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17.8.20

La Sensación de Pobreza, por Luciano García

  

A mi izquierda, estaba la pared

(Eróstrato)


No se puede ser “de izquierda” y elegir el mal. El que elige el mal que se la banque. Nace vive y muere solo. Sin embargo el mal es la única izquierda verdadera. ¿El pueblo es irrepresentable o impresentable? Soñábamos con un proletariado impopular, y el sueño se hizo realidad o más bien pesadilla. El pueblo siempre se equivoca. La élite también.
Al pueblo si no lo engañás te arma una revolución en menos de una semana. Si no lo engañás se ofende. El pan siempre fue y será circense. Al pueblo hay que darle siempre la razón –total están locos. (Supongo que es esa la Razón Populista.) Exportar para ser feliz. Se acabó la fiesta, y nos dimos cuenta de que era una fiesta. En este país si no sos peronista o antiperonista sólo te queda la anomia. El argentino promedio quiere reducir el universo entero a una lucha entre peronismo y antiperonismo. Me recuerda a la frase de Baudelaire a la puta: Tu mettrais l'univers entier dans ta ruelle Todos los que tenemos aspiraciones de ser artistas escritores o intelectuales, es decir a seguir trabajando de por vida de ociosos remunerados aunque más no fuere con reconocimiento y autoridad, ya que no en efectivo, tenemos siempre a mano la coartada de la “izquierda”, de posar en el fondo –“en última instancia”– de almas bellas. No nos cree nadie, salvo los colegas. Lógica de campo –se llama. ¿La izquierda es enunciación o enunciado? En este país hasta Borges se creía anarquista. Después de todo está bien: el solipsismo es el único anarquismo viable. Osvaldo Bayer se fue al Cielo. La Argentina es el único país en el que gobierna el anarquismo. Al poder se lo reparten en toma y daca entre el anarco-conservadurismo que llamamos liberal y el anarco-fascismo que llamamos populista. Entre Borges y Perón, sin ir más lejos. Son mamá y papá para nosotros. No está tan mal después de todo, hay peores familias. Peronista no sé si soy pero sí anarco-fascista, que al fin y al cabo es más o menos lo mismo. (Aunque yo soy anarco por parte de padre y fascista por parte de madre.) Si el peronismo es mujer, la izquierda es histérica. La izquierda no es boluda, como cree el peronismo. La izquierda también es chanta, como los peronistas. Sólo que no quiere mojar; pide saber. Yo soy peronista, y soy de izquierda; pero lo que nunca seré es peronista de izquierda. No hay peronismo de izquierda, ni hay izquierda nietzscheana. No sé si soy peronista de Perón ¡pero sí soy nietzscheano de Nietzsche! En este país hay mucho deleuziano de Deleuze y mucho lacaniano de Lacan, pero pocos aceptan ser platonistas de Platón –prefieren serlo de Badiou o de Marx mismo. De todos modos, nunca seré vandorista, o nunca seré badiuísta. Al Sein zum Tode argentino lo formuló Evita: “seguir a Perón hasta la Muerte”; es decir la vida por Perón. Pero el peronismo de Perón es al revés: ¡Perón por la vida! En la lengua el peronismo es un chiste; en el saber un agujero, un olvido. El peronismo no es un sistema, señora. Es un misterio. Forster y Horacio González sólo fueron figurines testimoniales, blanqueadores morales y parlamentantes retóricos; el filósofo del kirchnerismo fue Capusotto. El macrismo no es un pensamiento; el macrismo “medita”: no piensa. Simulacro de orientalismo: no piensa (deja pasar, deja hacer –como mucho). Como dijo Macri, la democracia es un abuso de la estadista. El izquierdismo es un folclore. Un folclore antipopular y de derecha. Mi ética del hambre, al contrario, es puro derroche, y de feo gusto. Diógenes no era de izquierda. Antes la izquierda combatía a la burguesía. Estaban equivocados con razón de ser. Ahora se estetizó, se volvió libresca. Chapotea en el corralito del campo literario. No combate más a la burguesía; su enemigo ahora es César Aira. En toda insurgencia, detrás de todo acontecimiento, en la Argentina, siempre hay un nene de papá alfa despuntando su nuevo falito. Ser un señorito y un Che Guevara a la vez, el ideal realizado del Alfa izquierdero nacional. ¿Con la ideología se coje? Entonces me meto el instinto en el culo. Liberal es el ojete. ¿Entre Batman y el Che Guevara con quién me quedo? Para superhéroe sin dudas con Omar Viñole. La izquierda es libertaria o no es izquierda. Hegel y Platón son de derecha les des las vueltas que les des. Y para ser de derecha hay que tener cojones y ser de derecha en serio, como “yo”, que soy nazi-fascista. Al fin y al cabo nací y tengo una facha. La izquierda es Nietzsche, no Marx. Marx es la derecha. El estalinismo es arborescente. El fascismo es rizomático. La naturaleza es un asco. Lo más parecido al menemismo que vi. Pero el Cielo es el peor lugar que existe. El Cielo en la Tierra no existe por suerte, porque sería aún peor. El resentimiento es el más grande guionista de la historia, firma con tinta limón todas las obras. La izquierda lanzó otro escupitajo en la cara de la vida: ¿la debilidad debe reinar? Denme un Cielo y un arma nuclear. Salvo los pelotudos de los intelectuales, o algún que otro, la mayoría de las personas vivimos en la clandestinidad, aunque estos giles no lo puedan creer. La izquierda vive de sacar rédito atacando el discurso exotérico de la derecha, que no es más que un discurso falso y de mierda para engatusar al populacho y la clase media, quienes sólo necesitan ese tipo de “razones”. Pero esa no es la verdad de la derecha. Aplicando el método del “y si” de Zizek: ¿Y si el fundamento del discurso de la derecha fuera “ponerse en el lugar de los que sufren”, fuera “hablar por los que sufren”? ¿Y si la izquierda no fuera más que el mutismo “de los que sufren”? La izquierda no son los que responden por los que sufren. La izquierda es el sufrimiento. Buenismo, victimismo y el correr por izquierda, tres elementos fundamentales del fascismo actual. Esta tendencia se llama con un oxímoron: totalitarismo feminista. ¿Cuál fue el día en que la izquierda sustituyó al proletariado por la histérica como sujeto universal y revolucionario? El poder es de izquierda: me pide que hable y que viva, que grite, que me queje, que goce todo lo que pueda y que agote mis fuerzas; que vaya a todas las fiestas, que tenga un millón de amigos, que coja, que apoye a todas las minorías, nos pide a todos que seamos víctimas y todos somos víctimas. Cuando oigo la palabra “izquierda” saco el revólver. (Soy zurdo.) Aborrezco a la izquierda porque la izquierda es una forma de la derecha que no se banca su realidad. Es una derecha todavía más falsa que la derecha. La guerra entre la izquierda y la derecha se dirime siempre al interior de la clase dominante. “Te conviene que yo con mi capital simbólico sea tu amo a que sea tu amo este señor con su otro capital.” Cualquier idiota o persona pobre de la clase dominada entiende perfectamente esta frase aun cuando no fue formulada así y por supuesto elige coherentemente. ¡Cuando esta situación sea superada ocurrirá la verdad de la izquierda! Cada cual defiende su interés. Muchos se equivocan en cuál es su interés. Pero de derecha somos todos. Pregúntenle a Lenin qué opinaba de “la izquierda”. La izquierda en todas sus formas ¿no será nomás la idiota útil del imperio, del capital, del judeo-protestantismo que gobierna el mundo? ¿Antimperialista no será sinónimo de narcisista? Los gritos de la izquierda son los ladridos del caniche del liberalismo. Izquierda y derecha deberían medirse por el grado de hipocresía. En eso soy jipi. Izquierda: tenderos y mercachifles que compran y venden productos y servicios culturales. Su casta dominante se encarga de fijar precios y tazas. El verdadero fascismo actual es la izquierda cultural progresista. Y esos soretes se dejan financiar igualmente por populistas y liberales. Son mercenarios. Privilegiados de este país que se creen inteligentes y son de izquierda. Ni son inteligentes, ni hay ninguna izquierda. Son privilegiados, eso apenas. Un careta contracultural enmascarado en su barba de nene de papá me llama cheto. No sé si los “estúpidos imberbes” eran o no estúpidos, pero la mayoría eran barbudos. Tener un cuerpo de derecha está bien. Mi consejo es que se afeiten se peinen y vayan al gimnasio como Aira y Platón (aunque el trolo éste sí se dejaba la barba, para disimular). Fascista es tener onda. La onda es fascista. Es más, si me apurás, me quedo con la lucha de clases. El cerebro y el músculo son los enemigos de la onda. Fuera de convertirse en nazi o convertirse en puto muchas más alternativas no quedan. Prefiero la que tiene menos prensa. Aunque sea por eso mismo. Desde que el fascismo se volvió progresista no cambié una coma. Al menos no la como. Qué diferencia entre la iluminación y la beatitud que da la verdad y el borrego y cabizbajo prestigio que otorga el éxito en la comunidad de los eunucos los nerds las histéricas verdes y los machito-alfa barbados. ¡Esto sí que es vida! Quieren escribir literatura y gobernar. Mejor ni lo uno ni lo otro. Se está bien así. Mi sueño es contar un cuentito de hadas que deje 15.000.000 de muertos. ¡Cómo gozo con mi fascio imaginario! El Matrimonio entre la Izquierda y la Derecha tuvo sólo dos hijos bobos: somos los santos y los fascistas. Pero por suerte fuimos expulsados de la familia. Tuvimos suerte porque el aborto aún no era obligatorio. El fascismo nunca fue solemne: ¡Viva el fascismo! ¿Por qué cambiar de Amo? ¿El culto moderno por la novedad lo justifica? Para tener un amo hay que tener uno que sepa mandar. He ahí el problema de la izquierda, por qué la gente no la quiere. En vez de poder, quieren el poder. Y no lo saben conseguir. Porque lo desprecian. Aman lo que desprecian. La izquierda se convirtió en un recurso de la burguesía para correr a las clases medias. Gadget de las segundas líneas de la burguesía, la burguesía pobre –esto es: la burguesía ilustrada–, floja de capital dinerario pero empachada de capital simbólico y pletórica de capital social. Izquierda: derecha diferida. Nadie se banca ser de derecha en este país y sin embargo… todos lo son. El marxista piensa con la cabeza pero no con el cerebro sino con la barba. No son neuronas lo que se mueve sino pyogenes. Ante la alternativa de tener que fusilarlo sodomizarlo o afeitarlo el marxista excluirá siempre la última. Yo soy de izquierda. Yo soy bueno. Yo soy lindo. Bueno y valiente. Yo, Platón, soy la verdad. (Un Platón que se come Freud.) Si le pidiéramos a cada argentino que hiciese un listado anónimo y exhaustivo de a quiénes habría que matar: ¿cuántos quedarían? Arroje un guarismo probable. Mejor vives mejor te quejas. El folclore sin pueblo es la pose. La pose izquierdista. Qué linda que está la Revolución-Espectáculo. (Preferiría no hacerla.) Amo a mi pueblo de energúmenos. Dios existe y es marxista (confirmado). Cuando la izquierda y el liberalismo se tiran un pedo químico y dan de baja a 100.000 bípedos desplumados, le atribuyen los lauros a un Hitler. Son doctrinas de grande modestia. Cuando matemos a todos los fascistas perpetraremos el más grande genocidio de la historia. Cuanto más emancipados, más alienados. No quieren la lucha de todos contra todos, quieren que los débiles le ganen al fuerte. Esa revolución permanente por supuesto que no es nueva, tiene localía en el planeta hace 3.800.000.000 de años. No hay burrito serrano que no esté debidamente esclarecido. El despotismo ilustrado monta en jumento. Para despotismo estábamos mejor con Dios. No quiero participar de la partusa de la izquierda. Si uno no es de derecha, debe al menos disimularlo. Se creen inteligentes y enemigos de la clase dominante. Son idiotas y de la clase dominante. Aprendan a ser idiotas, imbéciles. En la Torre de Marfil izquierdista. Críticos marxistas o matones que no matan a una mosca. Una vez más Epistemón el Marxista me invitó a su Orgía. Una vez más no asistiré. ¿La izquierda? ¿Lxs amigues de lx policíe? Pronto los marxistas se dejarán bigotito y corte a la americana, y los subcomisarios y agentes te incorporarán a la jaula de la seccional amiga luciendo frondosas barbas. Vamos bien. La revolución cultural no produce otra cosa que la que hay ahora a la vista: una cultura de izquierda bajo una economía de derecha. Hardware de derecha, software de izquierda. La hipocresía organizada, el ideal empíreo para el chapoteo de la burguesía izquierdista que vive del negocio cultural. Cuando oigo la palabra cultura saco el revólver y cuando oigo la palabra revólver saco la cultura. Perspectiva alto-fascista. Publicación semanal: El Bolche Posmoderno –sociales barbones. Pronto: Boletín Argentino La Inmundicia Cultural. La clase dominante es neomarxista y quiere anécdotas. Anécdotas certificadas por un esclarecido victimista. Los idiotas de familia me acusan de idiota; me parece que lo que me dicen es que no pertenezco a la familia. Ahora los fascistas se ofenden por cualquier cosa. Son hipersensibles. La poesía Sarah Kay de los hijos del ERP. El vernissage sustituyó a la revolución pero la barba sigue. En el campo cultural la clase dominante es marxista o por lo menos barbuda. Con dos neuronas y una barba en la cultura argentina se obtienen innumerables dividendos. ¿A qué más? No sólo la tierra, el saber y las letras tienen dueños en la Argentina. Que tengan barba, concha, o vivan en un monoambiente en Balvanera, no los exime de ser los terratenientes del capital simbólico. Ni barbudo ni nerd ni puto. Si a la nada que queda le llaman fascista llámenme como quieran. El cerebro y el músculo son los enemigos de la onda. En el campo de las letras, que es el mundo del revés, son los nerds y los maricas los que hacen bulling. La crítica barbuda del Almacenero de Libros me la anota en la libreta. ¡Se cayó de su barba! Él es ágrafo ¡su barba no! Bulto Ecuestre de David Viñas montado a su Aparato Crítico. La Inteligencia del Intelectual Argentino Radicaría en su Barba. Estetas políticos: no ven literatura sin politiquismo ni política sin esteticismo. Él era compositor de anécdotas y Licenciado en Ideología. Yo en cambio odio los libros buenos, porque siempre parecen hechos por otro. Alcohol, tabaco, cocaína, y populismo. ¡Y a vivir la vida! Historia Extraoficial de la República Separatista de Mí Mismo. Escribir en un estado de trance fascista. El ejercicio de dejar de ser un ángel debería ser impenitente, a riesgo de pasar por bestia, pero con el probable resultado interior contrario. Intelectual Orgánico Imaginario versus Budista Facho (mi organismo es una logia y todo cuerpo es contubernio). Rechazado por una runfla de barbudos balas histéricas incojibles y nerds que componen el campo cultural argentino, cuando termine de escribir retomaré el Tao. Me retiré del Seleccionado de la Facultad de Humanidades y Artes cuando al equipo le quisieron poner “Tesis 11”. Prefiero esta vida a entrar a vivir a un monasterio marxista y pensar y cojer a reglamento. Prefiero incluso no cojer y no pensar… UNR: Locademia de Policías. Lobistas somos todos, a muchos nos cuesta descifrar para quién trabajamos. La claridad también es un terrorismo. Enunciarse de izquierda es obsceno. Prueba al contrario ser de derecha. ¿Ser una pasión inútil o un útil pasional? Si no se puede disparar a la multitud, disparar, al menos, de la multitud. Frenético activista del no hacer nada. Huye, que el poder huye contigo. La mejor forma de ser de izquierda es no decirse de izquierda ni creerse de izquierda. Dijo Macedonio: los signos matan a las cosas. Para todo entrista encular es un sueño eterno. El resentimiento es una dictadura eterna, la emancipación es un entretenimiento eterno. Para los ebrios de virtud necesitamos también un control de alcoholemia. Orga La Fraternal-Terrorista. ¿Qué hubiese pasado si Hitler hubiera triunfado en la epistemología? Con mi Sistema destruiremos el Capitalismo. Y construiremos algo peor. ¿Quieren ser revolucionarios? Fracasen. Hay que partir de dos preceptos base: Dios existe y es antimarxista. Me considero anarcopapista. «El día que León Gieco conoció a Dios.» Che Guevara esquina George Soros. Con la frialdad de una iguana macrista anhelo un glacial consenso de geriátrico. A este señor le duele el miembro fantasma de Adam Smith. El dinero es algo tan poco útil que incluso le llegué a tomar un poco de cariño. Dejar al Capitalismo tal y como está. No tocar al Mundo ni con la punta de los dedos. De los que luchamos por un mundo peor no se acuerda nunca nadie. Nunca nadie mereció ser anarquista; pero tarde o temprano cualquiera merece el olvido. La dominación es un sueño eterno. Ladra un perro anónimo. Cruje una supernova. De onda, lo digo de mentirita.

8.4.20

El sistema Viñole/García, por Rolando Pérez





Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo es un libro escrito por Luciano García. El texto tiene más de quinientas páginas; diecisiete de fotos y de ilustraciones; veintiuna de bibliografía en cuerpo
8 y algo más de diez años de lenta y minuciosa pesquisa por bibliotecas mundiales, públicas y privadas, librerías de viejo y colecciones de toda laya y legalidad, además del rastreo cibernético por la red, la de superficie y de profundidad. Es un trabajo monumental que sólo es posible empezarlo, continuarlo y darle fin por dos razones: por dinero o por pasión. Luciano García publicó Omar Viñole antiescritor y antifilósofo en Ediciones del Trinche, sello que fundó él mismo hace más de una década. Por lo tanto, me aventuro a descartar al poderoso caballero de Quevedo. El libro salió finalmente a la luz del público lector desde la cafetería del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires donde un puñado de escritores y amigos nos dimos cita para festejar su salud, su robusta energía y para verlo dar los primeros pasos que lo llevarán, en tiempos venideros, a establecer una marca excepcional dentro de un campo que no se caracteriza por ofrecer placeres originales de lectura. Como era esperable, no salió una sola nota en ninguno de los suplementos literarios al uso de parroquianos interesados por la cultura literaria o de cualquier otra especie, incluidas las artes performáticas, de las que Viñole fue maestro inigualado y padre fundador. Un padre no reconocido, es cierto.

Lo que vengo a ofrecer son algunas reflexiones que la lectura del libro me empujó a anotar en un cuadernito y que luego de algunas visitas y charlas con mis muertos, traté de organizar con algo de coherencia y de buena voluntad en los párrafos que siguen. Me disculpo de antemano porque no pienso usar ninguna de las herramientas tan del gusto de críticos y reseñistas, y que hacen las delicias de sus felices lectores. No voy a hablar, por lo tanto, de signo y significante, ni de estructuras fantasmáticas, ni de las diferencias (discursivas, de campo semántico, de niveles connotativos) ni, el Dios de Viñole no lo permita jamás, el no lugar de las intertextualidades. No olvido mi paso por la casa de estudios de la calle Puan, pero tampoco perdono. 

Vamos entonces por partes, por las partes. Son nueve. La última se titula “Vida y Obra”. ¡Epa!, dice el lector más avispado que es el que suele leer la tabla de contenidos antes de comprar el libro, ¿cómo es que tengo que tragarme el libro entero (y ahí revisa las páginas y nota que son más de quinientas) para llegar a la vida y la obra de este escritor o antiescritor o antifilósofo? ¿Y antes de qué se habla? ¿O de quién? Bueno, le prevengo, de un montón de cuestiones y un montón de gente. Por empezar hay cinco tipos que inauguran la lista, son Tristan Tzara, Rousseau, Nietzsche y los hermanitos Lamborghini. Ellos aportan las citas del epígrafe. Lindas citas que hablan de farsantes y bromistas, del goce del recuerdo que es también goce, del mito de la belleza y, atenti lector, de aquellas vacas que han llegado más lejos que nadie. Podríamos muy bien hablar de ellos pero no lo vamos a hacer porque es cosa de eruditos y otra gentuza de peores costumbres si cabe. 

Vamos a ser ordenados. Dijimos que íbamos a empezar por las partes. Lo primero que hay que decir es que están tituladas. La costumbre de dividir un texto en fragmentos y secciones y ponerles títulos se originó, como el lector atento sabe, hace mucho y con el objetivo explícito de poder comprender sin perder tiempo de aquello que se trata dentro de esa parte o de encontrar sin dificultades lo que uno anda buscando sobre una materia de lectura. Los títulos en que se dividen las partes del libro de Luciano García cumplen con ese objetivo pero le agregan algo más, una especie de sorpresa de la que dimana luego una mezcla de perplejidad cómica. Veamos algunos: «Cómo desprestigiar a la letras (libros de Omar Viñole)»; «“El acto panfletario” y la conquista de Buenos Aires»; «Omar Viñole póstumo (recepción y lecturas flagrantes)»; o la que es a mi juicio la más lograda, la que corresponde a la sexta parte: «Antiescritor y antifilósofo, extroducción al viñolismo (panfletos y bolazos críticos postliminares)». Dentro de las partes hay secciones menores o subpartes que también están tituladas y que, por supuesto, muchas de ellas llevan subtítulo en el mismo estilo que acabamos de notar. Pero hay más, dentro de estas pequeñas secciones hay todavía aún más pequeñas indicaciones titulares que funcionan a veces como un localizador y a veces como orientadores de lectura, de modo que la idea que se desprende del conjunto del libro y por extensión lógica, de Omar Viñole, al leer con cierto detenimiento solamente el índice, es la de un trabajo algo más complejo que una simple biografía. Mi tesis entonces va tomando forma y dice así: Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo no es una biografía, sino una especie muy distinta de libro, una que justamente fue el centro de la cultura del libro y del conocimiento cuando los hombres de letras empezaron a introducir títulos y a separar párrafos, a colocar imágenes y todo tipo de llamadas y aclaraciones. Ese tiempo es conocido como la Edad Media y la especie de libros, las Sumas. De haber escrito Luciano en aquellos años, su libro podría haberse titulado así: Summa Vitae Omar Viñolensis. Ahora me parece que siento que usted, curioso lector, me pregunta, ¿Por qué no es una biografía si trata de la vida de un escritor? Bueno, en todo caso y para ser consecuentes con el título del libro, digamos que trata de un antiescritor. ¿No sería acaso lógico o al menos razonable pensar que, para ser consecuentes con la idea que se desprende del título, lo acertado en el caso de Viñole, fuera escribir una antibiografía? ¿Colocar al final, en el último capítulo del libro una parte que trata o dice tratar sobre la vida y la obra del biografiado, no va en contra de todas las definiciones conocidas del género? Y además, de la sola titulación que acabamos de mirar con algún detalle más arriba, ¿no se desprende que el centro de toda biografía, la narración, construida en base a operaciones de lógica y de consecuciones temporales, está trastocada al menos en el orden expuesto? Es cierto que el libro, por su extensión y por su detalle tiende o aspira a la totalidad. Pero esa totalidad, haríamos bien en sospechar usted y yo, querido lector, no es Omar Viñole. Quizá sea su sistema, como si dijéramos, el viñolismo.

Los intentos de comprender la totalidad de una vida tienen larga historia. El caso más conocido y el de más fama es el de James Boswell, que inmortalizó a un oscuro crítico del siglo
XVIII en su biografía titulada Vida de Samuel Johnson. Muchos la consideran la mejor de todos los tiempos. Por lo común, esos muchos suelen ser ingleses (y Borges, claro, en recaídas de su francofobia). El bueno de Boswell dedicó más de veinte años a anotar cada palabra que salía de la boca de su biografiado. Para ello le fue necesario no sólo conocerlo, sino hacerse amigo, compinche, secretario a veces y molesto casi siempre; un abusivo personal trainer de las fulguraciones conversacionales del Dr. Johnson. Ciertas personalidades imponen este registro. Jesús (quizá el más biografiado de la historia), Sócrates (cuya vida no es más que una larga conversación según Platón), Buda (personaje central no sólo de cientos de biografías sino de una entera literatura menor formada por cuentos que lo presentan como hombre, como maestro, como mendigo, rey, elefante o liebre). Al igual que nuestro Macedonio Fernández, son genios conversacionales cuya magia, como todas las originales, sólo reside en el soplo organizado de las palabras. Las vidas que se han obtenido de casi todos ellos ha sido un subproducto de lo que fue primero una colección de dichos y sentencias. Los evangelios, que no son algo distinto de un grupo de biografías concordadas por especialistas, fueron creados en base a un primer texto o protoevangelio conocido como Q y que consistía en frases oídas y anotas por los apóstoles y seguidores del maestro de Nazaret. La mayoría de estas figuras del recuerdo son hombres que no han dejado escritos. El caso de Borges, el libro, es curioso por varias cuestiones: lo voluminoso de la edición; la organización descarnada; la sinceridad con que se muestra el carácter mordaz y malicioso del biografiado. El caso es más o menos así. Hacia 1946 Adolfo Bioy Casares tuvo que encargarse de hacer un prólogo para la edición de la biografía de Boswell. Al año siguiente, bajo el influjo de aquel encargo, comienza a anotar todas las conversaciones y salidas de Borges. Se convierte voluntariamente en el Boswell de Georgie. Bioy muere en 1999, por lo tanto, podemos sospechar que la edición de aquel florilegio borgiano, salió sin la corrección final del autor. Es tal vez por eso que dentro de la cronología anotada de cada una de las charlas se haya dejado indicaciones desprovistas de un sentido preciso. Me refiero a esas entradas en las que sólo figura un hecho, sin sentencias del protagonista, bajo la fecha y el año: “Borges come en casa.” Recuerdo que muchos amigos escritores se sintieron ofendidos por la implicación que ese detalle, obra de un almacenero meticuloso, ofrecía de nuestro ciego más ilustre. Como los dos volúmenes de Boswell o las exhaustivas literaturas basadas en el Buda o los cientos de evangelios que la Iglesia se encargó de podar oportunamente, el libro de Bioy ofrece un ensueño de totalidad. Es lo más que se puede hacer y ya es mucho, ¿no es cierto?

Creo que nos hemos ido algo lejos de las costas viñoleanas. Volvamos. El libro que ha escrito Luciano García sobre Viñole no tiene mucho que ver con estos antecedentes famosos. No es una colección de frases, ni de discursos (aunque hay algunos muy buenos), ni un análisis de las obras (a pesar de que se detiene sobre varias y las expone con amoroso detalle), ni siquiera es una narración que devela el sentido profundo de una vida significativa de nuestro pasado cultural. Es todo eso y algo más.  Es la suma explicada de todo el universo originado a partir de un hombre que fue muchos hombres, que escribió mucho y para mucha gente, y que fue olvidado como lo seremos todos en un futuro impreciso pero certero. Porque todo está condenado a borrarse de la nuestra memoria: los hechos de algunos seres especialísimos y los lugares que le sirvieron de escenario, aquellas palabras que dijeron para otros hombres y la lengua en que esas palabras fueron dichas, todo está corroído por la nada del futuro. Por eso es que la única forma de encontrar sentido en una vida por lo demás absurda, es enterrarse voluntariamente en una tarea y hacer de ella algo luminoso y enriquecedor, algo por lo que valga la pena obedecer la rutina de las estaciones y ponernos abrigo o desvestirnos para seguir con vida, algo como un libro único, algo irrepetible, algo como este Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo.

Toda fragmentación explicitada implica un objeto superior que la abarque y contenga, sin embargo, en este caso la totalidad no es la vida del hombre Omar Viñole, sino algo superior a él mismo, tal vez podríamos denominarlo, el sistema Viñole, como si dijéramos, el aristotelismo, o platonismo. Viñole, como antifilósofo, va más allá de su vida.

20.2.19

El German lover como Don Giovanni áulico, por Luciano García



(O sobre el romance entre el nazi y la sionista)


Ahora sabemos que detrás del Heidegger especulativo estaba un Heidegger pasional y mujeriego, y que no fue tan solo la pregunta del Ser la que atormentó sus días, y más aún sus noches, sino también otra cuestión: la pregunta por el Eterno Femenino y su irresistible encanto.
Franco Volpi


Decía Houellebecq que los criterios del amor son similares a los del nazismo: demanda juventud, belleza, fuerza... Heidegger fue nazi y fue un amante pertinaz y numeroso, y sin embargo no reunía para nada esos requisitos; era –en todo contrario al ideal del modelo nazi– extremadamente petiso, moreno y rulado, bastante poco agraciado en fin; razones de más para haber sido, como lo fue, un Don Juan de aula en todas las de la Ley. Parecerá contradictorio, pero para quien conozca un poco las costumbres de las histéricas en los claustros, será moneda corriente. Es por el mundo sabido, el sex appeal del modelo publicitario o galancito de telenovela y el del profesor de la facultad son más bien caminos que se bifurcan. Entre el experto en sexo que prodiga el pene como península de su cuerpo, y el sabio del sexo que detenta un falo del orden del saber, hay la misma distancia que entre la pobre mujer activa que busca al rico hombre pasivo, y la histérica que le hace el juego al amo. Si dentro de la esfera política Heidegger acabó haciendo de bufón del amo –Hitler–, en el estricto campo universitario era el amo en sí mismo: rector de la universidad de Friburgo, no sólo profesor sino filósofo-artista, es decir creador de obra y de calado universal. Feúcho y de extracción campesina y pobre, autor no precisamente de best sellers para mannequins o poemitas nerudianos sino de unos cuantos tratados abstrusos de maravillosa pesadez, Martin Heidegger fue un german lover. El latin lover es heredero de Tenorio, profesa como ars amandi una téchne, que no sale del mundo de la práxis y la poiesis. De Don Juan se ha dicho –Lacan– que no es nada más que un ensueño femenino: el del hombre a puro falo, imposible de castrar. La versión B de todo esto, es la del resentimiento del mundo, la que daba por ejemplo Gregorio Marañón: se trataba nomás –a Don Juan referimos– de un homosexual no asumido. El german lover al contario, casi como el Platón de Nietzsche, dice: –Yo, Martin Heidegger, tengo la Verdad. No va del baile a la alcoba, sino del aula al tálamo. 

La mujer de Heidegger tuvo que esperar a que a este señor le agarrara un paro cardíaco a los 82 años para agarrarlo para ella con exclusividad. Podían ser muy nazis y muy metafísicos pero tuvieron a lo largo de su vida casi casi una pareja abierta, propicia al estado-de-abierto (Erschlossenheit) que el mentado dómine bien supo suscribir. Eran nazis open mind. Abierta para él, es cierto, en principio, que logró ser a la vez fiel y polígamo activo por décadas, con el consentimiento y la venia de su esposa, a la que con toda probabilidad amaba. La reciprocidad cojeaba. Ella era una mujer de su casa –a la que se tomó en algún momento por la Xantipa mansa del siglo XX o la Elisabeth Förster exogámica– que sin embargo le dio a Heidegger a un par de años de casados un hijo que no era de él sino de un amante, y al que el ontólogo fenoménico reconoció como suyo y a sabiendas y brindó cabal amor de padre. Pacto de indulgencia y comprensión mutua, cuyo sistema de compensación podrá haber sido progresista en su momento, aunque hoy parece desbalanceado. A cambio de una aventura letal que dio su fruto ella soportó con atávico estoicismo femenino el aventurerismo sexual perpetuo de su famoso marido. He allí el pacto conyugal. Sobre esta pareja el penetrante censor Alain Badiou supo decir que representaban “un existencialismo provinciano, hipócrita y religiosamente dirigido”. Contundente oxímoron amoroso.

Heidegger justificaba sus lances extramaritales como alimento necesario para su obra y pensamiento; al mismo fin precisó de su señora esposa Elfride: sin cónyuge perpetua y variopintas queridas permanentes nada habríamos sabido del olvido del ser; estaríamos todavía entificados. Podría haber enunciado: detrás de todo gran sistema de pensamiento se esconde un gran número de mujeres. No hubiera habido Sein und Zeit sin Elfride ni Arendt, en principio; notable circunstancia factual en el hacedor de una filosofía magnánima que escamoteó del primero al último día no sólo la menor alusión a la sexualidad sino incluso al noble amor que Sócrates ubicara en el principio de todo filosofar. Al respecto en su gran tratado, apenas dos citas a pie de página de Pascal en el parágrafo 29, y mutis. El Dasein no es macho ni hembra, es anterior –o ajeno– a la sexuación –y a las derivas de género– (Sartre lo acusó de “asexuado”): no sólo no es el sujeto cartesiano sino tampoco el lacaniano bifurcado en dos modos de gozar (el divisor sexual es una delimitación óntica, no ontológica).

Lencelin y Lemonnier, repasando cartas privadas, lo acusan de usar su obra y su famoso pensamiento como mera coartada, le imputan el “travestismo conceptual de un vulgar deseo de seducir.” Con “mi Dasein desprovisto de pasiones” –escribe en algún lado– no podría haber emprendido la tarea de pensar. Y de Hannah Arendt supo decir que fue “la pasión de mi vida”.

Lo primero que Macedonio le reprochó al autor de Ser y Tiempo cuando leyó el tratado –en su loco afán de emprender un criticismo místico “entontecido”, como le llamaba– fue que no había ninguna necesidad de estar en el mundo –así lo dijo–. “La Eterna” –que por lo visto no fue una, como postula la crítica macedoniana de las últimas décadas, sino por lo menos dos– cumplía el rol de oficiante de “trocador del Pensamiento en Amor”; como se ve, las mujeres –Elfride y Hannah en principio– eran medios de una trocación al revés: entregaban su amor –y sus encantos– como pasto de un Pensamiento. El Dasein demanda, para “pensar”, no pensar en sexo. La fórmula existencial subrepticia del Dasein es: tener sexo, hacer el amor, para no pensar en eso; id est: para pensar.  En términos macedonianos Heidegger había menester de la voluptuosidad impensable para la voluptuosidad de su pensar como no pensar la voluptuosidad. Recordemos la célebre frase de Fernández que condenó a la metafísica argentina a una suerte de nigromancia pasional-amorosa que reunió principio –amor– y fin –muerte– del pensar de acuerdo a la tradición socrática:
No hago una metafísica por voluptuosidad del pensar, sino para hallar el cómo de una eternidad de figura humana que amo. Es posible que Schopenhauer o Hegel no tuvieran alguien corporal amado cuya muerte no quisieron, y cuyo cómo de no muerte no creyeran posible hallar.

No parece que la pareja de Heidegger con su esposa haya sido simplemente la de un empresario obsesivo y un ama de casa histérica. La revelación de las correspondencias en los últimos lustros abrió nuevas perspectivas como para disipar un poco la idea que se tenía de una consorte arpía y lóbrega musa inspiradora del triste y agrio nazismo del filósofo, y no así de su obra. Heidegger intentó propiciar una cierta amistad entre sus dos amores y logró que ambas damas se trataran con cariño y se cartearan al punto de que alguna vez Hannah –la semita– llegó a confesarle a Elfride –la antisemita– vía mail que estaba tan mal por su propia disolución con Heidegger que se casó con un hombre que no amaba, ya que había decidido no volver a amar a ningún hombre (lo que no le impidió tratarla de “pobre idiota” por otro lado). Sin embargo Arendt tuvo dos maridos y dos amores, por lo que parece: Heidegger y el segundo de sus maridos (Heinrich Blücher) entran en el segundo conjunto. El primero de los maridos la amó pero no parece que ella le haya retribuido del todo con la recíproca. Le dio más bien lo que Martin Heidegger no le iba a ofrecer, el sostén necesario para realizar su empresa narcisística de dama fálica que acabó elevándola a la estatura de uno de los más grandes filósofxs políticos del momento. El intríngulis de Arendt fue llegar a vivir el gran amor sin perder la identidad personal –a algo parecido a ese desenlace evitado Lacan le llamó “estrago”–, y lo consiguió en cierta forma a expensas de Heidegger que prefería tomarla como musa de su pensar y doble partenaire: sexual-amoroso sí, y también intelectual pero en tanto que espectadora privilegiada e intérprete preclara de su obra, ya que por lo que se sabe no recibió con buenos ojos el ascenso al éxito de ella como eminencia filosófica ni jamás mostró interés por sus libros. Arendt, dice Manuel Cruz, le tenía miedo a “disolverse en el amor”, y el cuco solvente tenía el nombre del profesor Martin. Fue su segundo marido quien le permitió hacer confluir eros y voluntad de poder, el gran dilema actual de la mujer emancipada. Realizarse en el amor y el trabajo, con una salvedad que la ubica más cerca del filósofo que de la mujer: la gran impulsora del concepto fundamental de “natalidad” prefirió la Complete Work al niño. El quid del gran célibe es la obra o la vida; la cuestión en el filósofo que además de trabajar puede amar es crear o procrear. Arendt alcanzó lo primero: convertirse en la paridora del concepto de natalidad como núcleo duro del zoon politikón; Heidegger –el mayor pensador de la muerte que tuvo la filosofía del siglo XX, el siglo más asesino de todos los siglos– logró conjugar todo, hasta hacer de padre del hijo adulterino de su esposa cornuda, el que acabó siendo el albacea y curador de su obra, y quien supo declarar que el amplio harem de su padre-padrastro estaba poblado por mujeres tan atractivas física como intelectualmente. La pareja entre el nazi y la sionista es, con toda evidencia, uno de los grandes chistes del siglo, por no decir enigmas o asombros, que queda mal. Hay algo de Romeo y Julieta en ello, el gran conflicto entre eros y el lazo social. Muestra que la militancia en el amor y el amor a la militancia pueden ser opuestos y no obstante triunfales entrambos. El peronista y la gorila, la bostera y el gallina, qué problema podrían hacerse si la filosofía nos pudo dar el amor entre Martin Heidegger y Hannah Arendt, que al fin y al cabo no sólo se amaron a expensas de sus carreras; al contrario supieron hacer de Cupido un elemento rentable en sendas mitologías de autor. Es por todos sabido que Arendt le tendió una importante mano al amante caído en desgracia una vez erradicado el imperialismo hitleriano, así como cuesta no pensar que el flirt prolongado con Heidegger no le haya aportado a su causa como empresaria de las ideas (por citar la manera en que Cioran con lograda ingenuidad anatemizaba –descriptivamente– a Sartre). Borges postulaba que era el olvido la única forma de perdonar; Arendt se empecinó en ubicar esa facultad en el amor. “El amor perdona muchas cosas” llegó a decir la judía perseguida Hannah Arendt tratando de dar cuenta ante el mundo de cómo pudo amar y volver a relacionarse con el académico-metafísico nacional-socialista. Es que “el amor no tiene sujeto y es pasión pura”. Más que apolítico el amor es la más poderosa fuerza antipolítica que corroe los cimientos civiles del orbe, se lee en La Condición Humana, y por eso no es “mundano”; es
“la libre decisión de dos seres humanos de vivir plenamente y hasta sus últimas consecuencias un suceso, un evento, cosa que ninguna institución de la sociedad puede soportar”. “Quien no sintió nunca el poder del amor no forma parte de los vivos”, puso en su Diario Filosófico. Si el que no ama es un muerto vivo (como el neurótico obsesivo, según algunos lacanianos, cuya pregunta prototipo es “¿estoy vivo o estoy muerto?”), o bien no-está-en-la-vida, los que aman a su vez no-están-en-el-mundo (acaso una suerte de tenue objeción-reproche al Sein und Zeit), y el que suele meterse entre medio de los dos tórtolos y bajarlos a tierra y hacerlos poner pie en el mundo es el hijo, a riesgo –escribe Hannah– de forzarlos a hacer que pongan colofón al amor.
El amor, debido a su pasión, destruye el en medio de que nos relaciona y nos separa de los demás. Mientras dura su hechizo, el único en medio de que puede insertarse entre dos amantes es el hijo, producto del amor. El hijo, este en medio de con el que los amantes están relacionados y que poseen en común, es representativo del mundo en que también esto les separa; es una indicación de que insertarán un nuevo mundo en el ya existente. Mediante el hijo es como si los amantes volvieran al mundo del que les ha expulsado su amor. Pero esta nueva mundanidad, el posible resultado y el único posible final de un amor es, en un sentido, el fin del amor, que debe subyugar de nuevo a los amantes o transformarse en otra manera de pertenecerse.

Lejos de aquello que Jacques Lacan describió en los umbrales de la pasión amorosa como “la mascarada femenina” y “la parada viril”, el baile de disfraces fálicos en el que se embrollan mutuamente los enamorados para dar lo que no tienen a quien no lo necesita, Arendt ubica al amor en la tradición del conocimiento no de la ignorancia:
Porque el amor, aunque es uno de los hechos más raros en la vida humana, posee un inigualado poder de autorrevelación y una inigualada claridad de visión para descubrir el quién, debido precisamente a su desinterés, hasta el punto de total no-mundanidad, por lo que sea la persona amada, con sus virtudes y defectos no menos que con sus logros, fracasos y transgresiones. El amor, debido a su pasión, destruye el en medio de que nos relaciona y nos separa de los demás.

Y el “en medio de” entre Heidegger y Arendt diríamos que se las trajo: fue la Segunda Guerra Mundial y el nacional-socialismo… Lancelin-Lemmonnier dicen que Arendt no quiso renegar de lo vivido, del acontecimiento del amor, ya que las grandes pasiones –citaba a Balzac– son tan escasas como las obras maestras. En el pequeño párrafo dedicado al tema en La Condición Humana observa que el amor –contra la idea que pudieron imprimir en los hombres los poetas– es una rareza: “uno de los hechos más raros de la vida humana”. Uno puede pensar en cuánta es la gente que se cree excepcional y privilegiada incluso en este asunto, y que no deben de ser pocos los que se creen dentro del ínfimo círculo de los elegidos por el amor auténtico. 

Tanto Manuel Cruz (en Amo luego ExistoLos filósofos y el amor–), como Lancelin y Lemonier (en Los Filósofos y el AmorDe Sócrates a Simone de Beauvoir–) en cierta forma denuncian cierta degradación de la vida erótica de Martin Heidegger, al forzarlo a dar cuenta de esa vida privada que tanto empeño puso en birlar. Le buscan la vuelta freudiana. Heidegger fue un hombre afortunado –en el trabajo y el amor, contra lo que declara el refrán–: logró hacer del circuito peroniano del trabajo a la casa y de la casa al trabajo un verdadero coitocircuito que no cortocircuitaba ni cuitaba al gran conceptuador del “cuidado” (Sorge). No se puede decir que el galán de claustro sea un hombre freudiano aunque sí un hombre escindido –hombre al fin–: su probable bifurcación entre el deseo y el amor no se traducía en el partenaire doble de la puta y la madre: ¿o llamaremos “objeto rebajado” a aquellas doncellas cerebrales aspirantes a un doctorado? Una fue la musa y la otra la secretaria, la mujer celeste para la aventura y la mujer terrestre para el orden. El ateísmo viudo de Fernández que jamás se hubiese rebajado a disertar sobre teología inmanencial de bóveda celeste alguna acabó en una rarísima “alucinación del trasmundo” ante la imposibilidad de un hecho concreto: la muerte de su esposa. El cielo de Heidegger es un cielo mundano, y no necesitó como aquel pensador de la calle –el gran flâneur Carlos Baudelaire– recaer en la mujer de la calle. Podríamos aplaudir en Heidegger las virtudes del hombre mundano, habiendo sabido hacer comulgar cielo y tierra, no rebajando a las categorías de puta y madre a querida y esposa. En principio, el aula catedralicia no es un prostíbulo. No sabemos si degradó meramente a madre a su mujer pero parece al menos que no rebajó a puta a su amante. Podríamos decir que Heidegger amó a su amante-querida filósofa, si es que ese hombre amó algo más que a su ser-amado (a su él ser amado, se entiende) y a su “pensamiento”; si deseó a su esposa –cuida y guarda de ese Dasein–, por suerte quedará por saberse; logró mantenerlo resguardado en su apreciable esfuerzo pudendo por preservarse de la obscenidad que el capitalismo pansexualista impuso al Sein in der Welt. “La gente debe dedicarse a mi pensar, la vida privada no tiene nada que hacer en lo público”. Ya se dijo cuál era la idea que tenía este señor sobre lo que es la vida de un filósofo –lo ejemplificaba en Aristóteles–: nacen, piensan, y mueren… Punto. Tema con el que Derrida pretendió hacer un problema, y Heidegger lo resolvió de un plumazo, evidentemente “preocupado” por guardar en el sótano de lo impensable los oscuros tejemanejes de su vida política y los licenciosos eventos de su andadura amorosa: anhelaba ser un pensador sin biografía. Y en esto coincidían bastante con su amada Hannah, que hacía culto del amor secreto:
El amor, por ejemplo, a diferencia de la amistad, muere o, mejor dicho, se extingue en cuanto es mostrado en público. («Nunca busques contar tu amor / amor que nunca se puede contar.») Debido a su inherente mundanidad, el amor únicamente se hace falso y pervertido cuando se emplea para finalidades políticas, tales como el cambio o salvación del mundo. (La Condición Humana)

Motivo por el cual se podría presentar a la pareja Heidegger-Arendt como la antítesis de la pareja Sartre-Beauvoir. Así como Lamborghini decía de Sartre que era un cómico, decía lo propio Arendt de la mujer de Sartre: la consideraba poco inteligente y acusaba a la pareja parisina de un uso público de la relación.

2.3.13

Jack Kerouac - Shakespeare y el outsider





El secreto de Shakespeare: dos partes: una, escribió poesía dramática con vestuario de época para el Estado – Ahí está su fortuna – Tenía (entre sus Ovidios y Montaignes) una copia de las Vidas de Plutarco y un libro sobre los Reyes de Inglaterra, y puso los escenarios como un cuadro histórico de vestuario de Holywood (piensen lo que hubiera hecho con los equipos de DeMille sobre los Casacas Rojas de Canadá, la corte de Catherina la Grande, Napoleón y el olor a metralla) – Hizo a la boca de dandis, mensajeros, señoras, tontos y emperadores y generales decir a los gritos – un bu un bu un bu ¡BUUM! el cañón entre bastidores. Esto es poesía, poesía dramática. La visión de la vida, en la que estaba metido como una perla en un chiquero, un cantante gloriosamente magnífico. “En tiempos de paz”, les dice a los nobles del palco, “nada conviene tanto al hombre/ como la modestia tranquila y la humildad;/ pero cuando sopla la tempestad de la guerra en nuestros oídos,/ entonces imitemos la acción del tigre”. – Esto es como el consejo de Krishna al príncipe melancólico en el Bhagavad-Gita. Este es dado por el Rey Enrique V con una escalera móvil en mano, en las puertas de Harfleur, acto III escena I, y con razón “… ¡nobles ingleses/ que tienen en sus venas la sangre de los padres probados en la guerra!” – Ahí nuestro Bardo Inmortal hizo de Nym para la platea alta – Y representó una forma del Tao (no acción china) con el “Chico”: –
CHICO: – ¡Que no me encuentre en una taberna de Londres!
Daría toda mi  fama por una cerveza y la seguridad de mi nombre.
La verdadera astucia poética de Shakespeare está en Nym. El Chico, Ariel, el Clown, Pistola, el Tonto, el Sepulturero, etc. – y después, para desplegar la historia, sus monólogos y soliloquios despliegan la sencilla explicación que concierne al fondo de la obra. No es más que una técnica brillante en medio de la penumbra, y solamente sale cuando salen las estrellas. Enfréntenla, si pueden, Señores, a las estrellas no les importa.
Parte dos: el canto de la “lengua de miel, meliflua de Shakespeare”: – Un adolescente violado abajo de un manzano en Avon por una mujer grande, casada y después cuerneada por su hermano mayor Edmund Shakespeare el Villano, en el camino a Londres, no hospedado en el hostal, en Londres, agarrando las riendas de los caballos delante del teatro, le preguntan: “Ey, Willy, ¿no podés venir acá y sostener una lanza?” y después “Will, ¿podés agregar unas líneas al último acto?” y finalmente “Oh, dulce Will, ¿cómo podrás superar eso?”
Está solo en el Cielo como el escritor más grande de todos los tiempos, de todos los  idiomas y de todos los países en la historia del mundo: – “La humanidad y su mundo nunca estuvieron tan nítidamente tamizados ni tan severamente consolados, desde Lucrecio, como en las tragedias de Shakespeare” (Oliver Elton). – Comparado con él Homero gruñe, Dante también – Cervantes no podía combinar drama y poesía en aluviones concentrados y singulares como Othello o Hamlet o Enrique V que van a romper tu corazón año tras año – Tolstoi pescó una crisis – Goethe se maravilló y mordió sus labios – Nietzsche enloqueció – Dostoviesky suspiró – Blake y Smart sonrieron – Los poetas chinos y japoneses se habrían tapado los oídos y corrido preguntando por Londres – Burns tembló – Pound sucumbió en unos celos injustificados basados en las cadencias provenzales – Donne y Vaughan y Herbert rieron – Chaucer  se sentó en su tumba y miró con curiosidad  – Balzac, irritado, afiló su pluma y corrigió a su maestro – Villon, inspirado, contempló el futuro – Molière, encogiéndose de hombros y concentrado en meras costumbres – Dickens quedó exultante – Carlyle brilló furioso en la oscuridad en busca de esa luz – Masey, Dan Michel y Spenser lloran envueltos en sus capas – Los idiotas modernos como Apollinaire, Maiacovski y Artaud simplemente escupieron a las estrellas desafiándolo – Johnson lo saludó con la cabeza – Pope se inclinó – Melville sonrió exageradamente – Whitman aceptó – Emily Dickinson hablando sobre flores
Perfumadas al marchitarse, indican
un hábito laureado
sobreentendido, y James Joyce miró con malicia para entender.
Porque (y acá quiero presentar una nueva teoría que realmente debería ser revisada por los técnicos pertinentes de las investigaciones shakespereanas), cuando Shakespeare dice “Esclavos harapientos como Lázaro en ropas pintadas, donde los perros glotones gustan de sus llagas”, o “Joan el grasiento y su copa volcada, y los pájaros sentados rumiando en la nieve” (combinando el pensamiento con el SONIDO de elipse de un haiku japonés) o esas líneas horribles que conspiraban sobre “los deslumbrantes trancos de Tarquin”, o “y el camino vino como la catástrofe de la vieja comedia”,  siempre me pregunto: “¿De dónde sacó ese sonido rítmico?” y siempre pienso “Eso es lo que me gusta de Shakespeare, la gran noche del mundo en donde él Delira como el viento salvaje en una vieja catedral” (el entrenamiento de eso). Condell y Heminge dijeron que sus manuscritos están raramente borroneados, cuando lo están, así como aparentemente fluía en sus escritos y escribía en un inspirado apuro lo que inmediatamente escuchaba como un sonido-sabio mientras la tapa de acero de su cerebro se cerraba a las exigencias de una trama y de personajes en ese mar inglés de depredadores avaros que salieron de él. Y mi presentimiento, a pesar de los pesados dobles sentidos que exigen una cierta reflexión, él lo hizo todo con más intuición que deliberación y habilidad de eso. Mi teoría es que Joyce entendió esto completamente, el primer hombre en hacerlo desde 1615 con la única posible excepción de Laurence Sterne: – quien se negó a ser austero y severo para tapar la gloria de Shakespeare. La prosa de Shakespeare, “la más natural y noble de su tiempo”, así como aparece en sus obras, a diferencia de sus versos, no persiste en la literatura inglesa sino languidecida con sus “tendones y nervios de lenguaje” debajo de la avalancha de “un romance pausado y amoroso” de “influencia y ejemplo francés” que generó la ira de la época, y estuvo seguida de enormes trabajos diseñados a pedido para contrarrestar vigorosamente el llamado “eufemismo” elizabethiano, ay, así, la parte más gruesa del inglés fue reconocida como “prosa inglesa”, a través de Jhonson, los absurdos matemáticos e hipócritas que lo siguieron, y la prosa del Times de Londres (y de Nueva York). Hoy ellos encuentran algodón para rellenar una idea precaria dentro de la enorme almohada de un párrafo. Este tonto engaño es conocido como “bombástico”, derivado del francés medieval bombace,  algodón significante, relleno y acolchado del discurso de palabras grandilocuentes, todas infladas, rimbombantes y ampulosas, oraciones áridas y extensas que hacen mueca con la superioridad de inútiles adverbios amortiguados, saturados hasta el hastío de verbos. (“indeleblemente mal informados” o algo como eso) los “éstos” y “los de más allá” y los “a priori” y “per se” y los “efectivamente” y los “necesariamente”, todo eso dicho con la única preocupación de repetir miles de veces las frases desmedradas sin significación precisa, como la lengua mentirosa que usan los políticos al hablar, en una palabra, JERGA. El rico canto natural enronquecido, el lamento sonoro del bardo y su enorme arte fueron olvidados a favor del apocado Soso y el Experto, y el último Gramático.

James Joyce, 300 años más tarde, trató de volverse “Shakespeare en sueños” y lo consiguió. Finnegans Wake es un puro delirio con Shakespeare detrás, debajo de, por todas partes: – “Además no me había pasmado su temeridad que estaba soplando el miedo pendiente algunos versículos todos para manosear el fjorg de mi quinto pie”  – y esto que es sólo el final de una larga oración en la que despotrica en un puro Sonido y Ritmo a lo Shakespeare pero con las prolijas particularidades irlandesas oscuras como la muchedumbre en Yeats. “TODO AHÍ ASUSTA KNUD EN ESE MUNDO RETORCIDO A PLENO SVEND TAMBIÉN EN EL MOMENTO EN QUE SE DILATA POR LA MEJORA DE NUESTRAS FUERZAS DE LA NATURALEZA GRACIAS A TU MUY AMPLIO DISOLVENTE EN REFRACCIÓN SOBRE MÍ COMO SI FUERA UN ENEMIGO ÍNTIMO” – Ni tu Webster de estudiante ni tampoco tu antiguo Diccionario Stormonth pueden ayudarte acá – “¡Papaísta! ¡Exiliado de la apuesta! ¡Agarrá el graznido del viento! ¡Yis! ¡Tu último perdigón! – ¡Smash! – ¡Crash! – Cañón  entre bastidores, ¡BUUM! – “y” (Shakespeare) “así como nunca fueron algunos soldados, pero desechados injustos servidores despedidos, hijos jóvenes a hermanos jóvenes, revoltosos encargados de cabarets y ordinarios comerciantes caídos, las aftas de un mundo calmo y una larga paz – “ (pasaje que prueba que Shakespeare escuchaba el sonido primero y después las palabras estaban en su CABEZA RÁPIDA). “Bueno,/ Para el final de una querella o para el comienzo de un banquete/ Encaja un peleador sin brillo con un invitado entusiasta” él agrega – y todo el mundo sabe cómo los chicos diciendo siempre parecen salir un momento de su lengua-sonidos en vez de sacar “pensamientos”, como en “La lluvia no sobra más que al cielo” o, “¿No podés mear afuera de una bota?”, o incluso el viejo dicho quebequiano medieval: “Tengo más hambre que sed el mar”.
Para sonidos más suaves, la divina escucha creativa de las más finas lluvias en su cerebro: El Duque de Borgoña hablando sobre Francia: – “…sus campos sin labrar/  la cizaña, la cicuta y la tenaz fumaria/ crecen, mientras permanecen inactivas las rejas de los arados/ que deberían desarraigar estas hierbas malignas:/ La pradera de superficie plana, donde crece tan dulce/ la primavera pecosa…” O Hamlet, sobre el amor de su padre hacia la Reina: “…tan afectuoso con mi madre/ que no hubiera permitido que las auras del cielo/ rozaran con violencia su rostro” – (En un soneto, se encuentra: “Cuando por primera vez miré tus ojos mirar”) – y en Lear la hija llora como una paloma: –

… para mirar – ¡pobre

perdido!

Con este ligero timón?
“Toda la ensenada con su nobleza muerta”, Shakespeare habría agregado, y fue Joyce el que escribió esa última línea, en Ulysses, consciente de cómo la poesía está modulada por la boca y por ondulaciones del cerebro y brujerías del espíritu y no necesariamente siempre hundida y mesurada por introspecciones inductivas y consultas angustiadas sobre lo que se debería o no se debería hacer.
Pero Joyce nunca pudo combinar al drama con esa poesía, y los argumentos traidores con vistas como esas, y llantos, y ser, entre todos los escritores de todos los tiempos, el más Divino Dramaturgo, para Siempre.



Traducción: Javier Fernández Paupy