Se apiadan de las víctimas, las víctimas.
El 11 de diciembre era para la mayoría de nosotros simplemente un día más, o mejor dicho, un día menos. Para Jonathan Torres, en cambio, era una fecha especial. Maipú, como lo llamaban todos, había entrado unos ocho meses antes de que yo engomase. Según dicen, ese día vestía un conjunto deportivo de Chacarita Juniors y unas Nike negras con finas líneas amarillas fluorescentes que en seguida despertaron la envidia de muchos de los pibes. Esa tarde, manos juntas a la espalda, habrá pasado al pabellón de ingresos a la vista de la guardia y de todos los muchachos que en el patio jugaban al fútbol, a la payana o al jodete. Habrá escuchado los tradicionales insultos, las tradicionales amenazas, le habrán hecho las mismas preguntas que nos hicieron a todos cuando llegamos y quizás, habrá sentido por primera vez la angustia que se siente ante la certeza de haber sido engomado. Uno o dos días después lo habrán pasado al “Tres” que en ese momento lo llevaba Dani Rivera, conocido por su estilo rápido y directo.
El pelo negro con flequillo largo peinado cuidadosamente a la derecha, la nariz delicada con el tabique curvo y la punta ligeramente levantada, y esos enormes ojos negros que devolvían una mirada profunda, casi tierna, a lo Bambi, no daban a Maipú una imagen muy temible y de hecho, habrá hecho pensar a muchos que pronto sería pollo, pero no fue así. La fama de Maipú empezó a construirse ese mismo día cuando El Enano en el comedor del pabellón le exigió que le cambiara unas All Star rotosas de esas que te dan en el Rocca por sus relucientes y envidiadas Nike negras y amarillas. Hay que reconocer que El Enano se iba de boca mucho pero sabía pelear bien, a diferencia de Maipú, que nunca se iba de boca. Un minuto después, Maipú se acomodaba el flequillo insistentemente con la mano izquierda y con mirada de tres ocho miraba a El Enano que tirado en el piso buscaba uno de sus dientes mientras soltaba chocolate por todos lados. Por el incidente Maipú quedó engomado en el pasillo “A” de castigo dos días, la idea de las autoridades seguramente era que él tuviese tiempo para reflexionar sobre lo que había hecho y debe haber sido así. Apenas unos días después de volver al “Tres”, cuando estaban todos en el patio tratando de calentarse bajo el sol invernal, El Rubio lo empezó a gilear poniendo en duda que fuese realmente chorro. Seguramente muchos lo dudaban porque todos sabían que había entrado por homicidio, pero los guardias habían dicho que había matado al pibe en una pelea a la salida de un boliche y Maipú decía que había sido en un laburo. Al final parece que El Rubio le dijo que él no era un chorro que era un roba viejas y Maipú lo arrancó a las piñas. Dicen que no le duró ni un round y que Maipú paso cuatro días sancionado en el “A” de donde salió con amenaza del director de ser subido al Belgrano si la seguía bardeando.
Después de eso Dani no dudó en atraerlo para su lado y aunque Maipú nunca cuestionó su autoridad tampoco nunca hizo de perro o lavó la ropa de otro. Quizás porque intuía que Dani se iría a la calle pronto se limitó a esperar mientras ocupaba un segundo lugar. Un tiempo después Dani efectivamente salió y todos aceptaron la sucesión de Maipú como algo casi natural.
Era esperable que las cosas no cambiasen mucho en el “Tres” y esencialmente no cambiaron. Lo único que el estilo de Maipú era diferente. El tiempo en el “A” seguramente le había servido para reflexionar. Ya no volvió a exponerse como antes. Pronto se hizo de una tropa de guardianes a los que sometía a través del temor y domesticaba con regalos estúpidos como cigarrillos o porros que en realidad les sacaba a otros pibes que no sabían pelear por sus cosas y preferían contribuir pacíficamente.
Una vuelta, un tal Villalba o Villagra, según quien cuente la historia, que era de Soldati y que entraba al Rocca por primera vez pero que había estado en varios institutos otras veces, discutió con Maipú después de la cena. Dicen que Maipú le había pedido que limpiase el comedor cuando termine de comer y que el pibe se había negado, e incluso, que lo había insultado. Maipú no quiso seguir con la discusión, le retrucó y se fue a su rancho muy sonriente mientras el otro le gritaba de todo. A la mañana siguiente, mientras ese Villalba o Villagra se bañaba, El Enano y Roco se le metieron en la ducha armados cada uno con una escoba. La guardia prefirió no ver, o mejor dicho, no oír nada. Los perros se fueron sancionados varios días pero no la patearon y Maipú salió ileso. Al otro pibe, en cambio, lo tuvieron en la enfermería una semana y cuando salió, con el tabique partido, los dos ojos morados y un par de costillas fisuradas, lo trasladaron al “Dos” donde ya nadie lo respetaba porque sabían que era puro berretín.
Cuando yo entré y pasé al “Tres” todo esto ya había pasado y yo aún no lo sabía. La primera noche Roco, sin palabra previa, me sacudió la cara y me sacó los cigarros. Pensé entonces que tenía que cuidarme de ese armatoste de nariz de boxeador que parecía el capo del pabellón, pero me equivocaba. Era del flaco con la casaca de chaca de quien me tenía que cuidar. Nadie ahí hacía nada sin su permiso.
El 11 de diciembre del 2010 no representaba para ninguno de nosotros nada especial, salvo para Maipú que cumplía 18 años y tenía que subir al Agote. En mi tiempo en el Rocca ya había escuchado muchas historias sobre Maipú y las creía todas pero también había escuchado muchas sobre el Agote y también las creía. Verdad o mentira lo cierto era que irse al Agote era para Maipú abandonar un lugar de poder donde se sentía muy cómodo, era pasar de ser el más grande a ser el más chico, de ser el más conocido a no ser nadie.
Esa mañana, la del 11, recorrí el pasillo de las celdas como tantas otras veces había recorrido e iba a recorrer, semidormido. Pensé que todos estarían tirados en la cama tratando de robarle unos minutos de sueño a la guardia pero cuando pasé por la celda de Maipú me di cuenta de que él también estaba levantado. En realidad, estaba sentado sobre el colchón, que estaba doblado en dos, y me miraba con sus grandes ojos negros llenos de lágrimas. Es raro porque en un principio dudé de que esa fuese su celda, de que fuese él el de la nariz enrojecida y los pómulos brillosos. Pero cuando salí de mi asombro y me di cuenta de que sin dudas era él me asusté. No sé bien si porque temía que la situación incómoda me ocasionase problemas o porque me sentí como desconcertado, perdido en el mundo. Lo único que sí recuerdo bien es que salí apurado para el comedor mientras dejaba caer unas disculpas. Maipú esa mañana no salió a las actividades y al mediodía, antes de que pudiera volver a verlo, lo trasladaron al Agote.
Esa noche, en la celda, no podía dejar de pensar en Yoni llorando. ¿Lloraba porque se acababan los privilegios? ¿Por qué tenía que abandonar una obra tan pacientemente construida? ¿O simplemente tenía miedo de que otros más grandes o poderosos lo lastimasen y le sacaran sus cosas como tantas veces había hecho él con los demás? No sé, puede ser cualquiera, pero yo tengo para mí que lloraba por nosotros, las víctimas.