25.7.12

Simon Ortiz - Loose

Suelto




Suelto. Eso fue lo que dijo. Nada más. Y lo repitió. Suelto.
Yo le había preguntado su nombre.
Estaba sentado en el bar de la central, cuidando un café. El café estaba frío. Y él había entrado. Tal vez treinta, tal vez veinticinco.
La cara marrón, con cicatrices; el cabello negro largo y hecho un lío. Ninguna sonrisa entonces. Pero sí una mueca que no parecía intencional. Ojos brillantes que tendían a lo chato.
Así es como estuve, dijo. Años y años. Suelto.
Entró y se me acercó simplemente, tal vez me reconoció. No sé, o pensé que me reconocía. La mesa estaba un poco doblada y cuando sacó una silla para sentarse se inclinó sobre ella, casi la tiró. Pero no se dio cuenta. Y me miró. Tal vez pensó que me conocía.
Hola, dije, en voz no muy alta. Sólo Hola, como si estuviera mirando un espejo y diciéndolo.
Él no dijo nada. Yo sonreí como un tonto, sin saber qué hacer. Y después le dije mi nombre.
¿Y qué?, decía la mirada que tenía en la cara. Y que yo también soy indio, casi lo dije en voz alta. Pensé en pedir un café para él. Pero le habría sido indiferente. Estaba suelto.
Así que nos quedamos ahí sentados.
No me gustó lo que había pensado del espejo. Así que le pregunté. ¿De dónde vienes? Denver, la última vez, dijo, pero de ninguna parte en realidad. De aquí, por ahora. Marrón y lleno de cicatrices, me miraba. Me estudiaba, como yo lo estaba estudiando a él. Debería haberme imaginado la respuesta. De ninguna parte.
Y no iba a ninguna parte. No venía de ninguna parte. Daba miedo pensarlo. Quiero decir sé lo que significa eso. Con razón había pensado lo del espejo.
Estuve en Denver, dije. ¿Eres del norte?
Dejó de mirarme.
Norte, sur, este, arriba, abajo, ¿qué diferencia hay?, dijo. ¿A ti te importa?
A veces. La mayor parte de las veces, dije para convencerme.
Él me miró con dureza en los ojos casi chatos. La voz podría haber sido un mazazo. Dime entonces, ¿qué diferencia hay, carajo?
Una tensión se había reunido alrededor de los músculos de mi cuello. Pensé por un momento, miré el café frío y después meneé la cabeza.
No lo sé, no seguro, dije, pero es diferente. Es una cuestión filosófica… Mierda, dijo, un mierdoso indio intelectual. Qué mierda es eso. Filosofía. No lo sabes. Eres otro indio tonto. Nada más. No sabés.
De acuerdo. Yo no sabía qué decir. Pero es diferente. Eso fue en un bar, de noche, La calle principal de la ciudad estaba llena de tránsito, estábamos sentados aquí.
Habíamos venido de alguna parte. E íbamos a alguna parte.
Yo soy de aquí, dije, de Nueva Méjico. Crecí al oeste. Estuve en otros lugares pero soy de aquí.
No me miró. Estaba mirando el mostrador donde apoyaban los papeles con pedidos de comida y bebida. Pero la cara no mostraba nada…, nada.
Hasta nací en esta ciudad, en el hospital indio. Cuando la gente me pregunta de dónde vengo, les digo que de aquí.
Seguía sin decir ni una palabra. De acuerdo, Suelto, pensé. Ya viste las cicatrices en mi propia cara.
Mira esa chica, dijo él.
Miré. Estaba detrás del mostrador. Tenía una gorra de papel en la cabeza y estaba ocupada con el café, los pedidos, golpeando la caja registradora.
Sí, dije. La chica era común, algo linda tal vez. Sí, dije de nuevo.




Simon Ortiz. De Fightin’


Traducción: Márgara Auervach