olvido implica la necesidad de un duelo, y
el duelo implica dolor.
Así,
entre las aguas de tal doble vertiente, fluye este libro. “¿… un relato un
poema una fábula?”, pregunta por ahí uno de esos textos extensos que oscilan
entre la canción con rima asonante irregular, el verso suelto y la prosa
ritmada con ejes narrativos más o menos nítidos según los casos. En esta
variedad de registros se reconocen, sin embargo, distintos intentos de abordar
el mismo barco, aquel de la advertencia de Dante cuando se apresta a “navegar”
el paraíso. Pero no sólo no se trata de un lugar plácido, sino que ni siquiera
se trata de un lugar físico que pueda ser descrito. Se trata del ámbito oscuro
y demasiado a menudo soslayado en el que se lucha contra el mal del que cada
uno es culpable; el que está en su propio interior. Sin arrostrar este combate,
el duelo es imposible. Por este río se conduce y nos conduce Thonis,
enfrentándonos con las miserias que nos rodean como pan cotidiano: los seres
famélicos, sí, pero también el canibalismo en que nos sumergimos en los
distintos mercados, desde el de la esquina hasta el de las letras. Y todo esto
lo hace en carne viva; desvistiendo con ironía la hipocresía que nos cubre cada
vez que despertamos; poniéndonos, con un tono fabulesco, y casi pesadillesco,
que recuerda a veces ciertas narraciones de Gombrowicz y Osvaldo Lamborghini,
ante un espejo en que no cualquiera tolera mirarse. Con ciertos recursos que
entre nosotros remiten demasiado ligeramente al patrimonio borgeano: el
manuscrito fuente, el héroe narrador que termina delatándose traidor camuflado
de traicionado. De la delación a la traición, puntos cruciales de toda
elaboración, travestismo hipócrita hasta que se revela la diferencia
fundamental: el traidor se reconoce y firma, da su nombre y asume su culpa.
Un
discurrir difícil, arduo, diferente, personal, erudito, inteligente, sólido y,
sobre todo, valiente. Textos para gustos variados: alguien preferirá unos;
otro, otros; pero los muchos no tolerarán verse reflejados en un paraíso que no
los incluirá a menos que se reconozcan a sí mismos, y hablarán secretamente de
algo excéntrico, inaccesible. En nuestra época, a los que incitan a pensar
pretenden sepultarlos en la hoguera de la indiferencia.
Tomado
de: La Capital, Mar del Plata,
23.08.1992 y Diferencia 3, Quilmes,
1992
Republicado en:
www.pabloingberg.com.ar