Sobre Genios pobres, de Claudio Iglesias (Mansalva, 2018)
Genios pobres, de
Claudio Iglesias, es un libro que enhebra discursos múltiples donde convergen anécdotas,
reflexiones críticas, descripciones de un ascetismo elocuente y detalles
vitales de alto calibre poético que son, además, una clase sobre escritura.
Quizás lo más asombroso es que la forma y
el contenido están tan conectados que ninguno parece supeditado al nivel del
otro. Al leerlo asistimos a ese milagro de entender una vida porque se supo
contarla. Porque para contar una vida hay que volver contable la vida. Montado
sobre datos biográficos, con una enorme capacidad de fantasía narrativa, con reflexiones
sobre cuadros y la vida moderna.
Genios pobres no es solo un libro sino una puesta en valor de la
escritura como artificio de orfebrería. Sobresale por su sintaxis desafiante y
por la manera en la que están orquestadas sus ocho estampas. Hay descripciones
de cuadros, reconstrucción de tradiciones, evocaciones del escenario urbano y de
sus mutaciones.
Claudio Iglesias arma relatos líricos
sobre la vida de artistas y después de leerlos sentimos la necesidad de
descubrir esas obras. Autores de grupo, escuelas, utopías, nombres periféricos
de la pintura local cuya minusvalía escénica es la clave de su grandeza.
Tóxicos, solitarios, incomprendidos, perdedores, visionarios, obsecuentes de
una sola pasión: expresar una forma propia.
Retratos oblicuos. Mildred Burton
escritora que, de refilón, atraviesa “la dictadura, la democracia, la nueva
figuración, la nueva geometría, la hiperinflación”. Leonor Vassena y sus
maestros Spilimbergo y Fontana, de los que entiende otra cosa que sus consejos.
Carlos Giambiagi y sus sueños “de colores planos”, su amistad con Horacio
Quiroga, sus lecturas de Schowb, sus traducciones y el círculo Malharro. Valentín
Thibon de Libian, soñador despierto de cafés y bodegones, conversador infinito,
observador en los bares. Manuel Musto cocinero. María Laura Schiavoni, “erudita
y despabilada”, lectora voraz, precursora de la divisa “la ingenuidad es
inteligencia”. Enrique Policastro, jubilado, dedicado al arte de manera
exclusiva y a retratar “la malaria del barrio”.
Un clima de época sobrevuela los
medallones: “los hombres se reúnen, beben, sueñan con fundar una escuela o un
club”. Vidas sencillas llenas de matices, complicidades y viajes a Europa. Vidas
de artistas pobres, bohemios, melancólicos, enamorados y amigos de la noche.
Genios sin espacio para desarrollar sus obras. En algún punto son historias
tristes, “como la de todos los pobres” Pero Iglesias lo muestra sin atisbos de
tristeza. Porque su libro habla sobre la pasión del amistad.
A lo largo del libro, también es posible
leer un elogio encubierto a Manuel Peralta Ramos así como una diatriba solapada
contra Jorge Romero Brest y un ajuste de cuentas a la tirria de sus pareceres
advenedizos y al modo en el que sus opiniones fosilizaban consenso de manera
transparente en la época.
Genios
pobres hace serie con otro libro del catálogo de Mansalva, uno de los más
salvajes y singulares de las editoriales argentinas, que ya llegó sus 200
títulos, Vidas epifánicas (2015), de
Gustavo Álvarez Núñez. Son libros que prefiguran la distancia que media entre
lo que una persona pudo hacer y la vida que lo hizo posible, sin separar a las
obras de los artistas, quizá porque nadie puede poner más talento en sus
creaciones del que practicó en su propia vida.