“Teatro
de guerra”: “Una porción de espacio tal en la que prevalece la guerra y tiene
sus límites protegidos, de modo que posee un tipo de independencia. Esta
protección puede consistir en una fortaleza, o en importantes obstáculos
naturales presentados por el país, o incluso en la distancia que lo separa del
resto del espacio comprometido en la guerra, si esta es importante. Una porción
tal no es solo una mera parte de la totalidad, sino una pequeña totalidad
completa en sí misma.” (Clausewitz).
“Luchamos como ‘salvajes’, no como organizados,
contra un viejo poder organizado”
(Franz Marc en “Los salvajes de Alemania”).
Luis Thonis no
era un profesional de la escritura, en el sentido en que Muray dice que hay
vanguardistas profesionales, polemistas profesionales, intelectuales,
discutidores profesionales, profesores y escritores profesionales. Profesional
es lo contrario de guerrero, es lo opuesto a un cuerpo. Luis era un guerrero,
había elegido muy explícitamente esa figura.
Luis leía,
arremetía y escribía. Un hombre excesivo para estos tiempos. Nacido en un mundo
que fue asordinando las discusiones reales, su grito en el desierto ofuscaba[1]. Luis no tenía miedo
cuando hoy se dice temer a la violencia que en realidad es diferencia,
distancia, ética incluso; la no correspondencia que un tipo como Luis Thonis
recibía se debía al recelo, a la limitación de los espacios y de los críticos,
a la falta de lectura. Y cuando vivimos con el miedo a la marginalidad inevitable
del escritor la voz que dice y discute es doblemente condenada y mal vista.
Hugo Savino alguna vez afirmó que “intervenir es un arte de la delicadeza”,
Luis lo sabía y escribió: “Parece un lujo carecer de identidad en una ciudad en la que no estoy
expulsado, soy considerado una suerte de cómplice de un estafador, o,
peor, un idiota útil. Me empeño vanamente en el trabajo de volverme
anónimo. Es imposible. El vecino me niega ese derecho radical…”
Luis hacía
sus propias revistas de un solo número. Luis escribió poesía y prosa múltiple. Luis
pasó muchas épocas en Argentina –si no confundo él contaba de una noche en que
la policía de los 70 persiguió alternativamente a Osvaldo Lamborghini, a
Perlongher y a él, siempre su presencia y su obra confirmarán que “la crítica
(verdadera) es incómoda por naturaleza y tiende a producir incomodidad” –como
dice Panesi, quien alguna vez pensó como ensayos
enloquecidos a los de Luis Thonis[2].
Lo primero que admiré de Thonis
fueron sus “sonetos a Shakespeare”, escritos geniales de su primer libro que me
capturaron para siempre porque encontré que él podía ir y venir por las formas
como si fueran aire propio. Mucho después su ensayo sobre Giacometti/Genet, la
increíble lectura que es “La vigilia de las
estatuas”, me devolvió esa gran perfección que tenía. Luis Thonis tuvo sus géneros, sus
formas, sus ademanes y sus postulaciones, su enorme y rápida inteligencia le
permitía nombrar sin atenerse a lo esperado, a lo remanido, al campo arado –como suelo decir[3].
Era
extremadamente riguroso y reconocía de lejos a los sofistas que nos rodean.
Mientras casi todos cantan una pajera y tenaz melodía, él inventaba, seguía pensando
en literatura e historia como guerras, revolviendo verdades y mitos entre los
enemigos que hoy borrosos, ubicuos, omnipresentes y casi inasibles nos rodean.
Luis era imprevisible y seguidor como perro de sulky –hubieran dicho mis
abuelos, no controlaba pero siempre armaba un litigio en este mundo dormido, de
zombis o “pelotudos
atómicos” –como lo llamaba, según el registro que teníamos en
los 80. En Cuerpos inéditos escribió:
“Quien haya pasado los cuarenta años
no debería escribir más. Ese supuesto apogeo, descubierto por timoratos, nos ha
parecido mortífero, especialmente en su caso ya que en los escritores la
sensibilidad, que no sabe andar en puntas de pies, suele rastrear siempre lo
mismo, hablamos aquí más como amigos del Autor que como lectores o críticos de
la misma obra que somos, haciendo cuerpo con ella, en un final que es comienzo”.
Afirmación que desenvuelve sujetos o cuerpos ocultos, inéditos, contrasentidos,
biografía y desveladas ironías en un registro que se acerca al modo dramático
de El pueblo está más seguro que hoy
presentamos[4]. Un autor siempre es autor
de una sola obra.
No soy yo, justamente, la mejor lectora de la
obra de Thonis pero sí soy lectora de otra
literatura –como llamé a fines de los 90 a su obra[5], otra literatura: la que cree que la literatura es guerra. Esa otra
literatura es un animado golpe en esta sociedad literaria profesional, vacuna,
que en la espuma de los días rumia solo una escritura banal de cuento para
dormir la siesta perpetua mientras otra serie literaria, arrumbada, inédita,
fue y vino muchas veces dejando la vida en eso.
Esta otra literatura, esa otra tradición,
atrozmente lúcida, donde los nombres de la historia argentina no se olvidan al
mismo tiempo que también –como escribió Luis- “leer la propia letra genera incertidumbre,
pero es arduamente ilegible reconocerse en ella”.
Luis
Thonis pertenece a una tradición letrada y, a la vez, oral, perorante, la de
Macedonio a quien él alguna vez definió como “está
en contra del autor porque es autor de un personaje, que se revela comediante
de su propio ideal” y separó apropiadamente del rapaz Borges. Una tradición de escritura también
lírica que como en “Santidades”, poema de Cuerpos
inéditos, en su imperturbable conciencia trágica, define así: “Se puede tener
en cuenta / cierto estado de excepción / que tiende a ser permanente / y ante
la inminencia de la carnicería / hablar y escribir / de modo que los cuerpos /
no hagan caso omiso / de la división que los trabaja / sean solamente cuerpos /
y emprendan con plena suficiencia / su reeditada marcha / a los nuevos
mataderos”. En Luis Thonis hay una extrema conciencia de esa tradición
literaria.
En “Aquiles
a las cuatro” irrumpe escribiendo: “Demasiado sé que los mortales hablan / y
los dioses ya callaron... es casi imposible / hablarle de amor a quien se ama”
o ”con esos recursos de poeta / pierdo la línea / me es en mucho necesario /
que el razonamiento tenga cuerpo de teorema / hábito mediante ellos/ no se
cansan de repetirme / que soy ficción...” o “me han dicho que orinar mucho / es
signo de gran lucidez mental / hago mi chorreante tributo / a una omnipresente
diosa de Rencor”. Última línea que recuerda un retazo de La gran salina de Ricardo Zelarayán,
otro gritón perorante.
Pero mi memoria guarda tenaz de Cuerpos
inéditos “A tres sonetos de
Shakespeare”, relato o ensayo donde el camino que hace la escritura es un
encuentro luminoso, un caerse perfecto porque no se ve el salto. Thonis en toda
su obra unirá motivos y sentidos sin término alguno: historia y lengua, relato
como narración de las acciones y escritura, novela y ensayo o alucinación y
existencia poética armando un difícil continuo. Difícil para este mundo que
perdió literatura. Así es “Terminal”: largos pasajes entre Shakespeare-mujer
amada aunados en frases crueles, justas y hermosas porque –dice allí- “no hay
un antes ni un después cronológico en su universal intersección”.
Manera
analítica feroz que fermenta y desequilibra toda lectura que se proponga y
detenga en algún punto aislado de ese recorrido instantáneo. Filosofía o saber
o conciencia vertical del decir en la totalidad de su letra porque cada
sintagma, cada fraseo aloja, veloz y en primer plano, la sabiduría literaria de
todo lo que leyó y recuerda.
Así puede permitirse crónicas de serpenteante
cronología, como “Fábulas vedadas” donde afirma: “la de las emanaciones de un
continente que conoce a la crónica como un modo de apaciguar la extensión” y de
ese modo desanda el desierto americano tan mal escrito hoy con inauditos y extravagantes
pero verosímiles personajes como ¡el piojo y la chinche! Thonis sabe de
enhebrarse en la gran literatura argentina, en alguna primitiva versión de
“Viento agrio”, relato que alguna vez pensó dentro de la serie El vuelo del narrador, un enfermo
Mansilla, residente ya en Europa, recuerda, no importa si por escrito o no, su
empañada hazaña con los indios. El atildado pero decaído prócer literario es
ese buen realista que entre malón estatal y excursión de autor parece ya saber
la teoría invertida del desierto helado de Aira diciendo: “Estoy seguro de que
mi enfermedad no es la tuberculosis sino la contracara de una salud pampeana
donde mi rostro era abofeteado por el viento: no soy baqueano ni científico
para poder explicar esa erosión de vida que nos hacía mejores en estos
lugares”. Thonis, siempre, con desaforados personajes-escribas, tiende un
precioso puente con autores abandonados como Holmberg y si puedo pensarlo,
además, en la serie de Martínez Estrada y Murena es porque ley y creencia, saber
bíblico (los recurrentes vasos rotos o la vasija en pedazos,
el poema “Baruch persevera” de su primer libro), fábulas cristianas y los clásicos se combinan sin tregua
en un presente catastrófico y campean en su obra de modo hoy desacostumbrado[6]:
hoy lo desacostumbrado es la literatura.
Su
escritura es por momentos aforística, incrustante de singulares e intempestivos
“tu”, donde algunos comienzos dicen teorías[7]
y sus motivos pueden componer fórmulas últimas: el desastre del mundo, la
santidad, la conquista de América, la mujer largamente perseguida, la historia
política argentina; son “los dogmas rígidos en su frescura” -como justo los
nombra en Cuerpos inéditos en el constante y cruel
retorcimiento de su excesiva conciencia.
Luis iba por aires libres, su pensamiento
tenía el piso de sus lecturas pero el donaire de su intrépida cabeza, de su
seguro pensamiento. Luis apisonaba saber sobre saber como en “Mosaico para una
reedición inédita” aunque dirá también que lo que hay es “la soberbia en la
falsa y recelosa humildad” (“A tres sonetos de Shakespeare”).
Su obra deja oír una risa aún encantada porque en ella se entiende cierto humor,
se percibe algo de parodia, Luis pudo anotar en Cuerpos inéditos que “algunas órdenes pescan con
redes, otras con cañas” y que “la cronología no entra en la escuela, rebota
contra el convento”. Y, encima de eso, aparece en su escritura una amasada gota
biográfica que conmueve su cielo y hace de sus libros prismas exasperados con
Irlandas y Orientes (“Anales de Sei Shonagon” y “Conjetura irlandesa” entre sus
poesías): diría que son los libros barrocos de
un singular Lezama que escribe en Buenos Aires –como pensé hace más de 20
años. Y todo esto replica, tintinea nuevamente, en la obra que hoy presentamos.
Luis Thonis, interlocutor de Osvaldo
Lamborghini, de Perlongher, de Savino, siempre irá mezclando, como en el último
poema que da nombre a todo ese primer libro, “modos de mentar lo nuevo /
dejando todo cuerpo inédito / para lavativa en reclusión” porque su obra vuelve
al encuentro de amor y fantasía, de historia y política, de literatura que retorna
al enigma y al rito de escribir siempre explícitos. Retazos de ella son: “no
seas familiar, estrella, no seré vehemente” o “Se puede tropezar con algo peor
/ con enterados que imitaron su plétora” o “Conozco la mentalidad / de aquellos
que hablan bien de lo que detestan / y critican lo que les gusta / por eso
lamento que hayan leído mi libro” o “las únicas gracias que damos... es cuando
no hallamos el modo de expresarlas”.
Hoy
presentamos El pueblo está más seguro (Ascasubi, 2018), una
pieza del mejor realista, allí escribe: “Tengo una navaja con la cual me corto
los callos que me salen de mis hábitos de paseante sin bulevares. Sin esa
melancolía no puede haber poesía”.
El pueblo está más seguro sabe que es
farsa, tramoya social, intelectual, risa y verdad. Un personaje, Plácido, dice:
“Tengo mis dudas. Simpatizo con una elite medianamente civilizada, que imaginé
en el mangrullo de mi infancia, entre dos palmeras erguidas. A mi poeta
predilecto le gustaba echar pestes contra la lámpara de gas pero no usaba
velas. Me aburren los progresistas esquemáticos (…) que quieren igualarlo todo.
Creo que cada pueblo tiene el comisario que se merece y en éste las reses se
asan a un fuego demasiado lento. En el fondo, soy un aristócrata. Norma Regules
(se toma la cabeza, escandalizada, pero al mirarlo le gana la emoción): Qué
hombre maravilloso. Esas provocaciones tan sutiles me excitan más que los
discursos revolucionarios”.
Luis Thonis-dandi
guerrero, como quiso pensarse, igual que su personaje Plácido, sabe que sus
únicas armas son sus libros y también como Bataglia, otro personaje de esta
plaqueta, entiende que sus “dichos encantan damas” aunque rápido retruca el autor:
“Bataglia espanta ánimas”.
No soy la
mejor lectora de la obra de Luis Thonis, tampoco me gusta el teatro salvo
alguno, donde rumbo a peor la cosa
parece hablar de nosotros. Eso pasa en el de Beckett, en el de Jane Bowles, en
el de Copi, en el de Milita Molina. El pueblo está más seguro pertenece a la
rara tradición contemporánea argentina de Los
Sospechados de Milita Molina, en la devastadora escena de una sociedad de
máscaras donde la escoria cultural compone el pensamiento oficial. En estos
libros todo está dicho pero pocos quieren leerlo, con Savino pensamos a veces
que nadie quiere reconocerse y en ellos ¡estamos casi todos!
Luis Thonis retrata progresismos que matan, monos
con navaja que sufrimos muchos, pueblos que aman a sus dictadores, filósofos portátiles -para decirlo con
el libro de Milita, poetas que se ganan la vida como policías. Y, a la manera
de Kafka, la acción está en “El pueblo más cercano”, el de los cielitos
patrióticos –escribe Luis mezclándolo todo pero siendo más claro que el agua.
Luis retrata lo que tenemos al lado, escritores
conciliadores, políticas económicas mortíferas, teorías salvíficas, mujeres que
quieren ser encantadas mientras hacen negocios literarios, la repetida historia
argentina de denuncias, coimas, buenas intenciones y escritores profesionales o
funcionarios.
LuisThonis-guerrero es uno de esos genios
insoportables que siguen hablando cuando todos acuerdan que lo mejor es callar.
Luis seguía leyendo y pensando, y el que sigue fuera del rebaño nunca es bien
visto. Secreto claro, valga la imagen
que me lleva a Murena, a ese realismo inesperado, fatal y abierto que puede
incluso con la risa que esos mismos devaneos traen.
La literatura-otra,
realista, de Luis Thonis, ajustada,
anacrónica a la berreta que hoy circula que debiera llamarse cualquier cosa –como dice Christian Ferrer,
es una obra casi desatinada, plegada y entendida en subjetividades muy fuertes
y únicas; literatura extraña, brillante, sabia, que marcó que la vanguardia era
un negocio[8]
y que la historia literaria una
guerra de sensibilidades.
Literatura como guerra de amor es la obra de
Luis Thonis porque como él bien dijo: “Los grandes escritores no son
sentimentales: son hipersensibles”.
Thonis
supo que el compromiso, la moral que adoptó en general nuestra crítica y
nuestra literatura triunfante, a la que luego siguió la vacua forma posmoderna
que no termina, eran cosas muertas y no la verdadera ética, la verdadera guerra
que él fue el primero en ver en nuestra pampa como el Gulag. Eso es
imperdonable, lo sé bien.
Luis
leyó y gritó la genialidad de Néstor Sánchez, de Di Benedetto, de Arenas.
Luis escribió que “Clausewitz
no sin un toque de ironía
enseña que el que declara la guerra no es el que la inicia sino el que decide repeler
la agresión”. Y voy a repetir lo que
dije en el retrato que escribí para su homenaje a comienzos de este año, voy a
repetir lo que Luis Thonis dijo de Osvaldo Lamborghini: “Carecía,
hay que decirlo, de los celos de la peor especie: los que le envidian a uno su
relación
con la verdad.”
[1] En “El pueblo está
más seguro” dice un personaje-escritor: “Charlie: Es que vos siempre discutís
todo. No hay que ponerse en contra de la corriente. Si no dejás títere con
cabeza no podés quejarte. Yo busco la conciliación”.
[2] Dirá Luis Thonis, en
alguna versión de su libro sobre O. Lamborghini inédito, que Jorge Panesi, en un reportaje
donde le preguntan sobre la lectura, defiende la crítica del valor que se abre con
la literatura de Borges y lo cita como un lector excéntrico: “Tal vez la única crítica que yo recuerde como
enloquecida es la de Luis Thonis, una crítica que resulta muchas veces
deslumbrante, arriesgada en sus gustos, en sus falacias ideológicas.” Y Luis Thonis comenta
que “habla de falacias ideológicas de mi parte porque tiene
en cuenta la reacción
de un público
cautivo por décadas
de cultura castrotercermunista que son obstáculos insalvables para pensar
algo... Las “falacias ideológicas” de las que habla Jorge Panesi tienen que ver con que
no soy ni populista y nunca adherí al marxismo leninismo
castrotercermundista, desde los ochenta quise que mis contemporáneos leyeran a Carlos Franqui
y Reynaldo Arenas. La condición para que sucediera algo nuevo en el país era un corte crítico con el utopismo de los
sesenta y setenta que reproducen la estructura de un duelo crónico.” Luego continúa: “El único que sintonizaba conmigo era Hugo Savino: era el
único
que había leído
a Simon Leys que mostraba la “lectura” que Barthes podía tener de la China maoísta, hecha a la medida de los
consumidores contestatarios (…). Savino por mucho tiempo fue intratable para la
vanguardia tercermundista, maoísta, sartreana que hoy ha culminando en la producción de vergüenza ajena, terminó siendo kirchnerista y chavista
(…) Osvaldo optó por el disfraz: se decía “marxista” cuando era anticomunista y se
llamó “homosexual” cuando era inequívocamente un puritano impuro de tan
duro…”
[3] En Cuerpos inéditos (1995) leemos: ”Había cosas que no
toleraban nombre”, como el amor, como el error de escribir... donde a la vez
que se supone dicha imposibilidad, se da comienzo a un trabajado enigma nominal
que recorre todos los ensayos y condensados relatos de este libro.
[4] Donde escribe: “Es
la primera vez que me entrevistan como poeta. Sabía que este día iba a llegar.
Cuando era chico le tenía miedo a la oscuridad... alguna vez alguien dijo que
si el miedo del niño se debe a la oscuridad o a los cuentos de las niñeras. Bueno,
yo no tenía niñera. Era un chico solitario que miraba el cielo... de ahí debe
venir mi pasión, bien nacional por otra parte, por los cielitos. Usted tiene
que entenderme porque vestida de celeste y blanco…”
[5] Laura Estrin,
“Literatura argentina, otra literatura” (Acerca de Cuerpos inéditos y otros textos de Luis Thonis), Rev.
Universidad Austral, “Semiosis Ilimitada” N°1- “El otro”, 2002.-
[6] Dice Thonis: “Murena resultaba ilegible: hería los mitos argentinos, no era
marxista leninista, populista ni adhería a los liberales que
justificaban dictaduras. Sus lecturas de la religión lo alejaban de las
vanguardias en su mayoría
alienadas, a excepción
del dadaísmo,
a la Kultur y en contra de la civilización…” (Versión inédita
de Un guante para O. Lamborghini).
[7] Diversos aunque
extremos, algunos de sus cuentos como “Exculpación del museo” o “Xirden” son
Kafka y un poco Deleuze, por su intensa inmovilidad –el primer caso pertenece
a Cuerpos inéditos y el segundo a una versión perdida de El
vuelo del narrador en la perspectiva de entrar en una ciudad muerta, única
para el que espera pero a la que se llega siempre a destiempo. Además, es, ya
por el elaborado género policial, ya por la denunciante retórica, un poco
borgeano. Igualmente, en “Hombres del nido” (Cuerpos inéditos) un enigma
como una lucha, es un perfil-Borges que podemos entrever en, por ejemplo: “Los
hombres del Nido... no eran sino una de las expresiones encarnadas de aquello
mismo que combatían y fue de mucha ayuda la presencia de ese intruso, ahora
llamado huésped... sus hombres decidieron tácitamente hacer silencio por
siempre en esa noche que fue su mayor proeza”.
[8] “A poco de conocida, la
vanguardia comenzaba a aburrirme. Nadie quería pelear en serio, era un
mundo distinto al que había
conocido en los años de plomo. No hay cosa peor que dejar los combates a medio
terminar: la literatura estaba en otra parte y prematuramente yo había escrito sobre Murena, Néstor
Sánchez, Cerretani y Di
Benedetto demostrando que con las teorías de Ricardo Piglia era
imposible leerlos” (Thonis en una versión del inédito sobre Osvaldo
Lamborghini).