La segunda revuelta de Antígona
CREÓN.
Tenés toda la vida por delante. Nuestra discusión era
ociosa, te lo aseguro. Tenés ese tesoro todavía, vos misma.
ANTÍGONA.
Sí.
CREÓN.
No hay otra cosa que importe. ¡Y vos ibas a desperdiciarlo! Yo te
entiendo, hubiera hecho lo mismo que vos a los veinte años. Es
por eso que tragaba tus palabras. Escuchaba desde el fondo
del tiempo a un joven Créon flaco y pálido como vos y
que, como vos, no pensaba más que en darlo todo… Casate
pronto, Antígona, sé feliz. La vida no es eso que
vos crees. Es un agua que los jóvenes dejan caer
sin saberlo, entre sus dedos abiertos. Cerrá
tus manos, cerrá tus manos, rápido. Agarrala. Vas a ver, eso
se va a convertir en una cosita dura y simple que se mordisquea,
sentado al sol. Ellos te van a decir todo lo contrario porque
necesitan de tu fuerza y de tu impulso. No los escuches.
No me escuches cuando pronuncie mi próximo discurso
delante de la tumba de Eteocles. No va a ser verdadero. Sólo
es verdadero lo que no se dice… Vos vas a aprenderlo
también, demasiado tarde, la vida es un libro que amamos, es
un niño que juega a nuestros pies, es una herramienta que agarramos bien
en la mano, es una banco para descansar a la noche enfrente de nuestra
casa. Vas a despreciarme otra vez, pero descubir
eso, ya lo vas a ver, es el insignificante consuelo de envejecer,
la vida, quizás sólo sea, después de todo, la
felicidad.
ANTÍGONA, murmura, con la mirada perdida.
La felicidad…
CREÓN, tiene, de repente un poco de vergüenza.
Una pobre palabra, ¿no?
ANTÍGONA, dulcemente.
¿Qué será de ella, de mi felicidad? ¿En qué mujer
feliz se convertirá, la pequeña Antígona?
¿Qué pobrezas deberá hacer, día
a día, para arrancar con los dientes su pequeño pedazo
de felicidad? ¿A quién tendrá que mentir, a quién sonreír,
a quién venderse? ¿A quién deberá dejar morir, desviando
la mirada?
CREÓN, alzando los hombros.
Estás loca, callate.
ANTÍGONA.
¡No, no me voy a callar! Quiero saber cómo
voy a hacer, también yo, para ser feliz. Ahora
mismo, porque hay que elegir ahora mismo. Usted
dice que la vida es tan bella. Yo quiero saber cómo
voy a hacer para vivir.
CREÓN.
¿Amás a Hemón?
ANTÍGONA.
Sí, amo a Hemón. Amo a un Hemón duro y jóven;
a un Hemón exigente y fiel, como yo. Pero si la
vida y la felicidad de la que usted habla, pasaran sobre él con su desgaste,
si Hemón no palideciera más cuando yo palidezco,
si no me creyera muerta cuando yo llego cinco
minutos tarde, si no se sintiera solo en el mundo y me
odiara cuando yo me río sin que él sepa por qué, si él
tuviera que convertirse a mi lado en el señor Hemón, si
tuviera que aprender a decir que «sí», también él, entonces no amo más
a Hemón.
CREÓN.
Ya no sabés lo que estás diciendo. Callate.
ANTÍGONA.
Sí, yo sé lo que digo, pero usted es el que no me
oye más. Le hablo desde muy lejos ahora, desde un
reino donde usted no puede entrar con sus arrugas,
su obediencia, su barriga. (Se ríe.) ¡Ah! ¡Me río, Creón,
me río porque de repente te veo a los quince años!
Es el mismo aire de impotencia y de creer que todo se
puede. La vida solamente te agregó todas esas arrugitas sobre
la cara y esa grasa que te envuelve.
CREÓN, la sacude.
¿Te vas a callar de una vez?
ANTÍGONA.
¿Por qué querés hacerme callar? ¿Porque sabés
que tengo razón? ¿Creés que no leo en tus ojos
que lo sabés? Sabés que tengo razón, pero no lo vas a
confesar jamás porque estás defendiendo tu
felicidad, en este momento, como a un hueso.
CREÓN.
¡La tuya y la mía, sí, imbécil!
ANTÍGONA.
¡Todos ustedes me dan asco con su felicidad! Con
su vida que hay que amar cueste lo que cueste. Se diría
que como perros que lamen todo lo que encuentran. Y esa
pequeña posibilidad para todos los días, si no se es demasiado
exigente. Yo lo quiero todo, ahora mismo, - y que
sea completo – y si no, ¡me niego! Yo no quiero
ser modesta, y contentarme con un pedacito
si yo fuí tan justa. Quiero estar segura de todo hoy
y que sea tan bello como cuando era una nena – o
morir.
Jean Anouilh. Antigone, 1946.
Traducción: Mirta Nicolás