10.5.18

Cubierto, por Denise Koziura Trofa




Pamela fue una muchachita con una adolescencia de pocos sobresaltos, ella había sabido sortear los pesares más profundos sin chistar. Cuando pasó aquello con tío Roberto, por ejemplo, no dijo nada. Supo algún tiempo después que su madre Cristiana supo. Pero como ella, guardó silencio. La familia extendida era el único sostén de ambas mujeres. Así que se dijeron sin decir, mejor callar.
No fue gratuito sin embargo aquel silencio, porque el aura filial se fue ennegreciendo. Tanto que, dados los inexplicables sucesos que se dieron en el entorno familiar, acudieron al cura del barrio para que les bendijera la casa. Más tarde a la bruja. Incluso consultaron a una tarotista, que a todos los parientes le leyó a las manos. Excepto a Pamela.
Los misteriosos acontecimientos se sucedieron hasta la nochebuena, donde todo, por algún motivo energético –también carente de explicación–, se vuelve más intenso.
Concluida la reunión, hecha la limpieza, de la casa de Cristiana faltó un tenedor. Revueltos los cajones, entrada la basura, la mujer se movió veloz hasta la casa de su hermano Roberto. Tocó y se metió dentro sin saludar. Corrió hasta la habitación matrimonial a empujones, y en contra de los pedidos que se le hacían, levantó el colchón.
El avistaje del cubierto los dejó a todos sumidos en un mutis, que fue la antesala de una explosión de gritos.