17.11.17

Perdido en el nevado, por Francisco Garamona


QUÉ GANAS DE ESTAR CON UN PARIENTE
verlo llegar caminando en el pasto.
El cielo se pone claro, las nubes parecen barcos.
Qué lindo oírlo contar las mismas cosas,
doble corazón luminoso, doble penacho.
Cuando oscurece se prende la luz del rancho,
y es el pariente que busca lo que ha dejado.
Están sus ojos brillantes, mira a lo lejos.
Él también quiere que lo acompañen.


EL SOLDADO CARRASCO TOMA CERVEZA
con su novia muerta y las puertas
del cielo se entrecierran para otorgarle
cierta intimidad a esa cita.
La espuma de los vasos se derrama,
los labios de la novia son azules,
claro, está muerta.
Carrasco le cabecea al mozo y pide otra
y el mozo la trae prestamente.
En una mesa cercana dos esqueletos
chamuyan de pavadas y alardean.
El mozo pasa un trapo por la barra
y ya otra vez la cerveza está escaseando.
¡Hace calor!
La novia se recuesta sobre uno de sus brazos.
Carrasco está embolado,
piensa en cuando fue soldado,
piensa en su féretro.
El mozo hace un ademán
y saluda a unos muchachos recién llegados:
“Éstos están fresquitos”, dice,
y mientras saca brillo a unos vasos
silba una melodía pegajosa que se queda en el aire
flotando, unos segundos.


TE PUSISTE
oscurito
amiguito,
(te pusiste
oscureli
amigueli)
te ocultaste
del cedro
y fuiste
hacia
la roca,
mirando
por la
ventana,
triste.


QUÉ TRISTE LA VIDA DEL TRISTE,
qué tonta la vida del tonto,
qué simple la vida del simple,
qué parca la vida del parco,
qué sola la vida del solo,
y qué huraña la naturaleza
(entre la maleza pasa reptando una yarará,
y su estructura se consume
en el animal que pronto va a picar).


Tomado de: Francisco Garamona , Perdido en el nevado, México, Juan malasuerte, 2017.-