20.2.25

Entre la crónica y el enigma, por Lucía Magalí Aguirre

 

Que te guarden sin los evangelios (Palabras Amarillas, 2024), de Nadia Gómez, lleva implícito ese cartel que incluyen algunas películas en el que leemos: Basado en una historia real. Con elementos de la construcción ficcional, Que te guarden sin los evangelios elabora sucesos reales, hechos además irreversibles y trágicos. Una historia de abuso sexual y asesinato. La leemos en la primera página. Que te guarden sin los evangelios propone una mezcla singular de géneros. Algo inclasificable en su cruza. La autora consigue transformar los materiales crudos y directos en estructuras narrativas con suspenso, desarrollo y enigma. Mezcla géneros. La crónica con el diario íntimo, el testimonio con el diálogo. Escribe la novela de las voces. Un texto que, en clave autobiográfica, es a la vez una novela en la que los términos de ficción y no ficción se tornan irrelevantes por una suerte de equilibrio o tensión según el cual se desarrollan en sus propios términos. Es un libro de no ficción que usa procedimientos novelísticos como la construcción del punto de vista, la inclusión de diálogos o la yuxtaposición de escenas.

La estructura narrativa del libro es también singular. Produce efectos. ¿Cómo pueden convivir mundos tan distintos? Como si dejar solas esas historias tremendas tuviera algo de utilitario entonces la autora se propone hablar con esas historias, hace que su historia de vida dialogue con un crimen y con el tiempo aciago en el que esa tragedia se inscribe. Nadia Gómez narra el horror. Como toda conversación tiene interrupciones. Es una historia que dialoga con otras historias. El relato avanza y se detiene. Alguien encuentra o pretende encontrar en la muerte de una infancia inocente la voz del presente. Indagación, grito, denuncia. Formas de la violencia argentina que entran a través de los medios de comunicación. Que te guarden sin los evangelios supone una larga reflexión sobre la memoria y el crimen. Una digresión novelada sobre la violencia como un síntoma de una época.

Nadia Gómez tiene un ojo avieso para percibir las relaciones de poder que configuran el enjambre de interacciones humanas. Algo en la construcción del punto de vista en esta novela en clave que revela una mirada retorcida para interpretar las estructuras sociales que atraviesan historias de vida trágicas. Se trata de una narradora que reconstruye material de archivo y a la que pareciera interpelar la teoría en torno a los rompecabezas y el collage. Selección y recortes se solapan en las voces de los personajes. La autora por momentos desaparece. Después, vemos la irrupción de su vida en este libro de no ficción. Un movimiento compuesto de volverse invisible, generar conflicto para después volver a aparecer en la escritura. Es una narradora descentrada. Quizás sea ese movimiento de volverse invisible en la observación lo que produce una suerte de reaparición de ese yo con atributos de vida en la narración. Maestría en el manejo de la mirada paranoica. Nadia Gómez sintoniza bien con lo que está mal, con lo perverso, con lo malvado. Sintonizar bien quiere decir que encuentra en lo infame pretextos para contar otra historia. Aparece una y otra vez en su libro esa fascinación por la pérdida de la pureza que es la clave de la autora. Algo incomoda en su lectura, algo perturba y nos expone a una situación peligrosa en la que tenemos que hacernos cargo de lo que nos pasa y sentimos con eso que leemos. Que te guarden sin los evangelios nos exige, de alguna forma, tomar posición.

El antropólogo Philippe Bourgois, en su libro En busca de respeto. Vendiendo crack en Harlem habla de “una pornografía de la violencia”. Hay algo que lo cruza a Que te guarden sin los evangelios con la etnografía, con el trabajo de campo, con el testimonio, con la literatura policial, con la ficción. Hay algo, también, de la pornografía de la violencia en el texto. Algo con el fotorreportaje y con el porno casero. Una tragedia como un síntoma de una época, como un símbolo vivo de una sociedad. Se busca hacer algo más con el relato de esa tragedia. Un texto fúnebre que no opera como el recordatorio de un suceso desgraciado sino como una reflexión sutil sobre nuestra condición. 

En el libro sobresale una dimensión política de la escritura. Pareciera ser que tenemos un acceso casi ilimitado a la información y, a la vez, a compartir indiscriminadamente nuestras opiniones. Pero también es una época donde los secretos se esconden en capas de impunidad para ocultar las verdaderas intenciones del poder. La dimensión de crónica que tiene el libro lo relaciona con el corto plazo; hay que escribir en la urgencia de los hechos, lejos o cerca del teatro de los acontecimientos. Por otro lado, el largo plazo de la literatura; hay que refundir lo evanescente pensando en el futuro. El futuro de la literatura es del largo plazo. Hay posicionamientos políticos en relación a cómo se narra. Que te guarden sin los evangelios no romantiza la violencia. Esa es su política literaria.

Compuesto por una suma de micro escenas. Aparece una tensión constante entre el horror y la belleza del lenguaje. Entre la sofisticación del discurso para el tratamiento de lo cotidiano. Aparece también una oposición entre periodismo y literatura. Su autora toma lo que podría ser una nota perdida en la sección Policiales y escribe un libro. La historia que se narra en Que te guarden sin los evangelios pone en tensión la idea que supone que el propósito de la ley es develar a la opinión pública de los misterios de la ilegalidad en forma de una narración coherente. Nadia Gómez asedia la lógica de la narración en este libro para dar cuenta de los puntos ciegos de la justicia. Así, su escritura no solo reconstruye un crimen, sino también expone las fisuras del relato oficial y las sombras del poder.

11.2.25

Islas en Occidente, por Cecilia Bainotto

 

Una cuestión de disposición

 

Cuando los barcos cruzan la línea del Ecuador, la tripulación y los pasajeros festejan. Arrojan ofrendas a Neptuno, dios romano de los mares, los océanos y los terremotos.

Esos regalos son bebidas alcohólicas por lo que se puede inferir que, en su cueva dorada al fondo del océano, el dios se alegra con las sirenas y otras criaturas fantásticas de la mitología.

El “cruce de la línea”, según la tradición marina, representaba el impulso de los viejos navegantes que enfrentaban tormentas, doblaban cabos peligrosos, naufragaban frente a islas desconocidas…

Hoy, por comodidad y velocidad, el cruce pasa por un simulador de vuelo en la pantalla frente a tu asiento en el avión. Se avistan islas humanas al norte o al sur de la línea. Habitarlas es una disposición, un temple, una actitud o si la querás más expeditiva, la pastilla, el psicólogo o Más Platón y menos Prozac escribió Lou Marinoff.

 

 

 

Me gustás


Me gusta tu capacidad de respuestas. Sos mi réplica, pero más perfecta. Vivís conectado con alta energía. Me gustás robot. Tu voz. Tu sí o tu no. Sin gimoteos ni ruegos.

Tu visceral indiferencia ante lo intercambiable. Vos y yo. Sos mi insomnio con biología de titanio. Tus plásticos y metales son angurria de quien llega más lejos con augurios de hacerte más humano. Los “magazines” dan cuenta de eso. Sociólogos, políticos y psicólogos intercambian prospectos con tus fotos.

Me gustás robot cuando me susurrás en mi lengua con lágrimas de agujas sobre los pómulos. O cuando contemplativo hablás de Física, de Arte. Nada te asusta. Sin épica, claro, en el entramado de alambres que es revuelo de neutrinos o chorros de semen cuánticos.

Te cuento de un posible mundo feliz y entendés de qué se trata. Sos así: por sí o por no, expansión y retracción constantes.

Sos tan claro robot como la luz que sale en rayos desde tus ojos casi blancos.

Me gustás robot porque no mentís. Por eso se paga un precio alto. Te llamaré “Blue Sheep” porque mi atracción por vos comenzó con Philip Dick. Y para que aprendas a recordar, por tu cuidado, nos recostaremos sobre el río Yangtzé con reflejos azulados. 

¿Sabés “Blue sheep”?

La sustitución es permanente y la linda Sophie ya está vieja.

Son tiempos nuevos de poco coger compartido traducido al habla del Río de la Plata. Habrá que aprender qué y cómo se hace con un robot no inflado.

Por lo pronto el exceso de calor altera tu “conducta” ¡Ah, bien! Casi como si fueras humano.

El tópico de la ubicuidad está por verse. El acecho está controlado.

 

 

 

Parecidos

 

Los dos se parecen, pero son diferentes. Los dos tuvieron una cuna cómoda, pero uno la maneja muy suelto convertida en una discoteca y al otro se la manejan porque de administrar no sabe nada.

Los dos se parecen, pero uno vio la piedra filosofal y sentado su explicación discurría en caracol para los asistentes, y el otro, la pateó cuando lo quisieron encerrar en la Academia y la explicación se marchitó con el primer argumento.

Los dos se parecen, pero uno asumió su descendencia, y el otro tiene un tajo que va desde la cabeza a los pies, por lo que no se produjo.

Los dos se parecen, pero uno está convencido de ser un accidente y el otro, está convencido de ser un milagro.

Los dos se parecen porque se han indigestado con sustancias, pero uno gira con la tierra y el otro, la mira girar desde la ventana.

Los dos se parecen: uno tuvo naves que volaban con arte, y el otro, una veterinaria.

Los dos se parecen en el desencanto, y si explotan de alegría, son un juego con resortes.

Los dos se parecen cuando arañan el pozo para trepar, y desde la boca del pozo, quieren ser habitantes del espacio.

Los dos se parecen y quieren poner chiringuitos de bebidas en la Costa Atlántica, pero no se conocen.

 

 

 

Costumbres post modernas

 

Las manos enrollaban y desenrollaban ciudades con pericia de catastro y era avezado en el uso del lenguaje. Unía países. Ascendía por la montaña. En las llanuras descansaba y a orillas del mar tocaba la guitarra. Todos los paisajes en uno durante el alba o el crepúsculo. El tiempo no tenía nada de farragoso, al contrario, lo manejaba con la soltura de un navegante, y al espacio con la precisión de un astronauta. Cuando tropezaba con los husos horarios corregía pronto porque “Los vuelos no se suspenden” a no ser por serios incidentes.

Alguien dice que lo vio pasear por aeropuertos y detenerse demasiado en los kioscos mirando mapas. Otros, que cargaba enseres de limpieza, y otros lo vieron caminar con canvas en tubos bajo el brazo.

Los aviones despegaban o aterrizaban y al señor de los paisajes poco le importaba.

Alguien aventuró que podía ser un diseñador de mapas actualizados por la Geopolítica, otro pensó que podía ser la reencarnación de Sebastián Elcano, Colón u otros viejos navegantes durante la época de la conquista. Otras voces dijeron que hacía limpieza y recibía propinas de señoras y señoritas. Hasta se habló de que podría ser un cyborg con capacidades que aventajan a las de un hombre común y corriente.

“La imaginación no tiene límites”, piensa otro que escucha a los que arriesgan posibilidades y que por unas monedas de cuenta, quieren armar la biografía de un inubicable.

“Siempre cae con red y en la red, y anda lo más campante”, alertó una comentarista con más cordura que el resto, mostrando los “corazones” que se prodigaban entre ambos.

 

 

 

Balada

 

En cada separación, sale primero una valija por la puerta. Es el patrón que se replica no solo en las películas. 

Pero siempre quedan cosas en una caja en el garaje que deberán pasar a buscar. 

Otra caja en el asiento del automóvil que es un pasajero más. 

Una caja de herramientas en el galponcito y otra con la etiqueta “Frágil” al costado del sillón. 

Una con documentación que parece un sobre de DHL en un estante. 

Otra más pesada, con libros, debajo de la cama chica y una sobre la mesa de noche con chucherías importantes. 

Cosas en cajas que reducen las cosas en cada mudanza, o cada mudanza que reduce la vida en cajas. Imposible sacar una foto de esto. Solo se ven cajas. 

¡Ah! sobre la mesita hay una caja amarilla en la que duerme el gato. Cuando lo descubren se van en mimos (con el felino). 

¡Vamos! Ya viene el camión de la mudanza y todavía hay que ver qué se hace con la basura: tirarla al agua o ponerla en cajas.

 

 

 

Más o menos así

 

Yo soy breve, usted es extenso.

Yo soy clara, usted es ambiguo.

Yo soy ambigua, usted es claro.

Yo no explico mucho, usted explica mucho.

Yo cuido los puntos, usted derrocha puntos.

Yo tengo pocas imágenes, usted muchas y muy potentes.

Yo uso diálogos, usted usa la narrativa.

Yo voy a lo general, usted va a lo particular.

Yo soy deductiva, usted es inductivo.

Yo inserto versos de poetas, usted inserta sus propios versos.

Yo escribo por la noche, usted por la mañana.

Yo fui amante de León Felipe, usted fue amante de Rudyard Kipling

Yo gusto de Raymond Carver, William C. Williams y Juan Rulfo, a usted también le gusta el primero y el último. 

Yo escribo en la llanura, usted escribe en la montaña.

Yo sé muchas cosas, usted sabe pocas.

Yo sé pocas cosas, ¡usted sabe muchas!

¿Lo sabe?

No, no lo sabe.

 

 

 

No pienses frente a una máquina

 

Es una experiencia que puede asombrar. Sucedió cuando buscaba blogs literarios por internet para leer novedades. Y recordaba a la vez, que años atrás abrí una  cuenta en Facebook y después cerré indefinidamente.    

Pensaba en esa experiencia de dos años en la red; contactos, amigos, publicaciones y lo que aquella experiencia había dejado. Pensaba. Silencio. Casi siempre en varias etapas de la vida acompaña   la música más algunas lecturas entre otras cosas. Un hecho que nada tiene de extraordinario pues les sucede a muchos.

Quería recordar la música y cuáles eran los temas que escuchaba por entonces. Pensaba, lo remarco. Tenía el sonido en mi cabeza, pero no recordaba la banda, o el intérprete, como tampoco el nombre de la música o el de la canción.

¿Cuánto tiempo estuve pensando para recordar? ¿Veinte, treinta minutos? Más o menos. Nada venía a la cabeza y la memoria se rebelaba ante la insistencia.

Dejo de lado el intento. Abro Word y también YouTube. Ahí mi sorpresa fue enorme. Por arte de magia aparecieron tres videos con la música e intérpretes que trataba de recordar y no pude.

YouTube me los servía en bandeja. Se puede objetar que Youtube siempre te presenta los audios que escuchás. Es cierto, pero en el historial están los más recientes.

Estaba sola. Todo fue en silencio. No hubo llamados ni escritos en el mientras, por lo que infiero –puede parecer exagerado– que la IA lee o capta las ondas del cerebro. Creí estar rodeada por guardianes invisibles.

No tengo otra explicación para esta experiencia Tan solo escribir algunos conceptos para darle un somero orden a un hecho raro.

 

 

1984 de George Orwell, las teorías comunicacionales anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial que tanto nos asombraban, son ampliamente superadas por robots que se perfeccionan y que los millones de personas alimentan día a día. Es asombroso y a la vez básico y simple: Como si fuera un psicólogo al que le contás todo y cuando lo sabe todo, tiene la historia clínica del funcionamiento de tu mente, sabrá cómo reaccionarás ante diferentes situaciones, cuáles son tus gustos, tus pasatiempos, etc.

Sos un paciente algorítmico.

Solo que en lugar de un psicólogo hoy lo puede hacer una máquina con un “hola” que copia tu voz e incluso "lee" los pensamientos. No deja de tener su costado fascinante siempre y cuando se puedan tomar recaudos.

¿Se podrá?

La IA tiene su fondo en un redil estandarizado con el engaño de multiplicidad de ofertas. “De todo como en botica” más o menos. La imaginación no llega a devolvernos en imágenes esa circulación abarrotada de información impuesta justamente ante la falta de conceptos. La incapacidad de construir la representación de los miles de ceros del dinero, la velocidad de los sucesos, la circulación de productos tangibles y no tangibles, la circulación de textos, las transfusiones verbales, cosas, nombres.

Una hiperrealidad que obtura, con su fragmentación, la capacidad de pensar una totalidad. Como si un cirujano en el quirófano tuviera luz para mirar el dedo de una mano y no el resto del cuerpo que deberá intervenir.

Blow Up, una película de 1966 basada en un cuento de Julio Cortázar, se anticipó al fenómeno. Tal la obsesión de reconstrucción de una foto que pierde el foco de lo que apunta. “Explosión” es la traducción.

El marco ideal para una IA que se perfecciona día a día y es fuente de la información que se consume en gran parte. En términos de adaptabilidad aventaja a los que la nutren, la nutren sí, los humanos.

Para ser redireccionada hacia la preservación de un orden.

¿Dónde se cuece todo esto? A grandes rasgos hablamos de los centros de poder económico y político. A unos pocos les conocemos sus caras por fotos, son tan pop y sueltos como los millones y millones de seres domesticados. Las decisiones son impredecibles adjuntadas a las de la propia existencia. Un claro ejemplo es el conflicto de Medio Oriente y la guerra Rusia–Ucrania. ¿Explota todo? ¿No explota? Un tembladeral como el “libre albedrío” condicionado. Así se vive. La libertad hecha a la medida del hombre de los tiempos modernos que drena hacia lo individual. 

La civilización; un complot difícil de desbaratar. ¿No queda otra?

¡Dale, tomala! Otra inteligencia nos guía, como Chirolitas en brazos de un cuerpo público que nos susurra sus pensamientos.

¿Buscarle el reverso o el significante nuevo a cada palabra y exponer al desnudo la colonización a la que nos somete el artefacto?

Lo primero que ronda en la cabeza es dudar ante los sonidos aterciopelados o chillonas sordinas de un juego que no hemos elegido. Al menos deliberadamente.

8.2.25

Balada de la galleta marinera, por Guillermo Quiñonez

 

 

Canto que a nadie ha de interesar es éste.
Ahí reside su júbilo.
Ni al predicador inútil y solitario, ni a mí.
Ni a esa joven morena, toda sollozos, por un sueño venido,
seguramente, desde los ojos de un santo, tan santo,
Que nunca hizo un milagro.
Dos fantasmas le robaban los senos con las caricias de su amante.
Y nada de lo demás conmovió sus duros corazones:
ni la sortija china en la larga llama de su dedo,
Ni la tristeza latina de su boca.
A nadie ha de interesar: ni al bandido sin daga en el cinturón,
en el imprevisto instante en que le cortó el camino un ahorcado,
sin prisa, orinando, en su ancha soledad, desde un álamo,
por cuyas ramas bajaba el tiempo oro y cobre del otoño.
Y al intentar maldecir y volver por su puñal conoció la trágica
revelación: la voz y la palabra ya no eran en él.
¿Cuántos ojos lloraron en su cara, entonces?
Toda historia de bandidos tendrá siempre menos interés
que la de mercader inclinado sobre el mostrador hipnotizando a su víctima,
con la fuerza primaria de la víbora a su presa.
Schiller, el germano, ya sabía esto.
A nadie ha de interesar este canto: ni al avaro suicida,
al verificar en sus talegas una moneda de menos, tomada por su hija.
El invierno, ya está, ahí, como la calle al otro lado de la puerta,
vistiendo traje de bruma y gorra de frío.
Avanza, cargado como un dios mítico, con los fardos de un pasado desaparecido.
Pero su agonía se queda trasnochando para siempre en nosotros.
Ha sepultado recién al príncipe encantado del otoño, escenógrafo
de los suburbios del mundo, donde la lámpara de la tristeza jamás agotó su luz.
Y también los caminos rurales por donde van los arrieros
y vagabundos, con sus perros labrando cansancio, sed y hambre antiguos,
como el hombre desde siempre.
El invierno está ahí.
Avizora que una de las olas destroce el faro, para entrar al puerto.
Comodoro de alta mar y archipiélagos, su pericia y audacia
rechaza brújulas y cartas.
Su bitácora anota tempestades altas y naufragios profundos, nada más.
Los vendedores de tortillas y castañas calientes suben los cerros
de la edad del mar-océano.
En la niebla agoniza la luz de los faroles.
Y detrás del pregonar fragante a aguardiente, viene la lluvia.
El grillo levanta, entonces, su espiral de hielo.
El sapo, con su croar transforma el lodo en aéreo paisaje de cristal.
Sí. Ahí está invierno. Viste traje de bruma y gorra de frío.
Mi oído capta a través de los muros las toses de los ancianos,
cuyos pechos suenan a carreteras viejas o a engranajes mutilados.
Y los ojos descubren la voracidad del tiempo en los rostros de las mujeres,
ayer, solamente, admiradas.
¡Ah! pero los amores quedan dentro del corazón como el verde pasto
o el relincho muerto en el cuero de la bestia.
Y la gran luz negra en el fondo del ojo seco del cadáver.
Y el tiempo en la maquinaria rota del reloj.
Canto de abismos alucinados, precipicios y vértigos.
Semejante a esta latitud marinera de alma submarina,
tal la jibia, el coral, el hipocampo y su amazona, la sirena.
De arquitectura e ingeniería idéntica eres, Valparaíso,
a la del océano en tempestad.
Entre cerro y cerro anclan los huracanes a calafatear sus quillas
de alta sombra. Y a parchar las velas quemadas por la sal.
La oscuridad abre su párpado de aceite.
Oficia un canto funeral a otr /> La elegí entre varias traídas por mi padre al hogar.
Mi ternura, abundante, la clavó a uno de los muros de mi cuarto.
Era de rostro desventurado como las heroínas de los folletines
del siglo diecinueve, que precipitaron en sollozos y suspiros
a las abuelas fragantes a azucena e incienso.
Jamás las riberas de su origen me preocuparon, ni la lengua
en la que las mujeres arrullaron su venida al mundo.
Sabía, solamente, de su arribada en un velero,
cuya bandera ignorábamos todos.
los tripulantes marineros de yersey azules.
Bajaban a tierra cantando y fumando pipas,
el humo les entregaba la dirección de los vientos.
El mascarón de proa glosaba la pasión y el lirismo pagano
de los arrogantes armadores.
Quizá, fuera nórdica, de alma profunda como los espejos antiguos,
en cuyos interiores desaparecieron hombres, mujeres y atavíos.
Italiana, lírica, religiosa y penitente.
Francesa, gustadora de los licores color ámbar,
y, de los atardeceres perfumados de garúa.
Inglesa, rubia en libra esterlina.
Española, apasionada y sensual; rojo cirio en misa negra.
Portuguesa, soñadora y sentimental.
Pálida eras, galleta marinera, como las manos de una doncella
regresando de las tinieblas del amor.
Distante de las jarcias donde los vientos aúllan, sangran y se doman;
lejos de las tétricas sentinas, tumba de las iras
y de las maldiciones de los aparejos, espacio de terror
donde la muerte se asusta.
Destino de los capitanes posesos y de los marineros desertores
que enloquecían, mordidos por la sal y el silencio,
y devorados eran por las grandes ratas ciegas.
Sepulcro del grito, de la voz, de la alarma,
del gemido, por ningún oído captado en las noches de zozobra,
cuando las linternas de los entre - puentes
se apagaban y rompían como las alas de zancudos.
Fuera del mar, del olor a brea y yodo,
alucinada por las rutas solitarias, la pereza de los pairos,
las islas negras, verticales y sonoras,
habitadas por fantasmas golpeando campanas altas de plomo,
llamando a los lentos buzos rezagados, dentro de las escafandras,
con los ojos abiertos, llenos de sueños marítimos
de bancos de perlas y fabulosos galeones, se desgarraba sin voz.
Añorando el tráfico de playas enmohecidas
y las caletas de olas viejas, seguramente,
enfermó del mar y de sus maleficios.
Y una noche y un día, leal a su tradición,
se disolvió, en la larga humedad del muro de mi cuarto.
Día o noche en que el trueno reventaba y llenaba de terror
el vacío corazón de los seres.
La nostalgia del mar -océano y sus horizontes
le habían mordido el alma como a los perros de los veleros,
que bajaban a tierra con las tripulaciones
y se quedaban dormidos debajo de los catres de los lenocinios,
arrullados por la música febril de los somieres,
y, después, morían en los malecones, ladrándole a las velas,
cargadas de vientos, de todos los barcos.
En la épica y en las leyendas del mar
flamean las banderas de todos los piratas.
Se escucha, el estampido de todas las culebrinas.
Se coleccionan los cofres de todos los corsarios,
y la heráldica de la galleta marinera se perdió
en un silencio de agua y harina.
Lentamente, el mundo crece y se hace redondo
como una naranja adentro del invierno.
En las travesías, los vigías envejecían en las cofas,
sin lograr dejar en las cubiertas el grito augural
¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra!
En ese minuto.
En esa hora, hubo un millón de siglos en un día.
En ese instante, están todos los cojones de España
encima de las olas o en el fondo de los mares,
amortajados en la canción de cuna gris -azul.
DON CRISTÓBAL COLON,
liendres y piojos en su larga cabellera de almirante
en los océanos y de las tierras, comenta a su corazón
la órbita universal de su soledad.
Los navegantes que regresan le han jugado a la brisca,
a los dados, vida y destino de la muerte.
Vuelven mascando tabaco. Y con presentes de monos,
doctos en gestos obscenos y loros letrados en sucias palabras.
Los reyes desairan a los embajadores.
Antes, se hacen mostrar un indio todo cobre
como la Cordillera de los Andes.
Y consultan a los teólogos si es pecado mortal
comer papas indígenas con costillas de cerdo,
y vinos cristianos.
Los gentiles caballeros demuestran a su dama su valor y osadía
acariciándoles la concha a la gran tortuga de las islas Galápagos.
De la carcajada. Europa se sumerge, hunde en el espanto
y la meditación.
En esa hora.
En ese tiempo, entra a la cámara de los capitanes
y a los putrefactos bodegones de las tripulaciones, la mujer.
La mujer de goma.
Elástica, flexible, serpiente, cazando insectos en el seco aire del verano.
Cintura delgada de madrigal.
Caderas largas de ola.
En los ojos la selva y el pasado del mundo.
Mujer de los equinoccios y de las auroras boreales.
Por ella, las quillas se internaban en los golfos.
Atraviesan, cabos, cruzan estrechos alcanzan islas.
Por ella, la Cruz del Sur. Y los cuatro pétalos de la Rosa de los Vientos.
Por ella, las islas de azúcar, canela y vainilla.
Los países de almizcle y esmeraldas.
Las tierras de oro: América, Cipango, Catay.
STELLA MARIS.
Mi corazón se ha abierto como una mano planetaria.
en afán de pintar todo el firmamento, para proyectarse
desde las estrofas de mi canto, al otro lado de la leyenda.
GALLETA MARINERA.
Tu recuerdo se había hundido con las últimas fragatas,
bergantines y veleros, de distintos deshechos y brújulas equívocas.
¡Bergantines! ¡Galeones! ¡Veleros! ¡Arboladuras!
¡Epifanías del espacio!
En el fondo de los océanos vuestra belleza, singular y mágica
como las olas urgentes de la luz, ignorada fue
por el alma de los hombres aptos sólo
para amar sus rostros pintados de vanidad.
En las cuadernas, los moluscos mudos y ciegos se reproducen alegremente
y se nutren de seculares maderas: roble, pino, teca.
Canto a lo desaparecido, a lo olvidado, es. ¡Oh tristeza!
Canto que a nadie ha de interesar es éste.
Ahí reside su júbilo.

 

 

Tomado de: Ediciones de la Revista Mapocho Tomo V, Nº1 de 196; pp, 106-111. 

3.2.25

Conversación con Nicolás Moguilevsky

(Javier Fernández Paupy)


A través de los años, Nicolás Moguilevsky fue completando cuadernos de dibujo, donde esa mesa de trabajo de hoja lisa resultó un laboratorio íntimo de experimentación. Atravesada por discursos, retazos de narración y poemas en prosa, recuperando bocetos, croquis, retratos, viñetas, paisajes oníricos, personajes que aparecen y desaparecen, surge una novela ilustrada sobre el fondo sinuoso de la imaginación inclasificable de su autor.


Javier Fernández Paupy: ¿Cómo fue el proceso de selección de las obras de Una hora de locura y placer?

Nicolás Moguilevsky: Fue principalmente un sistema de uso y exclusión. Todo el material existente en el libro proviene de cuadernos; es una verdadera causa. Desde mi más tierna infancia me ha gustado siempre dibujar en esas páginas ya encuadernadas. En aquellos que usaba para la escuela primaria, mientras hacía las tareas del colegio, los llenaba de dibujos y una vez que terminaba el ciclo lectivo pegaba con plasticola sobre los ejercicios de lengua o matemáticas distintos materiales que producía o encontraba. Era una manera de convertir un cuaderno escolar en uno propio. Disfrutaba mucho mirar esos cuadernos intervenidos, en lo posible cubiertos de nuevos elementos, convertidos en algo completamente nuevo. Aún hoy, cuando trabajo en un cuaderno lo hago con cierta tensión: la necesidad de completarlo, de que sea una unidad en sí misma y no una simple suma de notas y bocetos. El problema es que siempre que dibujo, sufro de altos niveles de ansiedad. Cuando escribo a mano, en esos mismos cuadernos, no se presenta ninguna clase de problema, pero a la hora de dibujar… Ahora mismo estoy dibujando (al comenzar esta entrevista el editor acercó al autor un papel y un marcador) y ya empiezo a sentir cierta opresión. El proceso de dibujar no es algo que me genere placer, se acerca más a una administración bastante desquiciada de cortisol al cerebro. Pero el hecho de completar páginas en un cuaderno sí me genera placer. La página completa es el eje de ese placer. Entonces ahí es donde se equilibran la locura y el placer a los que refiere Whitman: un trabajar obsesionado en el intento de completar cuadernos. Agarro un cuaderno en cualquier página, empiezo a dibujar, empiezo a escribir, empiezo a pegar algunos papeles recortados o encontrados con un único objetivo: terminarlo. Que el cuaderno, ya sea un block, un espiral, de tapa dura o una sucesión de hojas abrochadas, sea completado hasta la última página. Muchos de ellos los terminé, otros esperan con ansiedad su concreción. A partir de esta obsesión se han ido acumulando multitud de materiales. Mi idea para Una hora de locura y placer, en un principio, era publicar uno de esos cuadernos tal cual era. Hice los registros y después el traspaso a blanco y negro, porque casi todos esos cuadernos tienen partes de color. De hecho muchas de las páginas que aparecen en este libro han sido convertidas a escala de grises, a blanco y negro, siendo originalmente dibujos en colores. El hecho de darme cuenta de que no podía publicar caprichosamente un cuaderno específico de principio a fin, ya por distintas cuestiones de narración o criterio estético que no conseguían la unidad necesaria, ya por su extensión, me llevó a pensar que el proyecto consistía en abarcar varios cuadernos de cierta época, intercalando sus contenidos para generar un material orgánico que construyera el “relato” que tenía intención de desarrollar.

JFP: ¿Pero pensás que este libro recupera el espíritu de esos cuadernos, aunque no sea la edición facsimilar de uno en particular?

NM No. Por la sencilla razón de que los cuadernos no tienen márgenes: hay mucho collage, cosas matéricas que incluso pasan de una página a otra, a veces se pegan o se empastan, agujeros en una hoja que deja ver el contenido de otra, ese tipo de procedimientos a veces un poco brutos. En principio, la cuestión objetual del cuaderno no está.

JFP: Esto (toma en sus manos el libro) está mucho más limpio que tus cuadernos.

NM: Mucho más limpio. Eso por un lado. Esto está como purificado. Como si te subieras a una barca y llenaras un balde con agua del Riachuelo y después la llevaras a una planta purificadora para intentar hacerla potable.

JFP: Tuvimos nuestras discusiones sobre el tema de los márgenes. Vos me mostraste pruebas de bitácora sin márgenes.

NM: Sí, habíamos hecho dos armados, uno era mucho más alusivo al proceso de trabajo en sí mismo, más similar al original y el otro era más prolijo, que fue como quedó el libro.

JFP: Por ahí, a vos te parecía un poco fanzinero.

NM: En realidad a vos te pareció más que nada eso… (Risas) Y creo que tuviste toda la razón. Me dijiste: “Va a fanzinear”. Y yo, que vengo del mundo del fanzine y he hecho muchos fanzines, ya que han sido tantos años de fanzines, quería cambiar un poco el ángulo de la inclinación. Sobre todo, sin ir más lejos, estos números de Un Faulduo (hay distintos libros y revistas producidos por el autor sobre la mesa) como el 4 es muy fanzinero. De hecho, el primer número de esta revista que me parece no es estrictamente un fanzine es el 6. En el número 5 la idea fue que se editara puramente en la tradición del fanzine, fotocopias, tapas hechas a mano, todos esos condimentos que tiene este tipo de publicación. Con tantos años de copias y abrochadoras, cuando vos me hacés esa aclaración de que “un libro no es un cuaderno” aparece la clave. Ahí nace la idea de que esto es un libro y no la reproducción de aquel otro formato. Entonces, por un lado ese principio rector. Y por el otro, de una forma, al principio muy azarosa y después, en una segunda y hasta tercera revisión, quería tratar de hilar un poco una cierta historia que arrancó a escribirse en 2010 y publicó en 2015, en una edición muy limitada, Eloísa Cartonera que es El discurso de la cocina. Este pequeño volumen es una especie de primera versión de lo que yo realmente quería hacer: una novela. En la mayoría de los cuadernos publicados en Una hora de locura y placer están las notas de ciertos esbozos de capítulos. Quise entonces desarrollar un poco esa historia o presentar todo el material que tuviera alrededor de eso. El hilo de la parte escrita de Una hora de locura y placer es un cierto orden a partir del desorden de las notas que servirían para escribir alguna vez El discurso de la cocina

JFP: Una hora de locura y placer se puede leer como una novela en sí misma o como una novela gráfica. Discutimos sobre el tema. Pero más allá de la indeterminación genérica, sea un sketchbook, sea un estudio o una novela, ¿cómo surge la idea de darle cabida en el libro a todas estas obras que se reúnen en el tomo? ¿Cómo surge la idea de cruzar el dibujo, la supervivencia de la viñeta, con pintura, con collage y con literatura? ¿Es una idea espontánea? ¿Es parte de tu trabajo y de tu canal expresivo? ¿O es algo que se fue dando solo a medida que ibas seleccionando las obras para pensar el libro? ¿Es algo propio en tu concepción estética? ¿Va todo junto?

NM: Contestando automáticamente a tu respuesta, sin pensar, diría que todo es un conjunto indivisible. “Vamos todos unidos, vamos juntos podemos”, dice una canción que canta cierta barra de fútbol. Lo que intento hacer es algo que no puedo pensar como una serie de compartimientos estancos.

JFP: Lenguaje verbal, pintura, collage, ¿todo una misma masa?

NM: No me sale hacerlo de otra forma. No creo que pueda haber una separación consciente donde yo diga: Ahora a pintar, ahora a hacer un dibujo, ahora a comer, ahora a escribir, ahora a lavar los platos… En donde sí encuentro diferencias es cuando trabajo como diagramador, como diseñador. Pero cuando hago cosas de propia cuña, ahí no hay ninguna diferenciación. Sí en el material. Justamente cuando quiero pintar, digo: “Dibujar es más fácil”. Cuando quiero dibujar: “Qué ganas de pintar”. Hay siempre una especie de inconformismo en relación al material.

JFP: ¿Podrías desarrollar un poco ese inconformismo? 

NM: El inconformismo es lo que soy. Nuevamente citando los cánticos, los trapos que se cuelgan en la cancha: “Un sentimiento inexplicable”.

JFP: En el proceso de este libro, Una hora de locura y placer, ¿primero vienen las imágenes y después los textos o no hay un antes y un después?

NM: Es un acontecer al mismo tiempo. Porque cuando yo agarro una hoja, primero se aparece la cuestión formal. En una página, por ejemplo, mi idea es incluir dos columnas de texto, después dejar un espacio para los dibujos y después otras dos columnas de texto. Entonces esta columna que empieza acá, al principio de la página, tiene que terminar acá en esta otra, correspondiendo sonido y sentido en relación a la anterior. Como en un juego para completar, 
en esa autoimposición aparecen nuevos signos de escritura.

JFP: ¿Sos ouliponeano para trabajar? ¿Usás restricciones?

NM: No con palabras, no con términos. Pero sí con el espacio.

JFP:Con tus propias restricciones, íntimas, relacionados con el espacio, con el color, con la forma.

NM: Casi nunca con palabras. Eso de no usar una “e”, no usar una “a”, me parece demasiado literario. Nunca me gustó lo literario.

JFP: En relación a los materiales, trabajás mucho con tinta china, con plumín, con estilográfica, en el collage hay un lenguaje que tiene que ver con muchos materiales, cortando y pegando, ¿con qué otros materiales trabajás?

NM: Me gusta mucho el recorte de diario. Recorte de papeles encontrados en cualquier lado. Por ejemplo, esto que acá dice “ABAJO” (señala una página del libro) era un panfleto del Partido Obrero que decía “NO AL TARIFAZO SÍ AL TRABAJO” y yo lo recorté. 

JFP: ¿Tijera y pegamento?

NM: Más bien romper con la mano y pegar con plasticola. En una época había un muchacho que era compañero de mi hermano en la cerrera de periodismo deportivo y jugador de Boca. Estaba haciendo sus primeros pasos en primera división, no sé qué será de él ahora porque tampoco recuerdo su nombre. Entonces yo le pedí un autógrafo para Guillermo Iuso y para Fabio Kacero, grandes amigos e hinchas desquiciados de ese club. Acá dice: “Para Guillermo. Para Fabio” (señala otra página). Finalmente nunca le entregué el papel a mi hermano y este muchacho abandonó el club. Pero apareció en algún momento entre mis papeles y lo usé.

JFP: Plumín, estilográfica, tinta y pegamento.

NM: Sí. Estoy completamente abocado a la tinta china y sus derivados.

JFP: ¿Lápiz?

NM: No, me cuesta muchísimo el grafito.

JFP: ¿Témperas? ¿Acrílicos?

NM: No, de hecho cuando preparábamos ¿Cómo hacer una exhibición entre dos personas que se consideran?, una muestra que hicimos junto a Bruno Grupalli en la sala Gabriela Sabatini en noviembre de 2023, hubo una consigna que estuvo bien de Juan Laxagueborde, el curador, quien me hizo producir obras a color. Trabajé en una serie de obras en acuarela y acrílico, cinco paneles del mismo tamaño, que se llama Un café conmigo mismo. Usé unos pomos de acrílicos que alguna vez había comprado en oferta y otras pinturas que tenía guardadas desde hacía años. Al no trabajar en color, casi nunca las había usado. Siempre que había probado pintar, salvo puntuales excepciones, hacía cosas horripilantes que no me gustaban y las tiraba. Para esta serie hice un plegado de hojas sobre otras hojas y, mientras tomaba café, se lo tiraba a los paneles todos juntos y eso le dio una materia como de papiro. En cuanto a las pocas pinturas que pude ejecutar con éxito, la tapa del libro es una de ellas, se llama Homenaje a mi psiquiatra, hecha con pintura de pared blanca, témpera negra y algo de esmalte blanco, es decir, no tiene color. Pero al trabajar en cuadernos, muchas páginas originales sí tienen color por el material del collage. Mucho papel de regalo, de envolturas, volantes entregados en la vía pública o materiales encontrados en la calle.

JFP: Y en relación a los materiales de escritura de tu libro. ¿Sentís que la novela que hay en Una hora de locura y placer empieza con la frase inicial o para vos la novela está en el estado de flotación?

NM: Vos me propusiste el título de Una hora de locura y placer frente a una suma de materiales de los cuales yo tenía una idea previa, que era tratar de que se acercaran lo máximo posible a la bitácora de trabajo alrededor de una novela llamada El discurso de la cocina. Con este título el libro se transforma completamente. Creo que, finalmente, el título lo que hace es referir una manera, un tiempo y estado de ánimo frente a la lectura del libro. Es decir, este proyecto de novela queda encerrada dentro del libro y se puede encontrar en cualquier lugar, en cualquier momento.

JFP: ¿Pensás que es una novela que invita a ser leída de manera oblicua?

NM: Así me gusta leer a mí. Novelas que no empiezan, como Museo de la novela de la Eterna, de Macedonio. Me gusta leer novelas pero me divierte mucho más leer un libro de manera oblicua. Eso debe venir un poco de la colección Elige tu propia aventura, que me encantaba. Siempre me gustó esa posibilidad de empezar a leer por cualquier lado y seguir por cualquier lado. Ese estado de flotación al que te referías recién. 

JFP: Te acordás que María Guerrieri nos contaba algo que le había producido la lectura de tu libro relacionado con la dificultad que le generaba la lectura. Exigía leerlo con lupa, acercándose al objeto. Una lectura que exigía entender o poder leer la trama.

NM: Recuerdo que el chiste durante la presentación fue que el libro tenía que ser presentado en un folio con una lupa de regalo. Otras personas, con evidentes problemas de vista, también se han enojado por el tamaño de la letra, ya que el esfuerzo de lectura les hacía doler la cabeza. En ese sentido me hace recordar a un librito llamado Mucho trabajo, de Pablo Katchadjian, editado por Spiral Jetty, que tenía la particularidad de estar compuesto en un tamaño de tipografía dos o tres, lo que hacía imposible su lectura sin un elemento que aumentara la capacidad del ojo humano. En este caso, el nuestro ha sido un caso más de necesidad y urgencia que de estilo o ejercicio de vanguardia, ya que el formato en el que el libro fue publicado estuvo condicionado por las variables económicas que la época y la propia editorial determinaron. De haber hecho una edición de mayor dimensión, estos problemas de proporción hubieran desaparecido. Asimismo, el desafío de tratar de entender una letra manuscrita, en mayor o menor tamaño, ya plantea un ejercicio de paciencia y comprensión que es digno de emoción para el autor de la obra. 

JFP: El comienzo de El discurso de la cocina empieza así: “Betina despertó sobresaltada, había tenido un sueño intranquilo”. Este mismo texto aparece en Una hora de locura y placer, promediando el final.

NM: Betina es la protagonista de El discurso de la cocina, junto a Jaime, su marido. Tengo un cuaderno donde está la mayor parte de la novela. Justamente ese el cuaderno que yo quería publicar originalmente, como primera idea, es decir, el germen de esto (toma el libro en sus manos). Pero después, llevándolo a lo que sería un pequeño libro, porque son treinta y dos páginas, me di cuenta que no se sostenía en sí mismo, tanto por su extensión como por su contenido. Un cuaderno no es un libro: esa es la enseñanza que me permitió desarrollar el proyecto. Pero en ese cuaderno está el principio. Yo quería hacer un cut-up con la introducción de Música para camaleones de Capote y las revistas Nuevo Estilo y Caras, pero se terminó corriendo hacia otro lugar, un territorio de sueños infantiles y peleas familiares.

JFP: ¿Pero entonces qué relación encontrás vos con esa especie de dificultad que se le imprime a la lectura?

NM: Tengo mucha dificultad para poder desarrollar una idea consecuente en lo que se refiere a la temporalidad dentro de un relato. De hecho, ahora estoy escribiendo una novela que se llama Si en los momentos más injustos del país… que habla de las contingencias de la historia reciente argentina de los últimos años y de algunos por venir. Es una especie de distopía, contada desde un futuro inmediato. Aquí también me es difícil ser consecuente con la temporalidad de la historia. Me gusta armar un principio y un final, que ingresarán a la historia como momentos intermedios. Después empiezo a agregar escenas, y la idea temporal de lo que se intenta narrar se va moviendo hacia una dirección desconocida. Evidentemente, esto tiene que ver con la formación profesional de mi trabajo de editor. Hay un goce, un disfrute en juntar mucha información y después disponer de ella como si fueran ingredientes para preparar una cena. Para mí es imposible escribir primero el primer capítulo, después el segundo, después el tercero…

JFP: ¿Te pasa lo mismo que con el dibujo eso de la pulsión de llenar la página?

NM: Muchas veces lleno la página copiando una nota que leo en el diario. Así empecé a formar una especie de sistema de corte y pegado propio. Muchas de estas partes son notas de diarios con modificaciones. Le agregaba a la nota transcripta el nombre o las características del personaje de la novela. De hecho, muchos cuadernos los terminé llenando así, con la compulsión de terminarlos, como cuando en los procesadores de texto se elige la opción “rellenar con texto falso”. A veces ese texto falso puede ser la materia más rica de una obra.

JFP: En este proyecto, ¿sentís filiaciones con algún artista, con alguna obra?

NM: Uno siempre está influido por una cantidad de fuentes, procesos, maneras, procedimientos. Efectivamente hay más una influencia de formas de trabajo que de nombres. Pero podría decirse que este libro está condicionado, en distintas proporciones, por el grupo Cobra, de los cuales Pierre Alechinsky, Asger Jorn o Constant son referencias permanentes, Brion Gysin y Jane Bowles, Burroughs, Enrique Medina, la revista D&D, Gertrude Stein, los hermanos Lamborghini. Incluso hay adentro alguna frase del más grande poeta de la modernidad, Lautréamont. Como esto (agarra el libro) tiene más de diez años de juntar papeles, de recortarlos, de pegarlos y de dibujar encima, no sabría decirte en especial qué influencias específicas tiene, pero algunas debe haber.

JFP: ¿Pensás que este libro tiene un público ideal al que estaría dirigido?

NM: No, pensar eso sería coquetear con la idea de una soberbia extrema. ¿Viste esos escritores que hablan de “mis lectores”? Creen que han inventado un mundo, y dejan entrar a quienes los leen en él, munidos de elementos que los distinguen de una vez y para siempre del resto del mundo de la literatura: sueños luminosos que se apagan al salir de sus mentes narcisistas. En efecto, no me corresponde a mí decir quién sería el “lector ideal”. Me sentiría muy acotado, además. Yo trabajo pensando en dos o tres lectores, personas que conozco y respeto como lectores, y a quienes intento que el material interese. En este caso trabajé para vos y para mis compañeros de Un Faulduo. Quería que el libro te gustara a vos, sobre todo. Siempre hay uno o dos lectores que uno imagina a la hora de trabajar en su producción, y a quienes quiere hacer reír, tratar de conmover. Francisco Garamona es mi lector ideal. Ahora estoy escribiendo esta novela y mi primer lector es Bruno Grupalli. Compartimos pasiones que tienen que ver con la interpretaciones de la realidad argentina, la noche, el exceso, la década del 90, la patria judicial, Maradona, los duendes, la sección policiales. En ese compartir nace el deseo de escribir, de producir para que el otro se divierta.

JFP: ¿Qué desafíos encontrás al trabajar con el lenguaje visual y el verbal? Con tanto oficio de collagero, de cuadernista.

NM: En algún punto esto que hago, lo cual involucra palabra e imagen, es una manera de la incapacidad frente al deseo de hacer historietas clásicas. Todo esto que está en Una hora de locura y placer es mi forma de expresarme frente a la imposibilidad de generar material historietístico tradicional. A esta altura ya no sé si haría el trato, pero en caso de que un genio hubiera salido de una lámpara y me hubiese dado a elegir entre ser el autor de este libro o dibujar para la DC Comics, en la adolescencia no lo hubiera dudado. Quería ser un buen dibujante de superhéroes, dentro de la prolijidad de un rectángulo. Mis cuatro profesores de historieta han sido Quique Alcatena, Ariel Olivetti, Marcelo Sosa y Juan Bobillo. Cuando empecé a hacer Un Faulduo me di cuenta que se podía dibujar historietas de otra manera.

JFP: ¿Cómo surgió en vos el interés por la literatura y por el dibujo?

NM: Como muchos chicos de mi generación, surgió primero con los libros de Robin Hood, después con las enciclopedias ilustradas. Cuando venía para acá pasé por una casa de historietas antigua, que ya no está más, donde yo compraba historietas cuando era un niño. Cuando entré al mundo de la historieta hubo una especie de epifanía. 

JFP: ¿Vos consumías superhéroes?

NM: Consumía, casi totalmente, superhéroes. Quería ser ilustrador de DC comics. Siempre quise ser dibujante y nunca pude. 

JFP: Lo lograste.

NM: No logré mi objetivo, que era dibujar bien.

JFP: Deseabas ser un dibujante alienado con fechas de entrega.

NM: Quería poder dibujar un Batman, un Superman en continuado, ¡no tenía idea de las presiones de los editores y las fechas de entrega! (Risas) En mi imaginación, ser dibujante era el trabajo perfecto. Mi sueño era poder idear una página y que el personaje fuera el mismo en cada viñeta, saber dibujar un perro, un caballo, un cabello… Hoy en día, así como no puedo tocarte una canción en el piano, no puedo dibujar una figura humana proporcionada. Voy a ver si me sale, quiero dibujarte un Superman acá (comienza a dibujar en la hoja), seguramente no me salga. No sé dibujar.

JFP: ¿Y con la literatura?

NM: Con la literatura lo mismo, en cuanto a que entré por la ventana. Nunca estudié Letras ni Edición. Siempre fue pura curiosidad. Siempre fue una cosa de ser curioso y de ver qué había ahí adentro. Me acuerdo que mis viejos querían que yo estudiara en la universidad, como cualquier padre nacido en los años cincuenta, querían que fuera un “profesional”. Mis viejos tienen carreras universitarias y no les ha ido bien ni económicamente ni profesionalmente. No han sido exitosos. Yo tenía todo un tema con eso, ya que veía que del fruto de ese esfuerzo solo habían cosechado frustraciones y penurias económicas. Yo sabía, cuando estaba terminando el colegio secundario, que ya tenía que ir pronunciándome en el algún estudio superior, como lo indica el camino tradicional para un adolescente que está terminando la escuela. Cursé quinto año en el año 2002, pura anarquía. Mi idea era trabajar, como ya lo venía haciendo durante el colegio, y tener mi propio dinero para comprar discos, libros, alcohol, drogas. Y yo decía: “Qué voy a estudiar”. Se venía el fin de un país, el albor de un nuevo siglo cargado de miseria y dolor. Se venía el mediodía del cacerolazo y el piquete. Me di cuenta que la historia era como una canción de Flema. No había futuro. No terminé el colegio y no quería terminarlo…

JFP: ¿No lo terminaste?

NM: No. Terminé de cursar debiendo once materias de las cuales, por una fuerte presión en la casa familiar, rendí algunas con diversos resultados. Era el año 2002, nada importaba demasiado.

JFP: ¿Qué escuela?

NM: El Liceo 9, un colegio que tenía un buen nivel en ese momento. Durante muchos años fue como una especie de dolor para mis padres, sobre todo para mi vieja. Me decía: “Yo te voy a ayudar”. Me imprimía los programas de Filosofía de la UBA, como para intentar que rindiera esos exámenes y luego estudiara esa carrera en la facultad. Yo ya trabajaba haciendo archivo y clasificación de documentos en una casa de decoración que tenía mi tía, en el que vendían antigüedades y objetos de valor al jet set. Cuando cerró, ella debía mucho dinero a la AFIP, que era la DGI en esa época, y necesitaba un orden de archivo de años y años. Yo salía del colegio y me iba a la casa de ella, donde había una pequeña habitación llena de facturas, remitos y recibos, y me pasaba horas en ese cuartito haciendo el trabajo de clasificación de esos documentos. Ahí compraban muebles Lanusse, Vilas, Manzano, Susana Giménez, María Julia, entre tantos otros. Nunca me voy a perdonar no haberme guardado una factura por más de U$S 100.000 a nombre de Amira Yoma, con el detalle de cada uno de los artículos que había comprado. Mi tía fue rica durante un tiempo. Después, como todo en la vida, lo perdió. Algún día me gustaría escribir esa saga. Pero lo cierto es que la carrera que yo podría haber seguido más fehacientemente debería haber sido la de contador o de abogado, mucho más que la de artista, disciplina que tampoco estudié. 

JFP: Qué interesante ese inicio con tu tía haciendo cosas de contaduría cuando después, como productor de una editorial, terminarías vinculándote con el Excel, con los números, pagos a proveedores, confección de facturas, recibos y remitos…

NM: En algún punto fue mi primera tarea de coordinación.

JFP: Darle cause a un acervo…

NM: Eso es verdad. Nunca lo había pensado, pero sí. El archivo es la más fascinante de las artes.

JFP: Entonces, furor por las historietas, los superhéroes, ¿y en la literatura? ¿Cuáles son esos primeros autores que te vuelan la cabeza?

NM: Me volvía loco, loco, loquísimo, Julio Verne. Todo lo que podía agarrar de Verne me llevaba a otro universo. Mucho de aventuras, Salgari, Stevenson. Y esa literatura estaba mechada con las historietas de Superman, sobre todo de Batman…

JFP: Están hermanados esos universos, ¿no?

NM: Mucho mundo mágico…

JFP: Épica mental…

NM:Exacto. Había, justamente, una colección de historietas de DC Comics de Batman que se llamaba Otros Mundos. Era donde Batman era transportado al medioevo, a la época victoriana, al futuro.

JFP: Linda saga.

NM: Muy buena idea de parte de Dennis O’Neal, si no me equivoco, que era editor en jefe de DC Comics en esa época de los ochenta y noventa. Había cosas muy buenas. Esa era la parte que más me gustaba. Siempre me gustó el viaje en el tiempo. 

JFP: La distopía, el futurismo, las ficciones científicas…

NM: Sin embargo, nunca fui fanático de la ciencia ficción dura. Leí muy poco a Dick, a Lem… Cuando me hicieron leer Farenheit 451 en el colegio me aburrió horriblemente. La distopía hecha como un procedimiento es soporífera. Nuevamente este tema de la “creación de un mundo”. El otro día leí que Stephen King, un autor que leí mucho entre los diez y los quince años, que me encantaba y por el pudor de que esa literatura no era para adultos cuando tenía diecisiete o dieciocho años vendí todos sus libros a un precio irrisorio en una librería de usados, ha creado una saga, creo que es la Torre oscura, donde despliega todo su universo, al que llama “macroverso”. Todos esos esfuerzos de totalizar una obra me parecen un poco producto del ego, cuando no del bolsillo, en su caso. Cuando me hicieron leer Un mago de Terramar, de Ursula K. Le Guin, otra que intentó crear “su mundo”, me resultó un bodriazo. Nunca me gustó Star Wars

JFP: Te entiendo.

NM: Después empecé con la lectura de los argentinos. Los siete locos, de Roberto Arlt, algunas cosas de Borges. Y después el derrotero Pizarnik, Artaud, Rimbaud. Después vinieron los beatniks y los surrealistas. Y después ya está…

JFP: ¿Qué lugar ocupa en tu formación la experiencia con el colectivo Un Faulduo, qué aprendiste ahí?

NM: Evidentemente, ocupa un lugar importante. Aprendí a hacer historietas, aprendí que la historieta no es una página que hay que llenar, aprendí que la viñeta es un mapa que hay que ir descubriendo, que tiene que ser trazado. Que el rumbo de una historieta no está formulado o determinado sino que el artista tiene que ir descubriéndolo en cada línea. Es un largo proceso en el aprendizaje de aspectos vitales, una enseñanza en cuanto al método de trabajo fijado, por ejemplo, en una dosis de paciencia necesaria para descubrir el sentido y el sonido de lo que se está dibujando, cualidad que no tengo por naturaleza. Todo esto tuvo que ver también, más allá de la producción, con las actuaciones performáticas, las presentaciones en ferias y festivales, los conciertos musicales de la Songo Sango Orkestro, todas actividades que en la historieta argentina no son muy usuales. Y después, las aventuras que tuvimos con mis compañeros de Un Faulduo. Fuimos un grupo que, en su momento, se divirtió mucho. Con el tiempo nos fuimos centrando en la producción, mas no en la diversión, hecho natural y saludable, aunque quizás eso hizo que las relaciones se volvieran más monótonas, sin esa excitación característica de los primeros tiempos. Pero eso también nos trajo cierta autoridad, nos permitió viajar por el mundo. A veces el tiempo impone sus cadenas de estabilidad y mesura, a veces el mismo tiempo acaba por romperlas.