Bueno, ahora me calmo.
Aterricé y no pasó nada.
No me duele nada, no tengo
nada roto. Cuando estoy solo soy de plástico.
Después de tener días
extremos (es decir, de locura extrema) cuando uno está volviendo hace falta una
explanada bella y asombrosamente brillosa en la que caer.
Poder estirar los pies para
que se mezclen con la tierra, agarren brillo y se deshinchen. Luego caminar
para que no se vuelvan a hinchar por la inmovilidad.
Quiero encontrar todos los
lugares escondidos. Hay un lugar entre los yuyos donde no existe el
miedo.
Me gusta muchísimo saludar
gente. Hay una gran potencia en los saludos.
Solo tengo que pensar en
ese lugar cuando estoy con gente y ya no me da miedo saludar.
Es una gran oportunidad
para generar un tema de conversación en el futuro.
Si tenemos la suerte de
volver a encontrarnos alguno puede decir: nos hemos saludado muchas veces.
No sé dónde estamos pero si
miro el teléfono me voy a perder el paisaje. Este poema no lo estoy escribiendo
ahora, sino en un momento en el que tengo enfrente una pared blanca, y me
cuesta menos imaginar las cosas.
Ahora me imagino una
noticia lejana: una piedra de coral destrozó el aspa de un submarino.
No soy un gran conversador,
muchas veces viví dentro de un trueno. En mis ojos se ve el estallido. Eso
espero. Espero que no se sienta como otra pared que hay que atravesar.
El blanco es un color
metálico muy extraño. Cuando aterrizaba crucé capas y capas de blancura que me
dejaron temblando como si me hubiese convertido en una rama seca.
Crucé capas de rojos y
violetas y esas directamente me destruyeron.
En los demás ojos también
hay capas como éstas. Cuando intuyo que pueden cortarme en dos como una
rebanadora quiero acercarme y saludar.
No quiero estar tranquilo.
No quiero que nada me proteja. Busco una luz radiante para mi cuerpo y para eso
tengo que disolverme y para eso algo tiene que perturbarme.
En solo dos días una planta
trepadora en la casa creció 5 centímetros.
Espero que crezca mucho más
y se acerque a mí para hacerme parte de ella.
Que se exponga a un
ventarrón que la sacuda y la arranque de raíz, pero que donde sea que caiga
pueda crecer de nuevo.
Que copie el movimiento de
las antenas.
Que vaya con nuestras ideas
lentas, que se mueven para un lado y para el otro.
Quedarse temblando es el
menor de los problemas. Por levantar la mano y que la mano se abra como una
estrella en lo alto y que me saluden de vuelta.