8.6.07

¿Cómo acabar de una vez por todas con Homero?, por The Cantina Project






"La invariabilidad de los adjetivos homéricos ha sido lamentada por muchos. Es cansador que a la tierra la declaren siempre sustentadora y que no se olvide nunca Patroclo de ser divino y que toda sangre sea negra. Alejandro Pope (que tradujo a lo plateresco la Ilíada) opina que esos tesoneros epítetos aplicados por Homero a dioses y semidioses eran de carácter litúrgico y que hubiera parecido impío el variarlos. No puedo ni justificar ni refutar esa afirmación, pero es manifiestamente incompleta, puesto que sólo se aplica a los personajes, nunca a las cosas. Remy de Gourmont, en su discurso sobre el estilo, escribe que los adjetivos homéricos fueron encantadores tal vez, pero que ya dejaron de serlo. Ninguna de esa ilustres conjeturas me satisface. Prefiero sospechar que los epítetos de ese anteayer eran lo que todavía son las preposiciones personales e insignificantes partículas que la costumbre pone en ciertas palabras y sobre las que no es dable ejercer originalidad. Sabemos que debe decirse andar a pie y no por pie. Los griegos sabían que debía adjetivarse onda amarga. En ningún caso hay una intención de belleza".
(Jorge Luis Borges. "La adjetivación", El tamaño de mi esperanza.)

"Homero (...) no tiene necesidad de copiar la verdad histórica, pues su realidad es lo bastante fuerte para envolvernos y captarnos por entero"
(Erich Auerbach. "La cicatriz de Ulises", Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental.)


1.


"Él" héroe por antonomasia, Aquiles, cansado de asesinar gente, en un momento de la obra expresa su deseo de retirarse de la vida heroica y convertirse en un miserable y anónimo labriego, junto a la cautiva que ha robado en alguna de sus correrías.
Obviamente se impone su pathos vengativo y vuelve a la guerra, a morir, a cumplir con la moira, es decir, con el destino que los dioses tienen para él. Su lectura, es imprescindible, sencillamente, muy a pesar de sus partes absolutamente aburridas.

Quien quiera entender a Sófocles o a cualquier dramaturgo de relevancia, debe antes pasar por el presente perpetuo y sin perspectiva de Homero.