18.11.08

Burroughs y Ginsberg, por Ariel Clerice






Burroughs y Ginsberg van al mismo lugar pero no hacen el mismo viaje. Los dos investigan las propiedades del yagé, pero la diferencia de sus móviles es tan grande que repercute incluso sobre el imaginario comprometido en el camino. Lógicamente sus reflexiones en torno a la expansión de la conciencia se mueven en direcciones distintas.

IMAGINARIO SUDAMERICANO

A juzgar por la única carta de Ginsberg incluida en el texto Cartas del yagé (1953-1963), Ginsberg no se demora en describir los exteriores sudamericanos, indagar la fisonomía de los grupos humanos, sus costumbres, colores u olores. Está fechada en 1960, siete años después de la primera serie escrita por Burroughs. No tiene sexo. Y en sus diez carillas (incluyendo un poema sin título), el Otro latinoamericano apenas recibe atención, reconocimiento. Ginsberg dedica su energía discursiva a la construcción de frases poéticas, al servicio exclusivo del viaje interior o de aquello que le sirva de soporte. “Ramón P …” y el “curandero” son las únicas figuras locales que menciona en su relato.

Es curioso, de alguna manera a pesar de esto Ginsberg también convierte al Otro en depositario (o al menos vehículo) de una verdad que él, extranjero, necesita para trascender. Al mismo tiempo que ignora a los nativos, sumergidos éstos en su trivial cotidianeidad, al mismo tiempo los idealiza como dueños de un saber transfigurador. Saber que le permite alcanzar una suerte de transformación supernatural, piensa Ginsberg. Así, de cualquier modo, en su perspectiva, el Otro deja de ser otro. Lo perdemos de vista porque su imaginario personal neutraliza.

Recuerdo una breve prosa de Baudelaire en donde el poeta analiza a un mendigo con la intención de sublevarlo. Aquí Burroughs se acerca a Baudelaire. Pero cuidado, no es que busque sublevar a la menesterosa población indígena, el desdén del gesto belicista (imperial) lo abstiene de ello. Sucede que la cruda franqueza de su rechazo extermina todo resto idealizante, devolviendo al Otro algo del orden de lo real, de la naturaleza de lo vivo, devolviendo al Otro algo del orden de lo real, de la naturaleza de lo vivo. Link lo explica al contraponer a Burroughs con Paul Bowles en Tánger: ruina de la modernidad. Burroughs politiza su relación con esa otra cultura mediante injurias, insultos: “los individuos más piojosos del hemisferio”, “no me sorprendería ver cagar a alguno sobre cubierta y limpiarse el culo con la bandera”, “por donde uno mire hay un negro rascándose las pelotas” (op. cit.). La empatía es imposible. Y al no reconocerles entidad alguna mantiene una mirada menos centralizadora. Dentro de las pérdidas inevitables de toda mediación narrativa, la modalidad del informe “nova” garantiza un Otro-más-Otro que los puntos de vista adictos al orientalismo exotista no registran.

El imaginario sudamericano en juego expone la distancia entre Burroughs y Ginsberg. Deslinda sus respectivos viajes en modelo de fuga para Burroughs y modelo de retorno para Ginsberg. El vacío de sentido, la pérdida y la soledad, del lado de Hill. La acumulación progresiva de sentido (o su deseo) y el aprendizaje, del lado de Allen. Entonces si Ginsberg adopta la vacuidad de los vagabundeos del Darhma, Burroughs asume un vagabundeo del horror. Un viaje al puro horror de la situación. “Cada noche la gente será más fea y estúpida, el trato más rudo, los mozos más groseros, la música más chillona, sonando y sonando como una cinta acelerada en un vértigo de pesadilla mecánica y de cambios sin sentido” (op. cit.)

LA EXPANSIÓN DE LA CONCIENCIA

Habría un show monstruoso, un espectáculo gigantesco. El hombre proyectado como una película multidimensional y polifónica sin principio ni final, es un film biológico, acompañado de una banda sonora. Las cadenas asociativas de las palabras y las imágenes derivadas de ellas aseguran el control de la escena mientras cohesionan una clase social única donde cada integrante es oprimido y opresor a la vez.

Pero las cartas del viaje del yagé son previas a formulaciones tan complejas, previas a la invención del cut-up. Entonces en el ´53, con Burroughs de gira por América latina, hallaremos tan sólo prefiguraciones, ecos del futuro, importantes para comprender su interés acerca de la expansión de la conciencia.

Por toda América del Sur persigue Burrogunhs una “sensación horrible y enfermiza de desolación final” (op. cit.). Existe una relación bastante directa entre el miedo a localizarse, quedar varado, inmovilizado en medio de ese big nowhere, y la conciencia, como herramienta para salir inmediatamente de él. Expandir la conciencia con fines prácticos, aplicables a lo concreto. No se trata de consumir la planta tras los pasos de una gorda entidad designada con mayúsculas. Tampoco de clasificar efectos en cuadros sinópticos, mucho menos de cazar imágenes novedosas con el objeto de embellecer textos literarios. Burroughs expande con la premisa de ampliar el campo de batalla y fortalecer la resistencia, de exhibir la amplia gama de insidiosos implantes represivos que se revelan a su paso, “Los funcionarios carecen de aparato receptor y emiten tanto como una batería muerta. Debe haber ondas cerebrales de una baja frecuencia especial, propias de los empleados gubernamentales” (15 de enero de 1953). “Una curiosa hostilidad negativista domina la ciudad” (sobre Popayán, 30 de enero). “Hay en Macoa una atmósfera de tensión permanente sin solución, con los agentes represores listos para reducir disturbios que no se producen” (28 de febrero).

Opuesta a la de Ginsberg, la expansión de Burroughs no considera un rígido lugar de verdad, sino múltiples versiones. Ninguna acumulación de saber, ninguna teoría sino experimentación, ensayo. No el místico lugar contemplativo de Ginsberg, sino un modelo de vida activo.

¿Asesinaste a tu mujer? No llores, llamá al abogado.

Busca salir de allí.

A Burroughs le urge salir. A Ginsberg ingresar, llorar a su madre. Ginberg consume el yagé, observa “un gran agujero negro de la Nariz-Dios”, se recuesta sobre “una gran vagina húmeda” y corre presuroso tras lo que le parece ser “el Gran Ser”, ansioso de atisbar “un misterio”. Burroguhs identifica ese imaginario con los placebos distribuidos sobre la pantalla. “Les ofrecemos el Jardín de las Delicias Inmortalidad Conciencia Cósmica Lo Mejor en Materia de Drogas” (Expreso Nova). Tal vez cuando afirma conocer la región mejor que Ginseberg, también puede referirse a este plano. Burroghs es un stalker (sigo la definición de Serge Daney/ Cine, Arte del presente). El stalk es la marcha de aquellos que avanzan en terreno desconocido, deslizándose de manera ilegal, entre dos mundos. El peligro está en todos lados pero no tiene rostro. Ginsberg pretende ingresar amparándose bajo la autoridad espiritual de una comsmogonía exótica y milenaria, dar con “luz”. Burroughs por el contrario apaga el interruptor.