I.
Desde la
inocencia, era cálido y dulce el albor en esos días, los sonidos anidaban en la
ventana para anunciar las horas. Mientras el cielo se teñía lentamente del
color del anhelo, comenzaba el nuevo día y todos sus matices solo podían
percibirse con la pureza. Los ruidos y los aromas nacían en los sueños de una
niña que movía la grava con sus blancos pies de seda. El sonido idéntico al
frenesí del agua invitaba a las ramas del sauce a entregarse en caída libre a
la fluencia del viento. Queriendo alcanzar el suelo como quien urge el contacto
con la tierra. La niña quiere atrapar el aura con sus manos diáfanas, pero se
le escurre. Quiere atrapar el tiempo volátil, pero se le escapa. Corre tras él
y se detiene. La forma del miedo aguarda, expectante. Tiene brazos fuertes y
manos grandes, ásperas, con las que trazará un laberinto para que entre ella.
Entonces se pierde en el juego, sigue el camino de los años, como huyendo de un
cazador. Tratando de no ver el vértigo del mundo real, como si esto arrojase un
conjuro maléfico sobre su suerte, quemando sus ojos puros con verdad: -Cuídate
de no ver, de no sentir, la negligente indolencia de los seres que te rodean y
de los que te encontrarás… que te harán probar el gusto de la oscuridad. Llega
a la salida con una marca de fuego en la cara y en sus manos, las rodillas
rojas y los pies con barro. Nadie lo nota solo ella en secreta desnudez. Las
manos del miedo fueron moldeando una celda con su cuerpo. Ya no es una niña.
Ahora practica la alquimia, quiere congelar el tiempo que le queda, para
atesorar y vivir aquello que amó en los sueños aun estando despierta. Pero se
olvida, que el hielo también quema.
II.
Olvidar,
a veces no es más que juego perverso; en donde el tiempo es un cazador que
asecha el rastro de huellas de barro y sangre en los pies heridos de una niña
que deambula un bosque fantasma. Abandonándose al destino que yace en la
brújula rota entre sus frágiles manos. Aprieta con fuerza, las agujas imantadas
tuercen el rumbo, para recordarle una y otra vez como se sentía el vidrio
astillarse en su piel mientras se camina en círculos. Sus labios partidos dejan
escapar el último aliento que, trémulo se condensa en el gélido soplo del
viento, formando nebulosas visiones, que tiemblan al oír el latido apresurado de
un corazón atravesado por las ramas del ébano. La cadencia del miedo, es una
melodía inolvidable y la memoria de una ilusión muerta, un silencio
irremediable.
El amor, a veces se quiebra; para recordarnos
como dolía nacer.
III.
La
madrugada se colma de sueños que se confinan a las profundidades de los
placeres más oscuros y perversos. Abismales. Cuerpos mutilados prorrogando el
júbilo anhelado, para aferrarse a la leve sospecha que augura un descenso. Un
rostro embriagado por el sabor de la sal, vaticina el éxtasis de las
encarnaciones del deseo, que escapan furtivas de la fémina cueva. Desplazándose
en retirada, abriéndose paso sigilosamente en el interior de unos muslos
erizados que se impregnan del lúbrico fluido del olvido. Ya no hay gracia serena, solo una triste
contemplación de los actos. Una
profanación silenciosa al necesario hábito de avanzar.
IV.
La urgencia por recapturar los recuerdos
perdidos. Abrazar los momentos, sentirlos. Cruel utopía, como daga filosa que
se mueve fugaz a lo largo del tiempo para atravesar los destinos. Una estaca
que penetra juventudes y almas en búsqueda. Anclándolas a una inexorable
existencia estática: La de contemplar esa eterna orgía narcótica de espejismos
quebrándose en aquel subterráneo húmedo, donde se saborea el constante gusto
del deseo más íntimo y la inevitable pérdida de lo amado.
"No es el primer amor el que mata, es el
último".
La velocidad se manifiesta. El tren se dirige
inalcanzable hacia el infinito, se aleja de la estación donde está ese cuarto oscuro
con la cama deshecha, al que nadie vuelve, pero nadie olvida.
Vientos
de fuego
Agitan
las sustancias ennegrecidas
Donde
se hunden los cuerpos inanimados
Suspendidos
bajo el fluido del placer.
Quisimos
tragar enteros
Los
frutos que alguna vez
Supimos
cultivar en el último jardín
Del
deseo.
Anidamos
dentro del vientre de un animal
Para
protegernos de las llamas,
Hallar
la humedad en la envoltura sagrada
De
tibias texturas viscosas,
Que
nos resguardaban de la intemperie.
Pero
las vísceras nos asfixiaron
Entre
posesiones esquivas
Y
las perversiones más bajas.
Profanamos
los tejidos en el delirio
Y
fuimos autores de la derrota
Después
del ardor.
Nos
arrancamos de cuajo los miembros
Sabiéndonos,
salvajes y sangrientos,
Embriagándonos
en la gula del cuerpo.
Ahora
en el último acto de piedad
Nos
lamemos las heridas y la sangre,
Pero
nunca volveremos a estar limpios otra vez,
No
al menos antes de que el fuego
Lo
consuma todo.
Slow Burn
Mira
la ciudad
Se
está quemando lentamente
Y
junto con ella
Ciertas
juventudes:
Las
vividas, que se diluyen
En
anécdotas pasadas.
Y
en cuanto a las no vividas…
Bueno,
sueño en el lugar donde nos están esperando
La
puerta del destiempo abierta de par en par
Porque
todavía hay un rincón donde el fuego no llegó
Entonces,
ahí nos veremos
Mientras
los demás viven en las fotos
Porque
ya crecieron
Se
aburrieron y se durmieron
Allí
nos veremos, sórdidos y vibrantes
Viviendo
en la noche y las calles
Para
terminar de quemar lo poco que queda
Porque
acaso ¿no era eso lo que queríamos?
Arder,
lentamente
Desafiando
al solsticio
Contorneándonos
fatales
Entre
la humareda y el sonido
Las
risas y los besos
Las
lágrimas y la locura.
Brillando
bajo las luces
A
través de las llamas de neón
Que
se agitan trémulas
Al
unísono del beat
Y
el corazón.
Hasta
acabar
Desvanecer
Despertar.
Hasta
el próximo poema.
Tomado de: Antonella Vallejos. El lado asesino de la luna, 2014