12.12.25

Una semblanza de Jorge Quiroga, por Laura Estrin

 

Replicando una frase de la hija de Tsvietáieva que escribió:

“A Ehrenburg lo apreciábamos, a Pasternak lo queríamos” digo

“A Raschella lo apreciamos, a Quiroga lo queríamos”

 

  

Quiero escribir una semblanza de Jorge tal como son sus retratos pintados, con colores, con trazos distintos, como el que aparece en la tapa de esta Biografía imaginaria de Nicolás Olivari. Tal vez menos kafkiano porque Jorge se reía, siempre se reía, y tenía una risa que invitaba a acordar, insistía en acordar porque terminaba todas sus frases en un “¿¿¿¿eehhh????”


 

Jorge Quiroga quería a sus viejos, a Horacio González, a Germán García, a Alberto Szpunberg, a Alberto Cedrón y a muchos otros, los leyó, los escuchó, conversó con ellos, había ido al exilio con ellos y nos contaba anécdotas, los bajaba a tierra del canon que podía atraparlos. También tenía su cantilena y me hacía rechinar cuando insistía con alguien, nos divertíamos, nunca se achicaba, era un conocedor de hombres. Una vez la cansó a Liliana Guaragno, supongo que en años de trifulcas electorales, y ella enojada le dijo: “A Laura Estrin no la atormentás así” a lo que airoso le respondió: “Laura Estrin es apolítica”.

Jorge era generoso y armaba, no se cansaba de armar cosas que nos incluían: lecturas en el Descartes, hojas murales con nuestros poemas, revistas de un solo número con críticas apenas filtradas (para orejas sordas, como escribió Zelarayán). Él nos llevaba a la radio y pasábamos la tarde en La tribu, en su Litertango, como una pandilla de chicos haciendo bromas y escuchando esa música, haciendo críticas por elevación a algunos amigos y ellos nos respondían con divertidos mensajes de oyentes  de “Balvanera, Once o Flores” retrucando nuestras afirmaciones literarias.

Jorge armó libros y plaquetas en su BCZ editores, ahí fue mi primer editor, ahí sacó Cuadernos del ciervo de Bela Andahazi y creo que como buen Samizdat sacó dos suyos, eran los finales del 90. Quiroga es poeta aunque, si me escuchara, él daría vueltas sobre esta afirmación.

Jorge pensaba siempre en algo para hacer con todos nuestros escritos. Dije que nos cansaba con sus proyectos. Hicimos ciclos de poetas en la Biblioteca Nacional, hizo ediciones allí como el Zelarayán y el Literal. Una historia del sindicalismo estaba armando, creo, dejó listo este Olivari. Hay poemas que ya reuniremos.

La música le salía sola, era poeta, repito. Y el barrio, Constitución, se le veía en todas las hilachas. Jorge era pintón y le gustaba mostrar, siempre riendo, ese camisaco, aquella campera, todo lo que sabía y tenía lo ponía con ganas en la conversación. Bancaba y me ayudaba a bancar al sordo y díscolo Zelarayán cuando se empacaba y gritaba. Lo íbamos a ver juntos a La ópera, después comenzamos a encontrarlo en bares peruanos de Once. Lo vimos juntos por última vez.

¿Cómo hacer la biografía de alguien? Eso responde sin problemas Jorge Quiroga al hacerla, tal como me contó una vez Libertella que le dijo J. L. Ortíz, Jorge inventó un Olivari pero no lo tergiversó. Soñó pero no experimentó, frase a frase fue componiéndola como los tejos de su conversación de voz áspera y murmurante, inaudible a veces, como la que teníamos en Premier o, en los últimos años, en El británico o en su casa mientras las gatas y la perra nos distraían, con ese tino deshilvanado escribió este Olivari. Vida que es un fracaso con música como entendió a la suya Isaak Bábel, como la de esos tangos que dice acá que compuso el mismo Olivari.


Jorge en este libro escribe algo de su pasado, o mejor, su linaje, una arista de Boedo, gris y marrón pero pícara. La escribe desde una esquina del tiempo en que la niebla rusa no barre ni transfigura todo de tragedia como en Castelnuovo. De esta manera lírica y a la vez fuerte –como diría Raschella– queda poco, queda poco de eso en la literatura que se vende hoy. Cierto es que todavía algunos leen Arlt y otros cantan Discépolo pero Jorge insiste de otro modo con ellos, les arma un mundo poético en un libro. Jorge escribe: “Olivari, como él mismo dice, nació con el siglo. Lo que estamos contando habrá sucedido cuando él rondaba los 10 y con certeza tiene que haber vivido y presenciado fenómenos como el surgimiento de la electricidad, la construcción acelerada de Buenos Aires”. A estos lugares Jorge los saca de su propio paisaje, el que tiene su poesía: el de El puente suburbano, el de El pasado irreal, el de Cuaderno nocturno, el de Las otras historias y La casa abandonada. Título que Raschella al editar su poesía reunida dobló –así pensamos con Jorge mismo– en La casa encontrada.

 Si Hugo Savino en su obra planta un sur desharrapado pero contundente, una Avellaneda y más allá en notas en guerra, Quiroga hace otro sur, más porteño, más dulce pero también ido, también lírico y perdido. Ambos meten saberes, músicas y destino en sus leyendas –como llama Savino con Kerouac a su manera de escritura. Quiroga dice: “
Macedonio le dijo a Nicolás (Olivari), que estaba tratando de que una metáfora, que huía, le diera la solución al razonamiento que tiene en la mente…

Digo que Quiroga arrastra todo Boedo y su poesía urbana en este Olivari, libro que enredo a la memoria de Fijman que inventó Andrés Allegroni, Crónica de sombras, que creí verdadera cuando Raschella me la acercó y la edité. Son obras que tienden como dice de Fijman acá Jorge: “Ellos habían progresado, lo que ocurre es que gente como Nicolás pensaban esto, como un triunfo y un fiasco a la vez”. Fracaso del triunfo, Jorge puede escribirlo así: “Claro que es preciso coraje, no creo que la literatura se escriba para consolar a nadie, es mejor despertar, conmover, ser de alguna manera infiel y traicionar si es necesario”. “Bodrios perdularios” los llamaría Nicolás Rosa.

Jorge seguro se reía mientras escribía esta historia, debió hacerlo bastante, ya no tenía barra de muchos amigos pero podía escribirlos y tomarlos del brazo como Olivari aquí tiende el brazo a Corsini y a Gardel. Olivari se confiesa en esta novela: “Siempre tuve la manía de ser irreverente, por eso mis principales adhesiones, reflexionaba, se dirigen a poetas vagabundos y ladrones, de alguna maneras son lo que no soy y cuando me colocan en un lugar edificante reacciono como un juguete rabioso. Con Stanchina comenzamos nuestra carrera literaria casi con un fraude, claro que no engañamos a nadie, pero de algún modo se comprobó que soy un tránsfuga, cambio constantemente, si me dicen realista hago de romántico y nunca quedo quieto. Tránsfuga es el tipo que muda de partido, y yo no quiero pertenecer a ninguno, cruzo de vereda cuando atacan, y los tipos que se proclaman de izquierda y viven como burgueses no merecen la más mínima atención, murmuran que parezco un sujeto estrafalario, porque no respondo a un molde, los confundo, o ellos se dejan burlar, extraviados en el mundo de los seres piadosos”. Jorge sabía del bien para el mal y del mal horrible, creo que no se engañaba y por supuesto puso en Olivari, parte de sí mismo, vio que a Olivari lo ignoraron, lo ningunearon, no le dieron cabida por ser un recienvenido o un distinto solo en las letras pero del resentimiento Quiroga no tenía un pelo. Escribe citando a Stanquina aquí: “ ‘Más que vanidad había rebeldía y amargura en nuestra trampa’  dice años después Lorenzo en una evocación de la broma literaria”. Hablan de los versos de Clara Beter, que confundieron a algunos con los de una prostituta verdadera pero el mito no acompaña nunca la perspectiva de Jorge Quiroga. Y tal como Olivari pasa de Boedo a Florida según el relato, Quiroga hace chanzas y chistes sobre su participación en Literal o cuenta como fiasco algunos cruces con Osvaldo Lamborghini, Perlongher, otros tiempos de la guerra literaria. Aquí, él dice de Olivari que “su espíritu no se deja encasillar porque es en esencia rebelde, heterodoxo y desafiante. Así se convierte en tránsfuga. Quiere decir esto que cambia de partido, pero en realidad elige la compañía de los que lo entienden, Arlt por ejemplo siempre fue un elemento a fin, compartían una visión que sin excluir lo social sostenida por una mordaz  mirada, crítica y ácida sobre las cosas del mundo. Olivari quería escribir literatura en esas hendijas”. Jorge se parece a su Olivari, Jorge escribió en las hendijas que dejaron otros más grandilocuentes, más aceitados para el mito y se distancia de ellos, por eso hace lista -como dice Hugo Savino- y anota que Olivari “Recuerda los viejos tiempos que con el inseparable Lorenzo Stanchina, secuaz de fechorías, publica un libro sobre Manuel Gálvez, que cultivaba una narrativa realista y amaba el alma rusa, ese pudo haber sido otro desentendimiento con sus colegas boedistas, lo cierto es que la pelea posee motivaciones ideológicas y artísticas,  por eso se cambió de bando. (y continúa) El vital Oliverio Girondo,  el mordaz y angélico Nalé Roxlo, el extravagante Jacobo Fijman, y todos los camaradas que conoció, vivían pasionalmente jugando el ejercicio de ser vanguardia”. Lejos de eso está la obra de Jorge Quiroga, reunida en el libro que bien llamó El que recuerda.        

Si entonces, Jorge se escribe en este Olivari, y diría, se pinta en Olivari ya que igual que este “pintaba sobre cartones que recogía de los lugares que acostumbraba a visitar” (como Quiroga pone acá), Olivari también es el paisaje de la escritura de Quiroga, así escribe: “Lo que pasa es que mi juventud transcurrió entre esa gente, entonces para mí ellos no son nada más que una postal. No van a poder ahogar su influjo…”

 

Por todo esto leer a Jorge Quiroga es haber leído ese mundo que con él se sigue leyendo, mundo continuo que se abre y despanzurra entre Dostoievski y Arlt, recuerdo que cuando en una de nuestras charlas le dije que el ruso de enormes tesis no me gustaba me miró y con cara de sorpresa por entender algo clarísimo dijo: “obvio, obvio, es literatura de hombres”.

  

Jorge pone en este libro las cosas que lo unen a amigos y lecturas, una banda que no olvida y apunta: “Como dice Macedonio, o Ricardo, es cuestión de escribir una literatura de crisis, que nos presente, o por lo menos que nos haga  sentir menos solos”. Barra de locos razonantes -la pudo llamar Nicolás, esos que aúnan cierta mordacidad, algo varonil palpable como en algunos tangos pero sobre todo un aire enrarecido por la vida –y estoy citando algunas palabras de este Olivari. Mundo que se pierde si no fuera por estas literaturas de arrabal y autores con demonios rabiosos pero que recuerdan el amor de los amigos, como César Tiempo, el moishe -como dice Quiroga en este Olivari