21.9.16

El charco de saliva, por Javier Fernández Paupy



Todos se aburrían cuando hablaba del imperativo categórico. Leía en voz alta ideas resumidas de manuales. Ese año, en su clase cuarenta y dos, sintió que de su boca salían unos chispazos. Era como un ruido gutural entre los dientes. Escupió al suelo y del punto de saliva se formó un charco que creció cinco centímetros. El charco le dictaba frases. Él quería repetirlas pero cuando trataba de hacerlo decía cualquier cosa. El charco lo acompañaba a todas partes, dando pequeños saltos. Durante una clase, el charquito susurró desde el abajo: «Decí que la música es música. Y no algo que señala otro algo. Por eso el arte no sirve para denunciar o expresar.» Cuando quiso repetirlo sólo atino a decir: «No sabía cómo iba a ser esta clase y no imaginaba que fuera así.» Un estudiante con cara de murciélago lo miró desconfiado desde un banco del fondo del salón. Pero la arbitrariedad más ordinaria de la vida no parecía importarle demasiado ahora que lo acompañaba un charco de saliva que le dictaba frases.
Tomado de : El triángulo de la Merluza, año 2, nº 4.