Las maniquíes de Munich
La perfección es terrible, no puede tener hijos.
Fría como el aliento nieve, tapa el vientre
Donde los árboles de tejos soplan como hidras,
El árbol de la vida y el árbol de la vida
Soltando sus lunas, mes tras mes, sin propósito.
El flujo de la sangre es el flujo del amor,
El sacrificio absoluto.
Es decir: no más ídolos salvo yo,
Yo y vos.
Entonces, en su encanto de azufre, en sus sonrisas
Estos maniquíes se inclinan esta noche
En Munich, morgue entre París y Roma,
Desnudas y calvas en sus pieles,
Chupetines naranjas en palitos plateados,
Intolerables, sin mente.
La nieve deja caer sus pedazos de oscuridad,
No hay nadie alrededor. En los hoteles
Las manos estarán abriendo puertas y dejando
Zapatos para un lustre de carbón
En los cuales dedos anchos entrarán mañana.
O la domesticidad de estas ventanas,
La cinta del bebé, los confites de hojas verdes,
Los gruesos Alemanes dormitan en su infondado Stolz.
Y los teléfonos negros en ganchos
Brillando
Brillando y digiriendo
Invocidad. La nieve no tiene voz.
The Munich Mannequins: Perfection is terrible, it cannot have children./ Cold as snow breath, it tamps the womb// Where the yew trees blow like hydras,/ The tree of life and the tree of life// Unloosing their moons, month after month, to no purpose./ The blood flood is the flood of love,// The absolute sacrifice./ It means: no more idols but me,// Me and you./ So, in their sulfur loveliness, in their smiles// These mannequins lean tonight/ In Munich, morgue between Paris and Rome,// Naked and bald in their furs,/ Orange lollies on silver sticks,// Intolerable, without mind./ The snow drops its pieces of darkness,// Nobody's about. In the hotels/ Hands will be opening doors and setting// Down shoes for a polish of carbon/ Into which broad toes will go tomorrow.// O the domesticity of these windows,/ The baby lace, the green-leaved confectionery,// The thick Germans slumbering in their bottomless Stolz./ And the black phones on hooks// Glittering/ Glittering and digesting// Voicelessness. The snow has no voice.
Sylvia Plath. Ariel, (1965)
Traducción: Juan Leotta