II
No podría explicarlo,
pero lo miro
y pienso así:
este mar es anterior a la naturaleza.
VI
Cinco chicos saltan desde el puente al agua.
Son felices: hacen lo que temían hacer.
XIII
La
arena que había imaginado
es
esta.
Escupo
sobre ella la sal del mar.
XXI
XXI
El
silencio de las calles
es
igual al sol
o
al viento.
Ninguno
es en realidad
necesario
para mí.
XXIV
XXIV
Vi
a Dios:
abrazaba
a una mujer
en
una fotografía en México,
en
la década de mil novecientos y veinte.
Ella
vestía de blanco.
XXV
XXV
Media
hora limpia para estar sentado
y
escribir.
Intento
ver:
las
líneas de mi mano,
dos
personas a lo lejos.
No
hay nada por encima de lo que hay.
XXVIII
XXVIII
Recuerdo
todo lo que hice hoy:
caminé,
tomé
agua,
comí
y nadé en el mar.
No
fumé,
no
hablé con nadie.
XXIX
La
luna en el cielo:
ella
me usa para conocerse.
XXXI
XXXI
Barrio
de Santa Teresa,
veintidós
y treinta horas:
escucho
más de lo que hablo.
XXXV
XXXV
El
rumor de la vida profunda.
Lo
escucho.
XXXVI
XXXVI
Dilapido
mis energías pensando.
XXXVII
XXXVII
Leer
en este idioma es lo más parecido a olvidarme de mí.
XXXVIII
La
confirmación del estereotipo de una lengua erótica.
El
calor de una mujer a la que ayudé sin pérdida de momento.
La
sonrisa de un hombre al que no escuché en vano.
Y
muchas cosas más
(pequeñas
dosis de riesgo imaginado)
muchas
cosas menos.
XXXIX
XXXIX
Río
de Janeiro era en definitiva
lo
que había venido a buscar:
un
lugar desconocido
más allá del placer
y
la ilusión de la libertad absoluta
al
caminar por las calles.