6.11.15

Las operaciones fallidas, por Daniel Riquelme


Los cuerpos permanecen en sus bolsas transparentes. Los cuerpos embolsados unos sobre otros, apilados en la vereda. Ni del todo muertos ni del todo vivos. Todavía es posible ver a través de las bolsas los estertores de los cuerpos antes de sucumbir. Detrás de los cuerpos apilados en la vereda, pueden verse tras las ventanas y las puertas, las habitaciones donde los cuerpos reposan. Los cuerpos ocupan literas cuyos cubículos solo pueden verse desde el exterior. De allí cada cuerpo es retirado y llevado a la mesa de operaciones. Cada cuerpo es tratado con gran delicadeza y profesionalismo por los especialistas. Cada cuerpo es retirado de su litera donde yace y con palabras de aliento son trasladados a la mesa de operaciones. Una vez que los cuerpos son depositados con dedicación, se los cubre con una sábana blanca impecable. Los profesionales encargados del traslado se retiran. El cuerpo ha quedado inundado por la luz.

Las luces de la mesa de operaciones poseen dispositivos para iluminar cada cuerpo en todo su volumen. La mesa de operaciones es un espacio sin sombras. Cualquier sombra, por ínfima que surgiera, pondría en serios riesgos a las operaciones a realizarse. El cuerpo debidamente puesto en la mesa de operaciones debe ser iluminado en su totalidad. Cuerpo envuelto en luz. Cada pliegue, cada orificio, iluminado. Cada vellosidad, cada protuberancia, iluminada. Cada cavernosidad, cada arteria, iluminada. En el espacio de la mesa de operaciones, la sombra brilla por su ausencia. En el espacio de la mesa de operaciones, la sombra es la verdadera enfermedad a extinguir.

La primera extracción quirúrgica del cuerpo es la sombra. El cuerpo sumergido en la luminosidad carga con su sombra. La sombra inexistente adosada al cuerpo. La sombra es parte del cuerpo. Este diagnóstico justifica con creces la intervención quirúrgica de la luz. Es absolutamente necesario que el cuerpo exude hasta el último resquicio de sombra. Una vez que esto es contabilizado, registrado por tomógrafos especiales que penden del techo, empotrados en las paredes y en el piso de la sala de operaciones, estamos en condiciones de esperar la entrada del anestesista.

El anestesista es el primer cuerpo con nombre. Sin lugar a dudas, el anestesista es el personaje central de las operaciones sobre los cuerpos diagnosticados. Una condición sine qua non para ejercer esta función es que un anestesista nunca, por ningún motivo, interno o externo a su función, haya sido anestesiado. El anestesista debe ignorar absolutamente los efectos sobre sí de la anestesia que aplica. Antes de cada intervención, el anestesista debe ser escaneado hasta cerciorarnos que su cuerpo no registra ninguna partícula de anestesia. Un anestesista anestesiado es una tautología que la mesa de operaciones rechaza de plano. Un anestesista anestesiado es una falla ética con consecuencias inverosímiles. Las contadas veces que esta desgracia tuvo lugar, contadas con los dedos de una mano, la indignación convocó multitudes de cuerpos. Única motivación para la movilización de los cuerpos registrada en la mesa de operaciones. Cada cuerpo tiene asignado por cartilla un anestesista y al respecto, no hay derecho a réplica.

La elección de los anestesistas requiere del ojo clínico. Los anestesistas son elegidos entre los cuerpos capaces de la más estricta abstinencia. Cuerpos que demanden apenas lo necesario. Cuerpos cuya interacción con su medio se reduce al mínimo indispensable. De estos cuerpos con apariencia de subsistir por sí mismos, serán seleccionados los anestesistas. En la escala de los cuerpos, el anestesista tiene un lugar privilegiado, resultado de su profundo ascetismo. El anestesista es la encarnación más acabada del justo medio aristotélico. El sueño, el anhelo de innumerables generaciones de moralistas, alcanzó por fin su realización en el cuerpo presente del anestesista. La veneración por el cuerpo del anestesista no tiene límites aunque sí fundamentos. Se ha registrado en una ocasión el asesinato de un anestesista, quien fue devorado parte por parte, a lo largo de un año bisiesto, por otro cuerpo. Este único caso, luego de ser juzgado y sentenciado a la desaparición, sirvió de escarmiento.

Anestesista es un ser desapasionado. Ninguna pasión debe guiar su proceder. El anestesista no se reproduce. No es necesario prohibirle lo que en tiempos remotos se conoció como comercio sexual, puesto que la abstinencia del cuerpo impide el mecanismo reproductivo. El anestesista se produce. La producción de un anestesista es un acontecimiento cultural. Nadie nace anestesista. De ser así, la simple decodificación genética nos daría la cepa correspondiente para reproducirlo. La producción de un anestesista es anunciado en el Boletín Oficial y es motivo de festejos por parte de los cuerpos, inducidos por diversas anestesias.

La entrada del anestesista a la sala de operaciones es precedida por un silencio solemne. El anestesista es la gran estrella de la sala de operaciones. Las operaciones únicamente sirven para llenar planillas de estadísticas. Si hablamos de arte, el verdadero artista es el anestesista. A él se entregan los cuerpos con la más absoluta confianza. Este ponerse en manos de, posee un nutrido historial clínico. Quedan registros de sociedades reaccionarias que buscaron, a través de subterfugios retóricos y/o dialécticos, equivalentes sucedáneos al anestesista en personajes conocidos como hombres de fe, en ocasiones denominados sacerdotes. Los más progresistas, los han querido ligar a los antiguos médicos. Lo cierto es que ya no existen ni hombres, ni fe, ni médicos. Nombres, títulos, creencias, ciencias, han quedado definitivamente sepultados tras el salto. Tras el salto han sobrevenido los cuerpos. Hoy por hoy, los cuerpos encuentran sus operaciones. Mediante un trámite de una sencillez desconcertante, cada cuerpo tiene acceso a un anestesista asignado por cartilla. Una gota de sangre del cuerpo le alcanza al anestesista para elegir la anestesia adecuada. Gran parte de la eficacia del anestesista se define en esta elección, llevada a cabo bajo condiciones de extrema concentración. El anestesista dispone de una gran variedad de substancias. Para ello, se apoya en la profunda sabiduría de los nosógrafos. El salto nos permitió pasar (nuestro pase civilizatorio) de la sofia antigua a la verdadera sabiduría. Con la nosología hemos llegado a la verdadera transparencia. La tan ansiada transparencia, que supo tener en la antigüedad defensores acérrimos, extraviados creyentes en el decir-todo como progreso humano, algunos tipos particulares de engendros libertarios y anarquistas, solo fue realizada a partir del salto. La nosología ha logrado determinar el mapa administrado de los cuerpos. Cada cuerpo puede ser descompuesto en cada una de sus partes, sistemas, órganos, células, mitocondrias, hormonas, humores, neuronas y demás. La nosología ha logrado derribar el último bastión tras el cual se atrincheraban los ocultistas, reservorio viral de lo mental. Los ocultistas nos corrían con eso del uno por uno. Pero la tienen adentro. La nosografía logró el auténtico uno por uno. Cada cuerpo es único e irrepetible. A cada cuerpo su anestesia. El salto nos permitió dejar atrás tanto la sofía antigua como lo mental. No se confundan. Esto no fue consecuencia de un plan determinado. Hubo un salto. Si hay salto hay acontecimiento. ¿No era lo que esperábamos? ¿Queríamos un mundo nuevo? ¡Esto es nuevo!

El anestesista. Cada cuerpo con su anestesista correspondiente. La anestesia es el acontecimiento. A cada cuerpo su anestesista asignado por cartilla. Cada cuerpo espera la operación en su litera. La operación puede ser exitosa o fallida. Luego de una operación exitosa los cuerpos quedan a disposición. Las operaciones fallidas producen residuos, en general, eliminables. Otra gran parte del arte anestesista reside  en que los cuerpos que producen las operaciones fallidas bajo ningún punto de vista tengan registro de las mismas. La hecatombe, la catástrofe, sería que un cuerpo tuviese algún registro de ser producto de una operación fallida. Una vez pasó. El arte del anestesista es que sean cuales fuesen las consecuencias de cada operación, el cuerpo, no deberá sentir (vivenciar es un término de la antigüedad). No importa qué. El cuerpo no debe sentir nada.

Durante un tiempo, quizás haya sido una temporada estival, quizás carnaval, quisimos denominar el acto del anestesista como aplanamiento. Pudimos situar que se trataba de resabios de hábitos antiguos, peregrinaciones peligrosas hacia un pasado de definiciones ontológicas. Desde entonces, hemos procurado dejar al anestesista por fuera de cualquier definición. El anestesista es un ser en el mundo cuya función requiere una concentración, una solvencia ética que no lo distraiga de su acto, una conquista de sí que le permita acceder cual autopista orgánica a lo incalculable de su hacer. Un cuerpo envuelto en la refulgente luminosidad de la sala de operaciones, sumergido en los vahos refractados de la más pura claridad hasta hoy alcanzada en el cénit del único saber verdadero, es lo más cercano, lo más próximo, la proximidad más íntima que un cuerpo puede tener al origen de su creación. El anestesista cumple así una función suprema, llevando al fundamento fundamental a cada cuerpo. Un límite implacable al dolor. Ni malestar por baja tensión ni por eyaculaciones de alta tensión. Digamos, para que el sentido común no se sienta abochornado: un estabilizador de tensiones. El anestesista sabe qué necesita cada cuerpo para estabilizar sus funciones naturales. Y puesto que hasta la fecha, la naturaleza se ha empeñado en su error, no nos ha quedado otro remedio que corregirla. No hemos utilizado adrede la palabra remedio. Es una palabra antigua que anticipaba nuestro salto. Remedios al alcance de la mano. Hay experiencias que no deben congraciarse rápidamente con el azar. El anestesista es un producto del azar contra el azar mismo. Nunca se ha registrado que de un anestesista nazca, por así decirlo, otro anestesista. Pretender eso sería una falacia ortogenética. El anestesista es un producto del azar, ninguna medida de control influye en su producción, como la de cualquier otro cuerpo, en la sala de operaciones.

Como ya dijimos, a medida que evoluciona (¡qué antigüedad!) el cuerpo, se comenzará a observar si tiene pasta de anestesista. Como ya dijimos, si presenta los signos de abstinencias suficientes y necesarias pasa a proyecto de anestesista. El camino es largo, imposible. Hubo un tiempo perdido en los tiempos de los tiempos que algo denominado humanidad buscó un tipo, un primer tipo, al que denominaron embrión. Selección, cálculo genético. Manipulaciones, a la cacería del azar. Tanto mangrullar frente al dolor de existir… A ningún cuerpo le pesa la formidable reducción a la que hemos arribado, luego del salto. La sala de operaciones es la excelencia más alta  de simplicidad adquirida a partir del refinamiento de la luz. El camino hacia la esencialidad de la luz ha sido la traza paralela a la producción del anestesista. Pero esta simultaneidad, dialéctica en algunos tramos de su vencida historia, acontecimiento en tiempos remotos, se nos ha develado en el opíparo instante de su fortuna. En el evidentísimo deterioro de las masas secas por la objetividad, destellaron agónicas, las hebras de un futuro perfecto.

Las operaciones son ejecutadas en salas perfectamente iluminadas. Los cuerpos, una vez retirados de sus literas, son conducidos a la mesa de operaciones. Cada cuerpo cuenta con un anestesista asignado por cartilla. Ningún azar interviene al respecto. Cada cuerpo tiene derecho a una A.U.A (Asignación Universal de Anestesia). Derecho universal inviolable. Los cuerpos sumergidos en la luz. Cuerpos deshabitados de sombras. El cuerpo específico, sin resabios. Los cuerpos pierden la gravedad terrenal. Los cuerpos esperan en sus literas. Algunos críticos, aún subsisten, han llegado a comparar nuestras operaciones a los antediluvianos criaderos de pollos. Esta práctica consistía en someter a esta especie gallinácea extinguida hace siglos, a un crecimiento desmesurado a base de hormonas, que se demostraron cancerígenas, y a una iluminación artificial obsoleta. Lo que estos críticos, fanáticos de un historizar francamente superado, no han llegado a entender es que la luz que inunda los cuerpos no tiene nada de artificial. No quedan huellas sobre las cuales montar una diferencia entre lo natural y lo artificial. Todavía quedan extractos orgánicos de aquellas batallas que algunos osados calificaron de éticas. Batallas éticas entre defensores de lo natural y las vanguardias remotas de la ciencia. Lo natural es un bello relato, como alguna vez lo fue el progreso. Naturaleza es un arcaísmo que ya no utilizamos. La luz que baña los cuerpos es la única luz posible. Luz que asciende y desciende. Luz que atraviesa y penetra los cuerpos. Los cuerpos sostenidos en la luz. Los cuerpos mismados en la luz. Algunos visionarios hablaron de transparencia. Desconocemos las causas de porqué aquellas visiones llevaban por nombre ensayos y eran utilizados para alcanzar ciertas metas o grados en establecimientos universitarios.
Destellos. Son los que nos llegan del pasado y del futuro. Una excesiva porción de tiempo fue engullida por esta absurda fragmentación. ¿Cómo habrá sido la vida de un cuerpo teniendo que lidiar con un pasado, un presente y un futuro? Tomar la falla como estructura termina siendo el obstáculo más absurdo. Uno tras otro, y el orden endemoniado de las sucesiones. Hormigas arrastrando una tras otra pequeños eslabones de temporalidad, una tras otra recostada en el ensueño palpitante de lo impensado. Escalar el peldaño desbarrancándose. Dicen que en aquel entonces, hasta unos seres inferiores llamados niños se daban cuenta. Pasado, presente, futuro, eso ya no existe. Los tiempos de búsqueda son tortuosos. Dicen que la Edad Media duró milenios. Dicen que inventaron nombres a lo pavote, en la ilusión de la superación. Todo eso nos ha provocado una descomunal arcada.

Cada cuerpo espera en su litera. Es un modo de decir que esperan en sus lugares. Esperan las operaciones en un presente continuo, por así decirlo, como la luz que sostiene los cuerpos. Al fin y al cabo, este ha sido el verdadero acontecimiento. El verdadero, el único que ha merecido de cabo a rabo nominarse acontecimiento, ha sido este: la luz. El acontecimiento de la anestesia y la luz. La anestesia es luz y la luz es anestesia. La anestesia es el envés de la luz. La luz es el envés de la anestesia. La anestesia luz. La luz anestesia. Dislocación del relato bíblico. Realización del verdadero origen: los cuerpos iluminados en su anestesiada realidad. Cuerpos reales: realmente destellados. Cuerpos inmolados por la luz. El acontecimiento lumínico escabiándose lo obscuro. Las operaciones persiguiendo, hacha y tiza, las sombras. Las operaciones producen cuerpos lumínicos. Las operaciones buscan el éxtasis lumínico de los cuerpos.

Las operaciones fallidas reposan en la vereda, dentro de sus bolsas los cuerpos aún drenan líquidos. Cuerpos ni vivos ni muertos, en ese presente continuo que sostiene los cuerpos en un estado neutral, entre la vida exquisita de la anestesia y la consumación. A condición que los cuerpos no retengan, no registren ninguna experiencia de su pasaje por la sala de operaciones. Como ya lo dijimos, de suceder esto, un enorme retroceso se verificaría, un paso atrás sin precedentes.

Cada cuerpo permanece en su litera. Después de atravesar la Gran Noche del Mundo a pura vislumbre. Después de atravesar el puente desde el interior de un hospital desembocando en una calle: en una dirección calle de tierra que se internaba en el campo, en otra dirección hacia el pueblo. Mientras caminaba, en el interior de una casa en construcción, vi la sala de operaciones y amontonados en la vereda, bolsas de plástico, y en su interior los cuerpos, los productos de las operaciones fallidas. Los cuerpos tenían cortes pero no sangraban. Las bolsas contenían cuerpos y líquidos orgánicos, humanos, sueros tornasolados de rojo y amarillo orín. Los cuerpos embolsados apilados uno sobre otros en largas hileras sobre la vereda. Los cuerpos no están muertos pero tampoco podemos afirmar que viven. Las operaciones fallidas producen cuerpos que permanecen en ese limbo insensible. Las operaciones fallidas producen cuerpos como zonas intermedias entre la vida y la muerte. No es posible afirmar que existan, pero tampoco que no existan. Lo que sí parece definitivo es su dramática (por expresarlo de algún modo) expulsión del mundo de los vivos, si tal cosa existiera. De lo que no cabe duda es que las operaciones fallidas producen cuerpos fuera de la existencia. Cuerpos reducidos a sus bolsas, a sí  mismos.

Las expresiones de los cuerpos en sus bolsas varían desde el rictus rígido de la retención al alivio consternado de la despedida, del dolorido sofrenar de un recuerdo que se ha abierto camino desde lo más profundo hasta la mueca de la sonrisa idiota del que se abandona a la sabiduría del anestesista. Cuerpos sin existencia reposan unos sobre otros, apilados en sus bolsas. La altura de las pilas de cuerpos nunca superan los 2 metros, de lo contrario las bolsas se deslizan y desbarrancan. El apilamiento evoca un depósito orgánico. Bolsas transparentes cuya resistencia asombrosa impiden que los líquidos surgentes se derramen o se perciba olor nauseabundo alguno. La presencia de los cuerpos ha quedado definitivamente suspendida al primogénito sentido de la visión. Un hecho fáctico absoluto es que la única prueba real de la presencia de un cuerpo es su visibilidad. No hay olor que nos anuncie su cercanía, ni tacto que despierte escozor, ni voz que evoque algún llamado. La eficacia, tanto de la anestesia como de su brazo ejecutor, el anestesista, es haber reducido los sentidos al único de la visión. Los cuerpos en sus bolsas solo existen si los vemos. Si no los vemos en sus literas o en sus geométricos apilamientos, no existen.

Cada cuerpo embolsado anestesiado en su mismidad. Cada cuerpo embolsado ignora ferozmente la existencia de otro cuerpo embolsado. Tal vez lleguemos a tomar dimensión del gran logro del anestesista, a pesar de algunas resistencias. Para ser absolutamente objetivos, como este informe lo requiere, debemos hacer mención de una cepa de nostálgicos. Los anestesistas están trabajando en eso. Los nostálgicos son difíciles de erradicar. Les llegará su turno y decantarán. A cada chancho su San Martín. Cada cuerpo en su bolsa. El anestesista recorre la sala de operaciones, recoge los signos vitales de los cuerpos y aplica la dosis necesaria. Hasta cuando deberemos seguir imprimiendo estos folletines berretas para informar de una vez por todas lo que está a la vista de todos: hemos neutralizado el dolor. Cada cuerpo en su litera. Los cuerpos permanecen en sus bolsas.                                                                                                                                     

   Chacabuco/Avellaneda
   Julio/Diciembre 2014