Tenía que ser
honesta. Mientras tomaba su cartera colorada del montón, y caminaba con paso
seguro hacia la puerta de salida, vio venir a los tipos. Y supo, con certeza
casi poética, lo que estaban a punto de hacer. Su instinto la impulsó a seguir
caminando, con su mejor cara de póker. Fingiendo que no le llamaba la atención
que entraran con el cuello polar hasta la nariz. Se abrió paso mientras ellos
ingresaban, como distraída, aprovechando el vaivén de la puerta.
Ahora que los flacos
estaban atrincherados junto con sus compañeros sentía un poco de culpa. Se
persignó al enterarse de su suerte. Se acercó hasta el lugar para hablar con la
policía. Temía que la estuviesen esperando. No la dejaron acercarse demasiado,
pero desde donde estaba pudo oír los gritos y el eco de los disparos. Todo
parecía de lo más irreal. Entre los uniformados había un dejo de tensión, pero
para nada se parecía a los operativos que había visto en películas como las de
Mel Gibson. No atinó a hacer otra cosa más que quedarse quietita y presionar
contra sí la cartera. Apretó los ojos, porque si una bala perdida la encontraba
prefería no mirar. Al rato, menos que un minuto, todo fue silencio.
Vio salir a sus
compañeras, temblaban. Vio entrar a los policías. No vio salir a los
delincuentes, tampoco a Manuel, el chico de seguridad. Lo bajaron apenas entraron, le comentó una de las mujeres. Fue horrible. Que suerte que se te ocurrió salir a comer. Entraron justito cuando vos
saliste… Sacó del bolso un paquete de carilinas y se lo regaló. La verdad que ni los vi.