30.3.08

La posibilidad de una isla, por Javier Fernández Paupy




Así, el mulato Cipriano, calavera y dicharachero, que con sólo sus gestos y palabras evocadoras arrastra a los empleados al deslumbramiento de las apariencias, a la súbita y terrible revelación de que la nada de la imagen hermosa vale más, en la existencia de cada uno, que el ser positivo de “lo real” al que han amarrado sus vidas.
Carlos Correas (Arlt literato)


La versión teatral que hace el Grupo Ojcuro de la burlería en un acto de Roberto Arlt, La isla desierta, merece un elogio. Parte del elenco son actores no videntes trabajan con la técnica del Teatro Ciego, arte que consiste en la ausencia total de luz durante el espectáculo y en la celebración de esa hermosa nada que albergan las imágenes que sólo necesitan palabras que las invoquen. Durante el transcurso de la obra se produce la anulación total del sentido de la vista que fomenta el desarrollo de otras vertientes perceptivas como lo son las olfativas, las auditivas, soporte principal en el que se apoya la obra, y las táctiles, que aunque en menor medida resultan tan elocuentes como las demás. En medio de una sociedad en la que el predominio de lo visual adquiere síntomas de epidemia, esta puesta en escena se erige sobre la franca negación de ese signo de los tiempos, saluda al “extrañamiento” de los formalistas rusos y a su anhelo de transformar las anquilosadas percepciones mediante una forma renovada de “ver” y pensar las cosas.

La pieza que dirige José Menchaca y se presenta en la Ciudad Cultural Konex desde hace algunos años, asombra no sólo por su revolucionario y literalmente “nunca visto” método de trabajo, sino también por la atinada interpretación del brevísimo texto que el cronista del diario El Mundo escribiera en 1937. El drama de Arlt, fiel a su estilo, propone un dilema moral. Por allí desfilan oficinistas ruines y corrompidos envueltos en una maraña de vicisitudes burocráticas, olor a café, traidores que se redimen al confesarse, una orquesta conformada por máquinas de escribir, jefes y esclavos. En el cuarto oscuro en el que transcurre la pieza, se pone en duda esa idea que recordara Jean Cocteau en El testamento de Orfeo: “la expresión se hace por medio de gestos”. Aquí se vuelven obsoletos la escenografía, el vestuario, el maquillaje y los demás elementos tradicionales de la utilería teatral. No así los recursos canónicos del radioteatro y de las representaciones de siluetas, títeres, marionetas y sombras móviles, que desde la fosa de los antiguos teatros producían todo tipo artificios sonoros en tiempo real: ruidos de copas que chocan entre sí, la campana de un reloj despertador, la brisa del viento, el sonido de las olas estallando desde el océano en la orilla. Una oficina con grandes ventanales por los que se ven pasar buques y transatlánticos perturba la atención de un grupo de oficinistas de vida rutinaria. Ese malestar actúa en favor del autoconocimiento que los personajes van adquiriendo de sus propias vidas. Presagios sonoros y olfativos de una tormenta en medio del mar, una playa en Madagascar, el aroma hediondo de las calles de Shangai, la reescritura y expansión del texto arltiano no desentona, porque todo suma a la hora de plasmar los vaticinios de Arlt que denuncian una sociedad alienada y uniforme en donde las personas se vuelven meros engranajes lúgubres, tristes y aburridos. Esta crítica lúcida y lúdica al abyecto mundo burocrático, encuentra en el viaje, y en los relatos cosmopolitas de Cipriano, la posibilidad, ya no de una isla desierta, sino de recobrar el valor que la monotonía ha robado a la vida misma.

Finalmente, lo objetivo. Los espectadores son guiados a sus butacas por los mismos actores. Entran a un espacio sin luz de donde surgen las maravillas de la representación. La versión que hace de La isla desierta el Grupo Ojcuro, bajo la tutela de Menchaca, es una adaptación escénica que puede prescindir de la visión y constituirse como un espectáculo visual.

16.3.08

El baile de los ahorcados, por Juan Dos


Voy a cambiar de especialidad –digo. Judy mira lo que he hecho. Jackson Pollock liberó la línea, recuérdalo, me dijo alguien ayer en clase de pintura contemporánea. ¿Cómo podría liberar de nada a esta mierda?,
me pregunto. Me quedo delante de un lienzo sin terminar. Pienso que haría
mejor gastando el dinero en drogas que en material de pintura. –Voy a
cambiar de especialidad, ¿me oyes?
Bret Easton Ellis. (Las leyes de la atracción)



En los 50’s, a raíz del meteórico paso de Marty McFly por Hill Valley alguien inventa el skate, pero como la industria norteamericana jamás descansa y su infatigable producción de ocios renueva permanentemente el mercado de la dicha estableciendo otras modas, otros pasatiempos, para el año 65 la popularidad del ingenioso artefacto decae y cinco años más tarde comprar una patineta es imposible. 1970. El lado sur de Santa Mónica depone su tradicional brillo convirtiéndose en el barrio pobre de la playa. Dogtown. La célebre feria de Ocean Park desmantela teleféricos, tiendas y variedades. El público migra, disuelta la clase media consumidora de “paseos” los hijos del lumpenaje toman el control del negro agujero residual abierto en el paisaje. Surfers marginales adoptan un muelle encajonado llamado Cove. Bohemios, yonquis y pandilleros completan el cuadro. Las maderas y los escombros del antiguo recreo flotan entre aceradas tablas de curiosos y vivos colores, los pilotes abandonados en hilera transforman la actividad en algo peligroso. Allí, diez adolescentes postergados, surfean hasta media mañana y acabadas las olas extienden la práctica hasta el cemento. Recurso tan inmediato como instintivo el equipo Zephir aplica en el asfalto los conocimientos instrumentalizados sobre el agua. Estructuras urbanas diseñadas con fines ciudadanos se refuncionalizan instigadas por el insólito avatar de la joven expresión estética. Imprevista, secreta, reducida, combina elementos incompatibles y quizá por primera vez un movimiento cultural nace directamente de niños desclasados cuya profunda intuición los induce a la excelencia del amateur, a tomar la técnica de Bertleman de flexionar y tocar la ola, para luego ellos apoyar la mano contra el piso y así estirar el cuerpo desde la tabla. El exclusivo número de integrantes inculcó la devoción del estilo. La competencia diaria por verse cada vez mejor y mejor los consagró expertos amantes de la forma. Entonces una sequía providencial abate la tierra californiana. Cientos de piletas permanecen vacías y en reiteradas sesiones ilegales la facción insubordinada conduce la disciplina a otro nivel. Lo inmediato era pasar por encima de los focos (bajo el borde) y apoyar una sola rueda suspendiendo el resto del skate fuera de la pileta. El cielo es el límite. Nasworthy reemplaza las ruedas de arcilla por las de uretano, el artefacto recupera cierta fama y para 1975 los chicos participan del torneo Nacional Del Mar. La concurrencia (no los organizadores) los juzga con franco desprecio. Pelo largo, pantalones rotos, aspecto desgreñado. Jay Adams, el menor de la tribu, trece años, solitario y displicente, rompe filas. Ingresa a la pista de free style, un área pequeña de 12 x 12, plana, de madera contrachapada y capa de uretano. Hay que verlo, el documental de Peralta recupera las imágenes filmadas por Stecyk. Todos la rompen y todos, al promediar la tarde, son comprados por la industria. Y, o bien acaban patrocinando marcas corporativas o bien fundan las suyas propias accediendo al pérfido “sueño” americano. Todos menos Jay. Jay Adams posee un talento diferente. Tony Alba y Stacy Peralta son buenísimos, Alba en particular hace gala de una agresividad aplastante. No obstante Adams busca otra cosa, es otra cosa. Ni presumido a lo Alba ni calculador a lo Peralta no le interesa perfeccionarse ni ser adorado, ensayar veinte piruetas iguales lo aburre, el prestigio y los dólares no consumen su deseo. Gasta bromas pesadas, enciende morisquetas de arlequín y arroja las pelucas de los pasajeros por la ventanilla del transporte público. Todos se profesionalizan menos él. Entrevistado para este documental en la prisión de Haway (drogas) alegará, perplejo, que sus viejos camaradas comenzaron a respetar horarios y tomarse en serio algo que él consideraba tan sólo una prestancia. Un regalo de manos bondadosas y desconocidas. Uno imagina el inevitable y gradual desamparo. La práctica por la práctica en sí, antes autosuficiente, ahora institucionalizada disocia la pasión exploradora de una habilidad o de un talento (extravagantes) mediante la rutina divisoria del trabajo regulado. El placer invisible de la actividad se repliega al goce material de la plaza capitalista. Hoteles suntuosos, giras internacionales, mujeres extra fáciles y perniciosas sustancias complacientes, sus amigos, mayores que Jay, en cuestión de semanas adquieren el repulsivo mohín de las estrellas de rock. Con Jacobo Fijman, Vincent Van Gogh, Antonin Artaud y The motorcycle boy ocurre de modo parecido. A diferencia de sus colegas, éstos desplazan el foco hacia otro lugar. Indagadores constantes del borde, no persiguen ni el valor constituido del dinero ni la coartada consagratoria del aplauso, sino el deslizar la expansión de una eficacia. No saben detenerse: los encarcelan o los matan. Fijman cautivo en el Hospicio de las Mercedes, Artaud en Rodez, Van Gogh en Saint-Rémy, Adams en Haway. Representan otra clase de creación. Invisten la realeza en el exilio, príncipes alejados de su estirpe por el salvaje viento que pasa, los ojos fijos, vidriosos, sujetos al extremo más duro del barco. Un paquete aparte. Nadar junto a cocodrilos hambrientos, cazar tiburones blancos con el cuchillo entre los dientes. Explorar y moverse fuera de la norma, investigar los túneles, las almenas, los escondrijos y los pasajes del campo de batalla. Cuando Adams daba desprolijo era porque iba sin premeditación, sin plan, trastabilleaba y a partir del error y de la inestabilidad descubría figuras únicas, efímeras y desprovistas de alarde, deslumbrantes. Hablemos de crear figuras porque sí, de una inspiración brutal, casi primitiva, que persiga la belleza de la forma sólo para tocarla y no atesorarla acaso por no pertenecerle. Ignoramos cómo funciona la carrera tras el alma de la forma y/o de las palabras. Germán Céspedes, poeta desesperado de Adrogué, supo correr tras ellas y alucinado tras la música de sus cuerpos eternos inventó un complejo mecanismo de curvas, subidas y bajadas, una mini montaña rusa verbal donde las frases, igual a canales o conductos de cobre, sostuvieran el recorrido frenético del léxico aumentando la velocidad reverberante de sus múltiples sentidos por medio del ensamble sintáctico y del contraste fonético. Alguien junta digamos entre 500 y 1000 palabras, bien agarradas y calculando el margen en no más de dos hojas, allí dentro realiza, como si fueran las paredes combadas y verticales de una pileta vacía operaciones muy, muy veloces. Suprime, añade, altera, mueve, transpola, reformula, acondiciona. Infatigablemente. Entonces cada tanto la entrevé, entrevé la forma necesaria y la palabra justa, correcta, cuando es verdadera y última y no otra y ofrece un espectáculo singular, espontáneo e irrepetible.

23.2.08

Bukowski - The Days Run Away Like Wild Horses Over the Hills


libertad


tomó vino toda la noche la noche del
28. y seguía pensando en ella:
la forma en que ella caminaba y hablaba y amaba
la forma en que le dijo cosas que parecían verdad
pero no lo eran
y él supo el color de cada uno
de sus vestidos
y de sus zapatos –él conocía la cantidad y la curva de
cada taco
así como también la forma de la pierna que éste le daba.

y ella había salido otra vez cuando él volvió a su casa, y
ella volvería con ese olor especial otra vez,
y lo hizo
volvió a las tres de la mañana
repulsiva como una despreciable comemierda
y
él sacó el cuchillo de carnicero
y ella gritó
mientras se volvía hacia la pared de la pensión
todavía linda de algún modo
a pesar de la hediondez del amor
y él terminó el vaso de vino.

ese vestido amarillo
el preferido de él
y ella volvió a gritar.

y él levantó el cuchillo
y se desabrochó el cinturón
y rompió la tela delante de ella
y se cortó las bolas.

y las llevó en las manos
como damascos
y apretó el botón
después de tirarlos al inodoro
y ella siguió gritando
mientras la habitación se volvía roja

¡OH, DIOS MÍO!
¿QUÉ HICISTE?

y él se sentó con 3 toallas
entre las piernas
sin importarle ahora si ella se iba o
se quedaba
usaba el amarillo o el verde o
no usaba nada.

y con una mano sostenía y con la otra mano
servía
otro vino.

freedom: he drank wine all night the night of the/ 28th. And he kept thinking of her:/ the way she walked and talked and loved/ the way she told him things that seemed true/ but were not, and he knew the color of each/ of her dresses/ and her shoes –he knew the stock and curve of/ each heel –as well as the leg shaped by it.//and she was out again when he came home, and/ she’d come back with the special stink again,/ and she did/ she came in at 3 a.m. in the morning/ filthy like a dung-eating swine/ and/ he took out the butcher knife/ and she screamed/ backing into the roominghouse wall/ still pretty somehow/ in spite of love’s reek/ and he finished the glass of wine.//that yellow dress/ his favourite/ and she screamed again.//and he took up the knife/ and unhooked his belt/ and tore away the cloth before her/ and cut off his balls./ and carried them in his hands/ like apricots/ and flushed them down the/ toilet bowl/ and she kept screaming/ as the room became red//GOD O GOD!/ WHAT HAVE YOU DONE?//and he sat there holding 3 towels/ between his legs/ not caring now whether she left or/ stayed/ wore yellow or green or/ anything at all.//and one hand holding and one hand/ lifting he poured/ another wine.


como el gorrión

Para dar vida tenés que sacar vida
y a medida que nuestra pena se vuelve chata y vacía
sobre el mar ensangrentado de miles de millones
yo paso sobre serios bancos de peces internos que se rompen bordeados
por criaturas en putrefacción con piernas y panzas blancas
muertas hace tiempo y levantadas en contra de las escenas circundantes.
Querido niño, yo sólo te hice lo que el gorrión
te hizo; soy viejo cuando está de moda ser
joven; lloro cuando está de moda reír.
Te odiaba cuando me hubiera tomado menos coraje
amarte.

as the sparrow: To give life you must take life,/ and as our grief falls flan and hollow/ upon the billion-blooded sea/ I pass upon serious inward-breaking shoals rimmed/ with white-legged, white-bellied rotting creatures/ lengthily dead and rioting against a surrounding scenes,/ Dear child, I only did to you what the sparrow/ dido to you; I am old when it is fashionable to be/ young; I cry when it is fashionable to laugh./ I hated you when it would have taken less courage/ to love.


tacho de basura
huellas y anemia y malicia
y ¿qué podemos hacer con esto?:
una tripa en la basura…
abajo junto a las latas de cerveza del Sr. Saunders
enrollada como un gato;
la vida no puede ser menos absurda
que la lluvia
y mientras subo en ascensor
hasta el 3
cruzo a la Sra. Swanson
en la reja
maquillada y realmente muerta
pero sigue caminando
comprando dulces y grasas
y enviando tarjetas de Navidad;
y al abrir la puerta de mi dormitorio
una damisela gorda
revuelve mi visión
botellas caen
y una voz dice
¿por qué todos tus poemas son
personales?

waste basket: spoor and anemia and deviltry/ and what can we make of this?:/ a belly in the trash…/ down by Mr. Saunders’ beer cans/ curled up like a cat;/ life can be no less ludicrous/ than rain/ and as I take the lift/ up to 3/ I pass Mrs. Swanson/ in the grate/ powdered and really dead/ but walking on/ buying sweets and fats/ and mailing Christmas cards;/ and opening the door to my room/ a fat damsel scrambles my vision/ bottles fall/ and a voice says/ why are all your poems/ personal?


un poema es una ciudad
un poema es una ciudad llena de calles y costureras
llena de santos, héroes, mendigos, locos,
llena de banalidad y alcohol,
llena de lluvia y truenos y períodos de
sequía, un poema es una ciudad en guerra,
un poema es una ciudad que le pregunta por qué a un reloj,
un poema es una ciudad que se quema,
un poema es una ciudad gobernada por las armas,
sus peluquerías llenas de cínicos borrachos,
un poema es una ciudad en donde Dios se pasea desnudo
por las calles como Lady Godiva,
en donde los perros ladran a la noche y ahuyentan
la bandera; un poema es una ciudad de poetas,
la mayoría de ellos bastante similares
y envidiosos y amargos…
un poema es esta ciudad ahora
50 millas de ningún lugar,
9:O9 de la mañana,
el sabor del licor y los cigarrillos,
sin policías, sin amantes, caminando por las calles,
este poema, esta ciudad, que cierra sus puertas,
atrincherada, casi vacía, apenada sin lágrimas, envejeciendo sin pena,
las montañas rocosas,
el océano como una llama de lavanda,
una luna carente de grandeza,
una pequeña música de ventanas rotas…

un poema es una ciudad, un poema es una nación,
un poema es el mundo…

y ahora pongo esto debajo de un vaso
para el loco escrutinio del editor,
y la noche está en otro lugar
y las grises damas débiles hacen fila,
los perros siguen a los perros al estuario,
las trompetas atraen a las gaviotas
como los pequeños hombres protestan frente a las cosas
que no pueden hacer.

a poem is a city: a poem is a city filled with streets and sewers/ filled with saints, heroes, beggars, madmen,/ filled with banality and booze,/ filled with rain and thunder and periods of/ drought, a poem is a city at war, a poem is a city asking a clock why,/ a poem is a city burning,/ a poem is a city under guns/ its barbershops filled with cynical drunks, a poem is a city where God rides naked/ through the streets like Lady Godiva,/ where dogs bark at night, and chase away/ the flag; a poem is a city of poets,/ most of them quite similar/ and envious and bitter…/ a poem is this city now,/ 50 miles from nowhere,/ 9:09 in the morning,/ the taste of liquor and cigarettes,/ no police, no lovers, walking the streets,/ this poem, this city, closing its doors,/ barricaded, almost empty,/ mournful without tears, aging without pity,/ the hardrock mountains,/ the ocean like a lavender flame,/ a moon destitute of greatness,/ a small music from broken windows…//a poem is a city, a poem is a nation,/ a poem is the world…// and now I stick this under glass/ for the mad editor’s scrutiny,/ and night is elsewhere/ and faint gray ladies stand in line,/ dog follows dog to estuary,/ the trumpets bring on gallows/ as small men rant at things/ they cannot do.





Charles Bukowski. The Days Run Away Like Wild Horses Over the Hills , (1969)


Traducción: Flavia Cogliano Jalabert & Javier Fernández Paupy

11.2.08

Bret Easton Ellis - American Stoner

Drogón americano




En 1985, a los 21 años, Bret Easton Ellis publicó su primera novela, Menos que cero. La novela, que trataba sobre adolescentes ricos y decadentes de Beverly Hills, se convirtió en un bestseller nacional, en una película de Hollywood, y fue traducida a 20 idiomas. Ellis continuó con Las leyes de la atracción, publicada en 1987, nuevamente sobre estudiantes ricos y decadentes inscriptos en la famosa Bennington Collage de Vermont. Pero fue Psicópata americano en la década de los 90, novela sobre un millonario de Wall Street que llevaba una vida secreta de fumador de crack y que quemaba los globos oculares de las mujeres, que canonizó a Ellis en la historia de la literatura. El controvertido libro ha sido llevado al cine. Su última obra, Glamorama, es sobre Victor Ward, un supermodelo perseguido por terroristas internacionales. Esta entrevista se realizó en Manhattan, donde vive Ellis.


HIGH TIMES: ¿Cuándo empezaste a escribir lo que llamarías escritura seria?
Bret Easton Ellis: ¿Escritura seria? Diría que fue cuando escribí mi primer libro, en 1978, cuando tenía 14 años. Trataba sobre un chico que tenía que conseguir un trabajo para las vacaciones, en lugar de ir a la escuela de verano, porque sus notas eran muy malas. Yo tenía que ir a la escuela de verano todo el tiempo porque mis notas eran pésimas. En el verano de 1978 tendría que haber ido a la escuela de verano, pero mis hermanas entraron en mi habitación y encontraron un poco de porro. Eran mucho más chicas que yo y dijeron: “Mamá, ¿qué es esto? Papá, ¿qué es esto?”. Mis padres lo vieron y me vinieron a decir: “No vas a ir a la escuela de verano, sos un vago, un maleducado, un malacostumbrado. Vas a conseguir un trabajo y vas a dejar de fumar porro”. Así que me mandaron a lo de mi abuelo, que dirigía algunos hoteles sucios en Nevada. Fui a trabajar como cajero en la cafetería de uno de los hoteles. En realidad no dejé de fumar porro, pero probablemente me haya hecho ser una mejor persona en cierto modo. Esa fue la primera novela que escribí. Se basaba en ese verano.

¿Cómo describirías tu vida después de Menos que cero?
Rara. Trabajé en Menos que cero mientras estudiaba en la Universidad. Mi vida en Los Ángeles, en realidad, no se parecía de ninguna forma a la vida plasmada en la novela. Nací en una bonita familia de clase media. Viví en el Valle de San Fernando, no en Beverly Hills, no me crié en Bel Air. Fui a escuelas privadas, mientras que la mayoría de los chicos que retraté en Menos que cero vivían en casas grandes sobre las colinas, y sus padres trabajaban en la industria del cine. Pero Menos que cero no es una novela autobiográfica –no hay una sola escena en el libro, ni una sola línea de diálogo, ni siquiera un personaje que yo pueda señalar en el libro y decir: “Sí, ese soy yo, esa es mi vida”.
Había escrito tres novelas antes que Menos que cero. Ninguna de ellas fue publicada. Menos que cero trataba verdaderamente acerca de mis sentimientos sobre mi generación y sobre los Estados Unidos en general, los años de Reagan, y qué tipo de persona producía esto y toda esa pasividad. Eso es lo que realmente me interesaba. No me interesaba escribir una novela autobiográfica sobre mi vida en Los Ángeles. Fue una juventud sencilla. Estuvo bien.

Dejaste el calor del Sur de California por el frío de la Bennington College de Vermont. ¿Cómo fue ese cambio para vos?
Fue un gran alivio dejar Los Ángeles y conocer gente de mi edad que estaba leyendo libros y querían ser pintores, artistas o músicos. La mayoría de las personas que conocía del secundario sólo querían meterse automáticamente en la industria del cine. Mi vida realmente cambió en lo que se refiere a conocer gente con la cual sentía algún tipo de conexión. Bennington era realmente fascinante. Fue antes del SIDA, antes del “Just Say No” [sólo diga no]. Eran tiempos ciertamente muy liberales y a la vez muy inocentes al compararlos con la década del 90. Siempre pensé que fue inquietante y decadente, pero en realidad no lo era. Fueron los últimos días libres de preocupación.

Mucha gente compara la escena de Bennington de la década del 80 con Woodstock –gente corriendo desnuda, fumando porro, orgías. ¿Fue real o es una exageración?
No, no es una exageración. Pero tenés que tener en cuenta que la edad para consumir alcohol no se había aumentado –todavía era 18– y no había guardias de seguridad en las fiestas. Las fiestas “vestidos para relajarse” me impactaron la primera vez que fui a una, no podía creer la desnudez y el sexo público. De 1982 a 1985 no creo haber visto un solo preservativo en el campus. Eran otros tiempos.

¿Cómo era el ambiente de la droga?
Siempre fue marihuana en Bennington, pero también había anfetaminas y cocaína, especialmente durante el semestre en que estuve ahí. El campus entero estaba cautivado por un individuo que hacía anfetaminas en uno de los dormitorios. Ese semestre completo todos estaban en esa. Pero casi siempre un grupo sofisticado y no una banda de chicos volviéndose locos. No quiero llamar a nadie un drogadicto inteligente y que suene como un oxímoron. Pero es verdad; es decir, había muchos drogadictos inteligentes en Bennington. En realidad, nunca se les fue de las manos. Nunca interfirió en sus vidas. Nunca tuvieron que hacer rehabilitación ni los echaron del campus. Pienso que la gente estaba un poco asustada para comprender cuán sofisticados eran esas personas.

¿Es verdad que escribiste Menos que cero en ocho semanas bajo los efectos de la metanfetamina cristalizada?
Sí, es verdad.

¿Podés describirlo?
La gente no se da cuenta de que escribí Menos que cero bajo los efectos de la metanfetamina cristalizada, pero el borrador tenía mil páginas, completamente ilegibles, y eran una mierda. Por lo que la metanfetamina cristalizada me hizo escribir una novela de mil páginas con interlineado simple, que en rigor sólo necesitaba doscientas páginas, la longitud con la que fue publicada. Me tomó de dos años y medio a tres años de escritura, en estado sobrio, completar ese libro. Nunca fui un gran consumidor de drogas al escribir. La última vez que las usé fue en Miami hace cinco o seis años, y había estado despierto hasta tarde, con gente, de fiesta. Volví a mi habitación de hotel y escribí durante dos horas y después me fui a dormir; miré lo que había escrito a la mañana siguiente y era horrible. Verdaderamente siempre lo es. Es tan difícil escribir bien, incluso cuando estás concentrado y sobrio, que drogado pareciera un imposible.

Algunas partes de Psicópata americano, en especial ciertas escenas violentas, parecen inducidas por la droga.
El hecho de que lo haya escrito sobrio no necesariamente significa que ese haya sido un período sobrio o libre de drogas. Estaba bastante compartido. Me podía despertar, trabajar en el libro, y pasar una noche realmente agitada. Mi cuerpo podía procesarlo mejor, debido a que escribí ese libro entre mis 23 y 26 años, y podía mantenerme despierto toda la noche y trabajar a la mañana siguiente; en cambio ahora ya no es más una posibilidad real para mí. Pero durante los años que la escribí definitivamente hubo mucho consumo de cocaína.

¿Es por eso que el personaje principal es tan egoísta?
[Risas] La cocaína es una droga muy egoísta, te vuelve paranoico y tiende a alienarte. Pero yo siempre me sorprendo cuando me entero de que alguien termina en rehabilitación, cuando la gente no conoce o no puede establecer sus límites. Es como comer o beber –uno sabe cuando ya comió o bebió suficiente, y tiene una especie de autocontrol para decir: “Bueno, nunca voy a drogarme tanto como para no poder volver a drogarme”.
Hay un punto en el que se puede decir que no y esperar una semana o lo que sea. No me parece tan difícil incorporarlo a la tela de la vida.

¿Qué pensás que provocó la reacción brutal después de la publicación de Psicópata americano? ¿Fue sólo la violencia?
Definitivamente fue la violencia. Eso empezó todo el asunto. Pero la gente tiende a olvidarse que al crítico establishment norteamericano, o a la prensa o a los guardianes de la cultura nunca les gustó mi trabajo. Pareciera que todos creen que a los críticos y a la prensa les encantó Menos que cero cuando se publicó, sin embargo, yo recuerdo otra cosa. Cerca de la mitad de las reseñas eran muy duras y negativas, y presentaban sospechas acerca de dónde había salido este Bret Easton Ellis. Criticaron la chatura del tono, mi prosa minimalista. Y continuó en mi próximo libro, Las leyes de la atracción, que fue despiadadamente basureado. Después vino Psicópata americano, una continuación de esta teoría de estilo de cuatrocientas páginas, en la que hay cinco o seis páginas increíblemente descriptivas. Ahora miro hacia atrás y creo debería haberme dado cuenta. Pero realmente no pensé que la gente iba a notar eso. Creí que la gente vería el humor, la sátira y los demás elementos del libro. De algún modo creí que la violencia distraía mucho a la gente. Quizás si la hubiera suavizado, nada de esto hubiera pasado, el libro no hubiera tenido la reputación que tuvo. No puedo volver el tiempo atrás y hacer algo para cambiarlo, pero hay una parte de mi que piensa que quizás fui demasiado lejos.

Hablemos de Glamorama. ¿Qué hizo que eligieras este tema?
Con frecuencia el tema te elige a vos. No tengo interés en el mundo de la moda. En realidad, no tenía interés en los modelos. Tengo interés en escribir sobre una teoría de la conspiración. Estaba muy interesado en las conspiraciones y quería escribir sobre ese tema. Y lo que despegó de ahí fue la idea de que hubiera terroristas involucrados en esa conspiración. Entonces, ¿quién estaría involucrado en la conspiración? Bueno, vino a mi mente Victor Ward, un personaje de Las leyes de la atracción. Y pensé: ¿qué estaría haciendo ahora?, y luego pensé: estaría viviendo en Nueva York, probablemente saliendo con supermodelos y frecuentando ese escenario nocturno. Fue ahí cuando empezó a tomar forma el tema de la moda. Después se me ocurrió la idea de los terroristas utilizando un mundo donde todo es la superficie y la imagen como una pantalla para cometer sus actos, y todo se articuló.

Con respecto a los personajes de Glamorama, todo tiene que ver con las presiones de verse bien y con ser glamoroso.
Lo que como sociedad y cultura consideramos importante y valioso son generalmente las cosas que no tenemos. Todo tiene que ver con lo inconseguible. De eso se trata la cultura de la moda y de las celebridades. Y creo que de cierta forma eso impone enormes cargas a la gente, los hace desesperarse mucho y creo que, de algún modo, las drogas son una puerta de entrada para sentirse diferente, para sentirse bien. Quizás si nuestra sociedad fuera más utópica e invirtiera nuestras necesidades con algún significado, las cosas serían diferentes. Pero nuestra sociedad está constantemente trabajando en contra de nosotros y de nuestras necesidades como animales físicos. Es eso lo que pensaba con respecto a los personajes que se drogan.

Cuando hablás de drogas, ¿hacés una diferencia entre el porro y las drogas duras?
Debido a que muchas de las personas que conozco, incluso yo, generalmente, fuman porro, en realidad no me doy cuenta. Podés ir a muchos lugares en Manhatan donde se puede encender un porro en un bar y nadie dice nada. Se huele constantemente en las calles. Parece que está la idea de no considerarla una droga dura porque es de consumo muy amplio. Es una parte más de la tela de la cultura. Ya no se iguala a la marihuana con otras drogas. Y no creo que la gente realmente haga la asociación con el uso recreativo del porro que sí hacen con otras drogas, especialmente no ahora que todos hablan del uso medicinal de la marihuana. No entiendo esa estafa. ¿En contra de qué están? Creo que, en pocas palabras, el argumento de la estafa es que todos se van a colocar con porro, todo el tiempo, y causarán problemas sociales.

Bien, hay una teoría sobre la puerta de entrada, que un estudio gubernamental dijo que no es verdad.
No creo en eso tampoco. No sólo es el alcohol la puerta de entrada a las drogas, sino que creo que es la puerta de entrada a las drogas.

¿Dirías que sos un fumador ocasional o diario?
Si está cerca, está cerca. Miralo de esta forma: no tengo dealer. No compro grandes cantidades pero tengo amigos que lo hacen. Si vivís en cualquiera de las grandes ciudades y tenés cierta edad, tenés amigos que fuman porro. Y no es algo de lo que todos obligatoriamente se horroricen. Hay una característica casual que mucha gente necesariamente no nota. No es una característica sobresaliente de sus vidas. Diría que mi hábito es bastante medido, como el de mucha gente de la ciudad relacionada al mundo de las publicaciones. Sin embargo hay todavía un cierto grado de temor acerca de las drogas y de la gente que las consumen, al que considero ridículo.

¿Qué son las drogas duras?
Hace un par de años experimenté con la heroína. La heroína, en mi generación, había sido tan endemoniada que, la primera vez que la vi en una fiesta, me asusté mucho, ni siquiera se la estaban inyectando, sino que la aspiraban. Pero me interesó probarla. Como escritor, siempre sentí que hay que probarlo todo, experimentar todo lo que se pueda. Esa podría ser una simple excusa para no acostarse con nadie y drogarse a gusto, pero una parte de mí todavía cree en eso. Así que lo hice con alguien muy cuidadoso, el clima era ideal. Pero te voy a decir algo: al final la heroína liquida entre el ochenta y el noventa por ciento de sus consumidores. Te come, es algo que no se puede controlar de la misma manera en que se puede controlar la marihuana, las pastillas o los alucinógenos.

¿Qué tenés para decir de los alucinógenos?
Mi experiencia con los alucinógenos es bastante escasa, pero también significativa. La primera vez que tomé ácido fue con mi compañero de cuarto de la universidad. Él era hippie; yo, no. Yo era, vergonzosamente, un idiota de la nueva onda de Los Ángeles. Mi parte de la habitación era por completo del estilo elegante y minimalista del gigoló americano. Él tenía posters de Dead y usaba una bincha en la cabeza. No entiendo por qué nos pusieron juntos. Peleábamos constante y amargadamente. Parecía un episodio de I Love Lucy[1]. Pusimos una cinta a lo largo de la habitación, y ninguno de los dos podía cruzarla. Sus amigos venían y se comportaban como hippies. Ellos tocaban temas de Dead, fumaban porro, mientras que mis amigos escuchaban Duran Duran; era una combinación realmente horrible.
Finalmente una noche dijo que deberíamos hacernos amigos, y yo accedí. “¿Por qué no tomás un poco de ácido conmigo?”, y le contesté: “Me encantaría pero tengo que ir a cenar y a ver una película, así que dámelo y lo tomo”. Se llamaba dragón azul, me dio una dosis y no pasó nada. Le dije: “Soy un tipo grande; dame otra”.
En ese momento, pensaba que el ácido era un mito y, por supuesto, cuarenta y cinco minutos más tarde, seis chicos me sacaron riéndome histéricamente del cine. Después empecé a viajar intensamente. Un mal viaje. Las visiones, los sonidos, creí haber visto al diablo, bla, bla, bla. Recuerdo haberme alejado corriendo de mis amigos que sabían lo que me estaba pasando y me lo querían explicar. Me fui y corrí hasta la habitación de mi mejor amigo. Abrí la puerta de su habitación y salté la cama gritando: “¡AYUDAME AYUDAME –ESTOY DE TRIP!”. No hubo nada más que silencio en la habitación. Entonces, me miró y dijo: “Bret, estos son mi papá y mi mamá; me vinieron a visitar el fin de semana. ¿Podemos hablar de esto más tarde?”.




[1] I love Lucy: Sitcom (comedia serial norteamericana de media hora de duración). Lucy es Lucille Ball, su marido, tanto en la ficción como en la realidad, era cubano.




Bret Easton Ellis entrevistado por Toby Rogers. En High Times, August, 1999, nº 288, New York.


Traducción: Flavia Cogliano Jalabert y Javier Fernández Paupy

2.1.08

Los reportajes de Carlos Correas, por Javier Fernández Paupy




¿Quién de nosotros en sus días de ambición no ha soñado con el milagro de una prosa poética, musical mas sin ritmo y sin rima, lo bastante flexible y con los contrastes suficientes para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la fantasía y a los sobresaltos de la conciencia? Es de la frecuentración de las grandes ciudades, del cruzamiento de sus innumerables relaciones de donde nace sobre todo este ideal obsesivo.
Charles Baudelaire. (Dedicatoria a Arsène Houssaye. El spleen de Paris. 1869)


Es claro que el conjunto de calles, de escenografías urbanas, de recorridos más o menos erráticos, de minuciosas descripciones a través del espectáculo de la ciudad y de los pueblos forman una trama compleja en la obra de Carlos Correas. El viaje y el paisaje serán vías privilegiadas para transitar un camino tan autobiográfico como existencial, centrado en el encuentro tanto como en la evasión de sí mismo.

El escenario de las peripecias que le acometen al protagonista de Los reportajes de Félix Chaneton está íntimamente ligado a los hallazgos de su propia existencia. Uno de los temas centrales de la obra es el viaje. El itinerario de la búsqueda de un cuerpo y la relación más o menos subordinada entre un aprendiz de veinticinco años y su socrático maestro y demonio, en el primero de los tres relatos, supone recorridos y desplazamientos espacio-temporales tanto como narrativos. El determinismo espacial que habita en la configuración de los “tipos" humanos y en el retrato del aburrimiento, del minucioso desgaste, y sobretodo del proceso de adaptación a un espacio otro por parte de un traductor de cuarenta años que de visita junto a su mujer en el pueblo de sus suegros a setenta kilómetros de la ciudad de Rosario y azorado ante la cotidiana pasividad en la vida de un pueblo acomete su relato mediante una descripción exhaustiva desde la extrañada perspectiva del viajero. Del mismo modo que el profesor universitario, viajero visitador de cuarenta y dos años, por momentos peligrosamente solo, maestro iniciado de "paseos exploratorios" a una jovencita de diecinueve años con quien disfruta callejear por Buenos Aires; todos estos recorridos que tienen como protagonista a Félix Chaneton se presentan como formas de narrar biografías y autobiografías. La obra abraza el problema de las "escrituras del yo", de las "escrituras autobiográficas", de los "diarios personales", en suma: la de Correas es una literatura existencial. Los desplazamientos entonces no serán sólo un motor en la progresión de la trama sino sobretodo la forma privilegiada de autoconocimiento, por parte del narrador, de que su vida es el material justo para plasmar su obra.

"Dialogar con uno mismo: esto es el arte." Así lo pensó el ingeniero, agrónomo provincial y escritor ruso, Andréi Platónov. En una introducción a sus crónicas de la revolución rusa, Viaje sentimental, el soldado retirado y narrador Viktor Shklovski anota: "Voy a hablar un poco de mí y de mi Viaje sentimental, como si tuviese que rellenar un cuestionario". Se me permitirá una cita felizmente no académica: un prólogo fechado en 1969/71 por el poeta y cineasta James Douglas Morrison[1]: "Creo que la entrevista es la nueva forma de arte. Pienso que la autoentrevista es la esencia de la creatividad. Hacerse preguntas a uno mismo y tratar de encontrar las respuestas. El escritor simplemente está respondiendo una serie de preguntas impronunciadas. Es parecido a responder preguntas en un estrado. Es ese extraño ámbito en el que uno intenta e identifica algo que sucedió en el pasado y trata de recordar con honestidad qué quiso hacer. Es un ejercicio mental crucial. Una entrevista, generalmente, te dará la posibilidad de confrontar tu mente con preguntas, de lo que para mí se trata el arte". Ahora sí, luego de estos aportes, puedo pensar en las palabras de uno de los desdoblamientos de Correas, Juan Manuel Levinas, cuando en el prólogo dice: "Como de ordinario entendemos por reportaje el texto elaborado tras una encuesta personal del autor, mitigaremos condescendientemente, según se quiera, esa ordinariéz si encuestador y encuestado son uno y el mismo en el hecho estético" (...) Éstos reportajes son autorreportajes a modo de capítulos de una novela autobiográfica. (...) Para contar una vida hay que volver contable la vida".

[Antes de avanzar con el tema propuesto me gustaría hacer una pequeña digresión. Leyendo uno de los manifiestos surrealistas de André Bretón di con una frase que me resultó absolutamente perturbadora. "El interés por la vida carece de base"; había algo en el sintagma que me molestaba, y lo repetí mentalmente hasta que descubrir lo que me irritaba de esa idea. A mi juicio, la vida puede carecer de sentido, eso es fácil de aceptar, pero a lo que nunca podría suscribir es a que el interés por la vida carece de base, siendo el interés por la vida, esa subjetividad, lo que acaso le otorgue un sentido a lo que en sí mismo no lo tiene. Cuando leí por primera vez Los reportajes de Félix Chaneton yo estaba sugestionado por una idea, que en realidad no era más que una declaración personal de gustos por parte de una persona cuya oratoria me tenía ciertamente fascinado. La idea me perturbaba como aquella otra de Bretón aunque de manera diferente, cuántas veces la admiración provoca transformaciones radicales en la personalidad. Simplemente le había escuchado decir que la aburrían los relatos de “viajes de drogas”. Me sentí automáticamente en deuda con muchas de mis lecturas de mayor goce: Paraísos artificiales, Confesiones de un opiómano inglés, Una temporada en el infierno, Opio (Diario de una desintoxicación), Las puertas de la percepción, El almuerzo desnudo, buena parte de la obra de Bukowski o Bret Easton Elis. Entonces me propuse leer la novela desde William Blake y desde la larga tradición de los viajeros mentales. Mis anotaciones eran las siguientes: "Una gran cucharada de sal disuelta en un vaso de agua y una dosis de fenobarbital correspondiente a un adicto", los recurrentes usos de la Benzedrina en las caminatas con Carreras. La intoxicación alcohólica en Coronado en relación con las formas de medir el tiempo, o sea, la pérdida de la noción espacio-temporal provocada por el alcohol; vino blanco Cresta Roja, una botella de Old Smuggler, cerveza blanca santafecina, cuatro sedantes, vino garnacha, ginebra con hielo, más ginebra con hielo, otra botella de whisky, una dosis de whisky en la cerveza; resaca con cerveza en un pueblo perdido del mapa. De nuevo en la ciudad, un vino blanco con un diariero borracho en su puesto de diarios en el barrio de Palermo, una caja de Aplacasse entre programas de cine en la pensión Mundial, una botella de jerez, dos frascos de Stenamina, varias copas de vino a las 9 y 30 de la mañana frente a la estación de ómnibus, finalmente, y en el paroxismo del viaje, dos vasos de whisky con alcohol puro de quemar "Purocol" desencadenan la toma de conciencia final de la escritura autobiográfica como "último recurso". Entonces hubiese querido relacionar la literatura de Correas con la idea del “vidente” de Rimbaud (Carta a Georges Izambard, mayo de 1871), y su utopía de llegar a lo desconocido por medio del desarreglo sistematizado de todos los sentidos, el trabajo mental que perpetra sobre si mismo el que lo experimenta, sus meditaciones y las experiencias que implica esa alteración de las percepciones. Pero seguí releyendo a Rimbaud hasta encontrar estos versos: "Amé el desierto, los vergeles calcinados, las tiendas marchitas, las bebidas tibias. Me arrastraba por hediondas callejuelas y, con los ojos cerrados, me ofrecía al sol". Leí, como por primera vez, la serie de poemas Ciudades y Ciudad en Iluminaciones y fue así como se me reveló cuál era la lectura que quería hacer de Correas; no una obnubilada crítica erigida sobre una discrepancia estética –si en definitiva una de las únicas cosas que realmente nos pertenecen son nuestros gustos, nuestras opiniones, y es en las diferencias en donde nos igualamos– sino una lectura basada en esa otra idea de Rimbaud, la del vagabundo que camina hasta gastar las suelas de sus zapatos: “Mi ciudad natal es de una idiotez superlativa entre las pequeñas ciudades de provincia (…) esperaba baños de sol, paseos interminables, descanso, viajes, aventuras, vagabundeos sin fin; esperaba, sobre todo, periódicos, libros… ¡Nada de nada! (…) ¡¡¡Soy un exiliado en mi patria!!!” (Carta a G. Izambard, agosto de 1870). Y desde esta otra perspectiva hice otra lectura de la novela.]

Entonces sí; es en esa búsqueda de hacer contable una vida, en ese intento de identificar algo que sucedió en el pasado, de reencontrarse y reconocerse mediante la memoria, tanto como en "arrostrar el miedo de pensar y actuar" como transcurren los desplazamientos de Félix Chaneton. ¿Pero cómo se relaciona la forma en que Correas literaturiza el espacio con sus preocupaciones de autor? Me pregunto de qué manera las representaciones del Bien y del Mal, de la enfermedad, de "los sentimientos y las actitudes morales", del valor y de la miseria moral, sus reflexiones sobre la pasividad, sobre el miedo al ridículo y a la debilidad, sobre el terror y la rabia, se relacionan con la contemplación del barrio y con la mirada del caminante. Correas anota en Rodolfo Carerra: Un problema moral: "(Un diccionario me informa que la palabra "barrio" proviene del árabe, en el que significa "lo exterior", "lo propio de las afueras". A esto agrego que lo externo es lo entregado al azar y que ir a los barrios significó para mí hacer apuestas y poner a prueba mi buena o mala suerte.)". Del mismo modo en que revela la intervención del azar y de la aventura en sus recorridos, ya sin alter-egos en "Él y Ella" de Ensayos de tolerancia: "Cuando yo vuelvo de los mostradores de los andenes de Once, borracho, a los tumbos y fantásticamente a salvo". Caminata, como la define Correas en Arlt literato es "un modo especial de paseo, un caminar por el caminar y la contemplación" desprovisto de fines utilitarios, "nada queremos hacer con el barrio y éste está ahí sólo para que lo contemplemos". Caminar es ser expulsado al turismo de sí mismo: "la caminata nos devuelve a nosotros mismos"; vagar en soledad por las calles es una forma de contemplarse a sí mismo. "Durante la caminata mi juego -dirá Chaneton- había sido vivirme como soliviantado por determinados lugares y riquezas físicas".

El paisaje incita a la rebeldía del juego y a la gracia de la aventura, en donde las "largas caminatas por las calles y por el polvo" son también percibidas como anheladas "purificaciones". En esta contemplación de la ciudad y del derrotero que persiguen los caminantes hay un placer estético, una experiencia y una trascendencia; "una totalidad infinita se presenta en nosotros, en la calle, en el barrio: es Buenos Aires". Pero hay, además, en los lugares, una capacidad de transportarse a través del tiempo de manera subjetiva, y una curiosa propiedad de remitir a su origen, o por lo menos de evocar el pasado. "En una tarde de 1979 -dice Correas en "El ser del barrio", Arlt literato-, me sentí en 1928 contemplando los charcos y la maleza de la calle Torcuato Di Tella en Piñeyro, detrás de los fondos de una fábrica derruida". Félix Chaneton en la Plaza 1º de Mayo piensa que en 1923 ese lugar había funcionado como un Cementerio de Disidentes, el cine Pablo Podestá evoca en su memoria visitas análogas a dicho espacio en los años 1952, 1953, 1954, el parque de la avenida Caseros remite al año 1900 en donde funcionó el Matadero Sur, una estatua de mármol en el Patronato de la Infancia muestra a una madre rodeada por unos niños que visten "las galas infantiles de moda en 1920", y un mástil cuya inscripción acusa el día 11 de octubre de 1936 en que fue inaugurado en la Plaza Nueva Pompeya.

En "Escritos de juventud o el primer Borges", Correas se detiene en los textos que pertenecen a la obra temprana del autor, "Sentirse en muerte", "La Pampa y el suburbios son dioses", "El tamaño de mi esperanza", textos en los que Borges también despliega una poética de su mirada sobre la ciudad. Volviendo a esta cualidad de los lugares y de las cosas de transportarse a través del tiempo y del espacio, señala Correas que Inquisiciones es un libro "de la época de los gasómetros que ya no se ven en Buenos Aires"; tal vez Correas repare en Borges para incorporarse a la serie de escritores caminantes. Allí declara que las caminatas significan un consuelo ocasional, "no hemos de desdeñar -escribe- los momentos en que el consuelo se vuelve forzoso y confortante; aquí el consuelo de vagabundear por las afueras de franca pobreza y miseria es una suerte de resarcimiento de la estupidez y canallería de los barrios residenciales o señoriales y de sus correspondientes habitantes".

Algo de este imaginario ya estaba en Un problema moral: "las villas y los pueblitos cuya miseria me hacía soñar" dice Chaneton, "me veía regresando de una de las aventuras más inagotables que podía ofrecerme la Argentina: las inacabables excursiones de un lado a otro de Buenos Aires, en medio del calor, el frío, la fatiga, el deterioro y las pasiones prohibidas".

En los desplazamientos por la ciudad en busca de Mili, cada imagen percibida es motivo de digresión; en estos desplazamientos como ya dijimos hay un consuelo, un resarcimiento, un abandono al azar, pero habita además una salvación. La soledad se nutre del sueño de errar por las calles de la ciudad y son esas calles el escenario de todas las representaciones, el espectáculo de las calles y de las cosas inanimadas. El duro banco de la plaza Once, las plazas Britania, 1º de Mayo, Constitución, Flores, Martin Fierro, el parque Chacabuco; las avenidas Rivadavia, Callao, Corrientes, Belgrano, Roca, Caseros, Chiclana, Sáenz, Perito Moreno, Pavón, Alfonso Alsina. "(Ahora pienso que lo que me salvó -y me sigue y me ha de seguir salvando- del intento de realizar este sueño fue Buenos Aires: Boedo, Nueva Pompeya, la Avenida del Trabajo, el bañado de Flores, Mataderos, Avellaneda, Lanús, Valentín Ansina, Piñeyro, el Dock Sur...Una y otra vez, por obstinación y por necesidad, yo volvía a esos sitios, y lentamente fui comprendiendo que Buenos Aires y la Argentina también eran un lugar habitable para los hombres". Y esta búsqueda de comprensión de lo ajeno (podríamos pensar toda la obra de Correas como un gran ensayo de tolerancia) abarca Villa Lugano, Carapachay, Bella Vista, Liniers, Parque Patricios, el Riachuelo; precisas coordenadas espaciales: la seccional de la calle Venezuela, la vereda de la esquina de la Recova y la calle Bartolomé Mitre, la esquina de la calle Rioja y la avenida San Juan, la vereda de la confitería El Olmo, una esquina de la calle Cochabamba, el pasaje Barcalá, el puente por el extremo de Valentín Alsina, un banco del andén de la estación Puente Alsina, la esquina de las calles Rioja y Salcedo, las palmeras de las plazas 1º de Mayo y Constitución de Valentín Alsina, la avenida Rivadavia hacia Piñeyro y Avellaneda, el cesped del bulevar Rivadavia; las calles Pichincha, Hipólito Yrigoyen, Alsina, Jujuy, Venezuela, Carlos Calvo, Oruro, Inclán, Remedios de Escalada, Ecuador, Tierra del Fuego; una extensa lista de cantinas: bar la Academia, bar Imperio, bar Mi refugio, bar La Querencia, bar Venecia, bar El Parque, bar Sáenz, La Estación, Bar Monumental, el bar Excelsior; el bar Crisol, los cines Armonía, Pablo Podestá, Roca, Colonial, el Parque de Diversiones Baby Park. La lista de calles y zonas urbanas no termina aquí y no pretende abarcar la totalidad del recorrido sino dar cuenta de la fuerte presencia del espacio físico a lo largo del primero de los tres relatos.

Pensemos en la capacidad que destaca Auerbach en Papá Goriot de Balzac, de sugerir con la descripción material la atmósfera moral, en cada uno de los espacios que describe Correas.

En 1953, en el primer número de la revista Las ciento y una, Correas escribió: "Triste es que nuestro público esté un poco asombrado todavía de que haya escritores que se ocupen de Buenos Aires o de cualquiera de las provincias". El segundo de los tres relatos, En la vida de un pueblo, también registra recorridos, nombres de rutas, de bulevares, de boites, de confiterías, de restaurantes, hay también desplazamientos por el pueblo, por sus barrios, por un basural, por un terreno baldío, por un potrero; Chaneton también se obliga a caminar, a contemplar "el espectáculo de los jovencitos desfilando", o "una pequeña multitud en la vereda". Hay también lugares que evocan el pasado y remiten a su historia: la tienda de los Reyles, el sanatorio del doctor Behring, el quiosco de Capacci, la parrila de Oswald en la que comen los camioneros que se detienen en Coronado. Pero lo que la mirada estática del narrador fortalece es el interés antropológico de sus descripciones, la representación de su contemporaneidad, la posibilidad de comprender seriamente lo cotidiano y de abarcarlo, de analizar rutinas ajenas y formas de organizar o medir el tiempo. En su continuo trabajo de adaptación a Coronado hay una minuciosa reposición de coordenadas temporales que acompaña el tono de un Diario personal.

La narración está poblada de lo que Barthes llama detalles absolutos o inútiles, notaciones escandalosas e insignificativas. Conversaciones acerca de la deficiente administración pública o la condición de los argentinos acompañan la representación de la descomposición del ser frente a un televisor; exquisitas descripciones de programas televisivos anticipan la perfecta narración descriptiva que habita en Un día en los canales. Podemos pensar acerca de la literatura de Correas lo que pensó Auerbach para la de Flaubert, el suyo es un realismo imparcial, impersonal, objetivo, porque el estilo en Correas es una manera de ver las cosas.

En El último recurso los desplazamientos vuelven a tener una presencia firme. La vasta figura del caminante es minuciosa, la conciencia por parte del narrador del hombre moderno en las ciudades es cartesiana, como si todo el espíritu del flâneur baudelaireano habitara en una descripción de seis cuadras, o de tres párrafos. En donde el conflicto planteado desde el inicio, de ser algo, alguien, deseo que ya no es el de ampararse en un estudio, se resuelve mediante el develamiento de la escritura como "último recurso"; estamos frente a la historia de un escritor que encuentra su salvación en la literatura. La obsesiva idea que acompaña este relato es la de crear un nuevo hombre, y a la vez la pregunta recurrente por el motivo de sus evasiones, las caminatas por Belgrano R están acompañadas de los interrogantes. "¿de qué huyo yo?... pero ¿de qué huyo?... pero ¿de qué huía?". El mismo consuelo que otrora sintiera en el anonimato del gentío, Félix Chaneton, "uno entre los otros", sigue buscándolo en la solapada alegría de la multitud y en las caminatas. El agobio que reflejan determinados ambientes, como la casa de los Pons, le genera "ganas de estar en la calle", de pasear por un barrio, de tomar un tren; las doscientas áridas páginas mecanografiadas por Simón Savid le recuerdan caminatas por Buenos Aires, "tomábamos una calle: Alvarez Jonte, San Juan y Directorio..., y la recorríamos de una punta a la otra". Este profesor universitario de cuarenta y dos años es tanto un viajero errante como un visitador, y hasta una suerte de acompañante terapéutico en el caso de Paula y Beatríz Canabal.

Pero es ante todo una conciencia que se busca y que se encuentra lo mismo en la soledad que en la interacción con los demás. Es el que pergenia caminatas de exploración para su iniciada Alcira, una adolescente misteriosa de Tres Arroyos, que abarcan "la calle Córdoba desde Canning hasta el cine Regio, el Mercado Dorrego, las calles Gorriti y Godoy Cruz hasta el Puente Pacífico, (...) "el mundo" del Hospital de Niños: los hotelitos de la calle Paraguay, el "Paseo Mosto", la mercería Fu y Fa, (...) Constitución: la placa conmemorativa de la Chadopyf y la mención del conde de Guadalhorce, el "Pasage Sastre", las calles Guanahaní y Lanín,(...) "visitas de inspección" a la calle Sinclair, a la Avenida del Trabajo, a Piñeyro...". Estos circuitos, que no dejan de estar asediados por la necesidad de un cambio radical, de un viraje hacia la concreción de un nuevo hombre, son considerados como "ociosa sabiduría urbana" y confiesa su mentor haber pasado "ratos entretenidos organizando los itinerarios con ayuda de la Guía Filcar". En su intento y en el fracaso de poder integrar en la vida de Alcira esos barrios, para que también ella busque allí su resguardo, habita el posterior reconocimiento y apropiación de esos modos de ser en su vida y en su escritura. El fracaso de dar con un hombre nuevo implica la posibilidad de la salvación en la literatura, de no ser "un desperdiciado".

Los recorridos y los personajes que moran el relato develan el paisaje de la propia mitología y de muchas de las filiaciones de nuestro artista: las novelas policiales, Hegel, las vidas en hoteles de paso, "Le cinéma selon Hitchcock" de Truffaut, el arte de conversar y de pensar, una biografía sobre Roberto Arlt, "Ficciones", "La naranja mecánica", "Fahrenheit 451". Antes se habían pronunciado otras radiaciones: una traducción de Jean Genet, films policiales y de aventuras, el rostro de Audrey Hepburn, una foto de Montgomery Clift, una película con Enrique Serrano, el tango Nostalgias, el diario La Nación, una gramática de la lengua inglesa, una traducción del alemán -en palabras de nuestro autor: "todas las influencias al servicio de Buenos Aires, o de otro modo, el viejo sueño de las formas europeas y el contenido argentino. (Desde la carne de Buenos Aires, 1953. Denuncialistas. Literatura y polémica en los ’50. Nora Avaro y Analía Capdevila; Buenos Aires; Santiago Arcos, 2004.) ".

El tejido de todas las historias que componen el último de los reportajes, la historia de Horacio y Teté Pons, sus burocráticas propuestas universitarias, la homosexualidad reprimida de Beatriz Canabal y la lectura de su Diario, la historia de Paula, la de su hijo y la de Guillermo, la epístola de despedida de Alcira del Piero, la vinculación con Simón Savid y hasta con el diariero Sebastián, confluyen en la determinación de Chaneton de escribir, con la única certeza de haber dado con su objeto de estudio: su propia vida. Todas estas tramas que rodean la trama de su vida se presentan en forma de recorridos: de la casa de los Pons al hotel Mundial, de su habitación a una habitación vecina, del puesto de diarios al bar, de la farmacia a la casa de Beatriz Canabal. El paroxismo en esta toma de conciencia también se produce caminando (aunque habría que agregar que para acceder a la determinación crucial tuvo que pasar primero por una importante ingesta alcohólica, acaso en ese clímax la caminata y el desarreglo de los sentidos hayan tenido su participación): "había poco whisky y le agregué alcohol para emborracharme rápido. Y salí a caminar. Y tomé la decisión. No es brusca. He escrito otras veces...".


La narración de una historia

Esteta es el bagaje del intelectual que viaja al suburbio y describe lo pintoresco, lo turístico, las gracias que el pueblo adquiere de la tierra. Esos sentimientos que no se han pedido, que son dones y a los que hay que dejarlos mostrarse, soltarlos poco a poco, aligerarlos. Ellos aniquilan las ideas, bien dispuestos, impregnan cálidamente la sangre. (...) Una idea se adquiere, hay que moverse, ir a buscarla, limpiarla de hojarasca; pero las pasiones acompañan, están en la piel, laten en los pulsos, suenan en el corazón. Esta escisión, este Ser pasional es el mayor triunfo del esteticismo.
Carlos Correas. 1953.


Félix Chaneton confiesa haber usado el nombre de "Ernesto Savid" para el protagonista de una historia publicada acerca de homosexuales, cuyas consecuencias lo "atemorizaron y paralizaron". Bien sabemos que Correas es un escritor que piensa en sus futuros lectores. Perlongher en Avatares de los muchachos de la noche (Prosa Plebeya, 1997) habla de las "masas de adolescentes desterritorializados por la miseria, aminorados por la edad, masas de homosexuales pescando en los zanjones de la marginalidad las aguasvivas del goce". En La narración de la historia encontramos elementos de ese retrato de miseria y marginalidad al que alude Perlongher, en la caracterización de Juan Carlos Crespo, por ejemplo, lumpen adolescente de diecisiete años, quien durante todo el relato es nombrado con el apodo de "el morochito". El relato tiene como escenario de fondo la Buenos Aires del año 1959; aquí también las calles, la pasión por las largas caminatas y por la contemplación de las masas. Aquí también los artificios del escritor son el inventario de su mitología: la revista Radiolandia, las películas policiales y de ficción; sus preocupaciones filosóficas: la tolerancia que supone la preocupación por lo que Foucault llamó, en La vida de los hombres infames, "el monstruo humano que combina lo imposible y lo prohibido", la sexualidad como origen del Mal, el miedo a actuar.

Los precisos lugares junto con sus decorados, aquí también, son el fantasma que los acompaña: la estación Constitución, el puente sobre el Riachuelo, la calle General Hornos, Brasil hasta Barracas, la entrada del Balneario Municipal, la avenida Cstanera, la fuente de Lola Mora, el Río, el recreo Juan de Garay, la estación Avenida de Mayo, el subterráneo, la avenida General Paz. Las descripciones de la ciudad ejercen su influencia en la construcción de la trama, las coordenadas espaciales están dispuestas para representar las distintas emociones por las que transita Savid. La ilusión, la sorpresa, la desconfianza, la espectativa, el miedo, la aventura, la siempre nueva sorpresa, el alivio fugaz, la traición, el engaño. Esa idea de errancia que señalara Perlongher, a la que agrego otra cita suya, ésta de Deseo y Violencia en el mundo de la noche, en donde afirma que "en la base de muchas trayectorias marginales, en su propio punto de partida hay una fuga". Esta huída no sólo conduce a la errancia, sino también al desafío de vencer el miedo, y a la posibilidad de la escritura como una experiencia autobiográfica que combina el viaje, la subjetividad y la propia vida. Dice Savid: "He querido ser un hombre duro y libre. Algo así como un hombre solitario que camina por la noche: disponible y dispuesto a todo". Aquí también el interés por vencer el miedo ocupa un lugar privilegiado y es por medio de los espacios físicos que se manifiesta; es en los terraplenes de la avenida General Paz, entre la oscuridad y el barro, en donde a Savid lo alcanza el miedo a ser traicionado, miedo a la vejación y al engaño, miedo al desprecio, en los espacios se refleja la interioridad del protagonista, es en la plena luz de un subterráneo en donde Savid siente vergüenza de ser visto con un chiquillo que repite: "kiss me, please, kiss me", es en la oscuridad del cine Colonial en Avellaneda en donde a Savid le sobra confianza para buscar hombres.

Podríamos obviar la idea que enuncia Carlos Correas en Ensayos de tolerancia, la "perezosa ocurrencia" de que en los libros de juventud de un autor se encuentran los mismos temas que en el futuro éste desarrollará, para pensar que toda su obra, sí, todas sus historias y reflexiones en letra de imprenta forman una sola. Así, en Doctor Manty, habitan las exactas dosis de cerveza y whisky de Claudio, que no casualmente reside en Coronado, sus estudios de una novela de Sinclair Lewis que pinta el "hastío cotidiano de un pueblo extraviado en la dilatada planicie agrícola del Oeste americano", la mención a descripciones en la novela acerca de discusiones caricaturizantes "de las culturas nacionales en sus relaciones con la cultura internacional", el sueño de "dejar como legado el mito de (los) desintegrados felices"; el personaje de Daisy, que como único ejemplo de nouvelle leyó "En la vida de un pueblo", y lo juzgó "un pastiche de la obra faulkneriana hecho por un minorísimo de la literatura". O en el Diario "en forma de elegía y elegancia" de Miguel, en Madre, Vívi y Miguel, en donde se leen paseos por la avenida de Mayo, excesos de alcohol, engulliciones de sedantes, caminatas por la avenida Santa Fé desde Callao hasta Coronel Díaz, "decenas o cientos de películas en televisión", caminatas junto a Madre por Rivadavia hasta Plaza Once, la presencia del sol y de la desidia, entrevistas transcriptas del diario La Nación, lecturas del Clarín, la presencia incondicional del whisky y de ideas suicidas, la avenida de Mayo y la 9 de Julio, paseos por las calles Solís, Perdriel, Suárez, Barracas, Australia, Vélez Sarsfield, Amancio Alcorta... Sáenz, Centenera y Riestra, paradas en bares. En el relato se también se encuentran figuras recurrentes de su imaginario: una pistola automática calibre 35, una "borrachera epopéyica" que incita a alguien a regresar caminando desde Plaza Once a su casa en Primera Junta, un café en Corrientes y Talcahuano o un recorrido de Miguel desde Montserrat, pasando por Palermo y Caballito hasta llegar a Mataderos.

Finalmente, en Un trabajo en San Roque, encontramos más alusiones de este imaginario: un profesor de Filosofía y Literatura asediado por necesidades económicas, la mención de Kafka, Oscar Massota, David Viñas, Nietzsche, William Faulkner y Dashiell Hammet, La muerte y la brújula, la trama de un relato policial, la metabolización y la tolerancia del alcohol, la condición del Ser nacional, el peronismo, Los pájaros de Hitchcock, el riesgo del fracaso, la lengua francesa y la sajona, el tango, y hasta un Félix Ernesto Chaneton, viudo de una mujer suicida e intendente de San Roque.


Carlos Correas literaturiza la ciudad. Su obra es inigualable.






[1] “I think the interview is the new art form. I think the self-interview is the essence of creativity. Asking yourself questions and trying to find answers. The writer is just answering a series of unuttered questions. It’s similar to answering questions on a witness stand. It’s that strange area where you try and pin down something that happened in the past and try honestly to remember what you were trying to do. It’s a crucial mental exercise. An interview will often give you a chance to confront your mind with questions, which to me is what art is all about.” (Morrison, Jim: “Self-interview”; Wilderness, the lost writings of Jim Morrison, volume 1;Vintage Books Edition, December 1989).

18.12.07

Jorge Asís: la autobiografía como novela realista, por Pablo Moreno




En el año 1981 Jorge Asís publica la novela Carne Picada. La misma se desplaza en una frontera imprecisa entre el género de non fiction, la novela autobiográfica e intimista y un realismo insertado en el presente de su aparición en el campo literario. Es ahí donde radica la incomodidad de su análisis ya que la obra es el producto de su época, y el material narrado es la “realidad” del Buenos Aires en el apogeo de la última dictadura militar.
Toda narración que pugna por ser realista y necesita reflejar el presente inmediato, conlleva a la vez un virus adormecido que es su propio envejecimiento, su fecha de vencimiento. Pero también es cierto que cuando la literatura se arroja sin miramientos y sin recaudos (diría sin red de contención) sobre esa inmediatez, la prosa suele ganar la fuerza del lenguaje que representa el espacio narrado y el habla cotidiana.

Las grandes novelas (la novela como escritura moderna por excelencia) son imperfectas. En su ambición por querer narrar todo (un proceso histórico, la realidad, una vida) radica su carencia, que es a la vez su poder de seducción, es decir, en la fragmentación del relato y en las posibilidades de vidas (narraciones) que se desprenden de esa totalidad, la novela respira, vive.

La obra de Asís es esencialmente autobiográfica. Carne picada forma parte de una serie de novelas denominada Canguros, cuya saga se conforma además por las obras Flores robadas en los jardines de Quilmes (1980), La calle de los caballos muertos (1982) y Canguros (1983). La saga narra la militancia y las utopías de los años 70´, la actividad delictiva de Asís (vendedor de cuadros en las villas miserias, estafador de una repartición pública), el fenómeno de las barras bravas y la represión policial (La calle..., la menos autobiográfica de las obras) y la profecionalización de Asís como escritor.

El propio carácter testimonial de la obra, lo que genera su condición de crónica de la época vivida, no impide que la autorreferencialidad se torne exasperante, y los alter ego del autor (Rodolfo, “el narrador omnisciente”, Bartolomé Rivarola, Oberdan Rocamora) salpican el texto en una polifonía de voces en donde se pone en juego la propia veracidad del relato. Como en la obra de Roberto Arlt, Asís se sitúa directamente en la ciudad. Ahora bien, si la escritura de Arlt “fluctúa, tironeado entre lo señorial y lo plebeyo[1], fruto de sus lecturas de traducciones, en Asís el tejido urbano es lo que le da sustancia a su lenguaje, ya que la escritura es el producto del habla cotidiana de su época. El campo de saber que da especificidad a la literatura de Asís es la voz que escucha de la calle.

Lenguaje urbano, autorreferencialidad y una permanente reflexión acerca de la forma narrativa que exige la novela son los parámetros en los que se desenvuelven la escritura realista de Asís, si se entiende a la escritura realista como un reflejo formal de la época y en constante mutación.

Linajes
Jorge Cayetano Zaín Asís. En el nombre del escritor radica el linaje de un escritor, su lugar de pertenencia en la literatura argentina. Descendiente de inmigrantes sirios y cristianos ortodoxos que no profesaban el Islam, “turco” en la geografía urbana porteña, de profesión novelista y periodista (fue escritor de aguafuertes en el diario Clarín bajo el seudónimo de Oberdan Rocamora). La escritura en Asís es profesión (como Arlt, Walsh, Soriano o los hermanos Tuñón) y por ende se halla inmersa en las reglas que impone la industria cultural:
El discurso periodístico crea un público que, a su vez, lo modifica con su presencia. La idea de que se está escribiendo para decenas de miles de personas (en caso de los grandes diarios, para centenares de miles) introduce la dimensión de la sociedad de masas en el momento mismo de la producción de escritura. En la sociedad de masas, para la industria cultural, todos forman potencialmente de un universo simbólico en expansión, cuya ley mercantil es el crecimiento indefinido.[2]

Cabe señalar que la tirada de la primera edición de Carne Picada es de 25000 ejemplares y aparece casi en simultáneo con la séptima edición de Flores robadas..., primera novela del ciclo (que alcanzaría las 14 ediciones y terminaría totalizando unos 100000 ejemplares). Asís a comienzos de los 80´s es un escritor de masas, que goza de un amplio favoritismo del público y de la crítica.

El escritor profesional descendiente de inmigrantes es el linaje de Asís que se remonta desde la tribuna de Boedo. Y no por ello, en Asís, cierto cinismo “embarra” esa pertenencia. Se es escritor porque también es una manera cómoda de ganar dinero, un “curro”:
...y no por temor a ser sindicado como discípulo de Sebreli, sino por considerar que estoy en el curro de la novela, que no es Rayuela y no soy Cortázar, que tampoco soy Macedonio Fernández, y entonces no me atrevo ni hacer antiliteratura ni a teorizar dentro de la novela acerca de una problemática tan asumida como la del curro, tan luego, cimiento primordial de nuestro estilo de vida y máxima característica de nuestro ser nacional...[3]

En Asís el acto de escribir es la variación delictiva del robo. Podría decirse que en la novela su primera profesión es robar vendiendo cuadros en las villas miserias (“cazar canguros”, clientes) y luego estafar a una repartición pública. Sustituye el robo (que esta fuera de la ley) por la escritura, y el escritor se forja en el confort que depara trabajar en un diario que se ampara en los gobiernos de turno. Esta el anhelo en convertirse en un novelista de renombre. La confesión no deja de ser cínica y descarnada:
...Olga me auguró un futuro espléndido, si es por ella en una década Faulkner y Fogwill seran dos dactilógrafos con redacción propia a mi lado y tendré tanta guita como Bioy o Ignacio Xurxo.[4]

Convertirse en escritor es la premisa, escribir para juntar guita. Imposible no pensar en Arlt, aunque los alcances de la dicotomía escritura-robo sean distintos.[5]

Ciudad

Carne Picada narra la historia de cuatro amigos. Luciano, perdedor nato, es el motor de la novela. Los otros tres (Jesús, Matías, Rodolfo) proceden de una novela anterior que no forma parte de la saga, La familia tipo (1974). Carne Picada desarrolla la historia de estos cuatro personajes en el período que va de noviembre de 1975 a mayo de 1981 (sitúa el relato en fechas precisas, marcas de “veracidad” del mismo). Asís sigue la actividad delictiva de los cuatro personajes (una sociedad de “amigos que estafa a una repartición pública) hasta la caída de Luciano, quién no delata a sus amigos. Los derroteros de los otros tres personajes serán diferentes. Jesús va del misticismo hippie para terminar siendo un próspero fabricante de muebles. Rodolfo deviene escritor. Matías permuta el robo (que lo hunde en deudas) al negocio del servicio parapolicial, conduciendo un “falcon verde”, esgrimiendo una valija con armas de diversos calibres para acabar siendo una “mano de obra desocupada” y no logra salvarse, la olla de sangre también lo extermina:
No te olvides que ya había caído en desgracia, que Buenos Aires ya estaba lleno de asesinos desocupados ¿y qué podían hacer con ellos? Ya nadie los quería, estaban usados, quemados, sabían demasiado, sobraban. Y con lo ligero que Matías era no pudo trepar, no logro enganchar nada como la gente, para salvarse”.[6]

Cumplida la condena, Luciano sale de prisión, para luego deambular en una prisión mayor, una Buenos Aires de violencia nocturna. Asís ancla el Buenos Aires de 1981 en una arquitectura realista, que cobra vida y que a la vez agoniza. Es preciso detallando las calles y en la desigualdad que provoca las transformaciones que ocurren en la ciudad:
Y esa noche en Buenos Aires ocurría un concierto temible, una sinfonía terrorífica de sirenas policiales, persecuciones y razzias a las que podía después de todo, acostumbrarse. A pesar de los años y los miedos, encontró idéntico a la Paternal, bajó del 24 en las avenidas San Martín y Alvarez Jonte, camino dos cuadras por la San Martín, ella es horrenda y poblada por edificios de confort inexplicable, combinadas con casas viejas y para destruir, un almacén antiguo y al lado una boutique prepotente, moquetes y al lado una reja de casa vacía, y calles laterales empedradas que son testigo de una ciudad que se va a la mierda o se transforma, entre el confort y los automóviles, la soledad y el desencuentro, humo espeso del fuego del tiempo.[7]

El espacio urbano es la geografía del terror. El aparato represivo se extiende a toda la ciudad, actúa sobre el cuerpo de sus habitantes. La ciudad se asemeja a un campo de concentración sin límites definidos. Las armas materializan el carácter coactivo:
Automóviles rigurosamente revisados en la avenida de Mayo. Ojos omnipotentes que hurgaban tarjetas verdes, patentes y cédulas, baúles que se abrían para demostrar que adentro no llevaban fusiles ni muertos, manos y brazos de ciudadanos temerosos sobre los techos de los autos, mirada despavorida hacia la metralla imperturbable, caño nervioso...[8]

Hacia 1981 Buenos Aires se hallaba en una amplia modificación de su circulación vehícular. La intendencia de Cacciatore derrumbo casas para ensanchar avenidas, erigir autopistas en toda la ciudad, en una empresa faraónica que no llegó a buen término, la ciudad aún hoy presenta los espacios libres en donde se erigían casas, signos de transformaciones nunca realizadas:
-Habrás seguramente, encontrado todo muy cambiado. Buenos Aires, en demasiados aspectos, quedo como tu calle Lima, le arrasaron la vereda de enfrente...arrasaron con los mazazos, pasaron por la ciudad con varias topadoras gigantes, a machetazos pretendieron rebanar cualquier brote que se atreviera por ejemplo, a crecer, a pensar.[9]

La narración del espacio urbano es el marco en donde se desarrolla la época en la que transcurre la novela. Son las marcas que constituyen al narrador como cronista.

Work in progress

Carne Picada es una novela en permanente construcción. Crece y deviene en forma híbrida en donde entra en juego la crónica social, el relato autobiográfico, su condición realista y la veracidad de los hechos narrados.

El carácter verídico (la no ficción) es relatado en el capitulo titulado “Llegar a Dios por intermedio del Diablo”. En el mismo se narra el socorro de un amigo advirtiendo a Rodolfo que puede ser “chupado” ya que “levantaron” a Oscar y a Lucina. Lucina Alvarez y Oscar Barros son los destinatarios de la dedicatoria del libro (y el hijo “que deben criar los abuelos”). Asís alude a la condición de “desaparecidos”, señala una ausencia, menciona a militantes e intelectuales que fueron exterminados por el terrorismo de estado: Walsh, Urondo y su amigo Haroldo Conti, a quién había dedicado su novela anterior Flores Robadas, en la que ratifica su ausencia, su desaparición (la dedicatoria rezaba a Haroldo Conti ¿in memoriam?):
Luciano, me acuerdo de mi amigo Haroldo, el sí creía que por ser escritor lo iban a respetar, que no se la iban a dar, y así le fue, se peló todos los premios que había y ya van para cinco años de su ausencia, de su evaporación, es apenas un desaparecido más...[10]

Ahora bien, el aparato formal de la novela entra en un área de desestabilización. Hay un epílogo al principio, uno intermedio y otro al final que pone en jaque el desenlace, un ¿continuará? que expresa a la novela como algo inasible, imperfecto en su concepción, epílogos que no se comportan como tales, solo debería existir un epílogo. Terminar una novela es asesinar al narrador, y los epílogos señalan una agonía que no debe perpetrarse, la mentira es la materia del realismo y sus cimientos son la tergiversación de la vida propia, y la de los otros:
...téngase en cuenta que él vivía de recuerdos, los elementos de trabajo que tergiversaba, muy grande es el despelote que puede hacer un mentiroso con el realismo, resulta excesivamente obvio decirlo después de todo lo que se contó, antes de todo lo que me faltaría para contarles, pero me voy a morir.[11]

La necesidad de decirlo todo, contarlo todo, estructura a la novela en una polifonía de voces. Asís y sus alter egos dialogan con el resto de los personajes (hasta con los ausentes, como ocurre con Matías). Si la polifonía es la característica fundamental de la novela, Carne Picada es un artefacto que se asemeja al cine, y más precisamente a la forma narrativa de Citizen Kane de Orson Welles (en donde la sumatoria de testimonios no terminan por delinear el retrato del magnate Kane). La polifonía en la novela (en todas las novelas) no conforma un retrato estrictamente realista y sólo se obtiene de los personajes la fragmentación propia de la modernidad. A mayor número de voces, mayor es la fragmentación de las vidas narradas y sólo queda recuperar datos, hechos, razonamientos para edificar la novela (o la mentira):
Yo soy ejecutor, decía Rodolfo, y a menudo sigo diciéndolo, yo ejecuto los razonamientos de mis amigos, no descubro, cuento lo que puedo ver, lo que me dicen, no quiero tener razón, soy tan solo un repetidor, un eco, soy una mentira, créanme.[12]

Robar, asesinar, militar, amar, madurar, ser joven, vivir, sobrevivir, escribir. Es el cúmulo de acciones que recorre Carne Picada. Es la ambición de registrarlo todo, y es su grandeza y su limitación ya que ninguna novela puede lograr tal totalidad. Pero en tiempos en que la literatura argentina se preocupa solamente por cuestiones formales y no por la sustancia de la narración (si, me refiero al contenido) la obra de Asís (aunque Asís personaje público, sea insostenible, un derechista recalcitrante) se constituye quizás en la última gran avanzada realista.
Contar una vida, la propia vida, es ponerle el cuerpo a la literatura. Y es en ese acto donde se halla un escritor.



[1] Entrevista a David Viñas realizada por Alejandro Margulis en “Los libros de los argentinos”. Librería –editorial “El Ateneo”.Buenos Aires, 1998.
[2] Sarlo, Beatriz. “Identidades culturales. Las marcas del siglo XX”, en “Tiempo presente”. Editorial Siglo XXI, 5ta. Edición, 2001.
[3] Asís, Jorge. Carne picada, pág. 127, Editorial Legasa, 1981.
[4] Carne Picada, pág.242.
[5] (En Arlt) “Robar”, por lo tanto, como escapatoria del trabajo o escribir para eludir la humillación y las carencias. Y finalmente inventar medias metalizadas que enriquezcan “ya mismo” provocando asombro y evitando todo deterioro. Viñas, David. “Literatura argentina y realidad política”, pág.65, Buenos Aires, Siglo XX, 1974.
[6] Carne Picada, pág. 14.
[7] Carne Picada, pág.112
[8] Carne Picada, pág. 139
[9] Carne Picada, pág. 205.
[10] Carne Picada, pág. 268.
[11] Carne Picada, pág. 29.
[11] Carne Picada, pág.287.

7.11.07

¿Norman Mailer o Jorge Asís?, por Pablo Moreno







Finalmente acometió el relato. Este impuso su voluntad de convertirse en una historia de cuatro días de la vida del autor, y por ende en la historia con ropaje de novela. Trabajó en la estética de este enfoque durante semanas, y descubrió que sus dimensiones como personaje eran bastante simples. Bienaventurado, pues, el novelista, porque su protagonista era un héroe simple y un necio maravilloso, con dotes de objetividad más que medianas (¡ojalá fuera este el caso de sus críticos!).Norman Mailer. Los ejércitos de la noche.

Sin embargo la mía, ya lo dije, es una novela real, entonces ella subirá, no nos veremos quién sabe nunca más, yo me iré al diario, después a mi casa, jugaré con mis pibes hasta que se duerman. Yo quisiera anotar que también estoy emocionado pero no puedo porque me emociono de verdad, y ojalá entonces no exagere, a ver si vuelvo y hago lo que haría un novelista con coraje, lástima que aquí éstas espectacularidades no tienen la menor importancia….
Jorge Asís. Flores robadas de los jardines de Quilmes.





Nos situamos en torno a la construcción de la novela partiendo de la premisa que toda obra literaria intenta reflejar la realidad, más delimitadamente, las condiciones de producción de una novela ponen en el tablero no sólo la obra terminada (o en permanente construcción) sino además los materiales que la erigen, su especificidad literaria, la relación entre literatura y realidad, su concepción formal.

En el caso de Mailer (recordemos que Mailer se incluye en la novela como personaje) no impide que en el seno mismo de la obra se nos informe el “enfoque” con el que trabajó y la dimensión formal de la historia como novela. No en vano Mailer realiza esa observación. Discute la paternidad de la “novela de no ficción” con Capote a propósito de su glacial y neutra A sangre fría. Capote elige el distanciamiento emotivo de los hechos. Mailer narra la marcha sobre Washington de los grupos de izquierda y contraculturales en el año 1967 contra el reclutamiento de tropas a Vietnam. Toda la subjetividad del autor para exponer el acontecimiento político con su habitual exhibicionismo egocéntrico. Los hechos sólo pueden ser narrados si Mailer-autor se halla dentro de la historia. La polémica (a la que Walsh y su Operación Masacre no fueron invitados) fundó el “nuevo periodismo” y el síndrome de la “gran novela norteamericana”, en donde los límites entre ficción y realidad se hicieron cada vez más difusos.

Asís emprende con Flores robadas en los jardines de Quilmas una serie de novelas (la serie denominada Canguros) en donde narra la historia argentina desde los años previos al golpe militar, su posición como intelectual amparado por un medio gráfico consecuente con los gobiernos de turno, el retrato impiadoso sobre ese diario, la militancia y el exilio. La ambición de lograr con esa serie una novela total con raíces realistas no imposibilita jugar con la construcción formal del relato en una polifonía de alter-egos y desdoblamientos de la voz narradora. Proclama “ya lo dije la mía es una novela real”, coloca a la novela en una zona de hibridez en donde el mismo relato realista está en tela de juicio. Los ejemplos anteriores son posteriores a la polémica del realismo porque el lenguaje se trastocó en algo incómodo, inasible, en donde la supremacía de la subjetividad ha operado sobre la realidad social ya no con la ingenuidad de querer transformar esa realidad sino con esa “absurda” capacidad de los escritores para hacernos compartir sus obsesiones, que si bien parecen no dejarnos nada, el “goce” de la escritura perturba, irrita y por ende, nos obliga a ver la “realidad” con otros ojos. Ya no hay transformación. Sólo encontramos visiones residuales de un mundo en descomposición, la fragmentación del individuo en la contemporaneidad.

Puede parecer pedante decirlo. Hay teorías que envejecen con gracia, teorías que siempre nos aportan algo. Aquellas escrituras a las que recurrimos no para hallar en ellas el recurso a nuestra búsqueda, sino la manera en que el escritor aborda el objeto estudiado, y son las que suelen ser impenetrables en la fortaleza de su sistema. Suele ocurrir cuando la teoría se transforma en literatura. Hay otras teorías que envejecen mal y son las que agonizan en la perspectiva histórica. Como dice Rolan Barthes en El grado cero de la escritura: “Quizás haya en esa correcta escritura de revolucionarios, el sentimiento de impotencia para crear ya una escritura. Quizás también sólo los escritores burgueses puedan sentir el compromiso de la escritura burguesa: el estallido del lenguaje literario fue un hecho de conciencia y no un hecho revolucionario”.

Los análisis marxistas tendieron a perder valor por la misma fuerza de la historia. Hay en Lukács la posición obstinada de mantener los principios de que la literatura realista exprese la posibilidad de una clase de captar la sociedad como un todo, porque sus intereses de clases corresponden a esa totalidad, y porque “el gran arte” se ocupa de las cuestiones que atañen al ser humano. Es por eso que afirma que el nuevo estilo surge de la necesidad de la plasmación adecuada de la nueva modalidad de la vida social. Por lo tanto Balzac, Stendhal, Dickens y Tolstoi son individuos que toman parte activa y variada en las grandes luchas sociales de su época. No así Flaubert ni Zola que iniciaron su actividad luego de la revolución de 1848, que son observadores críticos de su época, pero que al mismo tiempo son escritores profesionales (en el sentido de la división capitalista del trabajo). Lukács traza una división tajante al respecto, dado que a tal división de trabajo en la sociedad, una literatura presenta características diferentes a otras, es decir, un enfoque determinista. La única literatura que Lukács considera adecuada para representar y transformar la realidad es el “realismo socialista”, reivindicando un género: la novela (la de los autores antes citados), burgués por excelencia. De ahí deriva su crítica a la vanguardia, porque el subjetivismo promueve una fragmentación social ya que no puede captar el todo y se pierde de la totalidad.

Podemos apoyarnos en Deleuze y Guatari y considerar a las vanguardias como operaciones que realiza una minoría dentro de una lengua mayor. Sabemos que en esta operación existe un proceso de desterritorialización, y que como característica principal, en ella todo es político. Tomemos por caso el de Joyce, no podemos negar la fragmentación subjetiva de su literatura. Ulises es 24 horas en Dublín como la cartografía ilimitada del inconsciente. Lo que es indudable es que al forzar la lengua (la inglesa) y prácticamente destruírla en el Finnegans Wake, la escritura se estrangula en un hecho político: “Es un símbolo del arte irlandés. El espejo roto de una criada”. La fragmentación es un acto político pareciera decir Joyce, la vanguardia no es un mero juego del mundo burgués.

Si nos afirmamos en Barthes (siempre es preferible afirmarse en Barthes) al considerar que la desintegración del signo está presente en la escuela realista y que todo en el realismo es parcelario, errático (confinado a los detalles) y que por ello el relato más realista se desarrolla por vías irrealistas, no nos podemos desentender que la escritura del realismo socialista sigue “asumiendo sin reservas las preocupaciones formales del arte de escribir pequeño-burgués”, plagado de convenciones y chato en su materialidad.

Entonces podemos reflexionar en el mundo de hoy (en donde ya no hay bloques socialistas) y concluir parafraseando a David Bowie que mientras contemplaba la caída del muro de Berlín, se conmovió como quien contempla el cadáver de un viejo amigo, y darle al “realismo socialista” y a Lukács, el más sentido adiós.

11.9.07

Los ecos de la movilidad, por Juan Leotta




En su artículo “Traducción: literatura y literalidad”, Octavio Paz retoma varias de las ideas más difundidas del corpus canónico (Benjamín inclusive) de la teoría de la traducción contemporánea. Glosadas sin citas, escamoteadas en una apariencia de argumentación ex nihilo, a partir de ellas despliega Paz –objeto y productor de traducciones, valga aclarar- una abierta defensa de la posibilidad de traducir poesía.

A efectos de una presentación del tema –funcional al público amplio que se halla dirigido el artículo-, Paz presenta una historización de las concepciones de traducción. Esquematización y simplismo, según podemos comprobar, son dos características importantes de dicha operación inicial.

En la Antigüedad, primer momento considerado, la traducción supone a juicio de Paz una confianza última en la unidad del espíritu humano. Así como para Pascal la diversidad de religiones contribuye al cristianismo aportando una prueba de la verdad de la existencia de Dios, de igual modo la diversidad de lenguas encuentra en la traducción el señalamiento de una esencia humana sin fronteras lingüísticas. En palabras del texto: “la universalidad del espíritu era la respuesta a la confusión babélica”. Los cambios de la Modernidad, a su tiempo, conllevan una reformulación de la concepción de la traducción. El descubrimiento de la multiplicidad de lenguas y culturas convierte a la traducción en una instancia de mostración de la singularidad de cada lengua, de cada cultura. A la par que el sujeto deja de reconocerse en la naturaleza, también deja de reconocerse en sus semejantes. Nace así una suerte de conciencia de la alteridad que tienen a la traducción como uno de los momentos de mayor evidenciación.

Los avances de la antropología y sobre todo de la lingüística no cierran, de modo alguno, las perspectivas de la empresa de la traducción. Si bien la superstición en una traducción exacta se vuelve a todas luces invisible, surge otro modo de conceptuar y relacionar los elementos en juego. Anclado en la lingüística estructural, Paz propone –esta vez con nombre- concebir el vínculo entre el original y la traducción bajo la esfera de los procedimientos metonímicos-metafóricos trabajados por Roman Jakobson. “El texto original”, leemos en el artículo, “jamás reaparece (sería imposible) en la otra lengua; no obstante, está presente siempre porque la traducción, sin decirlo, lo menciona constantemente o lo convierte en un objeto verbal que, aunque distinto, lo reproduce: metonimia o metáfora”.
En este punto, para reafirmar específicamente la traducibilidad de la poesía, parte de la lógica argumentativa delineada por Paz se sustenta en la construcción de una teoría tradicional de la traducción: entelequia a la cual él, previsiblemente, va a oponerse. Dicha teoría, encarnada principalmente en Georges Mounin, autor de Problèmes thèoriques de la traduction, postula como es sabido la imposibilidad de traducir más que el sentido denotativo de la poesía. Nada del orden del sentido connotativo –ecos, reflejos, correspondencias- parecería poder ser siquiera abordado por la traducción. Ahora bien, Paz, haciéndose eco de la deontología benjaminiana de “La tarea del traductor”, acepta la escisión de Mounin pero al mismo tiempo afirma que “los significados connotativos pueden preservarse si el poeta-traductor logra reproducir la situación verbal, el contexto poético, en que se engastan”. En este sentido, como otrora en Benjamín, se vuelve clave la iniciativa del traductor.

Así planteadas las cosas, la figura del traductor –como, en menor medida, la del crítico- resulta equiparable a la del poeta. Creación poética y traducción poética son operaciones de una misma naturaleza, pero de dirección diversa. Así como el poeta provoca una detención de los signos lingüísticos (inmovilidad que desata, paradójicamente, la movilidad de los significados), el traductor se ve obligado a recurrir otra vez al lenguaje vivo para reproducir, esta vez ya en la lengua de llegada, un eco o resonancia del original. La traducción quedaría definida así como una recreación cuyo único límite es el poema original. Y la crítica, por su parte, constituiría una especie de versión libre de la obra literaria.