19.9.09

El camino de los sueños, por Ariel Clerice






Johann Christian Friederich Hölderlin (1770-1843) asiste desde Alemania a la eclosión y al sofocamiento de la Revolución Francesa. Nativo de Suabia, encuentra que la corriente de libertad inducida por el partido jacobino y la masa popular en ascenso, no es del todo expansiva, mucho menos permanente. Después de suprimir los contenidos populares del programa bajo la reacción termidoreana, la inteligencia burguesa paralizó la fuerza transformadora del acontecimiento. Si los ideales sociales, Liberté, Igualité, Fraternité, dieron la vuelta al mundo, más allá del Terror su realización total quedó postergada. El régimen prusiano, a fines del siglo XVIII, frena la expansión republicana. El imperio controlaba el ritmo pasivo de las múltiples comarcas, epistolario de ese retraso, drama político, Hiperión (1799), expresa metafóricamente la desesperada situación del jacobinismo tardío, obturado por el fracaso sangriento de la violencia espiralada. Hiperión trabaja las condiciones sociales y políticas que Lukács denomina “callejón sin salida”. La correspondencia de Hölderlin aporta datos valiosos: “no vivimos en un clima propicio a los poetas”; “la vida resulta soporífera a la mayoría”; “la frialdad y la secreta búsqueda de sojuzgamiento de los hombres me provocan una fatiga y una agitación incomensurables”; “ya no es posible decirlo todo de manera directa, la gente se ha vuelto demasiado indolente y egoísta”.

El 2 de septiembre de 1795 le confiesa a Johann Gottfried Ebel (médico amigo de los Gontard, escritor, simpatizante jacobino): “La dicha de vivir entre personas que comparten mis mismas necesidades y convicciones se hace cada día más rara”. Desplazado entonces hacia el margen, el poeta se encuentra solo. Hegel depone su liberalismo juvenil y gira hacia a la “reconciliación con la miseria de una monarquía constitucional”. Hölderlin no comparte el reacomodamiento por medio de la teoría de las “fases necesarias”. En 1799 explica a su madre: “me parece que a las grandes convulsiones violentas de nuestra época quiere seguirles un modo de pensar que no está hecho para revivificar y animar las fuerzas de los hombres, que humilla y mutila el alma viva, sin la que no puede haber ninguna alegría ni valor auténtico en el mundo”.

La república democrática de la polis, la figura robespierrana del Ser Supremo y el correlato plebeyo de la armonía entre los hombres, son desestimados por el consenso del campo intelectual convenido post-termidor. Schiller, que con Luisa Miller (1782-1783), antes alentó cierta combatividad en sus tragedias, amedrentado por el puño crispado del orden conservador montado en el poder político, débil de salud, intenta redireccionar las proyecciones revolucionarias de su joven discípulo, protegerlo de la época. En vano. La dirección poética y narrativa de Hölderlin conserva el entusiasmo original. Abandona Jena y a pesar de la soledad intelectual y la dispersión improductiva que significaba rodar de preceptorado en preceptorado, termina Hiperión, rechaza la extendida fórmula de las salidas honorables y continúa siendo republicano. Auerbach en Mímesis sobre Luisa Miller: “Una puñanalada en el corazón del absolutismo: las maquinaciones criminales de la tiranía principesca, los súbditos carecen de cualquier derecho (…) la horrorosa sumisión y dependencia interna de los dominados ”.

El texto reúne dos volúmenes de cartas, a la vez divididos en dos partes cada uno. Su estado de ánimo inicial es melancólico y narra los avatares de Hiperión. Un viaje cargado de ímpetu, sostenido en la persistencia del joven héroe contra el desasosiego que desbarata la organización pacífica del hombre. El motivo del viajero exiliado de los suyos, la subjetividad incompatible del yo respecto del orden vigente en su patria, el vagar poético, lo neutro del sueño, las proyecciones melancólicas de lo ascético y lo espiritual onírico predominan, al menos al comienzo, sobre las proyecciones revolucionarias. La soledad confabula contra una acción concreta de cambio planificado, el paseante solitario domina la escena. En todas partes reina el invierno del alma, el silencio, la noche constelada. El lugar del que partió o no existió nunca o no existe más. El héroe no tiene a dónde regresar y viaja. Su pesadumbre, activa, en tanto no proviene de inconsecuentes y caprichosas insatisfacciones crónicas, expresa la falta concreta de libertad. Sólo puede imaginar el regreso mediante un canal revolucionario de transformación. Lo estrecho y asfixiante del numeroso conjunto de pequeñas comarcas entorpece el desarrollo del joven disidente, que sueña despierto lo imposible bajo las tendencias reaccionarias del nuevo curso económico, político, intelectual. Un melancólico habla: “¡Qué mezcla de tristeza y felicidad es, en verdad, la revelación de estar para siempre condenados a vivir al margen de la existencia habitual!”. Señala, pregunta: “¿Quién no preferiría un racimo bien maduro y fresco, recién cortado de la parra, a las pasas que el comerciante comprime en una caja y expende a través del mundo?”. Denuncia: “Toda Europa, todos los que se llevaron columnas y estatuas han traficado unos con otros, evaluando esas nobles figuras a causa de su rareza en un precio muy elevado, del mismo modo que se le pone precio a los loros y los monos”.

Ante el brusco giro ideológico de la historia, el eremita se aparta de la población: “Las gentes bien educadas que he conocido reían de las bellezas del espíritu y las cualidades del corazón, se alejaban como ladrones al advertir en alguien una chispa de razón. Hay animales que aúllan cuando oyen música”. Alabanda, compañero de lucha de Hiperión, lo explica de otro modo: “Los héroes han perdido su renombre y los sabios sus discípulos. Si las grandes acciones no son comprendidas por una nación noble, son sólo estocadas al aire, comparables a las hojas secas y las inmundicias del camino”. Es decir, extraños, excéntricos, los artistas y los intelectuales impermeables al discurso del poder despiertan graves, costosas suspicacias en su medio. Y el instinto popular no siempre los acompaña. Apartados, el sistema poco a poco los convierte en excedente residual. El vagabundeo onírico, producto del aislamiento histórico, la soledad política, interminable en Hiperión, rompe desde un comienzo el estrecho ambiente privado de la habitación pequeñoburguesa. Desprovisto de dinero, en el Libro Primero, el héroe camina mucho, navega de un lado a otro, viaja solo. Descansa y respira un momento con la aparición de Diótima, habita junto a ella una casa en las alturas. Pero en un mundo o un colectivo jaqueado por la barbarie materialista, la aventura del amor sublime corre serio peligro. Así, en la primera parte del Libro Dos, Hiperión asume una guerra independentista contra esa “paz” de corazones secos y espíritus limitados que los amenaza. El héroe une sus destinos al futuro del pueblo. La liberación armada del yugo turco, el acto liberador, la decisión de intervenir y avanzar emprendiendo algo definitivo, suspende, por un instante, la sensación de aprisionamiento que experimenta el protagonista.

Como escape del restringido ambiente burgués, Hölderlin exalta la belleza abierta del paisaje mediterráneo. Para ablandar esa “dura corteza alrededor del meollo de la vida” que domina el presente, Grecia cristaliza la visión del autor y la polis evoca un ideal democrático similar al de la Revolución Francesa. En clave utópica materializa y recupera la disponibilidad heroica del mundo griego, la felicidad guerrera de una épica política, el valor ante la adversidad, el goce intrépido del mar, el amor sublime. El arrojo excepcional de los antiguos. De modo que la corriente subterránea que arrastra consigo a los hombres a la gloria y a la infamia, acá no resta crédito al factor humano, no disminuye su capacidad de resistencia. El consuelo por la vía de las “fases necesarias” no ingresa al sistema del héroe. En Hölderlin lo “necesario” no utiliza categorías de “fase”, no dilata a futuro, no justifica el postergamiento de la acción directa.

El problema, la tragedia, nace del poder popular cuando rechaza el sueño de la transformación social y libra a su suerte la última voluntad del jacobinismo tardío. Con menos sangre que los soldados de Hiperión en Misitra, el pueblo alemán, al terminar el texto, exhibe su incapacidad de encarnar el ideal y el Genio de la revolución fenece, abandonado por una comunidad intimidada. Más que trabajar las contradicciones capitalistas Hölderlin expone las revolucionarias. La acción interior de la novela representa la lucha ideológica de dos tendencias en pugna. El héroe Alabanda, de rasgos fichteanos, tendencia de la sublevación armada. Y Diótima, una moderación en los deseos. Tendencia pacífica, religiosa y pedagógica. Hiperión se ubica entre ambos polos, rebota de uno a otro, no se identifica plenamente con ninguno porque ya probó su insuficiencia por separado. Diferente de sus compañeros, al remontar las corrientes del sueño trasciende el fracaso político y amoroso, no se estanca, no interrumpe ni el pensamiento ni la correspondencia. Promete más cartas. El eremita sigue su camino.

1. Melancolía: instancia ineludible, reflejo impugnador del presente contrarrevolucionario. Una praxis onírica: el camino alternativo del sueño. Paralelo a la “flor azul” de Novalis: “el sueño como un arma contra el hábito y la regularidad de la vida” (Novalis, Enrique de Ofterdingen). Dar por perdido algo que nunca se tuvo es una manera de poseerlo. Hacer aparecer como perdido un objeto inapropiable, confiere la fantasmagórica realidad de lo perdido. (Agamben, Giorgio, Estancias).
2. Amor sublime como superación del amor burgués. Imposibilidad y soledad.
3. Amistad heroica opuesta a la complicidad intelectual o artística reunida bajo los signos del régimen. El aislamiento y la separación de los comensales revoltosos.
4. La lucha armada por la liberación. Su fracaso y el consecuente destierro.


Libro Dos, primera parte. Hiperión recibe carta de Alabanda y una frase lo dispara al viaje de la acción histórica: “los griegos reconquistarán su libertad si se sublevan para rechazar al Sultán hasta el Eufrates”. Urge enfrentar la tiranía, reconquistar la libertad perdida asumiendo la guerra popular. La formación ilustrada es postergada en la premura de la campaña patriótica. Diótima le advierte: “tendrás tu Estado libre y te dirás: ¿para quién y para qué habré trabajado?”. Pregunta con la que interroga su posición anterior: “¿Vas a encerrarte en las paredes de tu amor, dejando que el mundo, que tiene necesidad de ti, se seque y se enfríe bajo tus pies?”. Hiperión emplea sus fuerzas a fondo, actúa en sentido contrario porque la “necesidad” de un repliegue táctico lo exaspera. No es un revolucionario profesional. Posee el temperamento, no la formación. Por temperamento elige tomar el callejón sin salida de la situación histórica y las cartas de batalla se suceden, caen sobre el epistolario romántico una tras otra. Irrumpe la escena revolucionaria: “vamos alegremente al combate, una llama divina nos impulsa a las grandes acciones. No nos detendremos hasta que la felicidad del Genio no sea un secreto para nadie y el brillo de nuestros triunfos se refleje en todos los ojos, y de los desvaríos y los sufrimientos surja, más resplandeciente que nunca, el espíritu humano tan largo tiempo ausente, para saludar con un canto de victoria el suelo de la patria”.

Hölderlin no conoció el campo de batalla. Tampoco viajó a Grecia. La ineludible consulta bibliográfica y la gracia de la propia invención, sus formidables habilidades narrativas, le permiten sortear el obstáculo. Arma la escena en dos movimientos. Uno donde la esperanza y el espíritu democrático generan cierta armonía en el grupo de soldados. Otro, donde la fraternidad desaparece y reina el terror de los explosivos patriotas. La improvisada máquina de guerra revolucionaria, activada por Hiperión y Alabanda, rápidamente se convierte en banda destructora de forajidos. Saqueos, asesinatos, etc. Ya en la primera parte del Libro Uno Hiperión desconfía de los compañeros de Alabanda: “la calma de sus rasgos semejaba la calma de un campo de batalla… A estos les gusta apoderarse de lo contrario a ellos, traer a su establo un animal distinto de los suyos”. La aventura liberadora estaba minada desde el comienzo por el germen irracional de la violencia, entonces, la sublevación fracasa a causa de la brutalidad latente de los sublevados. Pero salvando la derrota política, la tentativa en sí aparta el texto del romanticismo reaccionario. Hiperión no solloza, ni recita versos lastimosos, perdido, entre las quietas ruinas de un pasado tranquilizador. Tampoco espera sentado, las ruinas están vivas. Dispone ejercicios militares y celebra consejo democrático en el bosque.

Los soldados que lo siguen no pertenecen a un ejército definido, caracterizan elementos populares sumados en el camino. Montañeses. Por lo que Hölderlin no provee de heroísmo a la burguesía, propone un guerrero que educa, predica la libertad a los hombres de la “montaña”, discute las cosas del porvenir en la paz del silencio. Y agradece “ver las naturalezas más frías enternecerse con la esperanza y las mentes más sombrías iluminarse y serenarse al anuncio de nuestros propósitos, vivir como vivo, en medio de esta gente de fe, llena del deseo de vencer”. En la conquista del presente la tendencia fichteana y la pedagógica se entrecruzan un momento. Después, Hiperión, Alabanda y los montañeses sitian Misitra. Punto crítico de la acción conjunta. Entregado al saqueo, el grupo libertario asesina indiscriminadamente a sus hermanos griegos. Bandas de locos furiosos invaden el país, sacrifican el futuro de la patria y malogran los sueños del héroe, que renueva su condición de exiliado.

El obstáculo sentimental deja de ser privado, con Hölderlin deriva de la libertad perdida. Es político. Por lógica, la derrota de Hiperión vulnera el espíritu de Diótima: “Yo tampoco quiero hijos, habría que criarlos en un mundo de esclavos”. El amor nunca fue posible y la heroína muere. Alabanda, inactivo, arrinconado, claudica. La derrota anuló su fundamento existencial y “los viles se disponen a reunir sus restos para hacer con ellos una hoguera”. Hiperión va a parar entre los alemanes, desamparado, pide poca cosa. Espera recibir menos. “Bárbaros desde tiempos remotos, hoy aún más por el trabajo, la ciencia y la religión, incapaces de sentimientos elevados, corrompidos hasta la médula, sordos y sin armonía como un vaso roto, no hay en este pueblo nada sagrado que no sea profanado. El alemán permanece confinado en su función”. De aquí en más, aunque su destino parece incierto, el tono vigoroso de las cartas conserva la firmeza. Cabe resaltar la feliz bipolaridad de Hölderlin. Irrupción y descenso, impulso y caída entrelazados.

Llegando al final de la novela y sobrevolando el hilo de la trama, este movimiento pendular no se detiene, la oscilación jovial del entusiasmo sortea la prueba del exilio. Hiperión no tiene refugio, los sueños de juventud desaparecieron del horizonte y Alemania le da la espalda. ¿Cómo la hoja arrancada por el viento y arrastrada por el polvo puede reverdecer? Nadie cobija al que vaga por casas forasteras, infame, a causa de la derrota. El romanticismo reaccionario hubiera resuelto el cuadro con la muerte o el suicidio del protagonista. Hölderlin propone un soñador de lo sublime. Una vez más remonta la pendiente romántica de su idealismo libertario y dobla la apuesta: “Una nueva felicidad nace en el corazón del hombre cuando ha resistido una prueba muy dura”. Por más que prevalezca la tiranía, esta fuerza misteriosa e indomable llena su corazón. Cuando semejante al canto de un ruiseñor en la noche los hombres salen victoriosos de las tinieblas, en lo más profundo de su ser el himno de la vida atraviesa el peligro y resuena triunfante.