7.11.21

Bumba meu Boi, por Carlos Rosendo Quiroga

 


El Atelier del Mestre Lua queda a media cuadra del corazón del Pelourinho, en San Salvador de Bahía, sobre una callecita lateral que desemboca en una plaza seca (hay tantas plazas como iglesias en Bahía). Llegué hasta allí viajando, había estimado en cuatro meses el tiempo necesario para recorrer los más de ochocientos kilómetros que separan la ciudad de Recife, en el estado de Pernanbuco, con la ciudad de San Salvador de Bahía, la capital del estado de Bahía, desde donde tenía el vuelo de vuelta, viajaría sentido al sur. Ir de pueblo en pueblo, de playa en playa y sin ningún itinerario establecido era todo el plan. Si la estaba pasando bien me quedaba y si no seguía viaje. El centro de la Ciudad de Bahía y el Pelourihno son destinos obligados para cualquier viajero que pase cerca y que tenga tiempo. Fue así que me encontré recorriendo sus callejuelas laberínticas y sus becos, sintiendo el calor abrasador del sol en la suela de las ojotas que se me derretían bajo la planta de los pies, sobre los adoquines calientes. No recuerdo exactamente qué fue lo que me llevó a entrar al atelier del Mestre Lua, pero entré. Quizás me llamó la atención que se tratase del taller de un Luthier de instrumentos de percusión, estaba lleno de ellos, quizás solo buscaba refugio del sol, lo cierto es que entré. Luego descubriría que Mestre Lua era mucho más que un luthier. Durante un buen rato miré los instrumentos colgados en las paredes y nadie vino. Materiales vírgenes por doquier, maderas, hierros, flejes de acero enrollados, rollos de cuero. Materias primas, pensé. Se destacaba la variedad de pandeiros, los había con parches de cuero de vaca, de reptil, con aros de madera, lisos, grabados, con chin chines dorados o chin chines negros. También había tumbadoras de varios tamaños y diámetros, congas y requintos por todos lados. No toqué ninguno, solo imaginaba como sonarían. Pasado un buen rato seguía solo y como estaba cómodo e interesado no me importó. Creo que cuarenta minutos después apareció desde atrás de una cortina un flaco, alto, desgarbado, de pelo muy corto, de modales temblorosos y mal quemado por el sol, que en un dubitativo portuñol intentó venderme algo.

–Hablo español. Lo interrumpí.

–Ah, bueno, ven vámonos, ¿Cómo andas? Soy Mosquinha. Se presentó y  me dio la mano.

–Vamos a tomar una pinga al bar do Guma, ahora Mestre Lua está encerrado trabajando y no hay que molestarlo.

Hasta ese entonces solamente conocía las pocas manzanas que rodean la entrada al Pelourinho y los alrededores de la estación del ascensor Lacerda. Mosquinha empezó a caminar para el lado contrario, bajando la ladera, alejándose de la ciudadela, en dirección al mar. El Pelourinho está arriba de un morro, es por eso que hay que tomar un ascensor comunitario de una sola estación que transporta a la gente desde el nivel del mar, donde se halla casi toda la ciudad de Bahía, hasta la ciudadela colonial en la cima, el Pelourinho. En los alrededores viven mayoritariamente quienes trabajan en este circuito turístico. Desde los empleados de hoteles y restaurantes hasta guías  personales o traductores ocasionales a la pesca de alguna oportunidad. La situación me inquietó, no es recomendable caminar por lugares desconocidos, en país ajeno y recién llegado, pero la confianza de Mosquinha me animó a seguir. Caminábamos rápido y de cabeza gacha, casi no hablamos en todo el trayecto hasta llegar al bar, otro bar más en Brasil, pero en este nos recibieron con los brazos abiertos. Por la forma en que Mosquinha saludó a todos hacía tiempo que se conocían.

–Hace casi dos años pasé por acá y me quedé trabajando para el Mestre Lua –me dijo, y se tomó el primer trago de un sorbo. Tomábamos pinga (cachaça) cortada con un chorrito de Martini. De una y sin sal. Yo necesité tres o cuatro sorbos para terminar el mío. Se siente cómo el alcohol recorre el esófago por dentro y lo va quemando mientras baja hasta el estómago,  genera una contracción en los músculos del cuello y escalofríos en la nuca. Pero a Mosquinha no parecía causarle el mismo efecto. Después supe que para él era la cuarta ronda del día antes de planificar lo que haría a la noche.

Nos llevamos bien de entrada. Hablamos largo y tendido mientras atenuábamos el sacudón del Rabo de galho con cerveza fría.

–Tenés que conocer Arembepe. ¡Flipante!

Le hice caso y fui, pero esa es otra historia.

Me contó sus viajes y yo los míos, que eran menos y mucho menos interesantes. Había nacido en Barcelona pero hacía bastante tiempo que no volvía a España. Así, sin arraigo en ningún lado, se dedicaba a viajar por el mundo. O por esta parte del mundo. Estaba cómodo y ocupado en el Pelourinho trabajando para Mestre Lua y con eso que ganaba alquilaba una pieza a pocas cuadras del bar.

–Cuánto más te alejas del centro, más barato es el hospedaje –me decía.

Quedamos en vernos al otro día en el taller para ayudarlo con el trabajo que Mestre Lua le había encomendado.

Amanecí con dolor de cabeza, mucho dolor de cabeza, tanto que me costó más de lo habitual recuperarme. Llegué justo al mismo tiempo que Mosquinha salía para la calle de las telas a comprar retazos o cualquier cosa que sirviera para darle vida y color al toro. Sin más preguntas lo seguí, antes de llegar hicimos una parada táctica en lo de Guma. Conseguimos unas bolsas con retazos de Lycra de colores brillantes y unos apliques de fantasía con espejitos dorados y miniaturas de ángeles y santos, todo finamente engarzado en una cadenita de plata. Con todo eso encima volvimos al taller, pasamos directamente al fondo y vimos que Mestre Lua había salido hacía poco, el barril de aceite donde templaba los aros de acero de los tambores todavía humeaba.

–Ya volverá. Venga tío, vamos a trabajar.

               

En el centro del taller se erguía un gran Toro que dominaba toda la escena, estaba construido con el cuerpo de un viejo sillón de mimbre, una calabaza seca con dos pedazos de cuero a los costados que hacían de orejas, dos zanahorias de cotillón como cuernos y un rabo de tela desflecada. El trabajo consistía en hacer pasar un hilo entre la trama del mimbre y atarle tiritas de tela sujetas desde una punta y repetir esta acción todo alrededor del cuerpo, de modo que al moverse bruscamente de un lado a otro, generara un efecto de movimiento solapado. Los espejitos, los colores brillantes de la Lycra y el sonido de los Chin Chines de chapa completaban la ilusión.  Pasamos toda la tarde tomando cerveza y atando tiritas de tela y cadenitas de fantasía al cuerpo del toro. Le hicimos una montura de cartón y cuero, cubrimos la parte de abajo con una esterilla de mimbre para que no se vieran los pies de quien lo guiaba.  Llegó la hora de irnos al bar, pero esta vez nos fuimos con la conciencia tranquila de haber terminado el trabajo para Mestre Lua. Esa noche entendí que en realidad habíamos hecho un trabajo para toda la comunidad. Pedimos otro Rabo de galho y lo tomamos de un sorbo. Esta vez sí pude. Hacía cuatro días que estaba en Bahía y todavía no conocía la playa.

Es el día de Bumba meu boi y todo está listo. Una cachaça, una cerveza y Mosquinha se perdió para siempre bajo el toro. Salimos del taller. En la puerta un nutrido grupo de gente nos esperaba, turistas, curiosos, varios con tambores, birimbau o simplemente cotillón. Ni bien vieron asomar los cuernos del toro los niños comenzaron a correr alborotados alrededor, orgullosos de poder desafiarlo, saltando y esquivando los embistes. Había empezado. Entre cantos y plegarias recorrimos durante horas las calles del Pelourinho, dando vueltas, pasando varias veces por el mismo lugar, riendo, cantando y esquivando las embestidas de un toro que no se cansaba en sus intentos de conseguir cornear a alguien. Mosquinha soportó estoico toda la noche hasta que paramos en una plaza y se armó una ronda. Cantos de Birinbau, temblores de Caxixi, la danza de los que luchan. Así como lo hicieran siglos atrás los habitantes negros del Recóncavo Bahiano, con Besouro como guía y un infierno en sus espaldas curtidas a cuero y planazos.

La ronda siguió toda la noche, y probablemente toda la mañana siguiente, pero yo me fui a dormir. Cuando me acerqué a despedirme de Mosquinha le dije que había decidido irme a Arembepe, decisión que festejó y me invitó a beber una vez más. Antes de irme, alguien me tomó del brazo y me dijo al oído en un susurro:

Lembre desta noite, vai levar con você a Exu a vida toda.

No alcancé a verlo del todo, sólo un reflejo de luna sobre la frente y los hombros. Se mezcló entre los capoeiristas que cantaban y reían mientras se tiraban patadas forzadas e imposibles de descifrar.

Y me fui.

6.11.21

Al filo del tiempo, por José Fraguas

(Sobre El pasado irreal de Jorge Quiroga)


De nada puedo hablar o pensar si no es existencia, estado, y no es existencia lo que nunca estuvo en mi sensibilidad como imagen o afección.

Macedonio Fernández


¿En qué consiste la irrealidad del pasado a la que hace referencia el título del último poemario de Jorge Quiroga? ¿Es irreal porque es construido y por eso inventado y quizás literario? ¿Será real entonces el presente? O se tratará más bien de un tiempo verbal nuevo, un pretérito que no es perfecto ni imperfecto sino irreal. Quiroga no da una respuesta o da muchas y logra que la poesía hable como ella sabe de cosas como el tiempo, el espacio y la memoria.

Para Quiroga el pasado es un conjunto de fragmentos que como los trozos del vidrio roto de la ventana de la cocina que aparece en uno de sus poemas: “se mantienen en un equilibrio inestable / pueden lastimar / o quedarse inmóviles”. Y su poesía explora con sobriedad porteña los bordes dentados del fragmento: “Los restos tienen una fuerte atracción”, la recurrencia de lo que no está y sin embargo persiste negado con inquietante intensidad: “Teresa está en algún lado de la casa / y ya no dirá lo sabido / porque no espera en la puerta / como siempre”.

La percepción tiene sus tiempos.  Al mirar involuntariamente, poco antes de dormir o medio ya sumergiéndose en el sueño, se capta algo, de súbito y tan solo un instante: “Hay un momento/ que esa presencia / asoma prendida / por alguien / que entorna una puerta / estremecida y solitaria”. También en la  morosidad del recién despierto aparece una mirada nueva que se detiene en la actitud de los muebles o el modo en que entra la luz a la habitación de siempre.

Soñadores, insomnes, locos, videntes y alucinados  pueblan la poesía de Quiroga. “Qué ve que nosotros no vemos”, es el primer verso de uno de los poemas.  En lo no dicho, lo presentido, lo sospechado, lo silenciado parece haber algo más significativo que cualquier afirmación directa pero esa huidiza verdad solo permite ser entrevista, rodeada.

 

El pasado irreal efectúa también un asedio poético de los espacios, privados y públicos, íntimos y compartidos así como de las fronteras más o menos borrosas que los separan. Hay una exploración recurrente de los lugares, la ciudad, las calles, la casa, la habitación. Desplazarse por la vereda es como pensar, hablar o escribir. A veces se camina sin sentido como quien divaga pero también se toma contacto con el afuera, con los otros a los que se observa y registra. En algunos textos las individualidades se diluyen en un conjunto de siluetas: “se aglomeran en la calle estrecha/ todo tipo de vagos”.  Pero de vez en cuando alguien recibe una luz cenital que lo vuelve personaje, una nena que juega sola, un anciano que se protege del sol. Hay algo de Van Gogh en el modo en que son retratados esos seres, por las pinceladas espesas pero también por la capacidad de entrever y mostrar su pulso interior. Alcanzan dos palabras para definir a un personaje, “maestro insólito”, por ejemplo.

 

Hace siglos un poeta español afirmó que ante la fugacidad del tiempo, si juzgamos sabiamente, “daremos lo no venido por pasado”. La poesía de Quiroga lejos de ver pasado en el futuro, encuentra en lo vivido, a través de los diferentes modos del recuerdo y del olvido pero también en la rica diversidad de miradas posibles, desde el registro objetivo al delirio, un material que relampaguea iluminando lo sentido, lo vivido y lo posible.

 

Tomado de: Escritos en las mangas

 


17.10.21

Revelación de un mundo, por Ezequiel Alemian

 


(Sobre
Informe sobre Moscú, de José Sbarra, Palabras amarillas, 48 páginas)

A fines de 1990, José Sbarra (1950–1996) se encuentra en la Unión Soviética. Viajó hasta allí para terminar el guión de una película que se hará con su novela Marc, la sucia rata (1988), y para negociar la traducción al ruso de ese libro y de dos de sus títulos infantiles. Lo entrevistan para el Pravda, ofrece conferencias de prensa, es invitado de honor en estrenos diversos, se aloja en hoteles históricos y pasea en comitiva, con un intérprete, por Moscú y Leningrado, o Petersburgo, porque entonces nadie se pone de acuerdo sobre el nombre de la ciudad.


En la televisión escucha repetirse todo el tiempo una palabra: “perestroika”. El ruso le suena a música. Escribe un diccionario fonético en el que anota cada término que aprende. “Pañiatna, pañiatna, spasiva” (“Entiendo, entiendo, gracias”). Se inyecta opio con una jeringa de quince centímetros, toma unos hongos que le regala una pareja de artistas y fuma marihuana para no aburrirse.

Su amante ha preferido quedarse en Buenos Aires. Sbarra lo extraña, se mortifica con la idea de que su pareja esté con otro, presiente una ruptura. La situación, la distancia que los separa, lo atormenta. “Todo Moscú con sus cuervos y su nieve, con sus ramas dolorosas, me recita a los oídos: suicídate.”

¿Dónde está el escritor? Sbarra ha superado, o ignorado, esos ilusionismos formales. Su escritura es de una observación casi pura, no en el sentido descriptivo de los naturalistas, sino en el sintético que adquieren las imágenes en la mejor poesía.


“Informe sobre la situación en Rusia”
 es el título que encabeza este texto brevísimo: veinte páginas, escondidas en veintitrés incisos y un epílogo. Informe sobre Moscú es el título que figura en la tapa del libro. Son formulaciones similares pero distintas: una hace referencia a lo general del contexto, la otra puede pensarse más en términos personales. “Informe” puede leerse bajo dos acepciones: como “noticia sobre algo” o como “sin forma”, o “de forma vaga”, pero en este caso en particular, las acepciones deben combinarse: “Noticia sobre algo, de forma vaga”.


Sobre la escritura del texto, Enrique Symns elogió que le resultara ingenua, obvia y enunciativa. Es que, de manera refleja, cuando uno lee ficción, espera encontrar en el texto un espesor literario, una suerte de intermediación estetizada que nos detenga en el saber hacer del escritor, en los devaneos de la velocidad enunciativa. No encontrar ese espesor nos decepciona. ¿Dónde está el escritor? Sbarra ha superado, o ignorado, esos ilusionismos formales. Su escritura es de una observación casi pura, no en el sentido descriptivo de los naturalistas, sino en el sintético que adquieren las imágenes en la mejor poesía. Informe sobre Moscú parece un texto escrito hoy por un joven de veinticinco años. Ha triunfado el capitalismo, y lo que campea a su alrededor es “el horrible estilo de los que han dejado de amar”.



Tomado de: Los Inrockuptibles, abril, 2014.-

4.10.21

Cuestionario Marcel Proust a Roberto Papateodosio

¿Cuál es tu idea de la felicidad perfecta?
Prefiero la idea de plenitud en la figura de un libro, o una música.

¿Cuál es tu miedo más grande?
Perder mi biblioteca.

¿Cuál es el rasgo que más deplorás de vos mismo?
La ingenuidad.

¿Cuál considerás que es actualmente la virtud más sobrevalorada?
Si está sobrevalorada no es virtud.

¿Cuáles son las palabras que más usás?
Son tres: “genial”, “imprescindible” e “inhallable”.

¿Qué es de lo que más te arrepentís?
De no haber comprado libros que hoy están agotados.

¿Cuál es tu posesión más preciada?
Tengo varias: obras de Sergio de Loof, o Vicente Grondona. Muchos libros en primeras ediciones; creo que elijo el Fata Morgana de André Breton, ilustrado por Wilfredo Lam. Regalo de Francisco Garamona.

¿Cuál considerás que es la peor miseria?
La mediocridad.

¿Con qué personaje histórico te identificás?
NS/NC

¿Cuál es la cualidad que más te gusta de una mujer?
La lucidez.

¿Cuál es la cualidad que más te gusta de un hombre?
La generosidad.

¿Cómo te gustaría morir?
Cayendo aparatosamente, aferrado a un cortinado de terciopelo rojo en una película de Visconti.

¿Dónde y cuándo sos feliz?
Cuando estoy rodeado de amigxs y libros.

¿Cuál es el rasgo de personalidad que menos te gusta de un hombre?
El egocentrismo.

¿Cuándo mentís?
Cuando es necesario.

¿Cuál es tu idea de la muerte?
Como dormir sin soñar.

¿Qué no perdonarías?
La traición.

¿Qué te hace llorar?
La composición The Two Lonely People de Bill Evans.

¿Cuál considerás que es tu mayor logro?
Lograr distanciarme de lxs mediocres.



4.9.21

Todos los días en la vida de una mujer, por Pablo Moreno

Apuntes  a la ligera sobre Ash is a purest white (2018) de Jia Zhangke

 

 

Sound affects


En Ash is a purest white (2018), último opus del realizador chino Jia Zhangke, los miembros del jianghu se reúnen a mirar películas de triadas hongkonesas. Más precisamente The Killer (1989) de John Woo. Rituales de representación que llegan del cine, lejos de la acción a gran escala de la narrativa cine del propio Woo  (o de Johnnie To), aquello que se importa es el gesto de camaradería. Gánsteres de poca monta liderados por Bin, un afable mediador que regentea un club de baile de salón y que por supuesto, no llega a tener el anonimato de una discoteca, en donde los habitúes se entusiasman con YMCA de Village People. En Unknown Pleasures (2002) retrataba la discoteca con idéntica alegría con una cita a Pulp Fiction de Tarantino. En Mountains my depart (2015), Tao (Zhao Tao) liberaba sus frustraciones, la definitiva separación de su hijo, bailando bajo la nieve al compas de Go West de Pet Shop Boys. La jianghu de Ash… lima sus asperezas y sellan la amistad brindando una mezcla de bebidas que cada miembro arroja en una fuente de plástico. Entonces la banda de sonido arroja la melancólica canción de The Killer interpretada por Sally Yeh.  Y en ese gesto, Zhangke aleja al film de un mero retrato de mafias de la China continental.


Todo lo sólido se desvanece en el aire

El marco de Ash… es la ciudad de Datong, una ciudad minera en vías de desaparición. Culpa de la baja del precio del carbón y de los negociados que ejercen las autoridades locales, que el padre de Qia denuncia en la radio local, extenuado y alcoholizado, una voz que resuena sin que nadie la escuche. El acelerado proceso capitalista produce ciudades fantasmas.

Ciudades que terminan sumergidas como Fengjie en Still Life/Dong (2006), díptico de ficción y documental, en donde se narra la desaparición de la mencionada ciudad por la monstruosa construcción de la represa de las Tres Gargantas.

La ciudad del parque temático de The World (2004) es el telón de fondo del hiperdesarrollo y la industrialización que hacía trizas toda posibilidad de afecto.

En Platform (2000), un grupo de artistas de un colectivo que trata de adaptarse  a la privatización de las prácticas heredadas de revolución cultural china. Los cambios se manifestaban casi imperceptiblemente, Desde las temáticas de las obras, el vestuario y la música hasta que  la ciudad impone toda su presencia.

Lugar común es señalar que Zhangke es el gran narrador de la transición al mundo capitalista de China. En estos films los cuerpos son sometidos al plano general. Solo los primeros planos nos recuerdan que quienes habitan ese espacio son obreros. Y que esos rostros anónimos son avasallados por el peso de la Historia, un espacio que narra, un espacio que disemina figuras en un paisaje que todo lo avasalla, que provoca migraciones internas, que destruye comunidades, que la experiencia moderna de la China contemporánea es la vulnerabilidad ante la fuerza del cambio.


Esta salvaje oscuridad

Desde Unknown pleasures, la violencia en el cine de Zhangke era un estado latente con ribetes trágicos. En A touch of sin (2013) lo implícito cede a un realismo desbordado, a una puesta visceral. Imposible que la china contemporánea no haya transmutado a una ferocidad salvaje.

La jianghu de Ash…sucumbe ante la furia de nuevos grupos que buscan controlar una ciudad ya corrompida. Uno de los miembros es asesinado por oscuros negocios inmobiliarios. Bin primero es advertido con un golpe hecho con caño de plomería. Los jóvenes encarnan ese panorama brutal tratando de desbancar a un Bin mira el presente con cierta perplejidad e ingenuidad. Llevar un arma no implica emplearla. Luego será desfigurado por un grupo de motociclistas en una emboscada. Quien entiende esos cambios es Qia. Un disparo en el medio de la noche impide que maten a Bin. El arma es ilegal. En ese acto, Tao ingresa al jianghu, en el silencio, en no delatar a su amado. La cárcel implica asimilar el código.


Melo

Los rostros del melodrama hongkonés configuraron el melodrama del cine Wong Kar Wai. Un sistema basado en la fidelidad a los actores que encarnaban esas historias. Tony Leung y Maggie Cheung encarnaron el tríptico conformado por Days of Being Wild (1991), In the mood for love/Con ánimo de mar (2000) y 2046 (2004). Los años transcurridos entre una obra y otra no imposibilitó que la historia de esos personajes se siguiera escribiendo en el tiempo.

No es osado decir que Zhangke haya construido una idea de reformulación del melodrama a partir de la historia de la China contemporánea. Qia es un rostro joven, novia de un mafioso en Unknown pleasures (2000). Luego aparece tratando de comunicarse con Bin en la represa de las Tres Gargantas en Still Life (2006). Aquella comunicación que parecía truncada reaparece en Ash… (2018). Qia es enviada a la cárcel. Vuelve a buscar a su amado, es engañada por una pasajera, embauca a un empresario en un hotel, sufre y sobrevive. Qia es encarnada por Zhao Tao en todos estos films. Su personaje es el punto donde confluyen todas las perspectivas del melodrama y que ya confluían en el protagonista  de su film anterior Mountanis my depart, su primera incursión en el género y obviamente también protagonizado por Zhao Tao, quizás uno de los rostros más bellos y expresivos de lo que podríamos denominar como una cierta idea de cine contemporáneo, porque Jia Zhangke es un narrador de cine y no un formulador de nuevas narrativas. La familiaridad del personaje de Qia nos dice: la Historia como un melodrama y el melodrama como Historia. Tamaña ambición de contar a través de un género popular la vida en la china contemporánea no solo refleja un gesto inusual del cine político de Zhangke (sí, Zhangke hace films políticos). Da un paso más allá que narrar el estado de las cosas. Es narrar la vida de una mujer. Una sensibilidad cargada de futuro.

12.8.21

Literatura del escándalo, por Javier Fernández Paupy

 

Todas las noches escribo algo (Mansalva, 2021), libro póstumo de Carlos Correas, se lee como una autobiografía o, por lo menos, da cuenta minuciosa de la vida de un autor inigualable. En este tomo están los elementos para descifrar su obra con más perspectiva. La época en la que vivió, sus lecturas, su derrotero en el universo revisteril de su tiempo, la aventura y el conocimiento de un querer citadino, su soledad, su sexualidad, su afición al diario como un registro y trabajo sobre sí mismo, la práctica de la autobiografía novelada, su amistad con Masotta, sus lecturas de Sartre, Arlt y Borges, sus traducciones de Kafka, Kant, Kierkegaard. Es un contrapunto único para entender la obra de Correas. Compilado por Jorge Quiroga y Federico Barea, el libro está divido en seis apartados. Asistimos a una disección temática de la obra de Carlos Correas.

La literatura de Correas apunta en contra del aburguesamiento. «La literatura agoniza por exceso de críticos» anotaba a sus veintidós años, cuando reseñaba una novela de Valentín Fernando para la revista de Héctor Murena, Las ciento y una. En esa nota que hoy se lee como un manifiesto, el joven Correas proponía su programa de escritura en contra de una literatura anodina: «
Nuestra tarea de escritores debe abarcar la totalidad sintéticamente. Nuestras obras deben asustar, crear dolores de cabeza, preocupar, ponerlo todo en cuestión. Es, por supuesto, una literatura del escándalo. Una literatura de suicidas para suicidas. Podríamos decir, que la nuestra tiene que ser una literatura homeopática, es decir, que cure los males con los males mismos. Y debemos hacerla con todo rigor, inflexiblemente, sin pedir ni dar tregua ya que no tenemos otra manera de amar a nuestro público y este es nuestra única esperanza».

En este libro vemos la transformación de la mirada de un autor. Desde esos textos tempranos y belicosos, al aplomo minucioso y mordaz con el que desacredita malas traducciones, hace exégesis de distintas versiones de traducciones de Marx, elogia casos aislados como la traducción incompleta de El idiota de la familia que hizo Patricio Canto.
Correas se burla de traductores a los que define de “garruleros y botarates”. Con gracejo destruye la impericia de las malas traducciones y de los divulgadores de mala estofa. Así, anota: «La traducción de Manuel Lamana, en 1963, de la Critique de la raison dialectique (edición francesa de 1960), para Editorial Losada, es execrable y sólo puede llevar al lector a la idiotez». También dice con desacato: «De Ruggiero sufre de pereza mental y confusionismo y ramplonería y se desliza al inevitable parasitismo que brota “como hongos” en todo movimiento filosófico que cobra influjo espiritual». Agresión, ironía, burla, sentido profundo, talento.

Para mí, Correas es el heredero absoluto de Roberto Arlt. Carlos Correas es un escritor del futuro. Y las generaciones venideras lo van a seguir descubriendo. Van a encontrar la fuerza y la precisión de su escritura para dar cuenta y reponer las condiciones materiales de una época y su mirada singular de la vida. En una entrevista con Jorge Quiroga, Correas dice sobre Arlt:
«Desde y por Arlt sabemos que hasta ahora no hay cultura argentina posible si no comienza ejerciéndose en el elemento de la violencia opresiva y la prepotencia. Y que toda respuesta a esa situación deberá fundar y practicar la cultura a través de la contraviolencia y la contraprepotencia. Contra los cultos que necesariamente nos violentan y los violentos que necesariamente nos cultivan, no seremos cultos de otro modo ni haremos otra cultura si no violentamos y prepotenciamos a nuestra vez». Correas entiende que «Arlt, (…) nos divulgó que el secreto de la cultura yace en la violencia». La tragicidad de su obra y de su vida aparecen en sus personajes pero también se desliza en sus comentarios críticos. La presencia de la muerte como un reconocimiento ineludible. La posibilidad del suicidio como una voluntad soberana.

Correas, lector de Kafka, analiza la obra del checo desde categorías singulares: detalle, amor, deseo, clarividencia, alienación, soledad, prostitución, el mundo. Correas afirma que «habría que vivir 300 años para leer todo lo que hay que leer». Y en esa entrevista publicada hace más de veinte años en El ojo mocho muestra sus intereses como lector y sus relecturas. Casi nada de “novedades” y la insistencia de unos pocos autores.
Se podría pensar que el característico y minucioso detallismo de Correas que sugiere con la descripción material la atmósfera moral muestra en sus crónicas de la televisión argentina la decadencia de nuestra civilización. Mariano Grondona, Mario Pergollini son los títeres de turno para mostrar la idiotez de nuestro Gran Guiñol espectacular y sin vida de la decadencia local. Me parece que el lenguaje claro y limpio de Correas, su registro variado y preciso, su tono reconocible, ese es su estilo y lo llevó a todas partes. Hay algo que me parece absolutamente extraordinario en Correas y es su capacidad de decirlo todo en un lenguaje llano no exento de profundidad. Haber dejado por escrito, en clave autobiográfica, lo que cualquier otra persona que aspira a la decencia burguesa se cuidaría en ocultar.

Es un lugar común pero no por eso menos cierto decir que hay editoriales que publican libros para un público que existe, mientras que  hay otras que arriesgan capital económico y también simbólico para un lector que quizás todavía no existe. Habría que decir que los textos que estaban dispersos de Carlos Correas, ahora reunidos en un libro editado por Mansalva, me lleva a pensar en esos lectores y esas lectoras que todavía no existen. Como en su momento fue un hallazgo de la editorial la publicación de Los jóvenes (2012). Estaba faltando este libro que ahora existe con el título de Todas las noches escribo algo. A la vez ya existía pero no en forma de libro sino como una suma de textos dispersos que un grupo reducido de lectores apasionados ya conocía. Es un libro fundamental para nuestro presente y también para las futuras generaciones.

3.6.21

Retrato de Germán García, por Jorge Quiroga


Cuando nos encontrábamos en el edificio de la esquina de Billinghurst y Tucumán siempre nuestros recuerdos nos llevaban a tiempos lejanos de la juventud y a circunstancias que vivimos en común. Fuimos cambiando: hijos, exilios, aventuras, distancias, pero en el fondo éramos los mismos.
Germán mantuvo inalterable una forma peculiar e irrepetible de humor entre incisivo y ocurrente, se reía de los demás, de todos, y lentamente conducía la situación, la lógica, lo vivido, inventando un absurdo desopilante con la cual intentaba el hecho que se debía pensar todo de nuevo, y poner en discusión lo que parecía evidente.
Claro que el objetivo estaba dirigido al ocasional interlocutor, lo que producía un mareo que él sorteaba con una sonrisa cómplice como si estuviese razonando, y fuera el otro y no él el involucrado. Todo terminaba en mutua aceptación.
Leer y escribir literatura fue su pasión desde la adolescencia. El lector voraz en que se convirtió lo transformó en un buscador de sentidos. Por lo que pronto transformó su imagen de rebelde en un intelectual en entender al mundo convulsionado que le tocó vivir, con una forma de ver peculiar e irreverente. Fue de esa manera, por decisión propia, y se hizo así de una manera de una voluntad incontrolable. El camino que tomó fue muy suyo y nadie lo podía prever.
Su novela inicial, Nanina, que escribió dos o tres veces en distintas versiones, fue autobiográfica y de ruptura, traía una forma nueva que podemos enunciar LITERAL.
Ahí se decían cosas no dichas, que inauguraban una forma de concebir a nuestra literatura y que tuvo en Germán un propulsor y un teórico de su propio gesto literario. Este se postulaba como una interrogación.
Germán publicó Nanina a los veintitrés años, y se puede decir que rápidamente pasó a ser otra persona.
Recuerdo el tiempo y la vida en aquellos años.
Germán deambulaba por la ciudad, escribía continuamente y leía sus relatos y fragmentos de la novela, ante incrédulos parroquianos, sorprendidos por su efusividad.
El texto se iba escribiendo, las cartillas se pasaban a máquina en una vieja casa en donde anclábamos en la calle Gorriti.
La pensión (Uruguay y Corrientes) y la librería “Faustito” y los cafés consistían en espacios donde se debatía la contundencia que debía tener la literatura.
Después vinieron hechos sociales y políticos que conmovieron el país. Años de lucha contra el autoritarismo.
Germán a partir de su experiencia e inteligencia leyó a esos acontecimientos en soledad, pero con enormes angustias.
De alguna manera interpretaba con humor todo eso, en parte tenía razón y comprendía el significado de ellos convulsivamente.
Su perspectiva era satírica y en esos momentos eufóricos de nuestra historia social y política (que tenían tantos altibajos)  la mirada de Germán siendo muy crítica apuntó a la farsa que se estaba desarrollando conservando una distancia provocativa y divertida.
Esa dimensión preveía el humor y remarcaba su polémica con la época histórica que le tocó vivir.
Como si fuera un exilado que miraba lejos ante las estridencias de una verdadera pesadilla. Ese humor punzante lo mantuvo despierto y no se dejó engañar respecto  de la significación de lo que estaba ocurriendo. Su inteligencia se ponía a prueba ante el fragor de los hechos, que no eran tan reales sino míticos. La idea de la revista Literal la pensó como un proyecto de largo alcance que de alguna manera tenía mucho sentido. Una voz disonante, risueña, que recogía toda una tradición oculta (Macedonio, Gombrowicz) lo no dicho, la exaltación. Lo onírico de la situación, la lingüística, la escritura dislocada y fragmentaria, el barroco, todas las formas posibles.
La literatura como oposición  y estilo personal.
Germán dictaminaba en los bares y cafés de la calle Corrientes, donde se escribía y se debatía  los misterios indebidos e insidiosos. Germán en esta efímera publicación (tres números dobles tamaño libro) se entusiasmaba pasionalmente, era su aventura, y lo seguía un pequeño grupo de compinches.
Macedonio Fernández, la escritura en objeto y Gombrowicz, el estilo y la heráldica constituyen ensayos que son resultado de esa experiencia, de pensar, diseñar y de discutir. Este era el verdadero legado de la revista.
Paralelamente Germán fue consolidando una narrativa novelística que siempre busca desentrañar la trama que la convoca (Nanina, Parte de la fuga, Perdidos hasta Plaza Miserere) se puede decir que hay varias vías de acceso para llegar a la construcción de su relato. Invadía y conquistaban con la manifestación de su agudeza. Se plantea  con su discurso desmesurado ante cualquier grupo de personas y se imponía porque evidentemente explicaba con sus palabras algo no convencional, que desorientaba pero que hacía pensar las cosas con una lógica muy particular.
Se entretenía con la gente demostrando que su interés podía ser insaciable.
Se lo conoce además como psicoanalista, y en ese campo fue muy destacado.
Al estudio de la obra de Freud y de Lacan dedicó mucho tiempo y fue montando un complejo sistema de  lecturas que era parte de su formación y de las herramientas que comportaban una cosmovisión del mundo y de los hombres. Nunca fue esquemático y trató de reflexionar intensamente sobre las cuestiones de vida, que lo invitaban a intervenir e interpretar.
Sus colegas y pacientes pueden atestiguar que todo su bagaje estaba a disposición del otro. Nunca fue indiferente.
Trabajaba últimamente durante interminables horas de concentración, clínica y estudio, mantenía su mente atenta a los sucesos que vivían las personas.
Germán quizás significó para aquellos amigos que lo conocieron, la existencia de una entrañable presencia.
Germán García, sujeto impredecible y astuto, no debe ser mitificado porque su figura necesita pensarse en su exacto rigor.
La frecuencia era su modo y siempre lo consideré como el tipo que poseía una inteligencia desbordada.
Su amistad, está ligada con mi propia historia y algo de mi asombro se fue con él.
Germán puede verse en su gesticulación tan expresiva como irreverente.
Al parecer no se rendía ante los sentimentalismos, sin embargo, lo vi frente a experiencias de vida que desmentían esa seguridad.
Germán García como intelectual, escritor y psicoanalista fue protagonista principal de las iniciativas más productivas de las últimas décadas.

23.5.21

Una tonalidad verde clarito, por Cyn Alemis

1.

 

Dos minutos

¿quién apretó mi botón

de autodestrucción?

¿q puedo hacer en estos

últimos dos minutos?

llamar a mamá

y decir

conseguí trabajo en un bar,

soy feliz en mi nueva casa.

organizar una fiesta

y que suene traición

conozco lo mal conozco

lo vil

tirar un aromatizante

campos de lavanda

mix flores campestres

música del hogar

puedo pintar mis uñas de verde

y pensar que es un día perfecto

puedo escribir un poema

puedo matchear con alguien

arreglar una cita

y no ir

puedo arreglar mi placard

y elegir mi último outfit

puedo mirarme

al espejo y sentir

un deja vu

puedo encerrarme

en el baño a llorar

por última vez.

 

 

2.

 

Beso virtual

Videollamadas nocturnas

para recordar que afuera hay abrazos

esperándonos. Chau, te quiero

antes de que salga el Sol

Miro directo a la cámara

para que sientas el calor

de mis ojos un poco más cerca.

Acércate,

pegá la cara

a la pantalla.

Beso virtual.

 


3.

 

Dicha y hecha

Una casa enorme

Un perro enorme

Una heladera llena de mandarinas

Dos bicis celestes estacionadas en el medio del living

Una cama de plaza y media con sábanas verdes

Una biblia en la biblioteca

Y siempre un vino arriba de la mesa.

Nos imagino en una infinidad de situaciones

En mi librería favorita pululando entre poetas muertas

Bailando descalzas en Jujuy sobre tierra mojada

Mirándonos a los ojos en un living vacío.

 

Sol, ternura, primavera, guitarras

Te pienso maravillosa y analógica

Te pienso terrestre y cielo

Te pienso con ansiedad y ganas

Te pienso y resultan absurdas

Todas las canciones que hoy me recuerdan a vos

 

 

4. Mirada de fuego

 

Esa tarde

Cálida y agresiva

En la que conocí

La furia

Sentí las llamas

Del tártaro

Y crucé la puerta

Porque entendí

Que mi presencia

Ya no valía nada

En esa habitación.

 


5. Esto es para

 

Esto es para

La orilla del mar

Lloro y quiero estar

En mi casa

Lloro te quiero como

sea

Lloro y rompo todos

los vasos

Del mundo entero

Nadie puede

Volver a tomar agua vino cerveza

Lloro y salgo a dar vueltas

Lloro

No puedo escuchar

Todas las canciones que existen

Lloro

Hoy leí el diario

Ay cisne negro de Flores

Me encanta encenderte

 

 

6.

 

Truena Truena Truena

Pero no llueve

Hoy el cielo