21.2.20

Balcones porteños, por Laura Salino




Buenos Aires, la ciudad imán. Todo en Buenos Aires me atrae. Las conversaciones ocasionales en la calle, los versos de los que piden, los remiendos, el cableado, la altura de los árboles, la exuberancia verde, los jacarandás, los palos borrachos, los ceibos, los tantos balcones porteños. Luces frías, luces cálidas, cuerpos a lo lejos, los hombres que miran, los hombres que me miran como si existiera: PENSAR Y QUE EXISTAS, leí en un grafitti callejero.

Hoy vi una pareja besándose sin tiempo en un semáforo. Todo era pasión, y se me estrujó el alma. Si es que tal cosa existe.

***

Me reí en el agua.

Desde que hay recuerdo, hay risa en el agua.

Primero me reí en el agua y después me quedé quieta boca arriba. No había pájaros y el cielo estaba gris plomo. Todo mi cuerpo blando y quieto boca arriba hacia la lluvia que viene, avanza. La lluvia está sobre mí, pero no llueve.

La tormenta está ahí, contra mi cuerpo blando y quieto. Me piden que salga, pero no quiero. No salgo del agua. Escucho los truenos en el agua. Floto entre los truenos en el agua. Mi cuerpo blando y quieto flota en el agua acogedora, dentro de la tormenta. Entonces la indómita luz surca el cielo.

Mi cuerpo se inquieta. Y salgo del agua.

Algo todavía ríe. Se ríe.

En el agua blanda y quieta, como mi cuerpo, que ha salido.

***

El chofer que conducía me contó que trabajaba en el ejército hace veinte años. Hizo la carrera militar gracias a la madre, que era muy derecha, dijo.

Los padres fallecieron en un accidente automovilístico hace diez años. Extraña sobre todo a su padre. Trabaja hasta las dos en Campo de Mayo y luego hace unos mangos extra con el auto. Me contó que el padre le dejó tres propiedades en la costa que él no usa porque le hace mal, le trae muchos recuerdos. El padre nunca le habló de la muerte, pero alguna vez le pidió que cuide esas casas porque le había costado mucho conseguirlas. El hombre no quiere esas casas ni las disfruta, pero quedó ahí encerrado en la promesa de cuidar lo que su padre no pudo.

Le dije que una cosa era lo que el padre hubiese querido y otra lo que él quiere. Y algunas otras cosas para aflojar el nudo. Me escuchó. Pensé en Hamlet y en el poder del padre muerto. Pensé en todos los padres muertos y los que morirán, haciéndose más fuertes solo por haber dejado de existir, por pasar a la condición de fantasma, de obsesión, de voz interior. “Mi mamá no está, pero yo la escucho” me decía un amigo hace poco. Pensé en mi lugar de hija y en mi propia ecuación a resolver.

Pagué el viaje y nos despedimos muy amablemente, como dos desconocidos que han tenido una conversación íntima, de esas que muchas veces sólo pueden tenerse con un desconocido.

Pagué el viaje y deseé que ese hombre no tenga que seguir pagando, aunque le sobren propiedades.

***

Recodé muchas veces el fragmento de una novela de Saer donde un tigre se come a un fraile, salvándolo así de la desesperación. Este relato se lo hace un personaje a otro, alguien que quiere acabar con su vida. A un ya desesperado. Deseé no ser como el fraile, no quiero que el tigre me coma.

Pienso en mi regreso.

Pienso en mi regreso.

¿Existen las ciudades capicúa?