Hace frío: tres ratas y un niño
van camino a la escuela. Cruzan puentes donde la nieve se estanca sobre lagos
congelados. En un laboratorio saltarían en la rueda un año entero, mientras el
niño las convidaría con maíz adentro de una caja de cristal. Yo las vi mientras
tomaba un helado en la casa de un amigo. Hablábamos del pingüino que duerme en
la heladera de la municipalidad. Tres ratas y un niño van camino a la escuela.
Esto no quiere decir que no divagan, que no pierden el tiempo. Dejaban en el
sueño marcas de ir arrastrando los pies, tras el vidrio verde que refleja la
pantufla, las ratas masticaban mampostería en pedazos. Al caminar se contaban
cierto relato que empezaba así:
“Había una vez un hombrecito de
queso, lo que era muy extraño, ya que en su familia todos eran normales. Cuando
se paseaba por la plaza, algunas personas se acercaban a él para poder comer de
ese queso alimenticio, muy sabroso, famoso en el mundo entero. En aquella época
la comida era muy cara, por eso el hombrecito valía su peso en oro.”
Las ratas se alucinaban y
pedían una y otra vez que el niño les contara la historia del hombrecito de
queso llamado Manrique… Creen ir bien cuando caminan en línea recta, se
equivocan: dan de bruces contra el alambrado de una fábrica. Despiértate niño,
le gritan los hombres camino al trabajo. Es que todo parece más fácil mientras
la nieve cae… Dentro de la escuela los espera una estufa, que prenden de día y
en la noche silba.