21.4.13

Néstor Perlongher: un retrato, por Jorge Quiroga






Campinas  queda muy cerca de São Paulo, se llega en menos de un par de horas, tomando un ómnibus que tiene su parada en una callecita, antes de que el micro tome la ruta. Todos los sábados iba a Campinas, porque  vendía artesanías en la feria hippie, ubicada en ese entonces en la plaza principal, la que luego fuera trasladada a un parque arbolado distante unas cuadras del sitio  inicial. Una universidad, la Unicampi, como dicen los paulistas, un poco alejada del centro, tenía sus facultades repartidas por el campus. Unos amigos vivían en la ciudad, y dictaban clases en las aulas diseminadas en edificios modernos.
Concurría a la casa, a la que siempre visitaba, cargando unos pesados bolsos, subiendo la cuesta empinada, hasta golpear la puerta, en la que me recibían con gran entusiasmo Héctor y  Florencia.
A veces me quedaba a dormir, porque también trabajaba, en un pueblo llamado Piracicaba los domingos que estaba relativamente próximo. Otra amiga, al igual profesora y argentina, me contaba con detalle sus cuitas de amor, en largas veladas en la cocina de la casa donde vivía sola.
Néstor  Perlongher iba a Campinas con nosotros, porque se había conseguido una beca de estudios en la Unicampi, con la cual se sustentaba, y el grupo se volvía animado y alegre.
Su rostro inquisidor y expresivo se transfiguraba con picardía cuando narraba alguna anécdota de su vida anterior en Buenos Aires, de la que tuvo que salir rápidamente porque la pacatería porteña lo abrumaba, aunque no perdió los vínculos con la gente que le interesaba de allá. Su cuerpo, flacucho, magro y menudo, se estremecía de risa ante cada caso gracioso, escribía poemas neobarrosos, en su departamento paulista, y tenía la costumbre de leérselos a los amigos portuñoles, con una espontaneidad y chispa inigualables.
Le fascinaban los chongos y maricas brazucas de  São Joao e Ipitanga, y realizaba una investigación participante acerca de los miches, y despotricaba contra el Sida (AIDS) como montaje del sistema social. Cuando escribió el famoso cuento sobre Evita, también me lo leyó, y yo le dije que iba a tener problemas en la Argentina, me contestó que lo único que quería era saber si era una verdadera narración, un relato bien estructurado, porque él escribía naturalmente poesía.
Campinas siempre fue alegre para nosotros, un encuentro entre tipos aislados, un grupo de personas que compartían unas horas de la semana. Néstor formaba parte de esa barra, siempre integrado desintegrado de todos aquellos con los cuales convivía. Resultó el más brasilero de los argentinos, creo que en Brasil se sintió como si hubiera hallado un lugar, a lo mejor algo de eso le pasó en Campinas. En un sitio desaparecido por el paso del  tiempo.

  
*





POR QUE SEREMOS TAN HERMOSAS



Por qué seremos tan perversas, tan mezquinas
(tan derramadas, tan abiertas)
y abriremos la puerta de la calle al
monstruo que mora en  las  esquinas, o
sea el cielo como una explosión de vaselina
como un chisporroteo, como un  tiro clavado en la nalguicie –y
por qué seremos tan sentadoras, tan bonitas
los llamaremos por sus nombres cuando todos  nos sienten
    (o sea cuando nadie nos escucha)
Por qué seremos tan pizpiretas, charlatanas
tan solteronas, tan dementes

por qué estaremos en esta densa fronda
agitándola intimidad de las malezas
como una blancura escandalosa cuyos vellos se agiten muellemente
al ritmo de una música tropical, brasilera

Por qué
seremos tan disparatas y brillantes
abordaremos con tocado de  plumas el latrocinio
    desparramadas gráciles sentencias
    que no retrasarán la salva, no
pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero
Por qué seremos tan despatarradas, tan obesas
sorbiendo en lentas aspiraciones el zumo de  las noches
peligrosas
tan entregadas, tan masoquistas,  tan
–hedonísticamente hablando–
por qué  seremos tan  gozosas, tan gustosas
que no nos bastará el gesto airado del muchacho,
pretenderemos desollar su cuerpo
y  extraer  las secretas  esponjas de la axila
tan denostadas, tan groseras
Por  qué creeremos en la inmediatez,
en  la  proximidad de los  milagros
circuidas de coros de vírgenes bebidas y asesinos dichosos
tan arriesgadas, tan audaces
pringando de dulces cremas los tocadores
cachando, curioseando
Por qué seremos tan superficiales, tan ligeras
encantadas de ahogarnos en las pieles
     que nos recuerdan animales pavorosos y extintos,
     fogosos, gigantescos
Por qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos del  romanticismo
tan  lánguidas, tan magras
Por qué tan quebradizas las ojeras, tan pajiza la ojeada
tan de reaparecer en los estanques donde  hubimos de hundirnos
salpicando, chorreando la felonía de la vida
tan  nauseabunda, tan  errática


(Néstor Perlongher. Austria Hungría, 1980)



IPIRANGA



Con los piafantes haciendo cola en la baranda negro oh
american de nylon y anémonas de tul, con lentejuelas, en el     
                                                                       lienzo:
eran las chorras de Ipiranga un grito, un solo grito la
Santos Dumont sin capelina, pifios resoplidos de bofe: corazón
marchito en esas lagunillas y dobladitos, en las visiones de  la
                                                                                  micción,
lo corpo, lo porno de esos pises: con los piafantes can can oh
: en esas barandillas; o en el limo de perdidos pasos, cantos,
                                                chatas de vieja, crasa cae
lima la ronda del mondado:
sebo y lamé:
                       los tocadores, de esas madames,
                       los corredores, de esos clochards:
lo  mimo de esos pasillitos, visiones de lamé, y un tapado
           viscoso, como una mañanita con volados, le tronchaba
los pechos: una sierpe
se le  enroscaba en las ajorcas, aros, los anillos de  jade
y le daba zampazos: una raya
se  ahogaba en  esas lavas.


(Néstor Perlongher. Chorreo de las Iluminaciones, 1989)