(Javier Fernández Paupy)
A través de los años, Nicolás Moguilevsky fue completando cuadernos de dibujo, donde esa mesa de trabajo de hoja lisa resultó un laboratorio íntimo de experimentación. Atravesada por discursos, retazos de narración y poemas en prosa, recuperando bocetos, croquis, retratos, viñetas, paisajes oníricos, personajes que aparecen y desaparecen, surge una novela ilustrada sobre el fondo sinuoso de la imaginación inclasificable de su autor.
Javier
Fernández Paupy: ¿Cómo fue el proceso de selección de las obras de Una
hora de locura y placer?
Nicolás Moguilevsky: Fue principalmente un sistema de uso y exclusión. Todo el material existente en el libro proviene de cuadernos; es una verdadera causa. Desde mi más tierna infancia me ha gustado siempre dibujar en esas páginas ya encuadernadas. En aquellos que usaba para la escuela primaria, mientras hacía las tareas del colegio, los llenaba de dibujos y una vez que terminaba el ciclo lectivo pegaba con plasticola sobre los ejercicios de lengua o matemáticas distintos materiales que producía o encontraba. Era una manera de convertir un cuaderno escolar en uno propio. Disfrutaba mucho mirar esos cuadernos intervenidos, en lo posible cubiertos de nuevos elementos, convertidos en algo completamente nuevo. Aún hoy, cuando trabajo en un cuaderno lo hago con cierta tensión: la necesidad de completarlo, de que sea una unidad en sí misma y no una simple suma de notas y bocetos. El problema es que siempre que dibujo, sufro de altos niveles de ansiedad. Cuando escribo a mano, en esos mismos cuadernos, no se presenta ninguna clase de problema, pero a la hora de dibujar… Ahora mismo estoy dibujando (al comenzar esta entrevista el editor acercó al autor un papel y un marcador) y ya empiezo a sentir cierta opresión. El proceso de dibujar no es algo que me genere placer, se acerca más a una administración bastante desquiciada de cortisol al cerebro. Pero el hecho de completar páginas en un cuaderno sí me genera placer. La página completa es el eje de ese placer. Entonces ahí es donde se equilibran la locura y el placer a los que refiere Whitman: un trabajar obsesionado en el intento de completar cuadernos. Agarro un cuaderno en cualquier página, empiezo a dibujar, empiezo a escribir, empiezo a pegar algunos papeles recortados o encontrados con un único objetivo: terminarlo. Que el cuaderno, ya sea un block, un espiral, de tapa dura o una sucesión de hojas abrochadas, sea completado hasta la última página. Muchos de ellos los terminé, otros esperan con ansiedad su concreción. A partir de esta obsesión se han ido acumulando multitud de materiales. Mi idea para Una hora de locura y placer, en un principio, era publicar uno de esos cuadernos tal cual era. Hice los registros y después el traspaso a blanco y negro, porque casi todos esos cuadernos tienen partes de color. De hecho muchas de las páginas que aparecen en este libro han sido convertidas a escala de grises, a blanco y negro, siendo originalmente dibujos en colores. El hecho de darme cuenta de que no podía publicar caprichosamente un cuaderno específico de principio a fin, ya por distintas cuestiones de narración o criterio estético que no conseguían la unidad necesaria, ya por su extensión, me llevó a pensar que el proyecto consistía en abarcar varios cuadernos de cierta época, intercalando sus contenidos para generar un material orgánico que construyera el “relato” que tenía intención de desarrollar.
JFP: ¿Pero pensás que este libro
recupera el espíritu de esos cuadernos, aunque no sea la edición facsimilar de
uno en particular?
NM No. Por la sencilla
razón de que los cuadernos no tienen márgenes: hay mucho collage,
cosas matéricas que incluso pasan de una página a otra, a veces se pegan o
se empastan, agujeros en una hoja que deja ver el contenido de otra, ese tipo
de procedimientos a veces un poco brutos. En principio, la cuestión objetual
del cuaderno no está.
JFP:
Esto (toma en sus manos el libro) está mucho más limpio que tus
cuadernos.
NM: Mucho más limpio. Eso
por un lado. Esto está como purificado. Como si te subieras a una barca y
llenaras un balde con agua del Riachuelo y después la llevaras a una planta
purificadora para intentar hacerla potable.
JFP:
Tuvimos nuestras discusiones sobre el tema de los márgenes. Vos me mostraste
pruebas de bitácora sin márgenes.
NM: Sí, habíamos hecho dos
armados, uno era mucho más alusivo al proceso de trabajo en sí mismo, más
similar al original y el otro era más prolijo, que fue como quedó el libro.
JFP:
Por ahí, a vos te parecía un poco fanzinero.
NM: En realidad a vos te
pareció más que nada eso… (Risas) Y creo que tuviste toda la
razón. Me dijiste: “Va a fanzinear”. Y yo, que vengo del mundo del fanzine
y he hecho muchos fanzines, ya que han sido tantos años de fanzines, quería
cambiar un poco el ángulo de la inclinación. Sobre todo, sin ir más lejos,
estos números de Un Faulduo (hay distintos libros y revistas
producidos por el autor sobre la mesa) como el 4 es
muy fanzinero. De hecho, el primer número de esta revista que me parece no
es estrictamente un fanzine es el 6. En el número 5 la idea fue que se editara
puramente en la tradición del fanzine, fotocopias, tapas hechas a mano, todos
esos condimentos que tiene este tipo de publicación. Con tantos años de copias
y abrochadoras, cuando vos me hacés esa aclaración de que “un libro no es un
cuaderno” aparece la clave. Ahí nace la idea de que esto es un libro
y no la reproducción de aquel otro formato. Entonces, por un lado ese
principio rector. Y por el otro, de una forma, al principio
muy azarosa y después, en una segunda y hasta tercera revisión, quería tratar
de hilar un poco una cierta historia que arrancó a escribirse en 2010 y publicó
en 2015, en una edición muy limitada, Eloísa Cartonera que es El
discurso de la cocina. Este pequeño volumen es una especie de primera
versión de lo que yo realmente quería hacer: una novela. En la mayoría de
los cuadernos publicados en Una hora de locura y placer están
las notas de ciertos esbozos de capítulos. Quise entonces desarrollar un poco
esa historia o presentar todo el material que tuviera alrededor de eso. El hilo
de la parte escrita de Una hora de locura y placer es un
cierto orden a partir del desorden de las notas que servirían para escribir
alguna vez El discurso de la cocina.
JFP:
Una hora de locura y placer se puede leer como una novela en sí misma o como una
novela gráfica. Discutimos sobre el tema. Pero más allá de la
indeterminación genérica, sea un sketchbook, sea un estudio o
una novela, ¿cómo surge la idea de darle cabida en el libro a todas
estas obras que se reúnen en el tomo? ¿Cómo surge la idea de cruzar el dibujo,
la supervivencia de la viñeta, con pintura, con collage y con
literatura? ¿Es una idea espontánea? ¿Es parte de tu trabajo y de tu canal
expresivo? ¿O es algo que se fue dando solo a medida que ibas
seleccionando las obras para pensar el libro? ¿Es algo propio en tu
concepción estética? ¿Va todo junto?
NM: Contestando
automáticamente a tu respuesta, sin pensar, diría que todo es un conjunto
indivisible. “Vamos todos unidos, vamos juntos podemos”, dice una canción que
canta cierta barra de fútbol. Lo que intento hacer es algo que no puedo
pensar como una serie de compartimientos estancos.
JFP:
Lenguaje verbal, pintura, collage, ¿todo una misma masa?
NM: No me sale hacerlo de
otra forma. No creo que pueda haber una separación consciente donde yo diga:
Ahora a pintar, ahora a hacer un dibujo, ahora a comer, ahora a escribir, ahora
a lavar los platos… En donde sí encuentro diferencias es cuando trabajo como
diagramador, como diseñador. Pero cuando hago cosas de propia cuña, ahí no hay
ninguna diferenciación. Sí en el material. Justamente cuando quiero pintar, digo:
“Dibujar es más fácil”. Cuando quiero dibujar: “Qué ganas de pintar”. Hay
siempre una especie de inconformismo en relación al material.
JFP:
¿Podrías desarrollar un poco ese inconformismo?
NM: El inconformismo es lo
que soy. Nuevamente citando los cánticos, los trapos que se cuelgan en la
cancha: “Un sentimiento inexplicable”.
JFP:
En el proceso de este libro, Una hora de locura y placer, ¿primero
vienen las imágenes y después los textos o no hay un antes y un después?
NM: Es un acontecer al
mismo tiempo. Porque cuando yo agarro una hoja, primero se aparece la
cuestión formal. En una página, por ejemplo, mi idea es incluir dos
columnas de texto, después dejar un espacio para los dibujos y
después otras dos columnas de texto. Entonces esta columna que empieza acá, al
principio de la página, tiene que terminar acá en esta otra, correspondiendo
sonido y sentido en relación a la anterior. Como en un juego para
completar,
en esa autoimposición aparecen nuevos signos de escritura.
JFP:
¿Sos ouliponeano para trabajar? ¿Usás restricciones?
NM: No con palabras, no con
términos. Pero sí con el espacio.
JFP:Con
tus propias restricciones, íntimas, relacionados con el espacio, con el
color, con la forma.
NM: Casi nunca con
palabras. Eso de no usar una “e”, no usar una “a”, me parece
demasiado literario. Nunca me gustó lo literario.
JFP:
En relación a los materiales, trabajás mucho con tinta china, con
plumín, con estilográfica, en el collage hay un lenguaje que
tiene que ver con muchos materiales, cortando y pegando, ¿con qué otros
materiales trabajás?
NM: Me gusta mucho el
recorte de diario. Recorte de papeles encontrados en cualquier lado. Por
ejemplo, esto que acá dice “ABAJO” (señala una página del libro) era
un panfleto del Partido Obrero que decía “NO AL TARIFAZO SÍ AL
TRABAJO” y yo lo recorté.
JFP:
¿Tijera y pegamento?
NM: Más bien romper con la
mano y pegar con plasticola. En una época había un muchacho que era
compañero de mi hermano en la cerrera de periodismo deportivo y jugador de
Boca. Estaba haciendo sus primeros pasos en primera división, no sé qué será de
él ahora porque tampoco recuerdo su nombre. Entonces yo le pedí un autógrafo
para Guillermo Iuso y para Fabio Kacero, grandes amigos e hinchas
desquiciados de ese club. Acá dice: “Para Guillermo. Para Fabio” (señala
otra página). Finalmente nunca le entregué el papel a mi hermano y
este muchacho abandonó el club. Pero apareció en algún momento entre mis
papeles y lo usé.
JFP:
Plumín, estilográfica, tinta y pegamento.
NM: Sí. Estoy
completamente abocado a la tinta china y sus derivados.
JFP:
¿Lápiz?
NM: No, me cuesta muchísimo
el grafito.
JFP:
¿Témperas? ¿Acrílicos?
NM: No, de hecho cuando
preparábamos ¿Cómo hacer una exhibición entre dos personas que se
consideran?, una muestra que hicimos junto a Bruno Grupalli en la
sala Gabriela Sabatini en noviembre de 2023, hubo una consigna que
estuvo bien de Juan Laxagueborde, el curador, quien me hizo
producir obras a color. Trabajé en una serie de obras en acuarela y
acrílico, cinco paneles del mismo tamaño, que se llama Un café
conmigo mismo. Usé unos pomos de acrílicos que alguna vez había
comprado en oferta y otras pinturas que tenía guardadas desde hacía años. Al no
trabajar en color, casi nunca las había usado. Siempre que había probado
pintar, salvo puntuales excepciones, hacía cosas horripilantes que no me
gustaban y las tiraba. Para esta serie hice un plegado de hojas sobre otras
hojas y, mientras tomaba café, se lo tiraba a los paneles todos juntos y eso le
dio una materia como de papiro. En cuanto a las pocas pinturas que pude
ejecutar con éxito, la tapa del libro es una de ellas, se llama Homenaje
a mi psiquiatra, hecha con pintura de pared blanca, témpera negra y algo de
esmalte blanco, es decir, no tiene color. Pero al trabajar en cuadernos, muchas
páginas originales sí tienen color por el material del collage.
Mucho papel de regalo, de envolturas, volantes entregados en la vía pública o
materiales encontrados en la calle.
JFP:
Y en relación a los materiales de escritura de tu libro. ¿Sentís que la novela
que hay en Una hora de locura y placer empieza con la frase
inicial o para vos la novela está en el estado de flotación?
NM: Vos me propusiste el
título de Una hora de locura y placer frente a una suma de
materiales de los cuales yo tenía una idea previa, que era tratar de que se
acercaran lo máximo posible a la bitácora de trabajo alrededor de una novela
llamada El discurso de la cocina. Con este título el libro se
transforma completamente. Creo que, finalmente, el título lo que hace es
referir una manera, un tiempo y estado de ánimo frente a la lectura del
libro. Es decir, este proyecto de novela queda encerrada dentro del libro
y se puede encontrar en cualquier lugar, en cualquier momento.
JFP:
¿Pensás que es una novela que invita a ser leída de manera oblicua?
NM: Así me gusta leer a
mí. Novelas que no empiezan, como Museo de la novela de la Eterna,
de Macedonio. Me gusta leer novelas pero me divierte mucho más leer un libro de
manera oblicua. Eso debe venir un poco de la colección Elige tu propia
aventura, que me encantaba. Siempre me gustó esa posibilidad de empezar a
leer por cualquier lado y seguir por cualquier lado. Ese estado de flotación al
que te referías recién.
JFP:
Te acordás que María Guerrieri nos contaba algo que le
había producido la lectura de tu libro relacionado con la dificultad que le
generaba la lectura. Exigía leerlo con lupa, acercándose al objeto. Una
lectura que exigía entender o poder leer la trama.
NM: Recuerdo que el chiste durante
la presentación fue que el libro tenía que ser presentado en un folio con una
lupa de regalo. Otras personas, con evidentes problemas de vista, también se
han enojado por el tamaño de la letra, ya que el esfuerzo de lectura les hacía
doler la cabeza. En ese sentido me hace recordar a un librito llamado Mucho
trabajo, de Pablo Katchadjian, editado por Spiral Jetty, que tenía la
particularidad de estar compuesto en un tamaño de tipografía dos o tres, lo que
hacía imposible su lectura sin un elemento que aumentara la capacidad del ojo
humano. En este caso, el nuestro ha sido un caso más de necesidad y urgencia
que de estilo o ejercicio de vanguardia, ya que el formato en el que el libro
fue publicado estuvo condicionado por las variables económicas que la época
y la propia editorial determinaron. De haber hecho una edición de
mayor dimensión, estos problemas de proporción hubieran desaparecido. Asimismo,
el desafío de tratar de entender una letra manuscrita, en mayor o menor tamaño,
ya plantea un ejercicio de paciencia y comprensión que es digno de emoción para
el autor de la obra.
JFP:
El comienzo de El discurso de la cocina empieza así:
“Betina despertó sobresaltada, había tenido un sueño intranquilo”.
Este mismo texto aparece en Una hora de locura y placer, promediando
el final.
NM: Betina es la
protagonista de El discurso de la cocina, junto a Jaime, su
marido. Tengo un cuaderno donde está la mayor parte de la novela.
Justamente ese el cuaderno que yo quería publicar originalmente, como primera
idea, es decir, el germen de esto (toma el libro en sus manos).
Pero después, llevándolo a lo que sería un pequeño
libro, porque son treinta y dos páginas, me di cuenta que no se
sostenía en sí mismo, tanto por su extensión como por su contenido. Un cuaderno
no es un libro: esa es la enseñanza que me permitió desarrollar el
proyecto. Pero en ese cuaderno está el principio. Yo quería hacer un cut-up con
la introducción de Música para camaleones de Capote y las
revistas Nuevo Estilo y Caras, pero se terminó
corriendo hacia otro lugar, un territorio de sueños infantiles y peleas
familiares.
JFP:
¿Pero entonces qué relación encontrás vos con esa especie de
dificultad que se le imprime a la lectura?
NM: Tengo mucha dificultad
para poder desarrollar una idea consecuente en lo que se refiere a la
temporalidad dentro de un relato. De hecho, ahora estoy escribiendo una novela
que se llama Si en los momentos más injustos del país… que
habla de las contingencias de la
historia reciente argentina de los últimos años y de
algunos por venir. Es una especie de distopía, contada desde un
futuro inmediato. Aquí también me es difícil ser consecuente con la
temporalidad de la historia. Me gusta armar un principio y un final, que
ingresarán a la historia como momentos intermedios. Después empiezo a agregar
escenas, y la idea temporal de lo que se intenta narrar se va moviendo hacia
una dirección desconocida. Evidentemente, esto tiene que ver con la formación
profesional de mi trabajo de editor. Hay un goce, un disfrute en juntar
mucha información y después disponer de ella como si fueran ingredientes
para preparar una cena. Para mí es imposible escribir primero el primer
capítulo, después el segundo, después el tercero…
JFP:
¿Te pasa lo mismo que con el dibujo eso de la pulsión de llenar la página?
NM: Muchas veces lleno la
página copiando una nota que leo en el diario. Así empecé a formar una
especie de sistema de corte y pegado propio. Muchas de estas partes son
notas de diarios con modificaciones. Le agregaba a la nota transcripta el
nombre o las características del personaje de la novela. De hecho, muchos
cuadernos los terminé llenando así, con la compulsión de terminarlos, como
cuando en los procesadores de texto se elige la opción “rellenar con texto
falso”. A veces ese texto falso puede ser la materia más rica de una obra.
JFP:
En este proyecto, ¿sentís filiaciones con algún artista, con alguna obra?
NM: Uno siempre está
influido por una cantidad de fuentes, procesos, maneras, procedimientos.
Efectivamente hay más una influencia de formas de trabajo que de nombres. Pero
podría decirse que este libro está condicionado, en distintas proporciones, por
el grupo Cobra, de los cuales Pierre Alechinsky, Asger Jorn o Constant son
referencias permanentes, Brion Gysin y Jane Bowles, Burroughs, Enrique Medina,
la revista D&D, Gertrude Stein, los hermanos Lamborghini.
Incluso hay adentro alguna frase del más grande poeta de la
modernidad, Lautréamont. Como esto (agarra el libro) tiene
más de diez años de juntar papeles, de recortarlos, de pegarlos y de dibujar
encima, no sabría decirte en especial qué influencias específicas tiene, pero
algunas debe haber.
JFP:
¿Pensás que este libro tiene un público ideal al que estaría dirigido?
NM: No, pensar eso sería
coquetear con la idea de una soberbia extrema. ¿Viste esos escritores que
hablan de “mis lectores”? Creen que han inventado un mundo, y dejan entrar
a quienes los leen en él, munidos de elementos que los distinguen de una vez y
para siempre del resto del mundo de la literatura: sueños luminosos que se
apagan al salir de sus mentes narcisistas. En efecto, no me corresponde a mí
decir quién sería el “lector ideal”. Me sentiría muy acotado,
además. Yo trabajo pensando en dos o tres lectores, personas que conozco y
respeto como lectores, y a quienes intento que el material interese. En este
caso trabajé para vos y para mis compañeros de Un Faulduo. Quería
que el libro te gustara a vos, sobre todo. Siempre hay uno o dos
lectores que uno imagina a la hora de trabajar en su producción, y a quienes
quiere hacer reír, tratar de conmover. Francisco Garamona es mi lector ideal.
Ahora estoy escribiendo esta novela y mi primer lector
es Bruno Grupalli. Compartimos pasiones que tienen que ver con
la interpretaciones de la realidad argentina, la noche, el exceso, la década
del 90, la patria judicial, Maradona, los duendes, la sección
policiales. En ese compartir nace el deseo de escribir, de producir para
que el otro se divierta.
JFP:
¿Qué desafíos encontrás al trabajar con el lenguaje visual y el
verbal? Con tanto oficio de collagero, de cuadernista.
NM: En algún punto esto que
hago, lo cual involucra palabra e imagen, es una manera de la incapacidad
frente al deseo de hacer historietas clásicas. Todo esto que está en Una
hora de locura y placer es mi forma de expresarme frente a la
imposibilidad de generar material historietístico tradicional. A esta
altura ya no sé si haría el trato, pero en caso de que un genio hubiera salido
de una lámpara y me hubiese dado a elegir entre ser el autor de este libro o
dibujar para la DC Comics, en la adolescencia no lo hubiera dudado. Quería ser
un buen dibujante de superhéroes, dentro de la prolijidad de un
rectángulo. Mis cuatro profesores de historieta han sido
Quique Alcatena, Ariel Olivetti, Marcelo Sosa y Juan Bobillo.
Cuando empecé a hacer Un Faulduo me di cuenta que se
podía dibujar historietas de otra manera.
JFP:
¿Cómo surgió en vos el interés por la literatura y por el dibujo?
NM: Como muchos chicos de
mi generación, surgió primero con los libros de Robin Hood, después
con las enciclopedias ilustradas. Cuando venía para acá pasé por una casa
de historietas antigua, que ya no está más, donde yo compraba historietas cuando
era un niño. Cuando entré al mundo de la historieta hubo una especie
de epifanía.
JFP:
¿Vos consumías superhéroes?
NM: Consumía, casi
totalmente, superhéroes. Quería ser ilustrador de DC comics. Siempre
quise ser dibujante y nunca pude.
JFP:
Lo lograste.
NM: No logré mi objetivo,
que era dibujar bien.
JFP:
Deseabas ser un dibujante alienado con fechas de entrega.
NM: Quería poder dibujar un
Batman, un Superman en continuado, ¡no tenía idea de las presiones de los
editores y las fechas de entrega! (Risas) En mi imaginación,
ser dibujante era el trabajo perfecto. Mi sueño era poder idear una página y
que el personaje fuera el mismo en cada viñeta, saber dibujar un perro, un
caballo, un cabello… Hoy en día, así como no puedo tocarte una canción en
el piano, no puedo dibujar una figura humana proporcionada. Voy a ver si
me sale, quiero dibujarte un Superman acá (comienza a dibujar en la
hoja), seguramente no me salga. No sé dibujar.
JFP:
¿Y con la literatura?
NM: Con la literatura lo
mismo, en cuanto a que entré por la ventana. Nunca estudié Letras ni Edición.
Siempre fue pura curiosidad. Siempre fue una cosa de ser curioso
y de ver qué había ahí adentro. Me acuerdo que mis viejos querían que yo
estudiara en la universidad, como cualquier padre nacido en los años cincuenta,
querían que fuera un “profesional”. Mis viejos tienen carreras
universitarias y no les ha ido bien ni económicamente ni profesionalmente.
No han sido exitosos. Yo tenía todo un tema con eso, ya que veía que del fruto
de ese esfuerzo solo habían cosechado frustraciones y penurias económicas. Yo
sabía, cuando estaba terminando el colegio secundario, que ya tenía que ir
pronunciándome en el algún estudio superior, como lo indica el camino
tradicional para un adolescente que está terminando la escuela. Cursé quinto
año en el año 2002, pura anarquía. Mi idea era trabajar, como ya lo venía
haciendo durante el colegio, y tener mi propio dinero para comprar discos,
libros, alcohol, drogas. Y yo decía: “Qué voy a estudiar”. Se venía el fin de
un país, el albor de un nuevo siglo cargado de miseria y dolor. Se venía el
mediodía del cacerolazo y el piquete. Me di cuenta que la historia era como una
canción de Flema. No había futuro. No terminé el colegio y no quería
terminarlo…
JFP:
¿No lo terminaste?
NM: No. Terminé de cursar
debiendo once materias de las cuales, por una fuerte presión en la casa
familiar, rendí algunas con diversos resultados. Era el año 2002, nada
importaba demasiado.
JFP:
¿Qué escuela?
NM: El Liceo 9, un colegio
que tenía un buen nivel en ese momento. Durante muchos años fue como una
especie de dolor para mis padres, sobre todo para mi vieja. Me decía: “Yo te
voy a ayudar”. Me imprimía los programas de Filosofía de la UBA, como para
intentar que rindiera esos exámenes y luego estudiara esa carrera en la
facultad. Yo ya trabajaba haciendo archivo y clasificación de documentos en una
casa de decoración que tenía mi tía, en el que vendían antigüedades y objetos
de valor al jet set. Cuando cerró, ella debía mucho
dinero a la AFIP, que era la DGI en esa época, y necesitaba
un orden de archivo de años y años. Yo salía del colegio y me iba a la casa de
ella, donde había una pequeña habitación llena de facturas, remitos y recibos,
y me pasaba horas en ese cuartito haciendo el trabajo de clasificación de
esos documentos. Ahí compraban muebles Lanusse, Vilas, Manzano, Susana Giménez,
María Julia, entre tantos otros. Nunca me voy a perdonar no haberme guardado
una factura por más de U$S 100.000 a nombre de Amira Yoma, con el detalle de
cada uno de los artículos que había comprado. Mi tía fue rica durante un
tiempo. Después, como todo en la vida, lo perdió. Algún día me gustaría
escribir esa saga. Pero lo cierto es que la carrera que yo podría haber seguido
más fehacientemente debería haber sido la de contador o de abogado, mucho más
que la de artista, disciplina que tampoco estudié.
JFP:
Qué interesante ese inicio con tu tía haciendo cosas de contaduría cuando después,
como productor de una editorial, terminarías vinculándote con el Excel,
con los números, pagos a proveedores, confección de facturas, recibos y
remitos…
NM: En algún punto fue mi
primera tarea de coordinación.
JFP:
Darle cause a un acervo…
NM: Eso es
verdad. Nunca lo había pensado, pero sí. El archivo es la más fascinante
de las artes.
JFP:
Entonces, furor por las historietas, los superhéroes, ¿y en la literatura?
¿Cuáles son esos primeros autores que te vuelan la cabeza?
NM: Me volvía loco, loco,
loquísimo, Julio Verne. Todo lo que podía agarrar de Verne me llevaba a otro
universo. Mucho de aventuras, Salgari, Stevenson. Y esa literatura
estaba mechada con las historietas de Superman, sobre todo de Batman…
JFP:
Están hermanados esos universos, ¿no?
NM: Mucho mundo mágico…
JFP:
Épica mental…
NM:Exacto.
Había, justamente, una colección de historietas de DC Comics de
Batman que se llamaba Otros Mundos. Era donde Batman era
transportado al medioevo, a la época victoriana, al futuro.
JFP:
Linda saga.
NM: Muy buena idea de parte
de Dennis O’Neal, si no me equivoco, que era editor en jefe de DC Comics en esa
época de los ochenta y noventa. Había cosas muy buenas. Esa era la parte
que más me gustaba. Siempre me gustó el viaje en el tiempo.
JFP:
La distopía, el futurismo, las ficciones científicas…
NM: Sin embargo, nunca fui
fanático de la ciencia ficción dura. Leí muy poco a Dick, a Lem… Cuando me
hicieron leer Farenheit 451 en el colegio me aburrió
horriblemente. La distopía hecha como un procedimiento es soporífera.
Nuevamente este tema de la “creación de un mundo”. El otro día leí que Stephen
King, un autor que leí mucho entre los diez y los quince años, que me encantaba
y por el pudor de que esa literatura no era para adultos cuando tenía
diecisiete o dieciocho años vendí todos sus libros a un precio irrisorio en una
librería de usados, ha creado una saga, creo que es la Torre oscura,
donde despliega todo su universo, al que llama “macroverso”. Todos esos
esfuerzos de totalizar una obra me parecen un poco producto del ego, cuando no
del bolsillo, en su caso. Cuando me hicieron leer Un
mago de Terramar, de Ursula K. Le Guin, otra que
intentó crear “su mundo”, me resultó un bodriazo. Nunca me
gustó Star Wars.
JFP:
Te entiendo.
NM: Después empecé con la
lectura de los argentinos. Los siete locos, de Roberto Arlt,
algunas cosas de Borges. Y después el
derrotero Pizarnik, Artaud, Rimbaud. Después vinieron los
beatniks y los surrealistas. Y después ya está…
JFP:
¿Qué lugar ocupa en tu formación la experiencia con el colectivo Un
Faulduo, qué aprendiste ahí?
NM: Evidentemente, ocupa un lugar importante. Aprendí a hacer historietas, aprendí que la historieta no es una página que hay que llenar, aprendí que la viñeta es un mapa que hay que ir descubriendo, que tiene que ser trazado. Que el rumbo de una historieta no está formulado o determinado sino que el artista tiene que ir descubriéndolo en cada línea. Es un largo proceso en el aprendizaje de aspectos vitales, una enseñanza en cuanto al método de trabajo fijado, por ejemplo, en una dosis de paciencia necesaria para descubrir el sentido y el sonido de lo que se está dibujando, cualidad que no tengo por naturaleza. Todo esto tuvo que ver también, más allá de la producción, con las actuaciones performáticas, las presentaciones en ferias y festivales, los conciertos musicales de la Songo Sango Orkestro, todas actividades que en la historieta argentina no son muy usuales. Y después, las aventuras que tuvimos con mis compañeros de Un Faulduo. Fuimos un grupo que, en su momento, se divirtió mucho. Con el tiempo nos fuimos centrando en la producción, mas no en la diversión, hecho natural y saludable, aunque quizás eso hizo que las relaciones se volvieran más monótonas, sin esa excitación característica de los primeros tiempos. Pero eso también nos trajo cierta autoridad, nos permitió viajar por el mundo. A veces el tiempo impone sus cadenas de estabilidad y mesura, a veces el mismo tiempo acaba por romperlas.