23.8.23

Un lugar, por Javier Fernández Paupy

 

Siempre vuelvo en la memoria a los lugares en los que viví y repaso mentalmente los espacios cerrados en los que el tiempo se detuvo. En el barrio de Munro, al borde de la autopista, vivió durante unos años un amigo muy querido, Pablo Moreno, en un PH al que ni él ni yo vamos a volver. Pablo era un cronista genial. Alguna vez escribió algo sobre el tiempo interno que nos llevan las cosas. Hablaba ahí de un tiempo por fuera del tiempo. En cada una de sus mudanzas desmanteló su vida metiéndola en cajas de cartón. Trabajó durante muchos años en un video club, en Caballito, en la esquina de una calle que lleva al Parque Centenario. Ahora hay una ferretería ahí. Entraban seguido a robar al local. Hasta lo culetearon en la cabeza para llevarse unos pocos pesos. Ese espacio fue una sensación en mi vida, con su olor a plástico y humo de cigarrillos. Ahí nos juntábamos a fumar y hablar de libros. El baño era minúsculo, estaba lleno de afiches de películas, no tenía luz, había que entrar agachado y dejar la puerta abierta. Nunca conocí a nadie que disfrutara tanto el cine como Pablo. Le gustaba sentarse en las butacas altas del América. Pasaba tardes enteras durante los festivales de cine independiente. Decía que no existía otro director que filmara desnudos como Bertolucci.  

Murió a los 53 años, la misma edad que tenía su padre cuando se suicidó. Pablo es un lugar que cambió para siempre. Un lugar que nunca más va a estar ahí cuando quiera volver. Cuando alguien muy querido muere, también muere una parte muy profunda de nosotros. Eso es obvio. Una personalidad que solo se realiza en el suicidio, le dijo una tarde un profesor universitario, citando a Lacan, en una de esas clases en las que nos conocimos. En ese lugar que alguna vez había sido una fábrica de cigarrillos y con el tiempo se convirtió en una escuela refinada de argumentación. Todo alrededor nuestro cambiaba. Dicen que la muerte no existe. Quizás sea cierto y Pablo esté viajando hacia la luz. Con su última mente y con la primera. Para mí que nada de lo que nos pasó fue casual y hubo un doble propósito escondido en cada cosa que hicimos. Éramos ruedas que giraban sin conciencia de su propio movimiento. Es posible que cuando Pablo murió de manera sorpresiva haya dejado un atisbo sobre la vida. ¿Cuál? No sé. Pero es fácil entender que todo es impermanente, transitoriedad y cambio constante. La rasposa hamburguesería y panchería 24 hs. de la calle Esteban Echeverría se convirtió en un Drugstore impersonal. La digresión que sugería el graffiti del quiosco de revistas cambió su enigmático mensaje. Se arratonó el borde blanco de un cartel de altura máxima 2 metros 70 y, aunque las palomas parecían ser siempre las mismas, algo dejaba de ser todo el tiempo lo que era. Donde antes había un acuario que vendía peces tropicales ahora hay una barbería. Cerraron la fábrica de colchones de la avenida Mitre que cada semana se volvía un poco más oscura. Cerró la tienda de cajas de cartón que ofertaba artículos de embalaje y la farmacia que anunciaba envíos a domicilio. Solo parecían permanecer iguales los talleres mecánicos de la avenida, las casas de lotería de la provincia y algunas carnicerías. Es posible que el mundo nunca vuelva a ser como alguna vez pensamos que era. Hay algo de inexplicable en la ilusión de permanencia que proyecta la YPF de la calle Manuel Ugarte. Nada persiste en el paisaje. Pintaron de verde las paredes del centro odontológico Paula Harris. Hay algo misterioso en la gracia mutante de las cosas. Si se mantuviera idéntico el panorama, la geometría y la música, ay, sería más difícil de asimilar la progresiva ajenidad que nos rodea. Cada vez las cosas nos pertenecen un poco menos y cada cambio es el primero de una cadena indefinida. Pero en el efecto de linealidad del tiempo hay sucesos significativos. En esas mismas escuelas desangeladas que sigo frecuentando y donde él también trabajó y se hizo querer por chicos y chicas largando un perfume raro de interés en la posible sobrevida que hay en la contemplación artística. Un profe pelado con pantalones chupines, anillos y remera negra de Talking Heads. Le gustaba dar clases. Una vez un estudiante le preguntó por wsp: Profesor, ¿qué es para usted la literatura? Para mí, contestó Pablo, es el aire, la forma más perfecta de tener sensibilidad, la mejor manera de expresarme y exorcizar mis demonios a través de la escritura. El día anterior a morir repartió bolsones de comida a estudiantes de una escuela de la villa de Rosetti, cerca de Pelliza y Panamericana.

La última vez que nos vimos Pablo me prestó una novela sobre fantasmas y una secta de espíritus que hacía que murieran jóvenes las estrellas de rock. Aunque juré que nunca iba a desprenderme de ese libro, lo vendí por dos pesos en una de las purgas periódicas que hice en mis bibliotecas. Antes del confinamiento se había vuelto a separar y, otra vez, a mudar. Estaba contento. Recibí la noticia de su muerte por teléfono. Una amiga que ya no frecuento me llamó para decírmelo. Esa noche cuando me miré en el espejo no me vi. Pensé que Boulogne era un barrio distinguido para morir. San Martín murió en Boulogne-Sur-Mer. Pablo también. Una casa grande. Quizás la casa más grande en la que había vivido en toda su vida. Decía que podía andar en bicicleta por el comedor. Estaba escribiendo y viendo mucho cine. Siempre estaba volviendo a empezar. Dejando atrás muchas cosas. Ya no voy a escucharlo nunca más hablar sobre Guy Debord, Bret Easton Ellis, Frank Zappa, Osvaldo Lamborghini, Norman Mailer. Amaba a Mailer, hablaba mucho de Los ejércitos de la noche y de sus textos sobre boxeo.
Tenía una colección de revistas de cine El amante. Cuando se separó y fue a vivir unas semanas conmigo a Martínez, a la casa donde yo vivía en esa época detrás de la Panamericana, llevó en cajas esas revistas que guardé durante muchos años hasta que se las devolví, cuando se mudó al PH desde donde se veían las palmeras de la autopista. Munro dejó de ser para mí Munrock, como la llamaba mi amigo Pablo, y pasó a ser otro enclave inane del partido de Vicente López.

 

Tomado de: Revista Segunda Época N°6, noviembre 2021.-

16.8.23

Polonio, por Lucía Aguirre

Polonius is a man bred in courts, exercised in business, stored with observation, confident of his knowledge, proud of his eloquence, and declining into dotage. His mode of oratory is truly represented as designed to ridicule the practice of those times, of prefaces that made no introduction, and of method that embarrassed rather than explained. This part of his character is accidental, the rest is natural. Such a man is positive and confident, because he knows that his mind was once strong, and knows not that it is become weak. Such a man excels in general principles, but fails in the particular application. He is knowing in retrospect, and ignorant in foresight. While he depends upon his memory, and can draw from his repositories of knowledge, he utters weighty sentences, and gives useful counsel; but as the mind in its enfeebled state cannot be kept long busy and intent, the old man is subject to sudden dereliction of his faculties, he loses the order of his ideas, and entangles himself in his own thoughts, till he recovers the leading principle, and falls again into his former train. This idea of dotage encroaching upon wisdom, will solve all the phenomena of the character of Polonius.

Samuel Johnson, Preface to Shakespeare 

El consentimiento tardío de Polonio arrancó de la casa de su conciencia a Laertes, su triste hijo y a él, estúpido lord danés, y también a su hija, la pobre Ofelia. Hamlet, después de matarlo, dice que era un miserable y un bobo. ¿Lo mata porque lo confunde con el tío? Puede ser que lo confunda. Pero cuando Polonio le dice a Hamlet, estando Guildenstern y Rosencrantz presentes, su opinión sobre los cómicos, ahí él todavía no sabe que la obra que van a representar va a terminar con su muerte. Y miente con alevosía para seguir la corriente de la conversación. Dice: “Son los mejores cómicos del mundo, tanto en lo trágico como en lo cómico; en lo histórico como en lo pastoral; en lo pastoral-cómico como en lo histórico-pastoral; en lo trágico-histórico como en lo trágico-cómico-histórico-pastoral, escena indivisible o poema ilimitado; para ellos, ni Séneca es demasiado profundo, ni Plauto demasiado pesado. Sea para recitar reglas de arte o de la libre improvisación, son los únicos en el mundo.” Les pregunto: ¿Qué sabría Polonio de Plauto o de Séneca o de reglas para improvisar? Revisar a los personajes secundarios muestra otras perspectivas de las obras. La idea ya está en Toqueville, cuando dice que hay que seguir de cerca a los actores sociales secundarios o de poca embergadura en los sucesos históricos complejos como un buen termómetro para medir la frecuencia de una época. Polonio es el cortesano que adula, el consejero turro que espía lleva y trae rumores. El viejo choto que sermonea a sus hijos sin saber. ¿Cómo es Polonio? Es controlador y metido. Sí, también estricto y egoísta. Porque cuida de su imagen sin respetar las propias opiniones de sus hijos. ¿Busca saber si Hamlet no tiene los patitos en fila o lo que siente por Ofelia, o asume de entrada que está loco? No. No sabe. Polonio siempre se mete en cosas que no le importan. Más sirviente que servicial, aconseja a los reyes, pero el príncipe Hamlet no lo trata como si fuese alguien de confianza. Polonio aconseja a sus hijos porque necesita cuidar su reputación y estabilidad social. Desde esa perspectiva, siendo un Lord Chamberlain, tiene que mantener el abolengo, y para evitar ser difamado y otras consecuencias ligadas al posible peligro de su posición en el reino, aconseja a Ofelia como lo hace. El mensaje que Polonio da a sus hijos es que no confíen en las personas. Como si pensara que se puede evitar que la gente sufra o viva engañada. ¿Quién es Polonio? El que mató Hamlet. ¿Por accidente? Cuál podría ser su epitafio? Sí, un epitafio, para su tumba. Podría decir: “Invaluable consejero, los reyes recordarán tu fidelidad” Otro podría ser: “Acá duerme para siempre Polonio, buen ratón”.

9.8.23

Los ocasos precipitados, por Santiago Armando

Era Jerusalén con Maslatón, don Carlos. en un mercado de opio hashich y porro. Porro normal y porro para Bitcoin, él no consume estupefacientes, yo me quedo fumando uno y le digo El inglés más cheto del mundo lo hablan las adolescentes de Acassuso y las feministas recatadas de izquierda se burlan de envidia colectiva, todo normal”, y poco de él, solo observa cómo están las cosas. Hay una cajita con un faso de Bitcoin y nadie controla y están Lacro y Nicolás a la gorra que sí meten mano, y llega Masco con pelo largo viniendo del colegio y me ve diciendo que se viene a fumar uno después otro y el mostrador no tiene cuidadores y las paredes de roca son milenarias y estamos ahí contento yo que viene Masco con ganas de fumar, y Maslatón al que según recuerdo seguía por otro aro caleidoscópico.


Vivía en mi cuenta vacía de Facebook, un gran ambiente transparente que daba a las vistas crepusculares de Marte, vecino de Carlos Maslatón. Había puesta una foto de él borroneado en una playa justo entre donde van mis pies en una balanza vieja o tal vez un raro inodoro y me cotizaba en alza entre sus veintiocho mil seguidores, Carlos era mi vecino soltero, todo era solista y abierto y entonces estoy acostado abro los ojos y con su pija encima mío sin molestarme su cuerpo obeso me puertea, lo rechazo naturalmente, él mediante una suerte de códigos políticos y afectivos comunes se me fue acercando en el edificio abierto hasta el ojo de mi culo, pero todo bien, y como no había otra forma de relación más que esas formas de lectura fructífera de mi culo, por esa negativa a ser penetrado, Maslatón desapareció mientras yo cerraba unas cortinas también crepusculares por donde espiaba mi familia, en eso corro la puerta del departamento y salgo para sacar a una loca que se metía en el departamento de Maslatón y que reconozco de su muro que aparece de traje y corbata en su oficina ostentando fotos con mujer e hijos.

Don Carlos venía a despertarme, dejé las persianas abiertas, es temprano, le muestro los cuartos de las gambas con racimos de frambuesas de carne enormes, se los muevo.

Era un psiquiátrico con primario escolar mejicano, de primero escribir después publicar. Osvaldo estaba por salir, estaba preso por la dictadura, principios de los ochenta, no se había podido ir a España. Estábamos sentados uno a cada mesa juntas como a un metro, yo escribía y él se levantó a buscar hojas de carpeta Nro. 3, las de secundaria, escribía en eso. Yo escribía con el cuerpo encimado en mi cuaderno y, reventado de obeso, tocaba todos los confines de la sala. OL miraba la tele, había unos dibujos animados de células, unas rojas otras amarillas que se hacían relevos.
En este sueño como en el otro con Sánchez ellos estaban nada dispuestos a conversar, y con la sensibilidad del cuerpo despectiva con mi presencia. Me despierto a hacer pis y vuelvo a soñar con él, ya estaba libre, o se había escapado, tenía mucha hambre. Estábamos en La Farola de Núñez, de noche, frente a la heladera de vidrio con budín de pan y dulce de leche en enormes merengues con coronas de guinda, y Osvaldo abrió la puerta de la heladera con plato y cuchara y empezó a mezclar todo y a zampárselo como un animal, Zelarayán y Germán García miraban, y él les dijo: soy peronista conservador.
Osvaldo era grandote, medio Gore, había sido Capitán de Los Pumas, con sobrepeso pero despierto como un chico de la calle, el hijo argentino de Ferrucio Lamborghini. Tenía una camisa blanca con rayas verticales azules y yo le apretaba los músculos y sonreía, y sus rulos que siempre envidié, ya se habituaba a tenerme alrededor, creía yo, pero se metió adentro de la heladera y desapareció.

Con Néstor Sánchez soñé hace unos meses, no lo anoté, no lo recuerdo mucho, andábamos por los pasillos de una especie de palacio de pretor romano decadente, en la hora crepuscular, y había jabalíes empalados al fuego, lleno de moscas,  y ánforas y divanes y frutas, y larreta con rulos a los costados entalcado como un haitiano en taparrabos, con los labios frambuesones, y estábamos solos, él con un saco oscuro y camisa blanca, miraba todo sin expresión y hacía muecas de infortunio.

                                                                                    ***

Estoy en una fiesta donde un amigo de mi hermano trata de abusar físicamente de él, entonces lo tomo del pelo y empujo su cabeza contra las brasas de un fogón maldiciéndolo hasta que su cabeza de chacal se hace una braza sin vida y los demás murmuran como fariseos desaprobándome, y siento que se me fue la mano y digo: que los espíritus malignos me lleven, y acto seguido me disuelvo en varios enjambres de langostas furiosas y despierto.

                                                                                     ***

El lugar tomó vida de una foto vieja. Éramos judíos en una aldea cuando llegaron tropas regulares, estábamos rodeados, el caballo de la casa dormía adentro parado entre unos postes, yo traía agua, calle de barro, se sabía que en cualquier momento abrirían fuego, parecía que estaban ahí desde siempre, como los más grandes de la secundaria tan temidos, más rubios pero opacados, más fuertes. Detrás de la línea de casas avanzaron, alguien me ayudó a enredarle los huevos a uno con el alambre de púa de la medianera, y vi la cara de otro de mi secundaria y me enardecí, ya habían hechado fuego a tres casas de la mía, no teníamos armas, ni siquiera un hacha encuentro, veo a una mujer con trenzas irse al bosque por una picada.

                                                                                     ***

Soñé que era el 36 y volvía a mi casa de infancia, a una reunión con los de mi colegio y otros pitucos de San Isidro como si me hubieran corrido la escena del gaucho con concha de Manucho Mujica Lainez y Silvina Bullrich, y me senté a la mesa de un tío en bikini apoyando el pavito como una mina y diciendo “¡qué lindo vientito!”, alguien supuestamente me conocía, eran todos dandys nazis, había un tío político y uno del colegio, Robirosa; y tuve que decir quién era y cuando quise acomodar mis explicaciones se levantaron y caminaron por el jardín hacia otras personas, había un gaucho    nazi con camisa parda, como esos que se disfrazan prolijos en las peñas pero camisa parda y con la banda nazi en el brazo, gigante, ahí me di cuenta de que me estaba jugando la vida así en tanga, pero yo quedaba atrás, la gente se iba hacia unas aves de corral de pico largo sobre un claro de arena, parecían empetroladas, aves del 30 todavía vivas y se inclinaban a tocarlas como si también hubieran vuelto de otro lado, y eran bien recibidas y amadas con arrobos en las redes.

                                                                                     ***

Largo sueño con Leopoldo María Panero. Con su poema-vida de juventud de la que no me queda un solo verso. Solo rock, pucho, mate, porro, también un padre cagando cincuenta minutos con el diario. Salimos, o entramos por unas arboledas luminosas de Acassuso, saliendo de una vuelta al secundario, dejando los estudios, su paso de mártir redimido, y de santo, visitamos unas mujeres en una reunión de familia que jugaban a las cartas entre hombres muertos de televisión y negocios de almacén en un piso por escalera que antes de salir era un bar donde pegamos, y ya estábamos puestos, con cadencia de Sánchez el cuerpo es un reloj de tango, dos stoners en la ballena de piojos, era un baile de balde la vida y queda una antología: Agujero Nevermore. La vida la joda ese poema antes de las primeras internaciones. La música estaba muy fuerte en casa y salgo con el sobretodo negro, todo de negro y camisa blanca, y la voz de bobo de mi hermano menor al dejar la casa que me cierra la puerta, y vuelvo la estrello y despierto.

                                                                                   ***

Julio Cortázar como un ladri vivía arriba de una Shell vieja en Beccar, lo vimos cuando El Piña paró a inflar las gomas y Belén se bajó a saludarlo, era su ídolo. Nos invitó a pasar. Mientras hablaba con ella me mandó a sacar su libro Socorro en la parte de arriba del placard. Yo lo leía y le dije, ¿Sabe Julio? Esto cuando lo leí a los 18 años ya no me gustaba, no me banco los socorros literarios de papel, ni de los más grandes como usted, don Julio, dije con autoridad de tallerista de Abelardo Castillo.
Julio no me dejó terminar y me mandó a buscar otro mientras le pasaba éste a Belén, entonces me asomé otra vez al placard y vi un fajo de francos suizos y me los metí en el bolsillo. El Piña ya había inflado las gomas, Belén se despidió emocionada, y nos fuimos a tomar unas birras.

                                                                                 ***

Estaba peinado en armonía con el quilombo cotidiano en el Stand de la empresa en Cataratas un día más, cerca de temporada, todo normal, en el mostrador mi ticketera, aseado, flaco, bien. Sigo mirando y veo a un yanqui caminando por el pasto fuera de la senda, muy flaco, con los ojos desencajados, rascándose la espalda. Entonces le clavo la vista en la cara y me ve y se me viene al humo directo y me pregunta con tono desafiante ¿sabe usted lo que significa esa mirada en mi país?, y le contesto: me chupa un huevo su país esta tarde de sol, señor. Y le agrego: Man, your slip is hangin', literalmente que se le escapaba la enagua, queriéndole referir que se le notaba mucho la fisura. Y naturalmente se enderezó y su cara se hizo sobria, dijo gracias, y siguió por la senda como un turista más.

                                                                                ***

Cuando era un escriba esclavo de los egipcios para la pirámide les llenaba los papiros y los frescos y obeliscos con el pictograma de mi pajarito. “Vamos a tener problemas por tu culpa, pedazo de pelotudo”, me decía Moisés.

                                                                                ***

Llegaba a mi librería subterránea, mi refugio la galería donde algo encontraba, una escalerita de mármol en caracol hacia las columnas dóricas de la entrada, mi pequeña Yenny; y estaba mi querido Mariano, que atendía, relajado, me da unos libros y me dice que la autora de uno de estos quería conocerme, que iba a venir. Iba a dar una charla sobre de qué iba, o daba, su gusto literario, y la gente naturalmente se fue apiñando en torno a mí y arranqué una perorata motivadora, que era un concurso de belleza, mujeres hermosas salían de mi boca, las señoras se reían, señoras grandes, Mariquena Monti se me abalanza y me mancha la mejilla con un beso, y otras señoras de la cultura, mas prosigo envalentonado y alegre diciendo boludeces, y Mariano hace un comentario marcando como que ya me estaba yendo de boca, entrando en equívocos y haciendo cagadas. Comentamos unos libros y se venden todos, los anaqueles quedan vacíos, la gente se va. Veo el hipódromo de San Isidro y comprendo que es hora de ir para allá.


Tango 78’

Savino daba con pinturas burreras que siempre estuvieron ahí, en Roque Saenz Peña y Libertador, cantores con la boca abierta, caballos, toros campeones, pinturas alusivas a letras del contrario, y fui al Atlético a mostrarle a mis amigos de cuando jugaba y tuvo éxito el paseo y me armé un kiosquito turístico y se llenó de gringas, y me gustaba una que me daba bola y solo pensaba en seguir el recorrido hasta la noche, en seguir la joda de las minitas ganando con códigos savineros pictóricos del hipódromo de San Isidro y llevarme una a la oscura tribuna matadero. Sueño con la música del Tata Cedrón pero decía “... Los grandes molinos savineros...”.


                                                                                 ***

Andábamos todos con la ira política como una rabia o virus todos enfurecidos y yo con la idea fija colgar a los ideólogos más apestados de meter a las masas en ojetes de deudas. Me miro en el vidrio del ómnibus y tenía en la mejilla tatuado un sello de la Wehrmacht, y el bigote profuso nietzscheano cortado recto sobre el labio superior, como un Facundo rubio, espléndido.
Caminaba por la matanza en todos lados y me pescan y meten en un bondi de razia donde era posible matarse con cuchillos de carnicero, y mientras me imaginaba como mataba a Milei, lo hacía, lo desguazaba con intuición quiropráctica, viendo sus carnes de vaca todavía lo escuchaba hablar de la Inflación Core. Llegamos a un hospital colonia o un ojo me ve y me extraen del bondi, comparezco arrodillado ante un mulato arrugado de overol naranja que me identifica y dice elimínenlo, llevo el rosario, esperando con ansias el disparo. Me hacen arrodillar frente a una vieja cartelera marrón con letras amarillas y empiezan preguntas y confirmaciones, contesto alto y fuerte la última, arrodillado, con la pistola en la nuca: “¿Es necesario?”, “¿Es necesario qué?”, contesto. “Seguirlo”, me dice; y grito "¡No. Yo soy libre en mi patria!". Y apartan el arma de mí.

                                                                             ***

El mundial de clubes se jugaba en el conurbano funebrero. Mamá tenía una panadería en la villa y estábamos todos mezclados los gringos con peruanos paraguas, bolitas, santiagueños, polacos, armenios. Había pasillos en las veredas con las tolderías y explanadas con canchitas de hormigón, ropa colgada, y todos jugábamos y al tiempo como que laburábamos y estaba Feinman de preceptor que era la cana, había pozos ciegos y mierdita que saltaba porque nos cagábamos bien de risa todo el tiempo, era como el centro del mundo del fútbol y todos nos hacíamos chistes va y viene, y en eso aparece Cristiano Ronaldo a jugar con los pibes y lo achuramos, llegó a la panadería trozado, me tocó meterlo en el horno de la panadería de mi vieja que era un Fairlane negro y Messi comentaba “Uh dale, todo el tiempo dicen que este gomina es el mejor del mundo” yo le dije “Pero Maradona dijo que Cristiano no es menos que vos.”, estaba Antonella también, que aceptaba todo, muy linda, a un costado. Lalo Mir me dijo que le deje a él el asunto y lo acomodamos en el Fairlane porque venía la cana y pasó Cristiano Ronaldo como un lechón u otra tanda de pan.



La edad de Mick Jagger (Savinera)

Taco, taco. Casi sordo en el andén, casi ciego. Antes me guiaba por vibraciones, las luces y campaneos de la vía. Ahora me llevan puesto. Un pendejo me cruza la pierna en la escalera: puteada al oído. Por arriba los trenes nuevos silenciosos, los pasillos dan a una suerte de aeropuerto angosto. Casi me agarra un Toshiba amarillo una vez, Hernán me sacó del brazo. Tengo las piernas duras, las rodillas no me vuelven derechas, tampoco los cuartos a la cadera. Desde que levantaron la estación Belgrano C le taparon el amanecer a los primeros pisos. Todo ese riel de hormigón acostado desde Nuñez hasta Dorrego por no hacer barreras nuevas. Al quiosco de diarios lo mandaron para La Pampa, ¿pero qué venden aparte de muñequitos de plástico? Sacaron los bares peatonales, sánguches de mierda de parado con humedad de aceite de meses, una feta de jamón, queso o salame con pan humedecido, a Luis le gustaban. Comer ahí después de trabajar parecía tentador todo eso en el mostrador, mismo las facturas de plaza Constitución. Solo se podía comer un panchito con Chisaps y llevar la revistita de cuentos eróticos con teléfonos. Una vez encontré un Malone Muere de Octaedro veinticinco pé, cuando no usaba anteojos.

Por Juramento en la mano de los edificios voy como alambre chueco, engañabaldosas. La librería con cartel fileteado voló con la obra: La Porteña, tenía buenos saldos. Un Paradiso Casa de las Américas por Cintio Vitier, lo revendí bien. No voy por la plaza desde que pusieron los caniles de arena para descanso a los paseadores, y las baldosas que deccían San Isidro que le mandó Posse, un beso.
Las baldosas horribles que pone Larreta no se mueven, qué va a escuchar ahora Bruno Gelber que vive en Once y le pusieron esas del microcentro, ¿porqué no ponen adoquines?, Posse se los vende, los tiene todos encanutados en un galpón.  El capricho de un porteño distraido había inventado un berretín nuevo: el recoge-soretes de perro. Recoge-soretes de Macri. El macrismo nos inculcó que levantar el sorete del perro es un deber, antes lo hacía el portero con la manguera. La Bullrich quiere una colimba civil voluntaria.

Pendiente ascendente hasta O'Higgins. Adelante mano izquierda el museo Sarmiento con libros usados sobre el mármol bajo las rejas, La República de los Sabios 20 pé. Omar en Santiago también la encontró regalada en la vereda. En la plaza nada, después enrejada, después con feria que pasó a la recova de la Inmaculada Concepción. Llena de satanistas las ferias, en todas siempre alguno. Nunca pude hacer nada en las plazas -con la pelota nos corrían los placeros, de noche drogones, a la mañana las jeringas-, ni en los cafecitos de grande, me las tienen por el piso los del café. La camperita azul Wrangler en el mismo local anterior a la Yenny, años en la vidriera, 65 convertibles. Quedaban los libros del amigo en Galerna la última vez que pasé, ¿cuánto tiempo pasó?, para eso salí a la calle, calculo seis cuadras más. Autos frenados con el semáforo rojo... (Esperar a que el semáforo se ponga en rojo y asegurase de que los autos estén detenidos, Pedro Monzón dixit)… cruzar Jurabildo a las manos de enfrente y caminar por la luz, Sunny Side of the Street. Ya no venden guantes de lana para las manos duras de frío, el frío en las manos y los cuchillos, miedo de los cuchillos domésticos al escribir. Las manos tan precisas, y los ojos más cómodos en el LED de la pantalla. El hombre mira el LED más que al fuego, la gráfica se acabó con los últimos asados del basurero. Miro en la luz del día, ¿qué hay? Bufarras con vahos ácidos, camino escorado.

Variaciones de guríes. Para mí serán unos meses más de escribir y listo, al hospital. Anónimo, podré seguir durmiendo y estar inmóvil. No dejo ni dientes postizos. Dos bombillas de alpaca -una tapada en agua aflojando. Tres mil carillas de cómics en verso, un libro de sueños, abortos de novelas de poemas rebobinados con el backspace, un Word con cuentos. Todo el montoncito de bytes deleteado por un pariente.

Pibitos en camperas violetas y palitos con globos cromados, las viejas galerías, la joyería con la cara de Chiche Gelblung “Acá respetamos el valor de tus afectos”, Churba tirada abajo por Tower Records hecha un emporio de zapatillas, la Samsung, la Yenny de Etcheverría que me tomé un rivotril y me olvidé que me metí en el bolso el Band of Gypsies de Jimi, toda esa cuadra de luz con copitos custodiando los rosas Barbie. Mamá sacó las viejas muñecas de Luli, le digo que las pongo en Amazon con otros saldos de Mercado Libre y se las vendemos a  las masas mejicanas y chilenas.

El tipo sin piernas ni brazos en un carrito de rulemanes enfrente del quiosco de diarios de la Yenny no está más. Nunca le di, siempre divertido con birra de canuto me miraba fijo cuando subía la escalera mecánica, como si me esperara, pero ahí mismo en esa boca subió Ricardo Bochini con un traje de la tintorería con forro de plástico al hombro. Hace poco vi al de la pierna pelada del Mitre, se la había vendado, ¿cuántos años con todo podrido al aire?, la bolita interna del hueso del tobillo morada, toda la pierna descarnada, sigue por ahí ese. Conducta en exhibirse. Quedan pocos mendigos, y aquel que cantaba los temas de Luismi con voz de cañería que persuadí de callarse, aerofonistas con amplificador dentro del vagón de Subte, se fueron, algo hicieron mis cartas al director de La Nación, nos subían la presión a los viejos. Nunca les di un peso salvo una vez a un trompetista con bandoneón.

Avanzo a Galerna. Un Banco Nación. Desde chico no entro a un Nación. ¿Qué pasará con los bancos si todo puede hacerse por teléfono? Maslatón: que tener la plata en el teléfono impide las corridas bancarias. Pero ya inventarán algo para hacer filas: Galpones de solución final para viejos, te la hacen fácil con morfina, hasta que se olvidan de cambiar el tanquesito de aire. Si escucho a Louis Armstrong me tiro al tren, escucho tecno para escribir versos, y me leo con rock, no me sirven los tangos.

El olor a meo que tengo ni me importa, y si me cago me cago, me cambio el calzón cuando le sube la temperatura, y por flojets súbitos de cúbito acostado, ya no avisan los esfínteres. A los cuarenta y cinco años se me quebró la pascualina por fibromialgia y aguantar pedos, y empezó el olor a meo como un halo, sorpresas de la biología de comer, pastillas, puchito. Todos en el bondi aprisionando el olor a mierda de las tripas. Arreglo de Spinetta a música del film papel higiénico. No escuchan cuando les piden usar perfume. A Mick Jagger le hicieron una tanguita reforzada, deben haber sido los nietos que celosos de sus números.

Le digo al Rulo de Galerna que me de todos los libros de Juan Manuel Gioannini que tenga. Veinte por ciento de descuento: diez por pago en efectivo, diez sin factura. Lo aprendí de Sandro Barrella que lo dejé cagarme, Sandro Barrella de la Norte, Maslatón me avivó otra vez. El librero no conoce a Juanma, los empleados de librería son tan analfabetos como cualquiera… me llevo el nuevo de Céline. La traducción de Guerra es un menjunje de jergas hispanoamericanas más comprensible. Otras cuotitas de crédito en Mercado Libre y yerba y pucho de arriba. Capaz voy a un mayorista de estampitas en Villa Lugano y me traigo una caja del Sagrado Corazón y otra de la Virgen de Luján para ofrecer en los trenes.

 

Ribera, Besairs


Van y vienen cangrejos en diagonales

por los hormigones partidos

cric cric-cric

en la orilla del río

como uñicas claqués

y más atrás

en el césped,

El Parque del PRO

con los dirigentes sentados

en sillas de plástico, de las buenas:

Patricia, Santilli, Ritondo, Horacio

Mauricio y su primo

bajo el gazebo amarillo.

 

Está saliendo el sol de nuevo

y los cangrejos

en pasitos diagonales,

marrones son los de río

criccriccric-cric

bailan, y el público

les tira pochoclo

-lo trajo Larry,

que los altera,

se acercan y se alejan

de acá para allá,

cric cric,

y los políticos miran

la coreografía

en silencio,

conspicuos, esperando al orador

y aparece Milei por la costa

con su traje azul

bajo el camperón negro de cuero

con los pelos resecos, perdiendo el color

huyendo del viento con drones

mirando si lo siguen

y pisa un cangrejo

dos, tres, y le gusta

los pisa

y los patea a la mierda,

al viento con drones

y prueba un pochoclo

del piso de hormigón,

y el viento le susurra:

salados. Patricia Bullrich

le pinta pochoclos

con lápiz de labios

y le tira:

Cerezas, dice el viento,

y más al sur de la costa

por abajo de Arquitectura,

sobre un paredón gris caído

una parrilla con chorizos

Massa de blanco lo mira

el chori esperando,

el viento se calma,

se agrisan las brasas,

y una música hindi macrista

de flauta

lleva a Javier a Sergio, el parrillero

que saca un chori y se lo empana

con chimichurri,

Javier mira ansioso,

como calabaza de presidio,

pero se solaza el viento,

le alisa el traje.

cae el barro de su calzado,

y baja el enjambre de drones

de videos y fotos

de Twitter y noticieros,

pero se van se levantan ahí

viene Conan,

su Grandanés Metafísico,

con su hermana

Karina Skeletor,

y vuelven volando

por los cielos plomizos

a su cueva,

-un viejo galpón de colectivos.

 

Esmeralda Mitre pare

los drones de la SIDE

que persiguen escuchan y graban

a civiles morosos

a empresarios y políticos,

periodistas, deportistas.

Como abeja reina los maneja, Esmeralda.

Se hicieron

con restos y detritos

de teletipos

y moldes de imprentas

en su útero

-biología mamífera de la familia,

con ojos de mosca

por donde mira Larreta.

 

Diario afgano

Las letras, los blancos calcinados, la tropa de humvees artillados, los Budas detonados. Los alazanes blancos, fusiles en alto. Les brotan las tetillas a balazos, hacen blanco en el ojo de la frente, el de la iluminación: luces disco rosadas y Barbies Minajs gordas con pelo teñido con rulos Claudia Maradó, uñas leds de pintitas afiladas. Nada me perturba, paso con el opio con salvoconducto a la Rusia
I Want My, I Want my MTV… yo les traigo munición y nuevas Kalashnicovs. Soy un amo de la guerra, no existo. Veo sombras de culos en el fuego tras mi carpa, no quiero carne de cabra ni yogur, solo ginebra y el tabaco salteño armado. Los guachos me guardan la puerta, la intimidad nunca existió. Cago como cagan los camellos pero un poco agachado, les mancho la arpillera con un jeroglifo: estoy hecho de signos, no lo puedo evitar. Me duermo por falta de agua y matan a las minajs, despierto. Dejan sus cabezas sobre las faldas de Budas maltrechos. Aparecen las flacas con burkas, ahijuna me gustan. Hablan un llanto de oriente como cacatúas, se inclinan, las toco, de afuera me miran. Prendo una bolita de opio y espíritus negros salen de la noche, me chupan, me chupan, no se me para, los alejo, me duermo.

La mañana limpia sobre cal y azufre oxidado. Como cabra fría y chupo ginebra suiza. La marcha a Mazar I Sharif entibia mi cuerpo, sigo en el antiguo camino de seda.
La cabeza se entretiene en el puñado sterling: forro de pampas con cambios. Pasa el desierto en cámara lenta, soy un holograma que ven unos pocos recién nacidos. Hago las cuentas para las baterías antiaéreas de Itaipú, las once del Iguazú Superior y la vieja Yaciretá. Taiana me mira, le digo que arreglo yo con Los Paisa, que no se preocupe, pero insiste y le digo que no se meta. Maslatón aparece por el Spaces y aborto todas las ventanas argentinas. Voy para Mazar a levantar lo de Los Paisa, que también arreglan mano a mano con unos aliens que soban también, larretas de otras dimensiones que se alimentan con guasca, y todo lo hago por mi país. Vamos Massa. Sergio Espera con Malena, Intendenta de Tigre, en Mazar I Sharif. Aparezco. Sergio con sus camperones chinos de siempre. Malena con un trajecito estampado con unas vegetaciones con picos rosados y gafas cafés. Me señalan el galpón Marolio y cargo todo el Hashish en mi tornado. Con estos cuartos cuatridimensionales podría meter a toda mi familia y partir al planeta que compré, pero empecé a trabajar de grande, y mis sobrinos tendrán mejores posibilidades.

                                                                                   ***

26 de julio, 2023. Era un edificio hospital, parecía mi colegio primario. La recepcionista de mi antiguo psiquiatra, la señora Garbarino, y le hago mi gesto de paquete Gorositho hacia consultorio, yo había hablado con Daniel Kreiman que era psiquiatra y me había invitado a ser su paciente en ese despacho de dirección de hospital lujoso, verde, sombrío, alfombrado y con bibliotecas de carpintería llenas como una escribanía de lujo. Yo estaba acostado y aparece Dani, y saca la goma de ajustar venas y mira a la puerta, entra un pibe joven, un médico, ahí sentí algo raro, Daniel me llamaba a no preocuparme con una sonrisa y me paré, empecé a gritarles y desaparecieron. Le pregunté a la recepcionista qué pasaba y me dijo llanamente que era una rutinaria cita de drogarse y coger. Yo empecé a insultarla y salí al pasillo del hospital desnudo, tomé la escalera hacia arriba y veo doblando por el pasillo a un enfermero yéndose con una jeringa cargada advirtiéndome que no haga bulla. Seguí dando vueltas desnudo por el enorme hospital verde y me perdí. Después encontré el despacho y estaba mi viejo doctor Vinacour, incómodo por mi desnudez pero con su naturalidad impertérrita, la recepcionista se desmorona en excusas serviles con el doctor pero ya me la había visto enmantecada y seguí deambulando perdido por los pasillos en bolas sin remedio y la música que me sonaba se adelanta, Mis Amados se Unirán para Matarme es una marchita de la guerra final de la especie pegada a mis pasos. Me llenan bolas 24/7. Ahora tengo paz.

Pasa de uva con moco usa Aqua Di Gio

Por insuficiencia de palabras, jardín del infinito. Me masajeaba un neutrinario de bitcoins, y aire y celeste y un rosario de hojas rosas para escribir sin espinas. Gimnasia en drogas indicana kush, una x-dona rísper con dos rivotrilex, mate caliente me falta más aire, ahí estás, con el paso del tren Zárate-Suárez, sobre el bañado de barrio cerrado no secado aun que vi yendo a Gualeguaychú, en ese tren pasé de viaje egresado consuelo dos parejas: entoblerene el serrucho del garque a Lorene: "Me comiste el último repostero Gándara de envase amarillo que yo tenía criogenado como Walt Disney", y bordas rosas blancas en un ojete de geriátrico con pizza Calla, -Dulce Lamela, ¡Dulce Lamela! Llamaba a la enfermera, pero esa ni bola, a la del turno nocturno le gustaba chupar verga de muertos.

Bajo la armonía de las hasanas tantras, la contractura humanizada que chupa el cangrejo fumaporro. Las primeras trazas del alba sueltan un pedo silbando en su cama. Belén me empuja, ¡qué hacés!, ah, si queríais chupármelo me doy un bidetazo y vuelvo, digo dos años después, a las cortinas de la siesta. Siempre encuentro algo en mi tiempo perdido.

3.8.23

Fabián Polosecki: el silencio y la furia, por Juan Cruz Carrique

 

 

A mí me gusta escuchar, me parece que el día tiene 24 horas

de inteligente silencio y hay que saber interrumpirlo con

 algo que pueda mejorarlo. Pero casi nunca se lo logra.

Fabián Polosecki

 

Comencemos por el final: el 3 de diciembre de 1996, pasadas las ocho de la noche, Fabián Polosecki se arroja debajo de un tren del Ferrocarril San Martín a pocos metros de la estación Santos Lugares. Su cuerpo, arrasado por la locomotora, yace sin vida sobre los rieles. O quizás sobre los pastizales que bordean las vías. Poco importa. Lo que sí importa es lo que deja atrás Polosecki: una hija de dos años, una mujer a la que ama, pero cada vez ve menos, la angustia de vivir, los discos de Nick Cave y The Cure, la Olivetti verde, muchos amigos, miles de ideas, miles de proyectos. Y una obra sin precedentes. Artística. Periodística.

Gustavo Fabián Polosecki, o simplemente Polo, como lo llamaban todos, nació el 31 de julio de 1964 en el barrio porteño de Belgrano. Tercer hijo varón de un matrimonio judío de filiación comunista, con sólo diez años comenzó a transitar la redacción del diario Clarín. Su hermano mayor, Claudio, trabajaba en la sección “Gremiales” del diario y durante los fines de semana, cuando le tocaba hacer guardia, lo llevaba con él. Allí, Polo aprendió a escribir a máquina, algo que lo apasionaría hasta el final. Unos años después, cuando a su hermano ya lo habían echado de Clarín y a un primo suyo lo había secuestrado y asesinado la dictadura militar, ingresó a la Federación Juvenil Comunista. Militó desde principios de los ochenta hasta los inicios de la democracia, hasta que se cansó de que lo quisieran convencer todo el tiempo de algo. Polo quería escuchar, aprender, conocer, no que le dijeran cómo hacer las cosas. También comenzó a estudiar Sociología en la Universidad de Buenos Aires, pero al poco tiempo abandonó la carrera. Su vocación era otra; él quería ser periodista, como su hermano.

Con veintiún años comenzó su carrera en el periodismo gráfico en la revista Radiolandia, orientada sobre todo a temas de la farándula que Polo detestaba. Allí conoció al escritor Pablo De Santis, quien tiempo más tarde sería guionista de El otro lado y El visitante, los dos programas de televisión que lo volvieron célebre. Tras más de cuatro años en Radiolandia, harto ya de hacer notas y entrevistas de una frivolidad exasperante, consiguió trabajo en la revista Fierro, donde nació su pasión por las historietas; pasión que luego trasladaría a El otro lado.

Poco tiempo después, en el año ‘88, participó por primera vez de un diario de tirada nacional, Sur, financiado íntegramente por el Partido Comunista. Su experiencia en Sur fue corta ya que el diario cerró al año siguiente debido a la disolución de la Unión Soviética y la caída del régimen comunista. Durante el conflicto por el cierre, Polo fue delegado sindical, y aunque ninguno de sus compañeros fue indemnizado al menos lograron rescatar, a modo de pago, las máquinas de escribir del diario: todas Olivetti de primera calidad. En Página/12 estuvo poco tiempo, ya que en 1992 logró que le hicieran una prueba en Rebelde sin pausa, el programa de televisión que conducía Roberto Pettinato en ATC. Esta primera experiencia fue el punto de partida para todo lo que vino después. La prueba consistía en hacer una entrevista a quien él quisiera para una futura sección que trataría sobre personajes de la noche; Polo eligió al portero de un bar de prostitutas y quedó. Al año siguiente, Gerardo Sofovich, por ese entonces interventor del canal, le ofreció hacer su propio programa: El otro lado.

Aquí comienza nuestra historia… 

Incubado en los bares de la calle Corrientes e inspirado en sus personajes, El otro lado irrumpe en la televisión argentina como un fenómeno periodístico extemporáneo: no está claro si pertenece al pasado o al futuro; de lo que no quedan dudas es que está fuera de su tiempo. Un guionista de historietas –personificado por el mismo Polosecki– sale a recorrer las calles de la ciudad en busca de historias que le sirvan de inspiración para su trabajo. Historias extraordinarias de gente ordinaria. El historietista se encuentra así con una multiplicidad inaudita de personajes urbanos –travestis, carniceros, maquinistas de tren, ladrones– a los que entrevista, mientras su voz en off reflexiona sobre su propio oficio, su vida y la de los demás. El resultado de este experimento televisivo es un inédito compuesto de ficción y realidad que, lejos de pretender alcanzar o transmitir una verdad, se limita a contar las historias de la gente “común” oscilando sutilmente entre el relato fantástico y el periodismo testimonial. Luego, que cada espectador saque sus propias conclusiones.

Polosecki se instala, de esta manera, en un punto intermedio entre el periodismo bohemio de fines de siglo XIX –representado por la paradigmática figura de Matías Behety[1]– y el slow journalism norteamericano de los años 2000. Amante de la noche, curioso por sus personajes, sus hábitos, sus vicios, durante el primer año de El otro lado, Polosecki hace de la calle Corrientes y sus alrededores su estudio de grabación. En una época donde los periodistas se vuelven celebridades televisivas, él retorna a los bajos fondos de la ciudad para hacer sus entrevistas. Entrevistas que, justamente, rompen con el molde de una televisión que comienza a estar cada vez más acosada por el rating; tienen otro tempo, otro ritmo, otra cadencia, marcada fundamentalmente por el silencio y la escucha. En palabras del mismo Polosecki: “En las entrevistas no hay una cosa premeditada. No me siento apurado por preguntar. Sabemos que hay que tomarse su tiempo. Nosotros ponemos la cámara, grabamos, charlamos, nos ponemos cómodos, chupamos si hay que chupar y… adelante. Es como tiene que ser. No podemos transformar los tiempos de la gente a las necesidades de la televisión. La televisión tiene que acomodarse a los tiempos de la gente.”[2]

El éxito, como podemos imaginar, es algo secundario en su vida y su trabajo. Si bien en 1993 y 1994 es premiado con tres Martín Fierro (“Revelación” y “Mejor programa periodístico”), Polosecki reniega del reconocimiento público y poco a poco comienza a aislarse de su familia, sus amigos y de la televisión. A lo largo de estos años ha incorporado el dolor de mucha gente y ahora necesita volver sobre sí mismo para reencontrarse: “Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas”[3].

En 1996, ya separado de su mujer, alejado de su hija y peleado con varios de sus amigos, se instala en el Delta del Tigre. Tiene ofertas de trabajo, pero nada le convence. Su cabeza está en otro lado, quién sabe dónde. La tragedia, como en los escritores bohemios de fin de siglo, está ahí, esperando su momento. Y finalmente llega.

Una muerte terrible. Una muerte grandiosa. Pero que en sí misma no vale nada. Una muerte grandiosa sólo porque su obra lo fue. Y lo sigue siendo.



[1] Si bien Behety es el mayor referente de este “movimiento”, Jorge Rivera también destaca a Juan Chassaing, Gervasio Méndez, Jorge Mitre y Adolfo Lamarque como los escritores –poetas y periodistas– bohemios más recordados de aquella época. Jorge B. Rivera: “El escritor y la industria cultural. Un camino hacia la profesionalización”, en Historia de la literatura argentina, CEAL, Buenos Aires, 1980, p.327.   

[2]http://tierraentrance.miradas.net/2014/11/portadas/la-mirada-perdida-entrevista-recuperada-a-fabian-polosecki.html

[3] http://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Radar/01-06/01-06-17/nota1.htm