23.1.17

El Gigante, por Gustavo Calandra


“dándole mi vida a ese paravalanchas”
ANDRÉS CALAMARO

Me quedé duro al ver al gigante. Estadio Azteca. ¿Cómo llegué? Una especie de combi bondi en Tlalpan. Llueve con todo. Y bueno, si total estoy re loco. La excusa de un par de tacos en un puestito en la lleca se agota. Hay que salir y ponerle pecho al clima. Otra Corona para el rey de este juego.
  Esta avenida es bastante importante, más adelante aprenderé que es la línea fronteriza de Coyoacán, barrio que me propuse conocer cueste lo que cueste, recrearme con la bohemia pintoresca. Frida. Trotsky. Panqueques de Nutella desbordante. Churros. También habrá lluvia, un taxi y el bochorno en aquel momento: ni un alojamiento… excepto uno, en Tlalpan, partida al medio por un tren metro repleto todo el tiempo.
  Una fotito para inmortalizarme con la cancha atrás. ¡Que brille el neón! Amarillo rojo azul tiñen la escena, flamean banderas bombo bombo dale al bombo el eco en la boca de entrada del bombo la junta el eco los pibes el bombo.
  ¿Cuánto cuesta entrar? Hablá con los de la barra, ellos siempre tienen la solución. Y es tan solo exponerme como posible espectador simpatizante del América que hoy juega con Jaguares de Chiapas.
  Trotecitos adrenalínicos, las gotas en las chapas, los gritos.
  Cincuenta metros antes, nace una especie de feria. Camisetas, gorritos, pelotas, bebidas y hasta choripán argentino.
  Argentino, ¿entrada? Sí, ¿Cuánto? Cien. Ok. Mira que a los chilenos les cobramos 150. Bueno pero yo no soy chileno, soy porteño, de Villa Crespo.
  El ticket es de cortesía: 0 peso. Así y todo me hubiese gustado conservarlo. También me dieron un carné con la foto de un pibe de 18 que nadie se molesta en corroborar su autenticidad. Un recuerdo –lo mismo le expondré a un par de la hinchada luego– que representa el mundial 86. Imposible no alucinar con el Diego una vez adentro. Ubicar esa imagen de la tele en su escenario real. La mano de D10S. Imposible no guantear virtualmente contra los hooligans en el estacionamiento y aplicar la piña nacionalista.
  Y no será posible llevarme una entrada, pienso… y uno se copa  y me trae un souvenir que atesoro en el bolsillo. De pronto, me encuentro en medio de un grupo de hinchas “caracterizados” hablando o intentando vincularme. ¿Vos sos de Atlanta? me pregunta el Robert, obvio que aún no sabía su nombre, pero por una cuestión de prolijidad, en algunas situaciones, la cancha de tablones, una vez que pasé,  yo aún no me había presentado ni siquiera en el texto, posición que me define entonces y evita confusiones.
  ¿Quiere un pucho? Lo toma directamente de la boca de cualquiera mientras se pasea por la tribuna sin siquiera pedir permiso. A nadie se le ocurriría oponerse. El bostero de “los virulos del bostero” de Bersuit es Robert, quien sin alardear de su fama saca unos miniziploc, que reparte a sus compinches un gordo gigante de musculosa. Ronda de birra. Venden birra, sí. Agite. Llegan los barramaras de caras tatuadas y completan un cuadro difícil de entender fuera de este círculo dantesco.
  Una noche cerrada presenta laberintos en el barrio de Santa Úrsula y los alrededores picantes de la cancha a la salida. No pude ver los goles por quedar dentro del “consejo” y la amistad duradera se forja con diálogos no siempre muy coherentes y excursiones al kioskito del vicio latita de jack y coca preparada y el que atiende enfierrado martillando el arma como chiste al distraído, por las dudas no te distraigas, consejo.
  Habrá que volver amanesimio por el Eje Central hasta Chapultepec, a la colonia Juárez, acompañado por dos o tres bravos de la manada y con la promesa de seguir la confraternización el domingo, en el Arena México, donde se dan cita los luchadores pero sin antes pasar por el colosal mercado de Tepito, no delante donde venden ropa trucha de marca o baratijas inservibles sino más atrás, donde hay unos pibitos que…
  Escuchá qué bien Manu Chao en el Zócalo... “yo vengo del hoyo Tepito Fayuca… yo vengo del hoyo de la gran ciudad”.