La bruja de Coos, Robert Frost
Pasé la noche refugiado en una granja
detrás de las montañas con una madre y un hijo
dos creyentes de la vieja escuela. No pararon de
hablar.
MADRE: La gente cree que una bruja que tiene espíritus
familiares
a los que podría llamar para pasar una tarde de
invierno,
pero no lo hará, debería ser quemada en la hoguera o
algo así.
Llamar a espíritus no es como decir: “Botón, botón,
quién tiene el botón”, me gustaría que lo supieran.
HIJO: Mamá puede dar vuelta una mesa y patearla
con las dos piernas como si fuera una mula del
ejército.
MADRE: Y cuando lo haya hecho, ¿qué bien habré hecho?
En vez de inclinar una mesa para que la vean,
déjeme decirle lo que me dijo una vez Ralle, el Sioux
del Control.
Me dijo que los muertos tienen almas, pero cuando le
pregunté
cómo podía ser eso –yo pensaba que los muertos eran
almas–,
me sacó del trance. ¿No le hace sospechar eso
que hay algo que los muertos esconden?
Sí, hay algo que los muertos esconden.
HIJO: ¿No querrás contarle qué es lo que tenemos
en el altillo, mamá?
MADRE: Huesos… un esqueleto.
HIJO: Pero la cabecera de la cama de mamá está puesta
contra la puerta del altillo; y la puerta está
clavada.
No hay peligro. Mamá lo oye de noche
deteniéndose perplejo detrás de la barrera
de la puerta y de la cabecera. Quiere volver
al sótano de donde salió.
MADRE: ¡Nosotros nunca los dejaremos, hijo, nunca!
HIJO: Dejó su sótano hace cuarenta años
con toda la fuerza de una pila de platos
que sube un piso del sótano a la cocina
otro de la cocina al dormitorio
otro del dormitorio al altillo
pasó delante de papá y de mamá
y ninguno de los dos lo detuvo.
Papá había subido por las escaleras
mamá estaba abajo.
Como yo era bebé
no sé dónde estaba.
MADRE: Era el único defecto que mi marido me encontraba
me quedaba dormida antes de ir a la cama
sobre todo en invierno cuando la cama
bien podría ser hielo y las sábanas, nieve.
La noche en que los huesos subieron por la escalera
del sótano
Toffile se había ido a dormir, yo estaba sola
pero dejó una puerta abierta para enfriar la habitación
como para hacer que me fuera de ahí.
Yo estaba lo suficiente atenta como para preguntarme
de dónde venía el frío cuando escuché a Toffile
arriba en la habitación y pensé
que lo había escuchado en el sótano.
El tablón que habíamos puesto
para andar con los pies secos
cuando en primavera había agua en el sótano
dio contra el piso duro. Y entonces alguien
empezó a subir las escaleras,
dos escalones por cada paso,
como si fuera un hombre con una pierna y su muleta
o un niño pequeño, subiendo. No era Toffile
no podía ser nadie que estuviera ahí.
Las puertas dobles del sótano tenían doble cerrojo
un poco hinchadas y enterradas bajo la nieve.
Las ventanas del sótano estaban cubiertas con aserrín.
Eran los huesos. Lo sabía, y por una buena razón.
Mi primer impulso fue alcanzar el picaporte
y trabar la puerta. Pero los huesos no intentaron
abrir la puerta; se detuvieron, indefensos
en el descanso de la escalera esperando
que las cosas fueran favorables.
Un débil crujir incesante por todas partes.
Nunca hubiese podido hacer lo que hice entonces
si el deseo no hubiese sido tan fuerte en mí
para ver cómo estaban armándose para este paseo.
Tuve una visión de los huesos reunidos
no como un hombre sino como un candelabro.
Así que de repente abrí la puerta de par en par.
Por un momento permaneció balanceándose emocionado
y estuvo a punto de derrumbarse. (Una lengua de fuego
destelló afuera y lamió sus dientes superiores.
El humo empezó a aflorar por los zócalos de sus ojos.)
Entonces vino hacia mí con una mano extendida
así como lo hizo en vida, una vez; pero esta vez
yo golpeé su mano frágil que cayó al piso
y caí al piso también, para atrás, junto a él.
Los huesos de sus dedos se deslizaron por todas partes.
(¿Dónde es que he visto últimamente huesos como esos?
Dame mi costurero, debe estar ahí.)
Me senté en el piso y grité: “¡Toffile, sube a buscarte!”.
Tenía su oportunidad de la puerta al sótano o el salón.
Prefirió la puerta del salón por su novedad
y salió rápido para ser algo tan lento
aunque en las coyunturas seguía por cualquier lado
así que parecía un rayo o un garabato
por el golpe que le di en la mano.
Escuché hasta que subió casi toda la escalera
desde la sala al único dormitorio terminado
antes de que subiera a hacer cualquier cosa;
entonces corrí y grité: “¡Cerrá la puerta del dormitorio
Toffile, hacelo por mí!”. “¿hay gente?” –preguntó él
“No me hagas levantar, estoy bien calentito en la
cama”.
Entonces apoyándome sin fuerzas en la baranda
me forcé a subir la escalera; y en la luz
(la cocina estaba a oscuras)
me di cuenta de que no podía ver nada.
“Toffile, no lo veo. Está con nosotros
en la habitación. Son los huesos”.
“¿Qué huesos?”. “Los huesos del sótano, salidos de su tumba”.
Eso le hizo sacar sus piernas desnudas de la cama
y sentarse al lado mío, abrazándome.
Yo quería apagar la luz y ver si podía verlo
o sino rastrillar el cuarto con nuestros brazos
al nivel de las rodillas, y llevar abajo la pila de cal.
“Ya sé qué quiere hacer: está buscando otra puerta
para tratar de entrar. La inusual nieve tan profunda
lo hizo pensar en su vieja canción
El salvaje chico colonial, la que solía cantar
durante todo el camino. Ahora está buscando
una puerta para salir al aire libre.
Atrapémoslo con la puerta abierta en el altillo”.
Toffile aceptó la idea y, claro que sí,
incluso en el momento en dejarle una salida
los pasos empezaron a subir por la escalera del altillo.
Yo los oía. Toffile parecía que no los oía.
“¡Rápido!” Cerré de un portazo y sostuve con fuerza el
picaporte.
“Toffile, traé clavos”. Hice que clavara la puerta
cerrada
y contra ella el respaldo de la cama.
Después nos preguntamos si habría algo
arriba en el altillo que pudiéramos necesitar.
Al altillo lo visitábamos menos que al sótano.
Si a los huesos le gusta el altillo, que se queden ahí.
Dejemos que se quede en el altillo. Cuando a veces
bajan por las escaleras en la noche y se quedan
perplejos
detrás de la puerta y de la cabecera de la cama
frotando su blanca calavera con dedos de cal
haciendo ruidos como el chirrido seco de un interruptor
eso es por lo cual me senté en la oscuridad…
no se lo conté a nadie desde que murió Toffile.
Que se queden en el altillo porque ahí se fueron.
Le prometí a Toffile ser cruel con ellos
por haberlos ayudado una vez a ser crueles con Toffile.
HIJO: Creemos que estaban enterrados en el sótano.
MADRE: Sabíamos que tenían su tumba en el sótano.
HIJO: Nunca pudimos averiguar de quiénes eran los huesos.
MADRE: Sí, también podríamos, hijo.
Decí la verdad, aunque sea por única vez.
Son los huesos de un hombre que tu padre mató por mí.
Quiero decir, de un hombre que mató en vez de a mí.
Lo menos que podría hacer es ayudar a cavar su tumba.
Nos haremos cargo una noche en el sótano.
Mi hijo sabe la historia: pero no le correspondía
a él decir la verdad, suponiendo que el tiempo haya
llegado.
Mi hijo parece sorprendido de verme poner fin a una mentira
que mantuvimos todos estos años entre nosotros
y así tenerla preparada para los extraños.
Pero esta noche ya no quiero mentir más
ni me acuerdo de por qué alguna vez me importó hacerlo.
Toffile, si estuviera acá, no creo que tampoco
pudiera decirle por qué le importaba…
No encontró el hueso de un dedo que quería
entre los botones desparramados en su falda.
Verifiqué el nombre a la mañana siguiente: Toffile.
El buzón rural decía Toffile Lajway.
Traducción: Lucía Aguirre
*
The Witch of Coos,
(Robert Frost)
I staid the night for
shelter at a farm/ Behind the mountains, with a mother and son,/ Two
old-believers. They did all the talking.// MOTHER. Folks think a witch who has
familiar spirits/ She could call up to pass a winter evening,/ But won’t,
should be burned at the stake or something./ Summoning spirits isn’t ‘Button,
button,/ Who’s got the button,’ I would have them know.// SON. Mother can make
a common table rear/ And kick with two legs like an army mule.// MOTHER. And
when I’ve done it, what good have I done?/ Rather than tip a table for you, let
me/ Tell you what Ralle the Sioux Control once told me./ He said the dead had
souls, but when I asked him/ How could that be – I thought the dead were souls,/
He broke my trance. Don’t that make you suspicious/ That there’s something the
dead are keeping back?/ Yes, there’s something the dead are keeping back.// SON.
You wouldn’t want to tell him what we have/ Up attic, mother?// MOTHER. Bones –
a skeleton.// SON. But the headboard of mother’s bed is pushed/ Against the’
attic door: the door is nailed./ It’s harmless. Mother hears it in the night/
Halting perplexed behind the barrier/ Of door and headboard. Where it wants to
get/ Is back into the cellar where it came from.// MOTHER. We’ll never let
them, will we, son! We’ll never !// SON. It left the cellar forty years ago/
And carried itself like a pile of dishes/ Up one flight from the cellar to the
kitchen,/ Another from the kitchen to the bedroom,/ Another from the bedroom to
the attic,/ Right past both father and mother, and neither stopped it./ Father
had gone upstairs; mother was downstairs./ I was a baby: I don’t know where I
was.// MOTHER. The only fault my husband found with me–/ I went to sleep before
I went to bed,/ Especially in winter when the bed/ Might just as well be ice
and the clothes snow./ The night the bones came up the cellar-stairs/ Toffile
had gone to bed alone and left me,/ But left an open door to cool the room off/
So as to sort of turn me out of it./ I was just coming to myself enough/ To
wonder where the cold was coming from,/ When I heard Toffile upstairs in the
bedroom/ And thought I heard him downstairs in the cellar./ The board we had
laid down to walk dry-shod on/ When there was water in the cellar in spring/
Struck the hard cellar bottom. And then someone/ Began the stairs, two
footsteps for each step,/ The way a man with one leg and a crutch,/ Or a little
child, comes up. It wasn’t Toffile:/ It wasn’t anyone who could be there./ The
bulkhead double-doors were double-locked/ And swollen tight and buried under
snow./ The cellar windows were banked up with sawdust/ And swollen tight and
buried under snow./ It was the bones. I knew them – and good reason./ My first
impulse was to get to the knob/ And hold the door. But the bones didn’t try/
The door; they halted helpless on the landing,/ Waiting for things to happen in
their favour./ The faintest restless rustling ran all through them./ I never
could have done the thing I did/ If the wish hadn’t been too strong in me/ To
see how they were mounted for this walk./ I had a vision of them put together/
Not like a man, but like a chandelier./ So suddenly I flung the door wide on
him./ A moment he stood balancing with emotion,/ And all but lost himself. (A
tongue of fire/ Flashed out and licked along his upper teeth./ Smoke rolled
inside the sockets of his eyes.)/ Then he came at me with one hand
outstretched,/ The way he did in life once; but this time/ I struck the hand
off brittle on the floor,/ And fell back from him on the floor myself./ The
finger-pieces slid in all directions./ (Where did I see one of those pieces
lately?/ Hand me my button-box- it must be there.)/ I sat up on the floor and
shouted, ‘Toffile,/ It’s coming up to you.’ It had its choice/ Of the door to
the cellar or the hall./ It took the hall door for the /novelty,/ And set off
briskly for so slow a thing,/ Still going every which way in the joints,
though, So that it looked like lightning or a scribble,/ From the slap I had
just now given its hand./ I listened till it almost climbed the stairs/ From
the hall to the only finished bedroom,/ Before I got up to do anything;/ Then
ran and shouted, ‘Shut the bedroom door,/ Toffile, for my sake!’ ‘Company?’ he
said,/ ‘Don’t make me get up; I’m too warm in bed.’/ So lying forward weakly on
the handrail/ I pushed myself upstairs, and in the light/ (The kitchen had been
dark) I had to own/ I could see nothing. ‘Toffile, I don’t see it./ It’s with
us in the room though. It’s the bones.’/ ‘What bones?’ ‘The cellar bones- out
of the grave.’/ That made him throw his bare legs out of bed/ And sit up by me
and take hold of me./ I wanted to put out the light and see/ If I could see it,
or else mow the room,/ With our arms at the level of our knees,/ And bring the
chalk-pile down. ‘I’ll tell you what–/ It’s looking for another door to try./
The uncommonly deep snow has made him think/ Of his old song, The Wild Colonial Boy,/ He always used
to sing along the tote-road./ He’s after an open door to get outdoors./ Let’s
trap him with an open door up attic.’/ Toffile agreed to that, and sure enough,/
Almost the moment he was given an opening,/ The steps began to climb the attic
stairs./ I heard them. Toffile didn’t seem to hear them./ ‘Quick !’ I slammed
to the door and held the knob./ ‘Toffile, get nails.’ I made him nail the door
shut,/ And push the headboard of the bed against it./ Then we asked was there
anything/ Up attic that we’d ever want again./ The attic was less to us than
the cellar./ If the bones liked the attic, let them have it./ Let them stay in
the attic. When they sometimes/ Come down the stairs at night and stand
perplexed/ Behind the door and headboard of the bed,/ Brushing their chalky
skull with chalky fingers,/ With sounds like the dry rattling of a shutter,/
That’s what I sit up in the dark to say–/ To no one any more since Toffile
died./ Let them stay in the attic since they went there./ I promised Toffile to
be cruel to them/ For helping them be cruel once to him.// SON. We think they
had a grave down in the cellar.// MOTHER. We know they had a grave down in the
cellar.// SON. We never could find out whose bones they were.// MOTHER. Yes, we
could too, son. Tell the truth for once./ They were a man’s his father killed
for me./ I mean a man he killed instead of me./ The least I could do was to
help dig their grave./ We were about it one night in the cellar./ Son knows the
story: but ’twas not for him/ To tell the truth, suppose the time had come./
Son looks surprised to see me end a lie/ We’d kept all these years between
ourselves/ So as to have it ready for outsiders./ But to-night I don’t care
enough to lie–/ I don’t remember why I
ever cared./ Toffile, if he were here, I don’t believe/ Could tell you why he
ever cared himself…/ She hadn’t found the finger-bone she wanted/ Among the
buttons poured out in her lap./ I verified the name next morning: Toffile./ The
rural letter-box said Toffile Lajway.
De: The Poetry of Robert Frost: The Collected Poems, Complete and Unabridged, New York, Holt, Rinehart and Winston, 1939.