15.9.19

Una poética distorsiva, por Jimena Schere



(sobre Sanmierto, de Emilio Jurado Naón, Leteo, 2019)


La literatura cómica tiene un potencial disruptivo, transgresor, corrosivo de los códigos y lugares comunes establecidos o relativamente estables, que la tradición literaria y las literaturas nacionales construyen a lo largo de su historia. El arte paródico imita recreando, reescribe críticamente y profana los textos-modelo, modélicos y consagrados, de ese acervo literario compartido. El arte satírico, por su parte, traspasa de manera directa los límites de la ficción y embiste contra personajes extraficcionales, contemporáneos o históricos, reconocidos y reconocibles en una comunidad. Cuando operan conjuntamente, sátira y parodia se convierten en un potente artefacto poético capaz de reinventar y cuestionar los textos y las figuras que conforman el eje canónico de un imaginario cultural.

El Sanmierto de Emilio Jurado Naón es un libro atípico, paródico y satírico, que reescribe la obra y caricaturiza la figura histórica de uno de los personajes clave de nuestra historia política y literaria, canonizado por el pensamiento liberal.

Ingresemos en el mundo corrosivo del Sanmierto por su título. El nombre del prócer, celebrado por la tradición liberal y escolar, y objeto privilegiado del género hímnico, se transforma mediante la metátesis, el intercambio de sonidos de la palabra, en un santo fallido, en un San Mierto, que ingresa al santoral al mismo tiempo que es expulsado. El padre del aula resulta así rebautizado por nuestro parodista, con evidente cacofonía, para convertirse en el narrador de una serie de reescrituras burlescas que potencian la violencia original del prócer civilizador y ajusticiador de bárbaros.

La poética distorsiva del Sanmierto disloca primero el nombre para seguir avanzando con sus imágenes. La portada nos ofrece un auténtico collage de la época con la imagen de un Sarmiento travestido en dama antigua, espejo deformante del retrato escolar infaltable del hombre que nunca faltó a la escuela, alumno ejemplar y, por eso mismo, modelo opresivo para todos los niños. Esta estampa inaugura la serie de fotos y caricaturas, que retoman la vena satírica de El mosquito.

Trasfigurado el nombre y la figura del prócer, el parodista va por sus textos, un   legado persistente de nuestra tradición literaria. La serie de parodias se inicia con “Visita al calabozo”, que recrea un relato de Recuerdos de provincia en el que un grupo de alumnas sanjuaninas visita al maestro, que se lamenta de su condición de preso político y de su inminente exilio a Chile, y escucha orgulloso las lecciones de sus discípulas. El original comienza con ese estilo sarmientino grandilocuente y severo: “Fue solemne y tierna nuestra despedida”. El Sanmierto de Emilio se inicia en espejo con esa misma frase, pero avanza luego hacia su metamorfosis paródica mediante una añadidura del parodista: “Fue solemne y tierna nuestras despedida, solemne como el mármol de la tumba de Facundo, que resiste todavía los embates de la historia y del viento indolente de la Recoleta”. La escritura del original se transforma, con ánimo revisionista, para dar aparición a uno de los blancos centrales de Sarmiento, el denostado Facundo, que perfora el texto y se revela contra los estigmas de la historia de cuño liberal, contada, trasmitida, novelada por los Sarmiento, por los Mitre, que han construido su propia galería de santos y demonios para las generaciones venideras. El nuevo relato amalgama así fragmentos del modelo con escritura apócrifa en un movimiento distorsivo creciente que pronto pierde su seria grandilocuencia y transmuta la inocente visita de esas jóvenes “cándidas y suaves como los lirios blancos” en una grotesca escena de abuso sexual. La prosa siempre belicosa, exaltada, hiper-expresiva de Sarmiento, que vocifera contra su condición de perseguido político, se retoma en la parodia como una pluma boomerang, que se vuelve y se revuelve contra su propio autor.

El arte paródico tiene la duplicidad bifronte de evocar, rendir cierto homenaje ambiguo y al mismo tiempo destrozar al blanco de burla. La prosa de Sarmiento es un terreno fértil para esa duplicidad paródica: genera en el lector advertido la ambivalencia de encontrarse frente a una escritura vigorosa y cautivante y, a la vez, plagada de brutales inequidades y estigmatizaciones contra sus blancos de furia. Los relatos del Sanmierto se nutren de esa escritura intensa y redoblan su vigor destructivo al mismo tiempo que la corroen. En “Visita al calabozo” se alimentan de ese mundo ejemplar de altos ideales educativos para desidealizarlos y desidealizar al ideólogo.

La figura de Sarmiento, como su obra escrita, es sin duda un Jano de dos cabezas para nuestra historia: fundador de escuelas, impulsor de la educación pública, gratuita y obligatoria y, por otra parte, creador de la “zoncera madre” de todas las zonceras, como la bautizó Jauretche, la zoncera que las parió a todas: “civilización y barbarie”. En su primera Zoncera, Jauretche resume la visión dicotómica de Sarmiento, su esquema de comprensión binario elaborado sobre una serie articulada de oposiciones maniqueas: “Todo lo propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado (…). El espacio geográfico era un obstáculo, y luego (…) también el hombre que lo ocupa –español, criollo, mestizo o indígena– y de ahí la autodenigración”. Así como Jauretche pone en el centro de la zoncera la figura de Sarmiento, clave para comprender nuestra historia, sus lugares comunes y sus resignificaciones del presente, la parodia de Emilio Jurado Naón, por la vía poética, desdibuja las dicotomías ancestrales del prócer, ilumina sus contradicciones de civilizador salvaje, amplificando los rasgos propios del texto parodiado y de la figura satirizada. El primer relato, precisamente, apunta con acierto en el blanco directo de esa cultura escolar liberal, y su versión Billiken de la historia, en la que Sarmiento es el modelo de pedagogo, de asistencia perfecta a clase, del que los niños cobrábamos venganza deformando los himnos en su honor, ese género paródico de la literatura de homenaje, con vida propia en el mundo escolar, que también resuena en el libro de Jurado Naón.

La escritura del Sanmierto nunca pierde su contundencia poética, su potencia expresiva, su audacia experimental; rítmica, arrolladora, desquiciada por momentos, al estilo de la propia escritura sarmientina. El relato “Episodio con Chile” retoma un original de Recuerdos de provincia en el que Sarmiento se autoexculpa de una diatriba escrita contra Chile y recuerda “las muchas palabras descorteses y ofensivas que debieron escaparse de mi pluma, joven, ardiente en la lucha”. El propio Sarmiento describe su estado de desmesura: “Un día la exasperación tocó en el delirio; estaba frenético, demente y concebí la idea sublime de desacierto, de castigar a Chile entero, de declararlo ingrato, vil, infame”. El espejo deformante de Emilio lleva el exabrupto al paroxismo cómico y multiplica los desbordes de la pluma virulenta del modelo parodiado para beneficio del propio texto paródico. Nuevamente, la fuerza de ataque del original se convierte en blanco de sus propias armas. El parodista se vuelve así discípulo y adversario del maestro.

El texto se abre así camino a “pluma y espada” sobre la obra del laudado escritor hasta su relato final “Anécdota sobre el comandante Sandes”, el personaje sanguinario designado por Sarmiento para combatir al Chacho. La sátira reenvía a la doctrina genocida de Sarmiento, que quedó bien plasmada en las cartas que dirigió a Bartolomé Mitre. En ellas recomienda no “
economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”. En 1863 le escribe otra carta en la que justifica la crueldad del comandante Sandes: “Sandes ha marchado a San Luis. Está saltando por llegar a La Rioja y darle una buena tunda al Chacho. ¿Qué regla seguir en esta emergencia? Si Sandes va déjelo ir. Si mata gente cállese la boca. Son animales bípedos de tal perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor”. El satirista exacerba los rasgos físicos y psicológicos de Sandes, que alcanza un semblante monstruoso, y no hace más que dejar expuestos los rasgos de por sí brutales del original. La auténtica foto del personaje nos muestra la imagen de Sandes que ostenta con orgullo su torso desnudo lleno de cicatrices. El relato del Sanmierto describe su llegada “arrastrando desde el sur un enchastre de sangre”. De esta forma invierte el típico retrato sarmientino del enemigo sanguinario, el caudillo bárbaro, el tirano federal, que domina en su obra. El episodio de Sandes disloca la crónica realista del pócer y adopta un carácter fantástico relatando una operación salvaje practicada sobre el cuerpo cocido de cicatrices del comandante. La eficacia ficcionalizadora del texto paródico desenmascara la propia vena ficcionalizadora del original, su apariencia de realismo, siempre tendencioso y distorsivo.

El Sanmierto, en definitiva, reescribe y retuerce la obra del escritor paradigmático del pensamiento liberal decimonónico e ilumina por la vía cómica y ficcional sus contradicciones y dicotomías maniqueas. Así revive y remata su prosa y su ideario con una escritura musical e intensa, sarcástica, plena de fuerza poética antilírica y de una imaginación prolífica, que construye un bestiario caricaturesco y expone por amplificación el costado grotesco del prócer y sus aliados.

Se inscribe así en nuestra amplia tradición de literatura política y la revisa, la discute y ofrece una nueva literatura política, recreada desde una creatividad transformadora y desidealizante. Clava así su dardo en la historia viva de nuestro país, la historia liberal que sigue operando como forjadora de estigmas contra el campo popular, visiones maniqueas, discriminaciones y demonizaciones que reviven y se resignifican bajo nuevas formas en cada periodo en nuestro imaginario político,  social y cultural.



Leído en la presentación de Sanmierto6 de septiembre de 2019, en Acunia, Ciudad de Buenos Aires.-

9.9.19

Kafka, por Alfredo Novelli


¿A quién llamamos Kafka? ¿Al doctor Kafka? ¿A sus escritos? ¿A la lectura de sus escritos? La última pregunta se aproxima a la respuesta. Pero ¿a qué lectura de sus escritos? A nuestras lecturas. Por esa razón somos nosotros que nos llamamos Kafka.


Tomado de: Alfredo Novelli, Un ejemplar de prueba, Buenos Aires, Mansalva, 2019.

1.9.19

Más cerca, por Mauro Haddad




II

No podría explicarlo,
pero lo miro
y pienso así:
este mar es anterior a la naturaleza.


VI

Cinco chicos saltan desde el puente al agua.
Son felices: hacen lo que temían hacer.


XIII

La arena que había imaginado
es esta.

Escupo sobre ella la sal del mar.


XXI

El silencio de las calles
es igual al sol
o al viento.

Ninguno es en realidad
necesario para mí.


XXIV

Vi a Dios:
abrazaba a una mujer
en una fotografía en México,
en la década de mil novecientos y veinte.

Ella vestía de blanco.


XXV

Media hora limpia para estar sentado
y escribir.

Intento ver:
las líneas de mi mano,
dos personas a lo lejos.

No hay nada por encima de lo que hay.


XXVIII

Recuerdo todo lo que hice hoy:
caminé,
tomé agua,
comí y nadé en el mar.

No fumé,
no hablé con nadie.


XXIX

La luna en el cielo:
ella me usa para conocerse.


XXXI

Barrio de Santa Teresa,
veintidós y treinta horas:
escucho más de lo que hablo.


XXXV

El rumor de la vida profunda.

Lo escucho.


XXXVI

Dilapido mis energías pensando.


XXXVII

Leer en este idioma es lo más parecido a olvidarme de mí.


XXXVIII

La confirmación del estereotipo de una lengua erótica.
El calor de una mujer a la que ayudé sin pérdida de momento.
La sonrisa de un hombre al que no escuché en vano.

Y muchas cosas más
(pequeñas dosis de riesgo imaginado)
muchas cosas menos.


XXXIX

Río de Janeiro era en definitiva
lo que había venido a buscar:

un lugar desconocido
                    más allá del placer
y la ilusión de la libertad absoluta
al caminar por las calles.