(Prólogo a Lewis Carroll, A través del Espejo, traducción de Pablo Ingberg, de próxima aparición en Editorial Losada)
Es
difícil exagerar la importancia que ha tenido en la historia de la literatura
este libro para niños de todas las edades: su influencia implícita y explícita,
directa e indirecta, en mucho de lo que se ha escrito después es literalmente
inmensurable, aun si en buena medida secreta. Lewis Carroll (seudónimo
literario del diácono anglicano, profesor de matemática y autor de libros de
matemática y lógica Charles Lutwidge Dodgson,
1832-1898) había escrito ya entre 1862 y 1863 una primera versión y publicado en
1865 una segunda versión de Alicia en el
País de las Maravillas, donde, a la par de su compatriota Edward Lear
(1812-1888), había hecho entrar por la puerta grande de la literatura de autor
la larga tradición anónima del disparate (nonsense),
cultivada desde hacía siglos en canciones y poemas infantiles ingleses (nursery
rhymes) y en alguna que otra poesía afín. Lear se
había adelantado un poco a su colega en esta empresa con la primera edición de
su Libro de disparates (A Book
of Nonsense), de 1846, pero buena parte de su obra de
este género es contemporánea y posterior a Alicia.
No se sabe que se hayan conocido entre sí, pero ambos se dieron la mano en este
asunto de poner patas arriba la lógica convencional mediante juegos de palabras
y de sonoridades. En cualquier caso, con A
través del Espejo Lewis Carroll subió la apuesta: al desbarajuste lógico de
Alicia le agregaba ahora un sistema.
Veamos.
Lear en sus disparatados limericks (poemas
de cinco versos) y Carroll en Alicia en
el País de las Maravillas (o Alicia
en Maravilandia, otra posible traducción del título), cada uno
a su modo, habían desarrollado de manera intensiva y extensiva lo que en las nursery
rhymes era una larga hermandad de cabos sueltos, o un
archipiélago de islotes sonoros. El trasvase de las rimas folclóricas
disparatadas al desarrollo narrativo afín puesto en práctica por Carroll puede
observarse fácilmente en el uso que hace en A
través del Espejo de tres de esas composiciones tradicionales, a cuyos
personajes da vida ficticia: Mañolón y Mañolín (Tweedledum and Tweedledee,
capítulo IV), Rondo Tondo (Humpty Dumpty,
capítulo VI) y el León y el Unicornio (capítulo VII) eran personajes de
brevísimas rimas folclóricas que todo niño de la época había escuchado o leído,
y de pronto esos personajes cobraban “vida” dentro de una narración; en otras
palabras, unos pocos versos de composiciones aisladas inspiraban episodios
enteros de un relato o cuento (así, tale,
lo llama en inglés el propio autor). Eso estaba ya en el espíritu y la letra de
Alicia. ¿Qué trae de nuevo A través del Espejo? Precisamente el
acto, muy simbólico por cierto, de atravesar el espejo y ver todo desde el otro
lado, al revés, patas arriba.
Por
lo tanto, el desbarajuste es ahora sistemático (imposible no sentir en esta
frase la resonancia más o menos contemporánea y en cierto modo afín del radical
“desarreglo sistemático de todos los sentidos” preconizado por Rimbaud). Pero
el sistema no surgió por arte de magia, sino con la colaboración incidental de
otra Alicia en esa búsqueda. Breve historia. En una carta del 24 de agosto de
1866 a la editorial Macmillan, la que había publicado Alicia en el País de las Maravillas un año antes, escribía Carroll:
“estoy pensando en escribir una suerte de continuación de Alicia”. El 24 de enero de 1867 menciona por primera vez en su
diario que está escribiendo A través del
Espejo. El 4 de enero de 1870 anota también en su diario: “Terminé el
manuscrito de A través del Espejo”.
Aparecería publicado en diciembre de 1871, aunque como fecha de edición figura
1872. Ahora superpongamos otra capa de historia. Alice Liddell, la inspiradora
del personaje Alicia y primera destinataria de estas narraciones, declaró años
más tarde que muchos de los episodios de esta continuación del País de las Maravillas en el mundo del
otro lado del espejo están basados en cuentos de ajedrez que Carroll les
contaba a ella y sus hermanas cuando estaban aprendiendo a jugar a ese juego.
Pero en 1868 intervino una pequeña tocaya de la niña, Alice Raikes, parienta de Carroll. Él le
puso una naranja en la mano derecha y le preguntó en qué mano la tenía. Luego
la llevó frente a un espejo y repitió la pregunta: en el espejo estaba en la
izquierda. Le pidió una explicación, y ella dijo que, si se pasara al otro lado
del espejo, seguiría teniéndola en la derecha. Esa llave abrió la puerta del
sistema.
Una
de las formas en que en inglés se dice “al revés, a contrapelo, en sentido
contrario” es the wrong way, que
significa literalmente “el modo o camino equivocado”, o incluso “el mal
camino”. Esa expresión figura tres veces en este libro, la primera enseguida
del comienzo, todavía de este lado del espejo, en el segundo párrafo del
capítulo I, referida a la manera en que la gata vieja limpia a sus gatitas: a
contrapelo. Dodgson alias Carroll vivió toda su vida en la época victoriana,
conocida entre otras cosas por sus rígidas convenciones, a las cuales él, por
lo que se sabe, se adaptaba perfecta y gustosamente, incluso en esa peculiar
relación suya con niñas (hoy seguramente estaría en la cárcel por una sola
faceta del asunto: fotografiar a impúberes desnudas, por más que él lo hiciera
con aprobación de las madres y de las propias niñas, que además lo recordaban
luego con afecto, indicio de que, fuera del hecho nada menor de que las
fotografiara así, no habría nada demasiado incorrecto en la relación). El propio
señor Henry George Liddell, coautor de un importantísimo diccionario de griego
antiguo aún en uso y padre de Alice y sus hermanas, dejaba a las hijas en
compañía del diácono Dodgson, quien las maravillaba con sus historias. Aunque
en los dos libros de Alicia las convenciones sociales victorianas aparezcan
algo desbarajustadas o dadas vuelta, a contrapelo, de hecho están presentes
todo el tiempo, lo que incluso en más de un caso hace imprescindibles algunas
notas aclaratorias para lectores actuales. Es en ese mundo de convenciones
donde el otro lado del espejo da lugar a un sistema, el sistema del “mal
camino”, del dar vuelta todo. Y ese sistema está en la base misma de lo que
constituye lo literario: lo que los formalistas rusos llamarían luego singularización,
extrañamiento. La misma idea extrema de lo especular que Kafka traduciría en
expresiones como “el pozo de Babel”, tenebroso espejo de la torre homónima. Lo
atractivo y a la vez inquietante de las narraciones de Alicia es que lo
convencional está presente todo el tiempo, aunque extrañado casi siempre y
trastocado a cada paso, tomado a contrapelo.
Las
maneras en que se lleva a la práctica ese trastoque son muy diversas. Desde las
más obvias, como que los libros estén escritos al revés tal cual se los ve en
un espejo, o que para llegar a un lugar haya que ir en sentido contrario, hasta
procedimientos más sofisticados a nivel lingüístico, como el de desarticular el
efecto de expresiones corrientes tomándolas al pie de la letra, o a nivel
conceptual, como el de hacer que un monstruo fabuloso, el Unicornio, crea que
las niñas son monstruos fabulosos, pasando por tembladerales de toda convención
comunicativa como el bosque donde nada tiene nombre, o de toda convención
realista cuando, artificio supremo del espejo, Alicia sueña que el Rey Rojo la
sueña que ella lo sueña que él la sueña y así hasta el infinito, en sueños
paralelos que, en las matemáticas del revés, se tocan.
Un
recurso lingüístico merecedor de un párrafo aparte es el de los neologismos,
las palabras inventadas. Se trata de otro elemento proveniente de las rimas
infantiles tradicionales al que Carroll otorga entidad sistemática, es decir,
presencia constante y determinante en su sistema disparatado. En casi toda nursery
rhyme hay algunas palabras inventadas, concebidas
sobre la base de su sonoridad y de las resonancias semánticas que puedan
evocar. En notas a la traducción se verán algunos ejemplos, relativos a nombres
de personajes tomados de esa clase de rimas (Tweedledum y
Tweedledee, Humpty Dumpty).
Pero en el poema “Parliferia” (Jabberwocky,
cuya primera estrofa ya había publicado en 1855 Dodgson en una revista casera
para diversión de sus hermanos), el recurso se extiende al punto de abarcar más
de un cuarto del total de las palabras, proporción que se elevaría a más de la
mitad si sólo se contaran las de mayor peso semántico: sustantivos, adjetivos y
verbos, y se excluyeran del total las de apoyo estructural como artículos,
pronombres, conjunciones, preposiciones (adverbios casi no hay). En suma, lo
que en las rimas folclóricas era un condimento de sabor disparatado se
convierte en el meollo y la sustancia: todo el peso del lenguaje está en la
invención. Uno de los procedimientos que aplica para tal fin es lo que él mismo
bautiza en este libro portmanteau words,
“palabras baúl”, en alusión a los baúles de viaje que se abrían por la mitad,
de modo que sus dos mitades unidas formaban un todo que no es sólo la suma de
ambas partes. Es decir, se trata de palabras que no se acoplan una a continuación
de la otra de manera que podría separárselas en sus componentes con, por
ejemplo, un guión, sino que se mete una dentro de otra formando por amalgama
algo completamente nuevo. Un ejemplo tomado de la traducción de “Parliferia” es “enhoscado”,
mezcla de “enojado” y “hosco”. Pues bien, este procedimiento de las palabras
baúl y otros de invención verbal que Dodgson-Carroll llevó de la palabra
aislada al poema entero es el que ampliaría aún más a todo un libro James Joyce
en su Finnegans Wake, publicado desde
1924 por partes y en 1939 completo. En el ámbito de la poesía hispanoamericana
había aplicado ya bastante la invención verbal el peruano César Vallejo en Trilce (1922), y luego lo harían a nivel
más intensivo el chileno Vicente Huidobro en el canto final de Altazor (1931) y el argentino Oliverio
Girondo en En la masmédula (1956),
por citar algunos de los casos más conocidos.
Ha
habido toda clase de interpretaciones de los dos libros de Alicia. Al margen de
que puedan estar más o menos acertadas, su proliferación demuestra el potencial
semántico de ambas creaciones. El mundo del revés soñado al otro lado del
Espejo (con mayúscula como lo escribe Carroll dentro del relato), con su
agitación de los cimientos lógicos, es, además de un magnífico entretenimiento
para niños de todas las edades, una incitación a pensar, a pensar en
profundidad sin ataduras a convenciones simplificadoras, o, como mínimo, a ser
concientes de que esas convenciones no son verdades inamovibles. Es muy difícil
abstenerse de imaginar en ese gesto resonancias no sólo lingüísticas sino
también psicológicas, filosóficas, sociales, políticas. Los poderes y las
facultades del lenguaje se derraman en todas direcciones. Y allí está en el
medio, como columna central de este estrambótico edificio, el capítulo de Rondo
Tondo (Humpty
Dumpty), el explicador que puede hacerles decir a las
palabras lo que a él se le antoje, porque la cuestión esencial es, al fin y al
cabo, “quién es el amo”. Y allí está para apuntalar ese edificio el Caballero
Blanco, probable alter ego de Lewis
Carroll: un inventor de cosas perfectamente inútiles, como son las auténticas
obras de arte, entre ellas A través del
Espejo.
Se
me disculpará que no haya tenido muy en cuenta como destinatarios de este
prólogo a los niños pequeños, pero estoy seguro de que ellos se lo ceden muy
gustosos a los niños mayores. Quiero agradecer la compañía que en la
realización de este trabajo tuve de parte de Andrew Daniels, que leía el
original en Nueva York a la par que yo lo traducía en Buenos Aires, y de
Jorgelina Vittori, que participaba de mis pensamientos en voz alta sobre la
recreación de algunos juegos de palabras, como también la de Mariano Fiszman en
la exploración del lado francés de la palabra portemanteau.
Señoritas y señoritos, ahora el prologuista se guarda en el baúl y los deja en
compañía del gran mago Lewis Carroll.
*
(Dos poemas de A través del Espejo, traducción de Pablo Ingberg)
Parliferia
A la asadhora, vivascosas tovas
Girscando tanladraban en las vhacias;
Misébiles estaban las burgovas
Y silbraban las chonzas alelacias.
“¡Cuídate del Parlífero, hijo mío!
¡Fauces que muerden, garra que te atrapa!
¡Cuidado con el pájaro Trotío
Y del humioso Cazajefe escapa!”.
Largo tiempo, verblial espada en mano,
Al pechible enemigo persiguió;
Junto al árbol Tantán hizo un descanso
Y un rato meditando se quedó.
Y mientras meditaba allí enhoscado,
El Parlífero, con ojos llameantes,
Vino tufando por el bosque umbrado
¡Y venía todito farfullante!
¡Un, dos! ¡De un lado al otro ya atraviesa
El acero verblial apuñalero!
Bien muerto lo dejó y con su cabeza
Regresó galunfante muy ligero.
“¿Y al Parlífero lo has matado tú?
¡Ven, muchacho radiante, que te abrazo!
¡Qué día fermuloso! ¡Cay! ¡Calú!”,
Sonrisoplaba alegre su padrazo.
A la asadhora, vivascosas tovas
Girscando tanladraban la enladera;
Misébiles estaban las burgovas
Y silbraban las chonzas con bravera.
Jabberwocky
’Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe;
All mimsy were the borogoves,
And the mome raths outgrabe.
‘Beware the Jabberwock, my son!
The jaws that bite, the claws that catch!
Beware the Jubjub bird, and shun
The frumious Bandersnatch!’
He took his vorpal sword in hand:
Long time the manxome foe he sought–
So rested he by the Tumtum tree,
And stood awhile in thought.
And as in uffish thought he stood,
The Jabberwock, with eyes of flame,
Came whiffling through the tulgey wood,
And burbled as it came!
One, two! One, two! And through and through
The vorpal blade went snicker-snack!
He left it dead, and with its head
He went galumphing back.
‘And hast thou slain the Jabberwock?
Come to my arms, my beamish boy!
O frabjous day! Callooh! Callay!’
He chortled in his joy.
’Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe;
All mimsy were the borogoves,
And
the mome raths outgrabe.
La Morsa y el Carpintero
El sol aún relucía sobre el mar,
Relucía a plenas
fuerzas:
Ponía mucho empeño en que las olas
Fueran brillantes
y tersas...
Y muy raro era esto, porque estaban
En la medianoche
inmersas.
La luna relucía enfurruñada,
Porque el sol, le
parecía,
Ya no tenía allí nada que hacer
Una vez que se
fue el día:
“¡Es muy grosero en él así estropear
Toda diversión!”,
decía.
Mojado en mojadura estaba el mar,
La arena seca en
secura.
No se veía ni una nube, porque
No había nubes en
la altura:
Ningún ave volaba pues no había
Ni una volante
criatura.
Por allí cerca andaban caminando
La Morsa y el
Carpintero;
Al hallar tanta cantidad de arena,
Les dio un llanto
lastimero:
“Qué grandioso sería”, declaraban,
“Retirarla por
entero”.
“Siete mucamas con sus siete escobas
Barriéndola medio
año”,
Dijo la Morsa, “la retirarían
Toda, si yo no me
engaño”.
Llorando triste dijo el Carpintero:
“No, sería muy
extraño”.
“¡Vengan, Ostras, caminen con nosotros!”,
La Morsa hizo una
llamada.
“Un grato caminar y conversar
Junto a la playa
salada:
No podremos si vienen más de cuatro
Darles una mano a
cada”.
La Ostra más vieja la miró a los ojos,
Sin decir
palabra, empero:
La Ostra más vieja pestañeó y meneó
La cabeza en
gesto austero,
Dando a entender que no estaba en sus planes
Abandonar el
ostrero.
Pero cuatro Ostras jóvenes corrieron
Con entusiasta
interés:
Abrigo y cara limpios y zapatos
Lustrados con
brillantez;
Y esto era raro, porque, como saben,
Las Ostras no
tienen pies.
A ésas siguieron otras cuatro Ostras,
Y aún otras
cuatro detrás;
Y por último vinieron a montones
Y aún más y más y
más,
Saltando olas y espuma hasta la playa
Y dejando el agua
atrás.
Bien, Morsa y Carpintero caminaron
Más de una milla
entera,
Y descansaron luego en una roca
Baja como uno
quisiera,
Mientras de pie esperaban las Ostritas
Todas juntas en
hilera.
“El momento llegó”, dijo la Morsa,
“De hablar de
muchos embrollos:
De zapatos, de barcos y de lacres,
De reyes y de
repollos,
Y por qué hierve el mar y si es que hay cerdos
Con alas como los
pollos”.
“¡Espera un poco”, gritaron las Ostras,
“Danos un breve
receso;
Pues sin aliento estamos más de una,
Todas gordas en
exceso!”.
“¡No hay prisa alguna!”, el Carpintero dijo.
Y le agradecieron
eso.
“Un pedazo de pan”, dijo la Morsa,
“Es lo que más
precisamos:
Y vinagre además y de pimienta
Son muy buenos
unos gramos;
Muy bien, Ostras queridas, si están listas,
A comer ahora
empezamos”.
“¡Pero a nosotras no!”, gritaron ellas,
Poniéndose algo
moradas,
“¡Después de ser amables, sería horrible
Que hicieran esas
trastadas!”.
“Linda noche. ¿No ven”, dijo la Morsa,
“Estas vistas
admiradas?”.
“¡Han sido muy amables en venir!
¡Y qué sabrosas
están!”.
El Carpintero dijo sólo esto:
“Corta un poco
más de pan;
¡Si no fueras tan sorda, no tendría
Que repetir con afán!”.
“¡Qué vergüenza que da”, dijo la Morsa,
Infligirles este
azote,
Después de que tan lejos las trajimos
Y con tan rápido
trote!”.
El Carpintero dijo sólo esto:
“¡La manteca es
un pegote!”.
“Lloro”,
dijo la Morsa, “por ustedes.
Les tengo honda
compasión”.
Entre
llanto y sollozos se apartaba
Las de mayor
dimensión,
Sosteniendo el pañuelo de bolsillo
Frente al ojo
llorón.
“¡Ay, Ostras mías”, dijo el Carpintero,
“¡Grata carrera
han tenido!
¿Nos volvemos al trote hasta casita?”.
No hubo respuesta
en su oído;
Y aquello no era nada raro, porque
Todas se habían
comido.
The Walrus and the
Carpenter
The sun was shining on the sea,
Shining with all his might:
He did his very best to make
The billows smooth and
bright–
And this was odd, because it was
The middle of the night.
The moon was shining sulkily,
Because she thought the sun
Had got no business to be there
After the day was done–
‘It’s very rude of him,’ she said,
‘To come and spoil the fun!’
The sea was wet as wet could be,
The sands were dry as dry.
You could not see a cloud, because
No cloud was in the sky:
No birds were flying over head–
There were no birds to fly.
The Walrus and the Carpenter
Were walking close at hand;
They wept like anything to see
Such quantities of sand:
‘If this were only cleared away,’
They said, ‘it would be
grand!’
‘If seven maids with seven mops
Swept it for half a year,
Do you suppose," the Walrus said,
‘That they could get it
clear?’
‘I doubt it,’ said the Carpenter,
And shed a bitter tear.
‘O Oysters, come and walk with us!’
The Walrus did beseech.
‘A pleasant walk, a pleasant talk,
Along the briny beach:
We cannot do with more than four,
To give a hand to each.’
The eldest Oyster looked at him,
But never a word he said:
The eldest Oyster winked his eye,
And shook his heavy head–
Meaning to say he did not choose
To leave the oyster-bed.
But four young Oysters hurried up,
All eager for the treat:
Their coats were brushed, their faces washed,
Their shoes were clean and
neat–
And this was odd, because, you know,
They hadn’t any feet.
Four other Oysters followed them,
And yet another four;
And thick and fast they came at last,
And more, and more, and more–
All hopping through the frothy waves,
And scrambling to the shore.
The Walrus and the Carpenter
Walked on a mile or so,
And then they rested on a rock
Conveniently low:
And all the little Oysters stood
And waited in a row.
‘The time has come,’ the Walrus said,
‘To talk of many things:
Of shoes–and ships–and sealing-wax–
Of cabbages–and kings–
And why the sea is boiling hot–
And whether pigs have wings.’
‘But wait a bit,’ the Oysters cried,
‘Before we have our chat;
For some of us are out of breath,
And all of us are fat!’
‘No hurry!’ said the Carpenter.
They thanked him much for
that.
‘A loaf of bread,’ the Walrus said,
‘Is what we chiefly need:
Pepper and vinegar besides
Are very good indeed–
Now if you’re ready Oysters dear,
We can begin to feed.’
‘But not on us!’ the Oysters cried,
Turning a little blue,
‘After such kindness, that would be
A dismal thing to do!’
‘The night is fine,’ the Walrus said
"Do you admire the view?
‘It was so kind of you to come!
And you are very nice!’
The Carpenter said nothing but
‘Cut us another slice:
I wish you were not quite so deaf–
I’ve had to ask you twice!’
‘It seems a shame,’ the Walrus said,
"To play them such a
trick,
After we’ve brought them out so far,
And made them trot so quick!’
The Carpenter said nothing but
‘The butter’s spread too
thick!’
‘I weep for you,’ the Walrus said.
‘I deeply sympathize.’
With sobs and tears he sorted out
Those of the largest size,
Holding his pocket handkerchief
Before his streaming eyes.
‘O Oysters,’ said the Carpenter,
‘You’ve had a pleasant run!
Shall we be trotting home again?’
But answer came there none–
And that was scarcely odd, because
They’d eaten every one.
Para ver los
poemas en su versión original y la traducción en columnas paralelas: