6.11.10
Si algo se va, la literatura queda: El puente suburbano de Jorge Quiroga, por Laura Estrin
(Apuntes de lectura para el programa Litertango, FM La Tribu, Domingo 24 de octubre 2010)
El puente suburbano de Jorge Quiroga es un libro hermoso. Lo bueno, lo fuerte, me habla directo a mí –como dice Hugo Savino–, me agarra del cogote: “y ese verano es un paso que no podemos dar”… Después, más adelante anota: “Una planicie blanca, interminable, iluminando un verano que nadie sabía que iba a ceder”.
En El puente suburbano, el tiempo, el paisaje me son cercanos: “El viento ataca, golpea, llega”… o la escena 24: “El día y la noche son dos momentos en los que se habla, y nadie vuelve atrás, pasando por el campo sembrado, mirándolo, con las piedras que cubren el tiempo (sólo una presencia) que elige entre la ingenuidad y la desdicha”… La literatura queda, como quedan las piedras en los cementerios judíos… porque “la vida no es cruzar un campo” –como marcó Babel que hizo muchas veces fulgurar la vida en los lindes del cementerio.
También muy cerca tengo el retrato de la 45: “A cierta hora de la noche, la vida y la inquietud crecen dentro nuestro. Los papeles están cambiados, donde había una calle, ahora un hombre se equivoca….” De noche no hay mucha diferencia entre la enfermedad y la salud… eso escribí en A maroma.
Y Quiroga sabe bien que “El tiempo atesora lo verdadero que hay en las palabras dichas”…. Y el libro acierta cuando dice: “No le perdonan deambular por la memoria…”. Resonancias, lo que queda: “El que recuerda elige lo que trae, para que le crean, y así pensar que comienza otro día, en el que se reencontrará con los amigos, alentados por la voz, nada de eso puede ser cierto”.
“Hay que cambiar las cosas de lugar, en el corazón de la noche”… El puente suburbano de Quiroga es enigmático si uno busca algo… Pero para leer estos libros hay que olvidarlo todo, empezar de nuevo pero con lo que nos queda... No hay proyecto para escribir ni para leer, sólo hay una experiencia corta, como la cola de un gorrión, como dijo de sus cuentos el mismo Babel, un ruso triste pero certero que no dudó en contradecirse afirmando que un hombre alegre siempre tiene razón. Y en Quiroga… que tal vez porque leyó algunos buenos naturalistas argentinos en Boedo, el grupo que leyó a los rusos, supo poner en sus escritos una poesía-relato más o menos oculta, oscura, subrepticia… Lo digo mejor: hermética, cerrada: estamos condenados a lo hermético, una transposición justa. Una totalidad que sabe que es sólo buen fragmento. Como en Las otras historias, Quiroga hizo retratos, trató escenas, es decir, puso marcas propias en marcos justos. Y dijo: “Un resplandor escapa a la trama”. Hay escritores que quieren iluminar, a otros les basta seguir un incierto resplandor.
Entonces los suyos no son poemas sino estampas. Atisbos de narración. Algo sucedió pero lo que se cuenta está después, en lo que de ello queda. Y eso hace que haya grumos de narración, misterio –dirá él mismo recordando la poesía de Montale. Lo cotidiano, también está ahí, dice Quiroga, Saba. Italianos que lee.
Entonces, entre la historia y el autor, una voz, la subjetividad como mayor objetividad. Pero en este nuevo libro de Jorge Quiroga la historia es más liviana. Y también, “Parece que hablo de mí pero hablo de otros, de ellos”– se aclara él mismo después.
Raschella en el prólogo dice que el destino a veces coincide con el origen, ese mar que reaparece en el libro. Supongo que eso pasa, en parte, porque es una “escritura por ráfagas, que implica una tremenda desprotección, porque encierra como un arribo, donde está expresado, en evidencia, un lenguaje terminal, implica la soledad y la búsqueda implacable, como rasgo que la particulariza”. Eso escribió Quiroga sobre Zelarayán en la revista “La otra”. Escrituras que son como un viento, sin proyecto, sin cierre, entonces lo que se es, aparece, está ahí. Y me gusta mucho cuando bien dice después: “La memoria modifica lo real, es un ensayo, entra como una pregunta y, como la existencia, no es un lecho de rosas. Y es mejor emprender la fuga a un Bs.As. imantado”. Y sigue de cerca de Zelarayán en Lata peinada cuando supone: “ojo con las vidas derrumbadas. Este lenguaje de desplantes, de diálogos interiores y de preguntas, es el idioma de la pasión”. Citas que no aceptan ninguna dualidad, la ambigüedad es mejor, puede ser como una respiración que nos viene desde siempre.
Y sigue Quiroga: “la literatura tiene que estar atenta a ese rumor insospechado que proviene de los seres y de los hechos, de las infracciones que trae lo oral, que es la fuente unívoca de lo efímero y de la poesía. El escritor sólo tiene que tender su mano ante eso que es denso, rico y siniestro al mismo tiempo. El comienzo de la literatura es ese subterfugio”…
La literatura para nosotros es un arte del escuchar y del mirar, autores del ojo y de la oreja, ese sentido de lo real –como decía Zola–. En unos versos de Jorge Quiroga, de Madres, él anotaba: “Uno se da cuenta que necesita mirar,/( por la ventanilla el paseo es de todos)”. Y en El puente suburbano, en la genial estampa 42 amplía: “Renunciamos a la vida, nos silenciamos, y lo vivido se entrelaza, entonces se trata de prestar atención a aquello que es el ademán. En la madrugada es la claridad la que ciega.
La ciudad es repetida de pocas maneras, ella está para hacernos recordar, desgarrar, morder de cuajo, arrepentirse, ver a los otros como lo que son”.
El puente es el barrio, del que uno se va y al que vuelve. Un paso. “Mi alegría sería que esto se lea como poesía escrita en Bs.As” –dice Jorge Quiroga–. La ciudad, la imagen que una y otra vez aparece en todas sus historias.
Y cuando escribe sobre Néstor Sanchez es claro: “El mundo mantiene una relación imposible con lo que sucede, y la única manera que encontró Sánchez es apostar a su encuentro. Vigilar lo que no se conoce, narrar aquello que tenemos, es decir, contar ese proceso, contraponiendo las resonancias”. Sabemos: la literatura es un encuentro. La literatura es el milagro del encuentro, además del encuentro de entreperdidos saberes, esa experiencia inútil que queda cuando no queda nada: “Nos encontramos, ella guarda los hechos para que la historia no culmine, atraviesa la estación sin detenerse”. Quiroga tal vez sabe que las mujeres no olvidan y los poetas, tampoco.
La literatura es encuentro y es guerra –repetimos a Mandelstam–, y Quiroga escribió una frase genial en el prólogo a una antología de Nicolás Olivari: “El poema, se sabe, indica una distancia, y una buena defensa”.
Confirmo con cada libro de Jorge Quiroga que su poesía me gusta. Este libro aparta incluso ese paso de historia o de pasado argentino que en los otros libros está más fuerte y del que acá se aleja, un poco. Raschella dijo que hay siempre algo de “escribir la generación a la que uno pertenece”… Un aire del tiempo electivo, si aceptamos que los encuentros, cuando son lo que queda, lo son… Por eso, “Jorge Quiroga me inspira confianza. Sabe ver la época” –tal como dijo Hugo Savino.
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