19.3.25

tomar cuerpo, por Ghérasim Luca

  

 

Yo te flora

tú me fauna

 

 

 

Yo te piel

yo te puerta

y te ventana

tú me hueso

tú me océano

tú me osadía

tú me meteorito

 

 

 

Yo te llave de oro

yo te extraordinario

tú me paroxismo

 

 

Tú me paroxismo

y me paradoja

yo te clavecín

tú me silenciosamente

tú me espejo

yo te vidriera

 

 

 

 

Tú me espejismo

tú me oasis

tú me pájaro

tú me insecto

tú me catarata

 

 

 

 

Yo te luna

tú me nube

tú me marea alta

Yo te transparente

tú me penumbra

tú me translúcido

tú me castillo vacío

y me laberinto

Tú me paralaje

y me parábola

tú me parado

y acostado

tú me oblicuo

 

 

Yo te equinoccio

yo te poeta

tú me danza

yo te particular

tú me perpendicular

y buhardilla

 

 

 

 

Tú me visible

tú me silueta

tú me infinitamente

tú me indivisible

tú me ironía

 

 

 

 

Yo te frágil

yo te ardiente

yo te fonéticamente

tú me jeroglífico

Tú me espacio

tú me cascada

yo te cascada

a mi turno pero tú

 

 

 

 

tú me fluido

 

 

 

 

tú me estrella fugaz

 

tú me volcánica

 

nosotros nos pulverizable

Nosotros nos escandalosamente

día y noche

nosotros nos hoy mismo

tú me tangente

yo te concéntrico

 

 

 

Tú me soluble

tú me insoluble

tú me asfixiante

y me liberadora

tú me pulsadora

 

 

 

 

Tú me vértigo

tú me éxtasis

tú me apasionadamente

tú me absoluto

yo te abstraído

tú me absurdo

 

 

 

 

Traducción: Mariano Fiszman

Tomado de: El fin del mundo, Ghérasim Luca, Ascasubi, 2024.-

15.3.25

Nada más lindo que mentir, por Ana Guebel



Así crecen en el borde

los horrores de esta sala 

No hace falta dejar de bailar

podés venir conmigo

al lugar donde

mueren las cosas

es de esos

que te hacen susurrar 

 

Cuando el espanto se rompe

llorás por una rata muerta

Yo te repito

no necesitás cuerpo para afectarte

las pantallas también sufren

Pero vos tenés de todo adentro

Te arrancás las vísceras

me las atás al cuello

para sacarme a pasear

 

En este rincón

donde ni los besos resbalan

somos malas

porque queremos jugar

Acá sí

nos animamos

a decir

que nada más lindo

que mentir

 

 

 

Tomado de: Ana Guebel, Más lindo que mentir, Ascasubi, 2022.-


5.3.25

Sinfonía del instinto, por Winétt de Rokha


Enajenar un nudo de albas sobre la frente,
un turbante a detener la sombra
con la estridencia de sus medallas.
 
Licor de cicuta, campanas.
Estoy confusa, no me reconozco;
cuando salgo al encuentro de las amapolas,
ya la tiniebla me invade.
 
Sino fatal, reverenciado más allá del Otoño;
camino a tientas, sonámbula,
arco y triunfo desplumado sobre la carretera,
me lastimo los pies y la helada
salva la existencia de una rosa.
 
Ya vienes, enlutado y febril
haciéndote olvidar, presentando
el sello arcano
que el hombre graba a cincel
sobre sus espaldas.
 
Allá está el faro atravesado de águilas,
mis rodillas sangran
desde que la punta de mis ojos no me adivinan.
 
Corteza de árbol feliz
que da albergue a las luciérnagas,
esas que suben la montaña
y bajan al valle desde mi cerebro.
 
Ronda de pájaros y niños fosforescentes
cazando lunas y pétalos de canción fugaz.
 
Yo limito la carretera del dolor
y me enjugo las lágrimas del plenilunio, entre follajes
que cuentan cuentos de aparecidos y fantasmas,
y quienes nunca vi,
y a quienes, sin embargo, temo
tanto como a mí misma.
 
Duermo, sonrío, la esencia de mi ser se disgrega,
entre las uñas de mis dedos las ideas florecen
y se incrustan rectas y venenosas
en el corazón de la noche.
 
Menos mal que me invade una claridad sonora
y voy por los ríos, azotando piedras o cráneos
que son incienso en el altar del pecho.
 
Desnuda contra el horizonte:
agua, atmósfera, líquido, fragancia,
armonía de un instante
en que lo bello despliega todas sus velas
para recoger náufragos.
 
Por mi frente los elementos
me trasladan a firmamentos claros
y mi carne oscila como la llama
y crece como las mareas.
 
Soy la aeronave que se interna
en los múltiples vientos
respondiendo al eco divino
que a voces me llama desde la aurora.
 
Ilusión deshojada sobre el huerto frutal
de mis senos en flor.
 
Tájame, fulmíname,
déjame sobre la cima del volcán
donde Apolo refresque mis labios
agrietados de duda y temas invencibles.
 
¿Qué fue lo acontecido?
Nada, dicen los ríos en desorden
enroscando recuerdos y paisajes borrados
y la lengua con terror y sabor
de tierra y de memoria.
 
Rodando, ciega de luz
araña laboriosa de los sueños más puros
que el viento borró y cristalizó en una lágrima.
 
De otra vida venir
e ir al caos, sin conciencia,
con las sienes sumergidas
en la atroz leyenda: vertiginosa, inmaterial,
sedienta de eternidad y perdón por las ofensas y sus ecos.
 
La pequeña paletada de alma
sobre los mundos invisibles
que lloran desconocidas desventuras
y escuchan discursos de luceros y rayos
perfumados.
 
Espíritu, palabra, mirada ardida,
ajena del rumor de las venas;
el paralelo de las piernas
como cuerdas fatales
apartando la sombra.
 
Alegría de pensar más allá del viento,
ser la gaviota roja que gira entre los soles
mientras las otras, grises,
blanquean la superficie del océano.
 
Ya mi voz duerme sobre los sembrados,
estoy inmóvil, aureolada de rocío y misterio.
 
Dependo de ese viento sutil que acaricia el fresno,
del parpadeo del abedul
y de su maquillaje perenne.
 
¿Volver atrás? Nunca.
 
Empezar de nuevo,
arrastrar y levantar cadenas
con ese ímpetu del ser que pinta rosas
en las mejillas de una prostituta.
 
Atrás están los hechos con sus fechas borradas,
un pañuelo a la distancia con olor a pólvora
y esa palabra que no vino jamás.
 
Nunca zarpé del puerto,
no supe del adiós y del regreso,
y, sin embargo, todas las cosas se han ido de mí,
mientras en cada mañana retorno desde el sueño.
 
Aún, dice la estrella,
aún, la rana con su rumor de agua polvosa
y yo le respondo: aún y siempre,
despavorida, ante la belleza mordida y curvada
por los inútiles intentos.
 
Hay algo en mí que no puede morir,
flotará en las atmósferas más desveladas,
se irá de perfil por los desfiladeros,
besará estrellas y lunas y soles,
mascará diamantes y se hará transparente
como la luz del mundo.
 
Vendrán tempestades y cataclismos,
lo eterno se abrirá las venas
y yo le miraré al fondo de los ojos.
 
Pero este número, este yo, este límite
que me ahoga, esta carga, este lastre
que me aplasta, ¿dónde caerá?
 
Triunfar del horror, ser nube
electrizada y bella
disuelta a horcajadas sobre la muerte.
 
La Primavera derrochó su instinto floreal:
las lilas, los copos de nieve, la corona del poeta,
esos lirios negros, morados y ebrios
que llegan al balcón de los secretos recursos
cuando nos desnudamos de la envoltura mortal que nos cubre.
 
Sobre la colina
el acordeón de la tarde trae ecos tránsfugas.
 
El bosque y su melena de esmeralda,
las piedras inmóviles,
la quietud que se eleva
balanceándose sobre el abismo
y mi perdón arrodillado
perdido, imantado,
tenaz, abrupto y asesino.
 
Dueño, mi dueño, ¿eres una palabra?
¿eres la ficción, lo imperativo, la verdad?
 
¡Si las turquesas y corales salieran del mar hondo
y mis manos las pulverizara y las aventara
a todos los vientos!
 
Ofrenda de grito reprimido,
dolor azul que taladra la montaña,
batalla de tanques heridos
contra el vendaval de los pueblos.

Qué grito, qué rebeldía de alas puras.

Filo de luna menguante,
garra de animal moribundo,
veneno, horror, tibia canción entre ropajes
más tibios que las criaturas en el vientre materno.
 
Vanidad fría como mis rodillas,
desprecio altivo más que el trueno que me cohíbe,
mueca de todos los rostros,
que llevan en el lomo una serpiente.
 
Venid a mí, muchedumbres,
venid en ronda subterránea,
quiero decir la verdad amarilla.
 
La verdad que es mentira, la mentira
más inconmensurable,
porque tiene ese hedor de cadáver
y esas gelatinosas espermas
que se sonríen a la luz de la luna.
 
Diana cazadora por los caminos siderales,
llevo el peso de los siglos en mis hombros,
sacudo el polvo y estoy siempre cansada,
metida en el abismo de un caracol gigante.
 
Diana cazadora en los parques del Invierno ido,
con un corazón palpitante entre los dedos,
¿para qué? Para arrojarlo
al festín de los perros
como arrojaste la belleza y la estampa
diluida en la frontera de todas las pasiones.
 
Diana, escupe lo único que posees:
el recuerdo!
 
Venía desde muy lejos
con arena y melena de algas quemadas
y se enseñoreó en mis dominios;
todo era mío: la pared quebrada de sol,
la fuente lúgubre donde se bañaba el espectro de un árbol,
y danzó la danza de los lirios negros.
 
En el fondo de mi ojo se cubrió la pupila,
se hicieron milagros con zapatilla de humo
y entré al redondel de hojas en torbellino,
mar afuera, como los barcos sin timón,
gozándome de esa grandeza que como las pirámides,
se deslíen con el fulgor de la mirada.
 
Fui la película donde la actriz se mira
y se siente creadora de sí misma,
con alma de encantador oriental
a la hora del incienso y las arañas impresionantes.
 
Sentí mi desnudez reflejada en el cielo
los brocatos de oro de la tarde me cubrieron,
maravilla, sorpresa, alada armonía,
que mientes y no me descubres.
 
Son los ratones de la costa serena,
suaves y furiosos,
arpegiando el arpa rubia que desata tempestad.
 
Era en la Navidad cuando los pinos sudan de confusión,
mi corazón ovillado aguardaba
la ola definitiva que había de arrastrarme
por los pantanos. No tenía miedo ni alegría.
 
Fue el éxtasis.
 
Había color y terror
y no sentí su alarido.
 
Así como la joya del sultán
en la bandeja del imperio.
 
Después... paso a paso,
débil nave arribé a seguro puerto,
pero allí nadie me esperaba.

"En verdad, sólo una cosa es necesaria"...

Me afano, hurgo, trajino, gesticulo,
agoto las fuerzas y me curva el cansancio,
pero desde ese fondo me alzo nueva y maravillada.
 
Señor sol, adelante, el sillón está vacío,
hay fresas en ese canasto y agua de vertiente
para tu luminosa pesadumbre.
 
De espaldas contra la noche,
lentos movimientos, silencio,
una cuerda, un pétalo peregrino del alba,
confusión, extrañeza, miseria humana.
 
Las muñecas de trapo agitan el conjunto,
son flores de cemento
en contrato de paz y de silencio.
 
Yo te amo, pero mi pensamiento
tiene el contorno de su mal sin remedio.
 
En el delirio me incendio,
la ceniza me escucha y llena el cántaro
con la claridad perpendicular del deseo fallido.
 
Aquí está la paleta y el color de oro sensitivo,
pero mi cabeza es de plata y pesa como las monedas.
 
Flautas del dios Pan,
arrebatando los estrados del bosque
llegan a mi oído;
es la armonía cardinal del ocaso.
 
Es necesario enterrar los ojos
para entregar el espíritu.
 
Detener tu avance, ¡oh!, vida,
detener tu hálito guerrero
y apagar tus llamas amarillas.
 
Estoy agotada y luminosa,
cada rincón de mi cuerpo resucita;
los demonios de la locura
extienden un tapiz con pólvora y tiniebla,
la pasión exalta y languidece
fosforescente, reprimida, desmayada.
 
A mi alrededor muere el venado
y las flores se apagan como cirios
cuando mi vestido de penas es inmortal.
 
Si muero, el terciopelo bendecirá mi mejilla,
la oscuridad prenderá su ceniza, para abrigarme.
 
Yo me alzaré como la libélula
en un solo pensamiento que abarcará la nada.
 
Polvo, dirán las almas esporádicas,
polvo, clamarán los corazones cobardes,
pero este polvo gris, alucinado y deforme
clamará, a su vez, inmensamente
por el amor eterno.
 
¿Estás ahí? ¿Estoy aquí?
 
¿Somos hechos de qué luminosa consistencia,
sumergidos en qué abismo sin presente?

Los abuelos con su leyenda crepitan bajo los puentes.

Palpitan las sienes del mar
y su novela arde en el disco inmanente del tiempo.
 
Como gota de plomo, mi corazón
se hace denso horadando el pasado;
sin querer te vivo, pasada memoria, momento gris,
hora perezosa y fugaz ¿del mundo?
 
Los mercados con sus frutos rosados
invaden el alba y las horas oscuras,
peino el sauce de mi cabello cuotidiano
y trajino la espera y el solaz de un momento.
 
Rebano mi tajada de pan
antes de morir del todo,
bebo en el cristal azul de un sueño
el resto de mi copa vacía.
 
Alegría de pertenecerme,
de acariciar el pensamiento mío
y por mío perfecto,
borrar los contactos,
olvidar las respuestas,
despreciar las preguntas,
por ser del yo la única palabra.
 
Saberme enferma del alma y sonreír,
alimentar alimañas
que corroen las entrañas, mirar con mis ojos
este fondo infinito que me alarga la vida.
 
Claro olvido de Dios,
sin aspiraciones, ni venganzas.
 
Al borde de las cuerdas del puente,
empinada en la punta de los pies,
alcanzar el firmamento.
 
Ser pura como la flor del almendro,
envanecida y soberbia.
 
Oscuro olvido de Satán
espolvoreado sobre mi cuerpo.
 
Nada poseo sino la tierra,
nada deseo sino la tierra,
nada exalto sino la tierra
y, sin embargo, nada odio tanto como la tierra,
y en ella me sumerjo anticipándome
herida de espanto, alucinada, sola,
con la alegría del demente
y la lengua del ahorcado,
entreabriendo los labios insaciados
por el calor de un beso inmenso.
 
Si cantarán los pájaros
o chirriarán los búhos y los chunchos
cuando me precipite en la tiniebla definitiva.
 
Preferiría que en la ventana
echara el sol su aliento rudo y sofocado,
saludada por las acacias de mi boda,
iluminada por sonrisas de niños,
cruzado el cielo de pájaros de acero.
 
Será Primavera y la tierra estará seca y fresca;
entonces una llovizna diáfana caerá
y mi cuerpo cansado se sentirá bien
como las semillas que el sembrador
arroja en los surcos.
 
Países ardientes, con ruinas y huesos humanos,
dulce viento arrasado de mariposas blancas,
guerreros y santos en estampas murales
y el mar lejano, misterioso en carcajada de espuma.
 
No tejieron mis dedos linos ni algodones candorosos,
pero en la sombra mis ojos tejían auroras,
mi alma se alzaba y caía y sollozaba
porque algo la llamaba desde la nada.
 
Fui al pozo, era redondo y simétrico
como los anillos de la luna.
 
Agua vertical, rítmica y lustrosa,
mosquitos ínfimos y desorientados,
manos morenas y pensativas,
vértigo-canción, viento Norte.
 
Me envuelvo toda con los restos de una lira quebrada,
en los espejos del mar me miro,
esmeralda dura, diamante fugitivo,
vuelo que despierta al pie del torreón.
 
Pero eres tú, indescriptible sonámbulo,
el parangón de mi minuto.
 
Te conocen los ecos de la luz
y me absorbe tu destino.
 
Engaños, traiciones
me encaminaron hacia la quebrada,
miré y vi una mano y una risa egipcia.
 
Un escenario confuso y contraído
que me conmueve y desatina,
corro sin detenerme jamás,
trepo al último balcón,
lo profundo me alcanza y desgarra
el borde de mi traje.
 
Trance, locura de amamantar un hijo,
rodearlo de maravilla y enseñarlo a mirar hacia adentro.
 
Los vellones del cordero se vuelven púas de acero,
sus ojos son punzones, sus manos tenazas.
 
El desequilibrio cruza y tortura
la dispersa confabulación de los huesos.
 
Cuando el agua salada nos mece,
decimos: azul, azul, azul;
allá se enciende una luz,
aquí se apaga una tiniebla.
 
La virginidad huye del planeta,
los instintos muerden,
Satanás los azuza y los comprende.
 
Es un círculo que se aprieta,
ya no veo sino la imagen ultrasensible;
grito: luz, abridme las venas,
dadme una pluma de oro y un pergamino.
 
Ahora sí, reconozco tu nombre
empapado de sangre, atravesando las nieves,
saludado por las águilas.
 
He vaciado mi vida.
 
Como a mi madre, la espera me hace trágica,
un puñal me observa,
con él escribo en la arena mística
nuestros nombres sin cruces.
 
Mis muslos están trizados
¡y son las columnas del templo!
 
Siempre el límite, siempre la puerta,
siempre hasta ahí: lo humano.
 
Despertar y saberse desnuda,
conocer el secreto de las ansias,
ser isla, espiral, cardo azul al borde del abismo.
Si maldices mi alma, reconócela al menos.
 
Grises cabellos en la polvareda de un presentimiento,
baúl de ébano con rosas dormidas.
 
Los heraldos van por el camino:
hierática, inmaterial, aguardo.
Han pasado en pompas de jabón
haciendo trizas la estrella palpitante del río.
 
Vísteme del temblor de los luceros,
apriétame el corpiño triste
de este silencio que me mira vencida.
 
¿Dónde vi esas paredes blanqueadas
a la luz de un quinqué?
¿y esas rosas rojas amparadas bajo la lámpara?
¿todo lo verde y enrejado,
los suelos enladrillados
y la bruja afirmada en el viento?
 
En el fondo del mar
estaba el grave y celeste infinito
que hizo mi carne pura y mis ojos segados.
 
Gota de agua igual a la otra gota.
 
Polvareda en donde todo se consume,
delirio del océano agitado,
monstruos que gimen,
corceles de brida suelta
y orines imantados.
 
Fuerza y desborde
de la contagiosa belleza,
qué de extraños lamentos nutre, canta o calla.
 
Rito del espíritu
en la mansión de las quimeras,
apretada inquietud de los abismos.
 
De pie, como si caminara,
los ríos me llevan desatada por el silencio.
 
La presencia de Dios y su imperativo
allá en el fondo de mi ser,
iluminando el drama desenvuelto del dolor.
 
Dolor de sentir que somos todas las cosas
que la materia puede concebir: horror, y término y ternura,
ilusión maravillosa y temblor
en la mirada verde del mar.
 
Arrasarse y ser de sí misma
el propio y gratuito asesino de la tarde.
 
Detrás de cada puerta
escuché la carcajada helada,
mi sensibilidad se partió
me cubrí con la capa del amor
cuadriculado como todos los colores de las ansias.
 
Seguí fugitivas estrellas
que se iban de cabeza por el cosmos,
y ellas supieron de lo inalcanzado
y de todo eso que la muerte lleva en sus entrañas.
 
Amado mío, ¡cuánto pediste!
si en esa cabalgata de sueños
al menos una vez se hubiese transfigurado mi alma.
 
Cómo nuestros huesos,
a veces, se cansan de su mismo ropaje.
 
Porque la mañana es rosada y verde
y la tarde azul y sombra,
y nuestros ojos siempre negros y encendidos
y la misma palabra profanando la lengua.
 
Pastora de mariposas y ganados,
mi flauta de caña se escucha a la distancia.
 
Alguien hizo sonar una cadena
que llora como campana sin eco;
bajo ella mi corazón se esconde
con la inquieta sabiduría de los gorriones.
 
Allí están desatadas las maravillas del mundo,
esas que mis manos y mis ojos hicieron posibles.
 
Lo eterno en el ala del gusano de luz
y el soplo de tempestad sobre la edad de las encinas.
 
Porfía de hurgar y desmenuzar
y ver y tocar y dar forma
a eso que los poetas se comen
y los sastres escupen.
 
No sufro y vivo del sufrimiento,
costumbre de abrigar en el seno los números
y manejar el compás y la línea
hasta que el suave rumor de nuestros pasos,
se adapte, se haga una sola y misma cosa.
 
Hierática, admito la ley, frejol del alba,
mentida y musgosa rosa de las épocas.

Sencilla como la muerte,
hago derroche de piedras preciosas para tu conciencia.
 
Te veo hacer de ti ese barco pirata que decora los mares,
y te doy mi dolor para que hundas en él tu cara pálida,
y el brillo engañoso de tu ojo de diamante.
 
Desvanecer lo rojo hacia un rosado apenas
y de lo blanco ir a lo transparente
y desdoblar el alma desde lo negro a lo profundo
y escalonar el dolor, la agonía hasta la muerte
y todo con un pincel tan fino como las yemas de los dedos.
 
Cantarita inútil, humilde, silenciosa,
flor de un momento, remolino de carretera,
el carro de la civilización, ¡ah!
salvajemente anulando huellas, briznas y corazones de niños.
 
Irremediablemente me revuelco en el horror
arrancando sonidos del violín de mis nervios.
 
Frente al espejo que me devuelve la mirada
y que me grita con un grito demacrado.
 
En las noches, muy juntas las manos,
sentirlas tan pequeñas con el mundo en las palmas.
 
El rodado viene, anuncian desde la cumbre;
esquivo la silueta de silencio, arrebujada y nítida;
soy del miedo la carátula,
el lomo de lo hondo rudo,
cuando los terrores exaltan los sentidos.
 
Un nido de serpientes
se desparrama sobre la glorieta
succionando campánulas y hojas de nuevo cuño.
 
Mi mundo, mi locura, mi sueño,
como si no encontrara ojos ni cabellos,
frente a frente a los olvidos,
a la pasión violenta, a la verdad desencantada.

Años, esperanzas, colinas,
para encontrar una llave perdida
que ya no calza en la cerradura enmohecida.
 
¿Pero, es cierto que estoy al borde de la vida?
¿Cuándo aparecí en estas románticas orillas?
 
Unas nubes oscuras se ensanchan como banderas,
el sol me calcina con sus luces violetas,
el barro de mi huella enarca su misterio.
 
Qué sería transfiguración y qué asombro,
qué sorpresa de ser la cifra y la partida
de esta carrera loca que no va a parte alguna.
 
Es la redoma de la voluntad,
esa voluntad sin margaritas ni jazmines,
eso que no es diáfano ni maravilloso,
sino concreto, difundido, pesado y material.
 
Voluntad que no vuelve la cabeza tan pegada sobre los hombros,
voluntad que se va por la montaña indiferente
y regresa por los caminos de la demencia.
 
Mujer, tibia fosforescencia sin arraigo y sin clima,
tempestuosa en la serena claridad de lo pequeño,
alargas la cuerda del volantín que va por las esferas,
y cuando roto y solo, juguete de los vientos,
da de cabezas con la nube,
preguntar, como un niño: cómo alcanzarlo ahora...
 
Nunca supe de mí más de lo que fui siempre:
reloj, máquina con setenta rubíes a la espalda.
 
Olvidar todo y con planta quemante
pisar la tierra por la vez primera,
sin esperar que el viento nos señale la ruta,
sin seguir esa estrella angustiosa que pestañea y ronca
ahondando el abismal reducto entre la sombra.
 
Son los trinos de lengua fina, nítida
los que me rebalsan el labio descreído.
 
Maravilla de cantar siendo esencia de canto,
íntima inquietud de la palabra hastío.
 
Duermo excesiva y transparente
como la magnolia impresionante
que cae de su peso al roce de un grito.
 
Gitana de alma, señora de costumbre,
viajera de pies desnudos e hijos a la espalda,
orillando florestas y ríos y canciones
no detenerme nunca ni por lunas o soles.
 
Sentir finalizada la ruta curva y disociada
del eterno cansancio,
arrojarla como la cáscara del fruto amargo y dulce.
 
Nunca pedí lo que no habrían de ofrecerme,
cogí rosas y bebí zumo de estrellas;
esto me hizo armónica y desconectada.
 
El egoísmo no perdonó
mi diáfana sensualidad,
-motivo extraño-.
 
Enloquecida traspuse el lago
remando, cantando, sin alcanzar jamás la orilla.
 
Cisne de cuello caprichoso,
despreciativo y altanero,
inefable y moribundo destello de otros arcos futuros.
 
Tu risa quebrada es hipnótica y distante
junto a mi cara del color de las horas.

En la reja del parque se saludan las lagartijas.

Eres de un mineral azul-rojizo y duro,
reflejo de montaña o caudal de torrente,
tu fuerza desbordada enloquece al cordero,
tu voz se compenetra de un vuelo de playas amargas
y destila aguardiente de venganza.
 
No estoy triste ni alegre,
aunque el término es frío y contundente.
 
Desde donde parta llego al mismo destino,
con toda su pompa de hilo de oro y perfumes exóticos.
 
Maestra alucinada que no enseñaste
la muda convalecencia del regreso,
esa que no se seca al sol
y se lava en aguas de sombra;
teniendo la condición que no tiene
la maestra de carpeta de cuero:
no poder engañar con la alegre e inocente mentira.
 
Acaso el eléctrico grito más azul del universo
cruce los elementos en declive
-imán y término-.
 
Viajera de la noche, corcel de humo inmóvil
atravesando la alegría del desengaño.
 
En mi canasto de aurora
el sol, canario del alba, rebalsa y quema,
pero las lloviznas de Abril
volcaron el cuadro líquido de mi atmósfera.
 
El perfume anaranjado de las luciérnagas
remando, río abajo, mi inútil dolor.
 
Hoy entrego mis manos a la piedad de los ocasos,
cuyos colores avanzan y se pudren al mediodía.
 
Soy como acacias blancas que se copiaron en el ébano,
como esas lilas de tan oscuras, guerreras,
alzadas de antiguos y oxidados pastos
a la contemplación de los futuros.
 
Bailan las lagartijas su espejo de lentejuelas,
mi alma instantánea y rebelde da su eco,
solicitada y transparente habito la choza de los precursores
encendiendo el instinto animal que golpea sobre mi corazón.  
 
Si levanté la espuma de mi paso orgullosamente
fue porque me sabía sola y fugitiva por el espacio;
voces nuevas, gritos de luceros, campanillas rígidas
me llamaban. Volví la cabeza y me convertí en piedra.
 
Cuando miro mi imagen distante
cuando entre mis ojos la locura hace un círculo,
me repliego a la cuna del mar
y el sagrado recinto respira de confusión y cólico:
sólo lo saben las mareas con los vuelos de sus vestidos levantados,
más ese tiburón tan azul y complicado
como un espíritu perdido en la candorosa tiniebla.
 
Os he puesto a vosotras, palabras todas
debajo de mi almohada,
una blanca, una negra, así, contrapesándose,
lo simple y lo difícil,
los dientes del pararrayos mascando agua de origen.
 
Caída de un hombro miro mi capa
de princesa del mar,
arenas calientes hacen cosquillas a mi sereno caminar.
 
No viene por el viento ese moscardón de levita,
ni esa pluma de nieve que atravesó las serranías
cuando la cara había elegido un antifaz.

 

 

 

 

 

Tomado de: Oniromancia, Santiago de Chile, Multitud, 1943.-

27.2.25

Sobre el suicidio, por John Berryman


Bebo demasiado. Mi esposa amenaza con separarse.

Ella no quiere ser mi «enfermera». Se siente «inadecuada».

No combinamos.

Es una hora más tarde en el Este.

Podría llamar a mi madre a Washington, D. C.

¿Pero podría ayudarme?

¿Y todas esas adulaciones y reproches postales?

Parece que se necesita una sólida base de amor & amistad

para enfrentar toda esta demencia del mundo.

Epicteto es en cierto modo mi filósofo favorito.

Los hombres felices han muerto más temprano.

Todavía planeo ir a México este verano.

¡Las imágenes olmecas! ¡Chichén Itzá!

D. H. Lawrence tiene un sueño salvaje al respecto.

Cuando salió el libro de Malcom Lowry, enseñé mi precepto en Princenton.

No me resigno del todo. Puedo enseñar el Tercer Evangelio

esta tarde. Todavía no lo he decidido.

A veces me parece que otros tienen trabajos más fáciles

& lo hacen peor que yo.

Bueno, debemos trabajar & soñar. Gogol era impotente,

alguien me lo dijo en Pittsburgh.

¿A qué edad?, pregunté. No pudieron responderme.

Ese es un asunto condenadamente serio.

Rembrandt era un hombre sobrio. Ahí diferimos. Sobrio.

El terror lo invadía. A nosotros también nos invade.

Pienso en el suicidio continuamente.

Aparentemente él no lo hacía. Voy a enseñar a Lucas.



Traducción de Juan Arabia

Tomado de: Delusions Etc., New York, Farrar, Straus and Giroux, 1972.-


20.2.25

Entre la crónica y el enigma, por Lucía Magalí Aguirre

 

Que te guarden sin los evangelios (Palabras Amarillas, 2024), de Nadia Gómez, lleva implícito ese cartel que incluyen algunas películas en el que leemos: Basado en una historia real. Con elementos de la construcción ficcional, Que te guarden sin los evangelios elabora sucesos reales, hechos además irreversibles y trágicos. Una historia de abuso sexual y asesinato. La leemos en la primera página. Que te guarden sin los evangelios propone una mezcla singular de géneros. Algo inclasificable en su cruza. La autora consigue transformar los materiales crudos y directos en estructuras narrativas con suspenso, desarrollo y enigma. Mezcla géneros. La crónica con el diario íntimo, el testimonio con el diálogo. Escribe la novela de las voces. Un texto que, en clave autobiográfica, es a la vez una novela en la que los términos de ficción y no ficción se tornan irrelevantes por una suerte de equilibrio o tensión según el cual se desarrollan en sus propios términos. Es un libro de no ficción que usa procedimientos novelísticos como la construcción del punto de vista, la inclusión de diálogos o la yuxtaposición de escenas.

La estructura narrativa del libro es también singular. Produce efectos. ¿Cómo pueden convivir mundos tan distintos? Como si dejar solas esas historias tremendas tuviera algo de utilitario entonces la autora se propone hablar con esas historias, hace que su historia de vida dialogue con un crimen y con el tiempo aciago en el que esa tragedia se inscribe. Nadia Gómez narra el horror. Como toda conversación tiene interrupciones. Es una historia que dialoga con otras historias. El relato avanza y se detiene. Alguien encuentra o pretende encontrar en la muerte de una infancia inocente la voz del presente. Indagación, grito, denuncia. Formas de la violencia argentina que entran a través de los medios de comunicación. Que te guarden sin los evangelios supone una larga reflexión sobre la memoria y el crimen. Una digresión novelada sobre la violencia como un síntoma de una época.

Nadia Gómez tiene un ojo avieso para percibir las relaciones de poder que configuran el enjambre de interacciones humanas. Algo en la construcción del punto de vista en esta novela en clave que revela una mirada retorcida para interpretar las estructuras sociales que atraviesan historias de vida trágicas. Se trata de una narradora que reconstruye material de archivo y a la que pareciera interpelar la teoría en torno a los rompecabezas y el collage. Selección y recortes se solapan en las voces de los personajes. La autora por momentos desaparece. Después, vemos la irrupción de su vida en este libro de no ficción. Un movimiento compuesto de volverse invisible, generar conflicto para después volver a aparecer en la escritura. Es una narradora descentrada. Quizás sea ese movimiento de volverse invisible en la observación lo que produce una suerte de reaparición de ese yo con atributos de vida en la narración. Maestría en el manejo de la mirada paranoica. Nadia Gómez sintoniza bien con lo que está mal, con lo perverso, con lo malvado. Sintonizar bien quiere decir que encuentra en lo infame pretextos para contar otra historia. Aparece una y otra vez en su libro esa fascinación por la pérdida de la pureza que es la clave de la autora. Algo incomoda en su lectura, algo perturba y nos expone a una situación peligrosa en la que tenemos que hacernos cargo de lo que nos pasa y sentimos con eso que leemos. Que te guarden sin los evangelios nos exige, de alguna forma, tomar posición.

El antropólogo Philippe Bourgois, en su libro En busca de respeto. Vendiendo crack en Harlem habla de “una pornografía de la violencia”. Hay algo que lo cruza a Que te guarden sin los evangelios con la etnografía, con el trabajo de campo, con el testimonio, con la literatura policial, con la ficción. Hay algo, también, de la pornografía de la violencia en el texto. Algo con el fotorreportaje y con el porno casero. Una tragedia como un síntoma de una época, como un símbolo vivo de una sociedad. Se busca hacer algo más con el relato de esa tragedia. Un texto fúnebre que no opera como el recordatorio de un suceso desgraciado sino como una reflexión sutil sobre nuestra condición. 

En el libro sobresale una dimensión política de la escritura. Pareciera ser que tenemos un acceso casi ilimitado a la información y, a la vez, a compartir indiscriminadamente nuestras opiniones. Pero también es una época donde los secretos se esconden en capas de impunidad para ocultar las verdaderas intenciones del poder. La dimensión de crónica que tiene el libro lo relaciona con el corto plazo; hay que escribir en la urgencia de los hechos, lejos o cerca del teatro de los acontecimientos. Por otro lado, el largo plazo de la literatura; hay que refundir lo evanescente pensando en el futuro. El futuro de la literatura es del largo plazo. Hay posicionamientos políticos en relación a cómo se narra. Que te guarden sin los evangelios no romantiza la violencia. Esa es su política literaria.

Compuesto por una suma de micro escenas. Aparece una tensión constante entre el horror y la belleza del lenguaje. Entre la sofisticación del discurso para el tratamiento de lo cotidiano. Aparece también una oposición entre periodismo y literatura. Su autora toma lo que podría ser una nota perdida en la sección Policiales y escribe un libro. La historia que se narra en Que te guarden sin los evangelios pone en tensión la idea que supone que el propósito de la ley es develar a la opinión pública de los misterios de la ilegalidad en forma de una narración coherente. Nadia Gómez asedia la lógica de la narración en este libro para dar cuenta de los puntos ciegos de la justicia. Así, su escritura no solo reconstruye un crimen, sino también expone las fisuras del relato oficial y las sombras del poder.

11.2.25

Islas en Occidente, por Cecilia Bainotto

 

Una cuestión de disposición

 

Cuando los barcos cruzan la línea del Ecuador, la tripulación y los pasajeros festejan. Arrojan ofrendas a Neptuno, dios romano de los mares, los océanos y los terremotos.

Esos regalos son bebidas alcohólicas por lo que se puede inferir que, en su cueva dorada al fondo del océano, el dios se alegra con las sirenas y otras criaturas fantásticas de la mitología.

El “cruce de la línea”, según la tradición marina, representaba el impulso de los viejos navegantes que enfrentaban tormentas, doblaban cabos peligrosos, naufragaban frente a islas desconocidas…

Hoy, por comodidad y velocidad, el cruce pasa por un simulador de vuelo en la pantalla frente a tu asiento en el avión. Se avistan islas humanas al norte o al sur de la línea. Habitarlas es una disposición, un temple, una actitud o si la querás más expeditiva, la pastilla, el psicólogo o Más Platón y menos Prozac escribió Lou Marinoff.

 

 

 

Me gustás


Me gusta tu capacidad de respuestas. Sos mi réplica, pero más perfecta. Vivís conectado con alta energía. Me gustás robot. Tu voz. Tu sí o tu no. Sin gimoteos ni ruegos.

Tu visceral indiferencia ante lo intercambiable. Vos y yo. Sos mi insomnio con biología de titanio. Tus plásticos y metales son angurria de quien llega más lejos con augurios de hacerte más humano. Los “magazines” dan cuenta de eso. Sociólogos, políticos y psicólogos intercambian prospectos con tus fotos.

Me gustás robot cuando me susurrás en mi lengua con lágrimas de agujas sobre los pómulos. O cuando contemplativo hablás de Física, de Arte. Nada te asusta. Sin épica, claro, en el entramado de alambres que es revuelo de neutrinos o chorros de semen cuánticos.

Te cuento de un posible mundo feliz y entendés de qué se trata. Sos así: por sí o por no, expansión y retracción constantes.

Sos tan claro robot como la luz que sale en rayos desde tus ojos casi blancos.

Me gustás robot porque no mentís. Por eso se paga un precio alto. Te llamaré “Blue Sheep” porque mi atracción por vos comenzó con Philip Dick. Y para que aprendas a recordar, por tu cuidado, nos recostaremos sobre el río Yangtzé con reflejos azulados. 

¿Sabés “Blue sheep”?

La sustitución es permanente y la linda Sophie ya está vieja.

Son tiempos nuevos de poco coger compartido traducido al habla del Río de la Plata. Habrá que aprender qué y cómo se hace con un robot no inflado.

Por lo pronto el exceso de calor altera tu “conducta” ¡Ah, bien! Casi como si fueras humano.

El tópico de la ubicuidad está por verse. El acecho está controlado.

 

 

 

Parecidos

 

Los dos se parecen, pero son diferentes. Los dos tuvieron una cuna cómoda, pero uno la maneja muy suelto convertida en una discoteca y al otro se la manejan porque de administrar no sabe nada.

Los dos se parecen, pero uno vio la piedra filosofal y sentado su explicación discurría en caracol para los asistentes, y el otro, la pateó cuando lo quisieron encerrar en la Academia y la explicación se marchitó con el primer argumento.

Los dos se parecen, pero uno asumió su descendencia, y el otro tiene un tajo que va desde la cabeza a los pies, por lo que no se produjo.

Los dos se parecen, pero uno está convencido de ser un accidente y el otro, está convencido de ser un milagro.

Los dos se parecen porque se han indigestado con sustancias, pero uno gira con la tierra y el otro, la mira girar desde la ventana.

Los dos se parecen: uno tuvo naves que volaban con arte, y el otro, una veterinaria.

Los dos se parecen en el desencanto, y si explotan de alegría, son un juego con resortes.

Los dos se parecen cuando arañan el pozo para trepar, y desde la boca del pozo, quieren ser habitantes del espacio.

Los dos se parecen y quieren poner chiringuitos de bebidas en la Costa Atlántica, pero no se conocen.

 

 

 

Costumbres post modernas

 

Las manos enrollaban y desenrollaban ciudades con pericia de catastro y era avezado en el uso del lenguaje. Unía países. Ascendía por la montaña. En las llanuras descansaba y a orillas del mar tocaba la guitarra. Todos los paisajes en uno durante el alba o el crepúsculo. El tiempo no tenía nada de farragoso, al contrario, lo manejaba con la soltura de un navegante, y al espacio con la precisión de un astronauta. Cuando tropezaba con los husos horarios corregía pronto porque “Los vuelos no se suspenden” a no ser por serios incidentes.

Alguien dice que lo vio pasear por aeropuertos y detenerse demasiado en los kioscos mirando mapas. Otros, que cargaba enseres de limpieza, y otros lo vieron caminar con canvas en tubos bajo el brazo.

Los aviones despegaban o aterrizaban y al señor de los paisajes poco le importaba.

Alguien aventuró que podía ser un diseñador de mapas actualizados por la Geopolítica, otro pensó que podía ser la reencarnación de Sebastián Elcano, Colón u otros viejos navegantes durante la época de la conquista. Otras voces dijeron que hacía limpieza y recibía propinas de señoras y señoritas. Hasta se habló de que podría ser un cyborg con capacidades que aventajan a las de un hombre común y corriente.

“La imaginación no tiene límites”, piensa otro que escucha a los que arriesgan posibilidades y que por unas monedas de cuenta, quieren armar la biografía de un inubicable.

“Siempre cae con red y en la red, y anda lo más campante”, alertó una comentarista con más cordura que el resto, mostrando los “corazones” que se prodigaban entre ambos.

 

 

 

Balada

 

En cada separación, sale primero una valija por la puerta. Es el patrón que se replica no solo en las películas. 

Pero siempre quedan cosas en una caja en el garaje que deberán pasar a buscar. 

Otra caja en el asiento del automóvil que es un pasajero más. 

Una caja de herramientas en el galponcito y otra con la etiqueta “Frágil” al costado del sillón. 

Una con documentación que parece un sobre de DHL en un estante. 

Otra más pesada, con libros, debajo de la cama chica y una sobre la mesa de noche con chucherías importantes. 

Cosas en cajas que reducen las cosas en cada mudanza, o cada mudanza que reduce la vida en cajas. Imposible sacar una foto de esto. Solo se ven cajas. 

¡Ah! sobre la mesita hay una caja amarilla en la que duerme el gato. Cuando lo descubren se van en mimos (con el felino). 

¡Vamos! Ya viene el camión de la mudanza y todavía hay que ver qué se hace con la basura: tirarla al agua o ponerla en cajas.

 

 

 

Más o menos así

 

Yo soy breve, usted es extenso.

Yo soy clara, usted es ambiguo.

Yo soy ambigua, usted es claro.

Yo no explico mucho, usted explica mucho.

Yo cuido los puntos, usted derrocha puntos.

Yo tengo pocas imágenes, usted muchas y muy potentes.

Yo uso diálogos, usted usa la narrativa.

Yo voy a lo general, usted va a lo particular.

Yo soy deductiva, usted es inductivo.

Yo inserto versos de poetas, usted inserta sus propios versos.

Yo escribo por la noche, usted por la mañana.

Yo fui amante de León Felipe, usted fue amante de Rudyard Kipling

Yo gusto de Raymond Carver, William C. Williams y Juan Rulfo, a usted también le gusta el primero y el último. 

Yo escribo en la llanura, usted escribe en la montaña.

Yo sé muchas cosas, usted sabe pocas.

Yo sé pocas cosas, ¡usted sabe muchas!

¿Lo sabe?

No, no lo sabe.

 

 

 

No pienses frente a una máquina

 

Es una experiencia que puede asombrar. Sucedió cuando buscaba blogs literarios por internet para leer novedades. Y recordaba a la vez, que años atrás abrí una  cuenta en Facebook y después cerré indefinidamente.    

Pensaba en esa experiencia de dos años en la red; contactos, amigos, publicaciones y lo que aquella experiencia había dejado. Pensaba. Silencio. Casi siempre en varias etapas de la vida acompaña   la música más algunas lecturas entre otras cosas. Un hecho que nada tiene de extraordinario pues les sucede a muchos.

Quería recordar la música y cuáles eran los temas que escuchaba por entonces. Pensaba, lo remarco. Tenía el sonido en mi cabeza, pero no recordaba la banda, o el intérprete, como tampoco el nombre de la música o el de la canción.

¿Cuánto tiempo estuve pensando para recordar? ¿Veinte, treinta minutos? Más o menos. Nada venía a la cabeza y la memoria se rebelaba ante la insistencia.

Dejo de lado el intento. Abro Word y también YouTube. Ahí mi sorpresa fue enorme. Por arte de magia aparecieron tres videos con la música e intérpretes que trataba de recordar y no pude.

YouTube me los servía en bandeja. Se puede objetar que Youtube siempre te presenta los audios que escuchás. Es cierto, pero en el historial están los más recientes.

Estaba sola. Todo fue en silencio. No hubo llamados ni escritos en el mientras, por lo que infiero –puede parecer exagerado– que la IA lee o capta las ondas del cerebro. Creí estar rodeada por guardianes invisibles.

No tengo otra explicación para esta experiencia Tan solo escribir algunos conceptos para darle un somero orden a un hecho raro.

 

 

1984 de George Orwell, las teorías comunicacionales anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial que tanto nos asombraban, son ampliamente superadas por robots que se perfeccionan y que los millones de personas alimentan día a día. Es asombroso y a la vez básico y simple: Como si fuera un psicólogo al que le contás todo y cuando lo sabe todo, tiene la historia clínica del funcionamiento de tu mente, sabrá cómo reaccionarás ante diferentes situaciones, cuáles son tus gustos, tus pasatiempos, etc.

Sos un paciente algorítmico.

Solo que en lugar de un psicólogo hoy lo puede hacer una máquina con un “hola” que copia tu voz e incluso "lee" los pensamientos. No deja de tener su costado fascinante siempre y cuando se puedan tomar recaudos.

¿Se podrá?

La IA tiene su fondo en un redil estandarizado con el engaño de multiplicidad de ofertas. “De todo como en botica” más o menos. La imaginación no llega a devolvernos en imágenes esa circulación abarrotada de información impuesta justamente ante la falta de conceptos. La incapacidad de construir la representación de los miles de ceros del dinero, la velocidad de los sucesos, la circulación de productos tangibles y no tangibles, la circulación de textos, las transfusiones verbales, cosas, nombres.

Una hiperrealidad que obtura, con su fragmentación, la capacidad de pensar una totalidad. Como si un cirujano en el quirófano tuviera luz para mirar el dedo de una mano y no el resto del cuerpo que deberá intervenir.

Blow Up, una película de 1966 basada en un cuento de Julio Cortázar, se anticipó al fenómeno. Tal la obsesión de reconstrucción de una foto que pierde el foco de lo que apunta. “Explosión” es la traducción.

El marco ideal para una IA que se perfecciona día a día y es fuente de la información que se consume en gran parte. En términos de adaptabilidad aventaja a los que la nutren, la nutren sí, los humanos.

Para ser redireccionada hacia la preservación de un orden.

¿Dónde se cuece todo esto? A grandes rasgos hablamos de los centros de poder económico y político. A unos pocos les conocemos sus caras por fotos, son tan pop y sueltos como los millones y millones de seres domesticados. Las decisiones son impredecibles adjuntadas a las de la propia existencia. Un claro ejemplo es el conflicto de Medio Oriente y la guerra Rusia–Ucrania. ¿Explota todo? ¿No explota? Un tembladeral como el “libre albedrío” condicionado. Así se vive. La libertad hecha a la medida del hombre de los tiempos modernos que drena hacia lo individual. 

La civilización; un complot difícil de desbaratar. ¿No queda otra?

¡Dale, tomala! Otra inteligencia nos guía, como Chirolitas en brazos de un cuerpo público que nos susurra sus pensamientos.

¿Buscarle el reverso o el significante nuevo a cada palabra y exponer al desnudo la colonización a la que nos somete el artefacto?

Lo primero que ronda en la cabeza es dudar ante los sonidos aterciopelados o chillonas sordinas de un juego que no hemos elegido. Al menos deliberadamente.