20.11.22

¿Qué es o qué no es Los Pincén?, por Nadia Gómez

La historia del indio mestizo trabada con la historia de los antepasados familiares, los Roca y los Shoo, podría ser una novela de aventuras desopilante y sangrienta, un western criollo en clave de parodia, podría ser una tragedia política de ajuste de cuentas con la historiografía oficial-familiar y en ese sentido sí,  progre, higiénica, digamos justa pero

 

Los Pincén (Omnívora, 2022) hace una pirueta alternativa al maniqueísmo  y se entrevera en un entremedio incómodo para implosionar discursos heredados. Quien escribe el libro, personaje, narrador e investigador del texto pertenece a un clan  cuyo abolengo y hazañas militares sabemos, hemos leído, sentaron, torcieron la identidad patria. Carlos Roca, el tío abuelo Bebi, escribe a su hermano Quique una serie de cartas en las que se propone reconstruir la historia familiar. En la portada de su proyecto, una foto de Segundo Roca, padre de Julio Argentino. La aventura mnemotécnica de tío Bebi es el punto de partida, una de las excusas, Dónde está la tumba del cacique legendario, otra excusa que pone en marcha este gran artefacto narrativo-poético que es Los Pincén.

 

Todo el libro se lee como una novela en la que cabe todo, tal como se leía antes del siglo XIX, libertad compositiva, alternancia de narración y digresión (o, si se prefiere, de narración y reflexión) mezcla de géneros.

 

De  un experimento que trasvasa fronteras para enrostrarnos un berenjenal discursivo,: testimonios orales de la familia, lo que escribió Dionisio Shoo Lastra, el pariente por  el lado de los Shoo que publicó El indio del desierto, La lanza rota y Alarido, fuente del tío Bebi en su Los Roca y los Shoo que lo lee y lo recita y lo desvía, las conversaciones con Taretita, la abuela centenaria más los desvíos que el autor  propone en lo que lee de Bebi, y en lo que Bebi no escribió y no podría haber escrito y por eso mismo exige que alguien lo escriba

 

Relato de intereses diversos empezado con un tono, engordado a pedido.

 

Año 2016: Milagro Sala es detenida por instigadora del orden social, el mismo verano que se empieza a escribir Los Pincén.

 

Leemos en página 83: “Yo no quiero contar historias de indios. Yo voy a contar historias de indios. Yo no soy indio, qué te creés. Ese es indio, me dijo. Yo no quiero contar las historias de los sin voz., de los que fueron acallados. Sí me gustaría contar de los que se callaron por propia voluntad, pero como no hablaron, no hablaron porque no quieren, no sé qué podría decir”.

 

Hablar de y no por, modular una voz en una lengua que no le ha sido robada ni suprimida sino que al contrario detenta y ostenta es tomar posición.

¿Por qué escribir sobre ese indio, terror de los fortines al que el coronel Villegas le perdona la vida y Ataliva Roca le concede el derecho a un rancho en tierras pampas ya repartidas? ¿Por qué escribir sobre el periplo vital de ese indio con todo lo que  en ese nombre regurgita de la herida patria se postula como cosa distinta al progresismo en su sentido acomodaticio y servil a las buenas conciencias? Tal vez esa sea la gran pregunta que vertebra el libro, e  instala, quien escribe, en el medio como un carozo de  fruta despeluzado, agrietado y  en confesa descomposición. 

 

Leemos en página 100: “Yo quería hechos y verdad la verdad de los hechos los hechos de verdad. Yo quería a la bisnieta de Pincén (...) Yo quería pedir perdón por mi familia pero sin decir la palabra perdón”.

 

En el Prefacio a Metahistoria, Hayden White identifica estrategias que los historiadores emplean para obtener “efectos explicativos” de los datos del pasado, esas estrategias serían lo que emparenta la labor historiográfica con la literatura, organizar en una estructura narrativa hechos acontecidos supone una configuración que se vale de moldes del lenguaje, tropos, propone White,  y  por eso esa configuración sería de naturaleza poética.

 

Leemos en nota al pie de página 70: “Buscarle la vuelta a la prosa para buscarle la vuelta al tema para buscarle la vuelta al libro de Bebi, que se mostraba ahí, imperturbable, como origen negro del neoroquismo que estábamos sufriendo en el país”.

 

La historia como poética, decía.

 

Un epígrafe del Popoh Vulh, el origan como postulación fabulosa, irremediablemente incorroborable.

 

Boroas, pueblo migrante que llega de Chile hasta tierras pampeanas cuyos caciques supieron tener cautivas españolas , mezclas étnicas, alianzas, sangre. Periplo de migración  y muerte que   se narra con el carácter hipotético de un recuerdo imaginado en vidas pasadas.  Seis veces se arranca con quizá o se obtura una frase con ese adverbio sospechoso. Y cada largo párrafo empieza con un “O no”, una conjunción negada, una unión que levanta sospecha sobre la información. Cito: “El origen detrás del origen detrás del origen del nombre” hay que leerlo al pie de la letra, Valle verde es Carhué, y la historia de ese poblamiento no es vana llega hasta Los Pincén. Una historia en la que los boroganos fueron  también realistas y patriotas, aunque distinto. En cualquier caso, no se trata de “hacer hablar a los indios” aunque sí, aunque no. La deriva terminológica del nombre boroas, borogas, boroganos condensa: exterminios, huidas, asimilaciones, nuevas mudanzas forzadas. La palabra como documento encriptado y aproximado de vida.

 

Y ahí el discurso historiográfico se vuelve música. La sintaxis hace rodeos impensados. Frases que duran más de lo que se llega poder decir con una sola toma de aire y cuya excesiva prolongación atenta contra el sentido que se va armando por decantación inversa, como ocurre con la rumiación,  Los Pincén nos exige una lectura enrevesada, de idas y vueltas acaso un procedimiento que coincide con una escritura que parece pensada frase a frase sin ninguna improvisación cuyos matices s se esculpen con técnica.

 

Sentido, decía que  vamos armando con el ojo en una lectura abductiva, podemos dar por cierto un fondo, aunque lo que se arma desde ese fondo materialmente corroborable empieza a ser un desvío probable, si, una serie de desvíos que nos convencen de que así podrían haber sido las cosas después de todo.

 

Una genealogía india que  sirve para ir abriendo relaciones entre Pincén y los Roca, en este registro particular que abre Jurado Naón en la reescritura, comentario , enmienda a Los Roca y los Shoo de Bebi, ese texto que el nieto lenguaraz le roba o le toma prestado o le plagia  y le oye decir  palabra por palabra  y del que se repetirán con fuerza alucinatoria segmentos en conversaciones seniles y que se van ordenando como una impostura a lo largo del libro como hipótesis y desvíos. Notas al pie de palabras robadas de contexto, contextualizadas, re contextualizadas.

 

Felisa Shoo esposa de Agustín Roca  dormía en su estancia cuando un malón al mando de Vicente Pincén casi se la lleva cautiva. Ese episodio le deja una afección cardíaca, Felisa Shoo, sin embargo, pudo haber sido secuestrada, como otras que sí lo fueron, una biografía hipotética que nos entretuvo insufriblemente con la fuerza centrípeta de una escritura envolvente  y aditiva sin puntos, literalmente, una extensa oración con acontecimientos posibles que se extiende tres páginas y que de alguna manera, tangencial y burlona, exhibirían el miedo, el gran miedo del tío abuelo Roca de quedar del otro lado de la frontera, fuera de casa, allá lejos en la intemperie sin la luz dorada de los candelabros y el tapiz antiguo en los pies y de lo que ese casi cautiva  que retardaría el traqueteado corazón de Felisa hubiera supuesto para la parentela bien. Procedimiento que se replica en el final del libro  pero en el siglo XX, cronología de las acciones probables.

 

Emilio Jurado Naón juega con la memoria familiar y al completar en un registro potencial  las opciones que la escritura del pariente obturada por la propia posición social, las posibilidades que la  historia fáctica no arrojó, las posibilidades que la propia imaginación demencial permiten postular hace estallar el referente, nos enrostra que la historia  es, sobre todo, relato. 

 

“Los Pincén representan tres escalones descendentes de una historia de salvajes.” Escribe , el tío abuelo, Carlos A. Roca, y Emilio Jurado Naón se lo imagina mientras escribe con la ansiedad de subir la escalera pisando aquellos tres escalones, cada escalón una cabeza de indio.

 

No se trata de negar la referencialidad de los hechos para dejar todo en el limbo de la especulación del lenguaje sino subrayar que a la hora de escribir, se sabe, sabemos, los acontecimientos pasan por un tamiz y esa modulación es una manera de entenderlos, de ofrecerlos a los otros. Cito: “Representar es realizar una interpretación e interpretar se vuelve un acto de representación.” (p. 72) También Ricoeur sumó un aporte a la discusión sobre el discurso historiográfico y ahí aparece lo de la manipulación de los documentos, eso del archivo al que se hace hablar.

 

En cualquier caso, de eso se trata Los Pincén, ¿no es cierto? Un artefacto curioso que deliberadamente explora diversas estrategias para mostrar el envés del relato cronológico,, para hacer polvo el documento, para jugar con la enunciación ajena, ideológicamente marcada, desmarcándola con una nueva enunciación. 

 

Leemos en la página inicial: “el odio es debería ser combustible”. Podríamos seguir jugando con las asociaciones paradigmáticas a la que prestan las palabras así combinadas, odio como  deseo que lubrica los intersticios de los discursos pacatos, ideológicamente tramposos y enmascarados tras la pose objetiva y neutral,

 

El odio deseante y explosivo que recorre una escritura  llena de humo radas para hacerse leve, eterna y opaca. 

 

El gesto es revolver el cajón de las medias del tío abuelo disfónico, de las joyitas heredadas, de la opulencia complicada de ese apellido que se abraza como deleitable al mismo tiempo que se reconoce como criminal. Qué voz propia se modula, se posiciona, digamos, en el conjunto de esos puntos de partida, cada nombre elegido supone una forma de reimprimir al referente.

 

Charqui o charque, carne sometida a un largo proceso de deshidratación para ser un comestible duradero, una analogía con la escritura,  desnaturalización de la lengua, extrañamiento..  Una disquisición, digresión, diatriba contra, cito: “Una prosa pobre o devaluada que apareció bajo la hipótesis de la sinceridad y contra la hipocresía”

 

Deleitarse, entonces, con las frases que escribió tío Bebi, fuera de la prosa historicista, es también una posición no hipócrita. Abrazar el cuento del pasado que llega de las mujeres de la familia, como las nanas infantiles entrañables, a la vez que terroríficas, nanas del pasado familiar cantado por estas señoras que podían despreciar a la chusma misteriosa y a sus lanzas dispuestas a penetrar en el patio, en la alcoba opulenta, en la comodidad del hogar amoroso. Abrazar esas nanas para desafectarlas, quitarles el afecto y mostrar qué dice la voz entrañable de los parientes, oficiar como el lenguaraz Vargas, un traidor sonriente, el allegado a los Roca que sabe la lengua pampa, ese problema de tener un secreto en la lengua, una papa caliente entre los dientes, porque decir y no decir es mucho más que pronunciar una frase, es decidir un destino, desviarlo, hacerle justicia o no.

 

El mestizaje, después de todo, por la sangre compartida y derramada, la sangre que supo pisarse después de descabezar salvajes, mestizaje por usurpación material de tierras, de nombres, el mestizaje, ese cruce entre fronteras territoriales, étnicas, lingüísticas  es el gran tema de Los Pincen.

 

En “Consejo y Confidencia”, Mansilla elige un epígrafe que menciona al primer naturalista que hizo avances en la anatomía comparada y dice : “Cuvier ha podido reconstruir todo un mundo de animales fósiles mediante algunos huesos y dientes. Pero con algunas ideas y frases apenas se puede bosquejar imperfectamente un carácter.”   Una charla en la que Mansilla,  discurre, alrededor de cuatro párrafos, acerca de las correspondencias entre la obra y su autor.

 

Para Mansilla memorias, autobiografías, retratos, reportajes serían géneros de interés, confesiones públicas de sus autores aunque no necesariamente un aporte al conocimiento humano.  Las afirmaciones, claro, empiezan a enrarecerse, a salirse de la recta, bifurcar la pregunta inicial o por lo menos de la invitación del título que no termina de resolverse del todo sino que da paso a un ejercicio   un poco egotista en el que el autor nos  da una clase acerca de la necesidad que tuvo de ser sincero, de mostrarse tal cual es y ofrece un semblante medio delirante acerca de sí mismo al punto de afirmar que es un violento, tan violento que podría descender a uno de los escabrosos embudos de Dante aunque con un consuelo: no haber sido hipócrita sobre la tierra. Pese al didactismo y a ese juego indagatorio sobre su persona que rápidamente nos preguntamos hacia dónde va, el ejercicio es bastante entretenido.

 

Algo de ese ejercicio egotista al que no le podemos creer del todo explota en Charque, en lo que tiene de diagnóstico de época, de indagación sobre la propia lengua y la historia familiar. Anatomista de los cadáveres familiares, los huesos del árbol genealógico se van poniendo de pie en una versión fantástica e  incorroborable de la historia de los Roca y los Shoo.

 

Cuvier con algunos dientes y huesos erigió la hipótesis de una civilización animal demencial, inmensa, ¿bastan algunas frases e ideas para reconstruir un carácter? La carne que le falta a los huesos de la parentela nuclear  despunta en  un documento escrito del tío abuelo Bebi compuesto a su vez  de las historias oídas por Papá Marcos, por  todas las disquisiciones que Bebi, Papá Marcos, las tías y los menos famosos de la familia grande van armando en torno a las andanzas de los Roca hasta llegar a un Pincén siglo XX, carne que ahora Emilio, un carroñero profesional, vivisecciona , rellena y coce como un matambre tremendo y sazonado. 

 

No es discreto. No es amable. No es tierno. No se lee rápido. No se lee de un tirón. 

No pide lectores amistosos. ¿Qué relación se tensa entre la cultura, el negocio de lo cultural, la enunciación de una época, las  políticas de la amistad literaria en este libro que coquetea con las contradicciones?

 

Volver en el final sobre el aviso de comienzo del libro  que firma el autor y que hace al montaje atado con alambre de eso que él confiesa haber estirado y que con alambre atado, un alambre que en “Charque” se hace púa nos hace pensar en una deliberada apuesta por la por exhibir un posicionamiento que arde, que va saltando como si el piso se hiciera de lava que no quiere escribir sobre indios porque no es indio porque no hace hablar lo que no es y porque en eso hay una genuina voluntad de no violentar una traducción. 

 

Hay sí un regodeo, obsceno y juguetón en torno a la lengua del enemigo, digamos, la lengua que en el propio seno familiar ha sostenido las historias en torno a la Familia Grande y que es la propia lengua que se ama y se fisura, se puebla de llagas, se hace doler. Este libro en el que Emilio Jurado Naón investiga su lengua, la somete a una vivisección voluntaria, la despelleja, la ve de atrás para desandar un carácter, una voz que no busca en los bordes de la  verdad, que no tiene miedo a recorrer la sombra del relato, incluso ridiculizarse, crecer egóticamente hasta parecer invencible, derrapar. Ese gesto, exhibir en los reveses de la lengua la sombra de la historia con y sin mayúscula conjura, con alambre, el cinismo de la cultura  y de nuestra época.

16.11.22

Entrevista a Mariela Coronel Silva, por Isaac Castro

 

 

 

“La realidad no es más que un manto para empezar a bordar las historias”

 

Entrevista a Mariela Coronel Silva, quien presenta su primer libro de cuentos, Cornish Rex.  La escritora nos habla acerca de sus inicios, el estilo de su propuesta y cuáles son las sensaciones que experimenta ante este ansiado lanzamiento.

 

 

“Creo que siempre quise escribir. A los 12 años hacía poesías muy cursis que dedicaba a los integrantes de una boysband llamada Take That. Todavía tengo ese cuadernillo y es el primer registro de creaciones literarias. Yo no vengo de una familia de intelectuales. Mi papá y mamá son laburantes pobres que vinieron de Paraguay. Pero mi abuela era de contar historias a la hora de dormir. Todas de terror. Si no era sobre seres y leyendas de la mitología guaraní, eran de la biblia, y ambas me daban pesadillas”, relata Mariela Coronel Silva -lectora empedernida, cinéfila, hacedora de cuadernos artesanales, madre y esposa-, que se encuentra próxima a presentar Cornish Rex. Editado por Astronauta Ruso, este libro reúne una docena de relatos que se reparten entre un realismo asombroso y cierto costumbrismo perturbador que tienen como tema recurrente los vínculos familiares.

 

 

¿Y cómo continúa tu recorrido literario?

 

 A los catorce años empecé a hacer relatos que eran justamente de terror. Era una edad en la que solo leía historias de miedo y de ciencia ficción. Y a los 17 fui a mi primer taller de escritura creativa. Después ya entré a Puán para hacer Letras. Me acuerdo de que fue el profesor de este taller el que me dijo que, si quería escribir en serio, debía ir a Filosofía y no a Letras. Mientras cursé solo escribí monografías, seguía haciendo algún que otro cuento y empezando a enviar a suplementos culturales y concursos literarios. Tuve alguna que otra publicación en revistas de barrio por esos años, entre el 2007 y el 2011. Escribí también para blogs de reseñas y críticas de cine. Fui a talleres del Centro Cultural Rojas. Y en el 2019, leyendo a Virginia Feinmann, la empecé a seguir en facebook y un día me enteré de que iba a dar taller. Ella dijo que fui la primera que me contacté. Y fue en su taller que me terminé de encontrar como escritora. El año pasado participé en los mundiales de Santiago Llach para entretenerme, y debo ser hija del rigor porque me benefició la exigencia de su propuesta. Lo disfruté mucho. Se me destapó algo que todavía no puedo creer que haya salido a la luz.

 

Escribís ficción, ¿cuáles son los materiales con los que trabaja tu narrativa?

 

Yo me agarro del recuerdo para la mayoría de mis relatos. Estos recuerdos no son reales en su totalidad, tienen mucha manipulación. Son completamente selectivos y editables. Yo los uso como disparadores en muchas historias. Después se mueve solo hasta terminar en cuento. También uso a la memoria para los detalles y objetos. Para mí, la memoria es la que se mete en el recuerdo para que pueda salir de mi cabeza y explotar en el papel. Los recuerdos no siempre son propios. Soy una buena oyente de las anécdotas de otras personas. Soy mejor llevándomelas. También escribo desde la observación de esas pequeñas historias que hay en la ciudad, en mi barrio. Yo no viajé mucho, todo lo que consumo para hacer un cuento tiene que estar a mi alrededor.

 

 

¿Qué incidencia tiene la realidad en tu tarea de escritora?

 

La realidad tiene que ser parte de lo que escribo. No hago bioficción. Puede que muchos personajes sean una especie de caricatura de personas que conocí o que fueron parte de mi vida. Mis influencias del realismo mágico se notan en muchos cuentos. El terror se mete, aunque no quiera, aunque sea en una frase, aparece. Yo escribo en primera persona muchas veces eso puede prestarse a confusión, pero la realidad no es más que un manto para empezar a bordar las historias. Si la pregunta es si algunos de estos cuentos sucedieron en su totalidad, tengo que decir que no.

 

¿Existe algún rasgo común entre los cuentos que, finalmente, integraron la edición?

 

A primera vista no. Pero capaz esto que mencioné antes. El recuerdo. Muchos cuentos hablan desde la niñez o desde la adolescencia. El rasgo en común que yo le veo son las relaciones humanas simples: Familia, hijos, amores de verano, exparejas.

 

¿De qué manera seleccionaste los textos?

 

Son los que más me gustaron. Dejé afuera algunos que consideré muy oscuros. Pero no pensé mucho, la verdad. En el orden de cómo aparecen, sí. Quise manejar los climas de cada relato. Los más tensos y dramáticos los fui intercalando en los relajados y tiernos para dar aire al lector o lectora que gusta leer sin saltear cuentos, del primero al último.

 

¿Cómo fue el proceso creativo de Cornish Rex?

 

Algunos salieron del taller de Virginia. Fui corrigiéndolos, se los mostré a gente amiga y que considero que saben leer para que me hagan devoluciones y volví a corregir lo necesario. El resto fueron creados en el Mundial de escritura y también tuve que corregirlos, pedir opiniones, volver a corregirlos. Igualmente, más que dos o tres correcciones no hago. Si un cuento necesita mucha confección, lo abandono. Cuando va a salir, casi la totalidad del cuento sale en el primer borrador.

 

¿Qué expectativa te genera el hecho de publicar?

 

Estoy en un estado casi ausente. Un poco como en esos sueños en los que sabés que estás soñando. Son todas las sensaciones cliché, si se quiere. Tengo mucha alegría, pero el vértigo de que esté sucediendo me deja más callada de lo común. Estoy ansiosa por ver el libro en las librerías. Quiero relajarme y vivir como tiene que ser, un poco el momento del postre, pero mi personalidad tampoco me lo va a permitir.

 

¿Con qué se van a encontrar los lectores?

 

Supongo que van a leer historias con mucha nostalgia. Muchas historias salen de mis recuerdos como hija de inmigrantes paraguayos que vivió durante el menemismo. Otras van a tener un acento porteño inevitable, personajes y calles de la ciudad en la que nací y crecí. Creo que será fácil meterse dentro de ellas.

 

 

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Mariela Coronel Silva nació en Buenos Aires en 1984. Estudió Letras en la UBA y fue integrante de varios talleres de escritura, entre ellos los de Virginia Feinmann. Textos suyos fueron publicados en diferentes revistas culturales. Es prejuiciosa, adora los gatos, la cerveza y las películas clase B. Jamás se mudaría al campo para llevar una vida neo sustentable. En su adolescencia, vio a Fun People unas 14 veces de las cuales 11 fueron en Cemento.

 

 

En Cornish Rex, Mariela Coronel Silva despliega con oficio lo más puro y descarnado que tiene el arte de narrar: dar cuenta de aquellos pequeños mundos que solo son posibles dentro del lenguaje. Si las experiencias muchas veces no caben en aquello que permiten las palabras, en estos relatos sucede lo contrario. Las situaciones cotidianas, los breves acontecimientos que ocurren a cada instante se vuelven verdaderos a fuerza de oraciones precisas y frases certeras. Y con ese pulso narrativo, estas historias logran un nivel de verosimilitud capaz de conmovernos e inquietarnos por partes iguales. En ellas, con un sobrado estilo propio, los recuerdos, la familia y la amistad se convierten en el escenario de frescas postales en las que todos podemos vernos reflejados.