Mi padre
Ayer por la tarde me asomé por la ventana y vi a mi
padre, en medio de la lluvia, arreglando el auto. Del hombre enfundado en su
piloto azul oscuro queda poco del hombre que conocí. Este hombre es otro, alguien
que quiere seguir el río hasta alcanzar el mar. Ahora manipula cables, usa una
tenaza y le cambia el aceite al auto. Desde mi ventana no alcanzo a verle la
cara, solo escucho su voz cuando mi madre le abre la puerta. A esta hora los
rieles del tren parpadean distinto, en un brillo intermitente que combina el
azul con el plateado. Un brillo apagado como el de los poemas de Robert Lowell.
Me pregunto si el día en que se muera, mi padre, también, lacónico y casi
descompuesto, se tumbará en la cama a esquivar eso que no puede ser esquivado.
Lorelei
Una noche de verano fuimos a una
restaurante chino a festejar tu cumpleaños.
Nosotros dos delante de una torta que trajo una asiática de expresión
laxa por un pasillo angosto. A determinada hora llamaste a tu madre desde un
teléfono público, y pude escuchar tu voz a punto de quebrarse, mientras yo veía
un gusano blanco retorciéndose en el interior de un cuenco mal colgado de la
pared, sombras chinas que bailaban en un biombo de segunda mano, y un libro
rojo con la portada de un dragón dorado procesando una experiencia demasiado
antigua. Esa noche terminamos tirados en el jardín abandonado de una iglesia,
como barajando un terror con la expectación fría de los condenados, sabiendo
que todo iba a derrumbarse pronto, sin embargo seguimos, obstinados, y a los
tumbos, con miedo y confiando en un futuro que ya tenía mucho de souvenir.
Llueve
En el
lavadero trabaja un ruido extraño como de camión de basuras al comprimir bolsas
de plástico. La gata se asusta y va a la terraza. Los geranios abandonados,
acostumbrados. Llueve sin método, solo un rumor acuoso cae del cielo. Me gusta
estar acá, visitando amigos con el pensamiento. A veces las cosas bajan por la
pendiente equivocada. Leo y dibujo puentes en el borde del diario. Sobre la
mesa: un llavero de un hombrecito de barba e impermeable naranja que parece a
un escritor famoso. Llueve y salís a la calle con el amuleto. Dejas una moneda
y un lápiz enano sobre la mesa. Saludas a la gata como a una nenita que te cae
bien.
La vida
Llueve:
los árboles en el fondo de la casa: parece que están ahí desde hace un millón
de años. Pasa el tren nocturno y hace vibrar la tierra. En la casa de la
esquina las persianas siguen bajas, no se escuchan voces ni el piano de huesos
electrificados. Un perro hurga en el césped en busca de una señal antigua. Una
alarma suena en la cuadra, y nadie abandona la zona confortable de sus
habitaciones. La gente que alquilaba el lote de la esquina ya no está y
empiezan a llegar cartas, cuentas, reclamos ocasionales en forma de papel. La
vida en suspenso anida rápido en cualquier lugar.
El pájaro canta
una mañana
Me desperté este
día de mierda pensando en Z. En cómo el tiempo se había llevado los colores
pintados en tu cara hacia otro lugar, hace mucho tiempo. Una amnesia repentina
me embarró la cancha demasiado pronto. Neblinoso tiempo de desamor: una persona
que se despierta tarde, se encorva sentada sobre la cama, reniega
posibilidades. Otra corre por avenidas ruidosas en el vértigo del día. Busca
algo que comprarle a su madre, un reloj cucú de mano o un ungüento caro,
demasiado caro, para embadurnarle la cara triste y como momificada. Ahora
quedan arrebatos de furia confusa, estallidos de una alegría que esconde una
depresión crónica por no poder correr más rápido, por no poder ponerse los
pantalones de una puta vez. Un estallido quiebra los vidrios del ventanal.
Miras afuera, un pájaro canta una melodía agridulce. Es un canto, al fin y al
cabo, no? Tiene el pelo desparejo, y parece un punk con su cresta verde algo
embarrada por la mañana fría y lluviosa. Está ahí, delante tuyo pidiéndote con
su canto que testifiques, que des todo de vos de una puta vez, que lo hagas y
ya… hacelo, te susurra… No tengas miedo, entrega tu corazón y tu verdad.
Grítala al viento y al sol hasta que este se vuelva cuadrado. El pájaro ya no
puede cantar, la garganta se le hizo un nudo con una pelotita marrón de comida
que le robo a un animal doméstico de su recipiente. Eso ya no tiene
importancia, algo late dentro tuyo. ¿Lo vas a dejar salir o morir así nomás?