Una generación está
formada, ente otras cosas, por aquellos que se reúnen en torno a un problema;
esto lo dijo Gabriel Cortiñas en Cuaderno del poema.
Hay algo anacrónico en Cuaderno.
Uno se pone a pensar, mientras lee las notas, muchas cosas (las notas buscan
eso: hacer pensar) y entre esas cosas está la duda acerca de qué es lo
anacrónico de Cuaderno: no es el tono, no es la prosa, son algunas
palabras que se pone a desmigajar.
Anacrónico
NO ES un término peyorativo. Esto hay que aclararlo. Anacrónico señala
una dislocación del tiempo, de la época; una incorrespondencia. Una palabra
anacrónica no corresponde a su época (viene de OTRA). Entonces, ¿por qué el
término anacrónico suena peyorativo? ¿Qué pasó para que nos viéramos en
la necesidad de dar explicaciones? Palabras que caen en desuso; palabras que
nos obligan a un mal uso, al uso malo. No corresponden.
Antes de seguir tomando
notas, vuelvo a leer la dedicatoria que me dejó Gabriel Cortiñas en el ejemplar
de Cuaderno del poema. En manuscrita, iza un saludo. Y la data dice
“2017”, sé que dice “2017”, no podría ser de otra manera. Pero lo que se lee
–lo que la manuscrita hace leer– es, claramente, inopinablemente, trazado con
precisión: “2012”. ¿Desde dónde (desde cuándo) me escribe Gabriel Cortiñas?
¿Qué estaba haciendo yo, en 2012?
El anacronismo de Cuaderno
está en las palabras, en algunos términos: valor, verdad, estética,
propaganda, conservador, revolucionario, Ho Chi Minh, Simulcop, Chernobyl.
¿Cuándo pasa a sonar vieja una palabra? ¿Cuándo empieza a no
corresponder con la época?
La palabra política sonó
anacrónica en una época y después rejuveneció. En este instante podría estar
envejeciendo de vuelta. Lo sabremos en algunos años.
¿Caen? ¿O son arrojadas?
Al desuso.
Cuaderno
del poema es consciente del tiempo de los términos, así
como de las correspondencias e incorrespondencias entre época y lenguaje. Hay
una batalla silenciosa entre estas notas breves. Y con esa batalla que susurra
de fondo, Cuaderno arrima los términos y condiciones, las palabras que
le interesan corresponder o bien discutir.
¿Y si no fueran las
palabras, sino la época, la que no está correspondiendo?
No es ingenuo: propone,
sí, pero también impone. Impone un alfabeto para pensar el poema y, en el mismo
movimiento, se acerca como una propuesta. “Mirá, yo pienso esto, ¿qué te
parece?”
Se lee en Cuaderno del
poema: “Lo importante al momento de enfrentarse a un poema es que en esa
construcción de sentido por parte del lector ocurra eso llamado pensamiento. Y
no está mal o 'de más' el verbo obligar, ya que a diferencia de la prosa
mercantil perezosa de consumo, el poema obliga a una lectura activa; moviliza
los mecanismos que todo sujeto tiene para construir en el campo opuesto de lo
unívoco.”
De manera explícita, este
proceso se puede leer en Cuaderno cuando se pregunta por la procedencia
de las palabras: “¿De dónde viene la palabras tensión?”, “¿De dónde viene la
palabra distracción?” Así se arma el acervo: preguntándose. Los términos de Cuaderno
son utilizados con una voluntad; son palabras de uso común, pero al ser
sometidas a la reflexión no se limitan al lenguaje al uso: se sigue preguntando
acerca de las posibilidades de cada término, su potencia. Fronteras, pero en
movimiento.
La manera en que Cuaderno
ensaya pensamientos sobre el poema abre preguntas a las que volverá más
tarde para ensayar respuestas. Se inquiere a sí mismo, pone en tela de juicio
enunciados categóricos. Todo esto invita a pensar en modos de la crítica.
Pero lo importante,
pienso, lo que destaca a Cuaderno de otros ensayos de y sobre
la crítica literaria, es esto último (no es un detalle, es el punto): los
enunciados categóricos. Entonces, habría que dar vuelta el pensamiento: el
valor de Cuaderno es que asume posiciones fuertes, categóricas, acerca
de lo que cree que es y debe ser el poema, lo que es y debe ser la crítica, y
luego, después, en ritornello, los pone en duda, se cuestiona, corrige o bien
reafirma.
Subtítulo de una nota: La
analogía y Cortiñas.
No voy a explayarme
acerca de su afición por las analogías, pero sí voy a destacar que un (buen)
uso del recurso se ve en las páginas de Cuaderno. La analogía fuerza una
relación entre dos elementos para mostrarlos desde otro ángulo: como cuando
dice que el poema de entretenimiento suena bonito, o sea, un pez que no
es atún y se puede encontrar entre las latas del supermercado.
Uno queda susceptible a
las analogías de Cuaderno; en cualquier momento puede aparecer una (un
duelo de inteligencias y velocidad entre lector y Cuaderno para ver
quién detecta antes la oportunidad de poner en relación dos series de sentido).
Así, entre una reflexión teórica de alta densidad y una crítica de los poemas,
por ejemplo, de Sergio Raimondi, aparece algún fragmento más “vivencial”, si se
quiere, “cotidiano”, “narrativo”, si se me permite, que parece dar aire al
lector sesudo.
Se lee: “La
primera impresión de La Habana fue el olor al combustible mal quemado de los
autos. Ese olor me persiguió todo el día. Después me explicaron que era porque
muchos de esos motores, en su origen nafteros, tuvieron que ser convertidos a
diésel.”
La nota da para respirar
un seg... Pero el lector sesudo no descansa –no puede descansar: Cuaderno lo
volvió sesudo y suda. Ya está pensando en una analogía: que Cortiñas, su Cuaderno,
quiere convertir el motor del poema de naftero a diésel y hacerlo carburar mal;
que la nafta mal quemada persiga al lector sesudo durante todo el día (aunque
no esté, por supuesto, en La Habana).
Subtítulo de otra nota:
La ventriloquia de Cortiñas.
Hay citas que se dan cita
en Cuaderno, con una trampa: una trampa de la escritura para garantizar
el juego limpio de la lectura crítica. Se citan textos de otros sin
comillas, pero con la aclaración al final del párrafo (“esto lo dijo... tal”).
El efecto es de extrañeza, sorpresa, contrariedad. Porque se empieza leyendo
una afirmación que uno atribuye a Cortiñas y, de repente, esa afirmación le
corresponde a otro. “Si la puso Cortiñas, Cortiñas está de acuerdo”, supone
uno. Pero el golpe de extrañeza queda sonando. Como si Cuaderno quisiera
poner de manifiesto el peso del preconcepto con el que carga todo lector
(malintencionado por definición): frases de Keneth Goldsmith, de Carlos Mugica,
de Raúl Zaffaroni. Uno no las hubiera pensado ahí, uno no las hubiera pensado
en boca de esos nombres tampoco. Después del volantazo y la sorpresa, la
argumentación de Cuaderno vuelve al carril e incorpora, a las
disquisiciones sobre el poema, el tono y el enunciado de aquellas voces
visitantes.
¿Cuaderno es un
ensayo? ¿Una teoría?
Se lee: “La
autorreflexión no como un mero decir acerca de lo que se hace sino como un
hacer de otra manera eso que habitualmente se hace. Entonces, lo que hace falta
es la misma práctica estética. Podríamos llegar a estar en un momento en que
escasea la praxis. Lo estético es un proceso vincular, ¿cuál es la ley del
movimiento del poema?”
Entonces, entre poner en
práctica un poema y poner a andar la reflexión sobre el poema no habría
distancia. Pienso que, si bien se puede decir que son pocos los ensayos que se
conciben como una escritura poética, son aún menos los poemas que se conciben
como un ensayo de la lengua.
Tomar notas sobre
literatura es una manera de no dar el valor por sentado. No es obvio que Juan
L. Ortiz es un gran poema (digo, poeta), parece decir Cuaderno. Y
elabora una breve nota sobre Juanele. No es obvio que hay que leer literatura
contemporánea, parece decir Cuaderno. Y elabora una breve nota sobre
María Salgado.
El encuentro, en Cuaderno,
de poemas canónicos y poemas contemporáneos, poemas de acá y poemas de allá, de
España, Chile, El Salvador, obedecen a un doble propósito: señalar valor en
esos textos y detectar qué movimientos en ellos habilitan a seguir pensando el
poema. Dos propósitos que son el mismo.
Me gusta cómo Cuaderno
de repente se pone pragmático: se para, mira y como si dijera ¿pero cuáles son
los textos qué hacen esto, aquello? Los que más valen. Y enumera varios títulos
de los últimos diez años que pueden ser considerados, según la estética que
desarrolla, poemas.
Hay ahí una
sinceridad y una necesidad de ser consigo sincero: ¿en qué poemas pienso cuando
pienso en el poema? Y la sinceridad se extiende a una generosidad, la de
nombrar con nombre propio tanto a los textos como a sus escritores.
No pienso esto como
quien dice “hay que ser generoso con los colegas”; pienso más bien en los
colegas como lectores (y, a la inversa, todos los lectores como colegas), las
personas que nos acercamos a leer lo que hay en Cuaderno y encontramos ahí,
no sólo definiciones, dudas, reflexiones y apuestas, sino también un índice de
obras contemporáneas, nuevas herramientas con las que seguir trabajando.
“¿A
quién le habla Gabriel Cortiñas?”, podría preguntarse algún lector exigente.
¿De dónde sale esa pregunta? Una respuesta fácil sería: el Cuaderno del
poema habla consigo mismo, son preguntas al interior de la reflexión
poética por parte de su escriba (lector y escritor de poemas). Pero, no, hoy el
Cuaderno se publica, se hace público. Entonces, a pesar de la
conversación íntima que un cuaderno de notas puede aparentar, hay una intención
fuerte hacia lo público. Exponer preguntas y convicciones estéticas constituye
un gesto jugado sí, pero también (en este caso al menos), ese jugarse se juega
para replantear el juego.
“La
única operación política de un texto es introducir en el tejido textual del
tiempo por medio de la literatura aquello que le interesa; esto lo dijo Monique
Wittig” en Cuaderno del poema. La operación de Cuaderno, uno
malicia, quiere introducir en el tiempo literario eso que le interesa. Y
quiere, él mismo, interesar, claro, porque sin quienes se interesen en la
discusión de ciertos problemas, sin quienes se prendan a pensar en la disputa,
no hay operación que rinda ni hay literatura que siga viva ni hay ni hay
política.
Se podría decir que Cuaderno
quiere una sociedad distinta y ejecuta una práctica prefigurativa (ese
término hermoso) con la idea en la frente. ¿Qué clase de sociedad quiere Cuaderno?
¿Distinta en qué? Dice y hace; se lee: “una sociedad más abierta o propensa a
la pregunta (y, por ende, una sociedad que le otorga más espacio a lo nuevo)”.
Hay que llevar un
cuaderno para leer Cuaderno del poema
08/07/2017 – La Sede, Villa Crespo.