23.2.17

El pastichacho de la calle Cabezón, por Pablo Ingberg


(fantasía sobre Néstor Sánchez inspirada en hechos irreales)


Vacía el mate de yerba reusada tras secarse al sol sobre un papel de diario. Vacía sobre el mismo diario escrito y sobrescrito de escrituras de tinta y yerba y sol secante. El mate lleno se ha vaciado y revaciado y escribió sobre lo escrito y escribió una y otra vez esa masa verdosa de manchas que nada significan pero algo dirán, un mapa explayado de un mate por dentro, vaciado. Mira las letras y las manchas en busca de un sentido no escrito, imposible de escribir pero tentado. Se deja deambular por esas escrituras superpuestas en busca irrenunciable de un sentido en fuga, que siempre se escapó, por más entrenamiento y ansia y combates y viajes. Aquiles ha dejado de pelear. Ulises ha dejado de viajar. Y sin embargo se mueve. La mancha verdosa se extiende todavía por un papel ya escrito y rescrito pero ávido aún de aguas o tintas porque el sol lo seca una y otra y otra vez. Incluso involuntaria es escritura. Es la escritura involuntaria que acomete todavía a diario. Un diario que se escribe y sobrescribe rescribiendo una escritura imposible aunque anhelada de toda anhelación desnihilizante. El mate vaciado de infelices ilusiones que mañana y mañana y mañana habrá de rellenarse de yerbas reusadas y por reusar.

Amorosamente, ceremoniosamente hace un bollo o rollo el papel, un sudario a la yerba escritora. Lo deposita como de costumbre, aunque como de costumbre rechazando lo costúmbrico del caso, en el tacho inexorable de basura. Se queda unos inmóviles minutos mirando esa tapa negra de tumba presagiante de descomposición. En los reflejos de luz irregular sobre la tapa se recuerda lejano trazando unos pasos de tango sobre un suelo ya escrito y aún por escribirse, aunque ahora la música agoniza en un cuarto lejano del recuerdo. Se recuerda lejano caminando y caminando y caminando lejos hacia todas partes adonde no se llega y donde siempre se está. En la tapa hay una tapa, negra, plástica, siempre una y la misma para ojos que no miran, pero para el que mira contra la costumbre en los reflejos de la luz hay movimiento. Y en ese movimiento hay movimientos y sonidos evocados, algo ya escrito y sobrescrito y sin embargo tal vez por escribirse: la posibilidad siempre latente de heroicizar en rito toda fuga concebible de la rutina radical nadificante. Entonces vuelve al fin hasta la pava siempre a mano, leal, la llena de agua corriente y común, la pone a calentar y mientras tanto llena una vez más el mate. Ahora toca yerba nueva.

02/03/2015