Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo
Héctor Viel Temperley
I’m too sad to tell you.(Estoy muy triste para contártelo)
Ban Jas Ader
El cuerpo motivo de inspiración de todas las artes. Más allá de
la recreación, un conjunto de células que forman órganos agrupados en sistemas
por los que funciona. Básica biología. Y desde allí lo primero es lo primero:
esta estructura es una perfecta desconocida. Con fecha de vencimiento en la
conciencia activa.
¿Cuáles son los umbrales del dolor y del placer? Inseparables de
la vida. Ambas emociones intransferibles e incomunicables por medio del
lenguaje. ¿Cuál es el umbral máximo que puede aguantar ese complejo de órganos?
Por algo las dosis de anestesia ameritan prueba y el examen de cabeza. Aquí la
cosa se pone más compleja por los criterios de “normalidad”.
Viel Temperley al borde de la muerte por una grave enfermedad.
“Yo” que habla se separa del vehículo de esa conciencia. El cuerpo. La frase de
Héctor Viel Temperley generadora de búsquedas desde diferentes aproximaciones.
El cuerpo, una mano que se hincha, un ojo que se achica y ante el
descubrimiento ¿qué es esto?
Existen artistas conceptuales que se han arriesgado en la
exploración de las respuestas de sus cuerpos y al riesgo de no poder
comunicarla. “Tú ya lo sabías” y, aun así. También algunos espontáneos y otros
en la perforación de límites.
El caso de Ban Jas Ader (1942-1975) un artista holandés que
registró sus performances: el cuerpo en caída por la gravedad. El techo de su
casa era el escenario de la caída o un canal de agua en Ámsterdam sobre el que
se lanzaba en bicicleta. El cuerpo, el objeto de su arte. El registro en
secuencias, la obra. “I’m too sad to tell you” dice (Estoy muy triste para
contártelo) cuando llora copiosamente ante una cámara. Desapareció en alta mar
sin dejar rastros. La pregunta que flota es si esa embarcación que no reflotó
fue el último acto intencional de su performance.
Jimmy Jump, un espontaneo muy gracioso, barcelonés. Jimmy Jump,
la fonética del nombre da sonido de resorte, ingresaba a espectáculos masivos
“como un paracaidista” (fútbol, conciertos) En gran medida exponía el cuerpo
ante la vigilancia de “guardias pretorianas”. Causó más de un desmadre con
suspensiones y corridas. Una instalación viviente. ¿Qué fue de Jimmy Jump?
Jorge Bonino, artista conceptual (1935-1990) un villamariense que
desplegaba sus brazos para volar y carreteaba por las peatonales. “Un cuerpo
que estalló en mil pedazos” –la película de Martín Sappia sobre Jorge Bonino–
buscando el ardor de la flama, el celeste del espacio. Planeó su muerte en el
descenso oscuro por una escalera. “Puede ser así o todo lo contrario” su
mantra.
Hay personas que son leyenda no por libros o poemas escritos.
Ellos mismos son una obra de arte en la acción que realizan. Una lejanía de
intemperies que irá desapareciendo con la memoria del último que quiera
recordarla.
La gravedad como fuerza, el cuerpo como carne frágil, la emoción
extrema que descuida la cuidada integridad. Esa cuerda-cuerpo que se puede
cortar. “Síndrome de Pontius”. Conlleva sus riesgos. Pero… ¿hay mayor realidad
que la vida cuando quiere probarse e incluso perderse?
Un
día en el aire
Estaba releyendo un cuento policial y justo la
llamada: me avisa como si nada de un viaje por un año con renovación de estadía
a los seis meses.
A probar otro destino –tiene referencias por su
madre, mi hermana– y hacia allá va en contra del Día. Es tan lejano el Oriente.
La llamada fue cuando en el cuento el personaje mira por la ventana abstraído
en la visión de una ola inmensa. Justo después de haber cometido un crimen. Una
garra azul replicada en copias por todo el mundo. Al fondo el Monte Fuji. Demasiadas
coincidencias. Ineludible la recomendación
Necesario
El látigo de agua arranca el fachinal.
Desobstruye pantanos. En la tierra abierta las cruces se clavan mejor.
El látigo de agua se hace más suave. No hay
sonidos de avispas ni siseos de serpientes.
Solo la levedad de una mariposa en el azul
violento.
7.30 hs
Ese estallido… hablemos de los fractales, del
fragmento. Los fragmentos se quiebran en millones de diamantes.
–¿Has visto que esto, la palabra triturada,
también es un mar infinito? Sigamos recogiendo esos restos de poesía.
–Que los mares arrastran y hacen arena.
Odiseo cuenta sus odiseas a Calipso. A esa hora
nunca fue tan sensual un desayuno.
Quietos cautivos eternos
Los que estamos tenemos la misma simiente. Los
que fueron nos la dejaron. Unas ramas se han metido por la reja oxidada o
salen, no pude ver bien, ¿de qué se alimentará esa savia? Todos los tapados se
destapan con los mismos gusanos. Nada. Por más empeño que ponga la desigualdad.
Nada. (De la selección Humanos envasados)
A-NO-NI-MATO
UNA CABEZA
UN CUELLO
UN TORSO
UNAS PIERNAS
UNOS PIES
AHHHH FALTAN
UNOS BRAZOS
UNAS MANOS
UNOS DEDOS
PARA ESCRIBIR
Y DESPUÉS
ENCENDER UN FOSFORO.
Está el suceso.
Después se cuenta. Después está la distancia que
separa el suceso del lenguaje.
Después líneas que se recorren con más o menos
piedras en los zapatos.
Después la imposibilidad de no tropezar con
desastres.
Mezcla de mosca, de tábano y de pájaro en
permanente vuelo. Espero que tenga las mejores corrientes de aire (cuerpo
alígero entre las montañas)
No es fácil escribirle una carta a una persona
privada de su libertad. No sé cómo contarle de la mía libre y condicionada (De
humanos envasados)
La libertad está en una manzana de CABA o en el LUNA PARK.
Entradas agotadas. Salidas obturadas por las chiribitas que provoca la acústica
inflamada. Pero con el ingenuo y maldito tupé: –¡Somos
libres, loco!, dice un grupito suelto de cuerpo ensartado en ropa ajustada. Y
empieza con la monserga vieja. Más de lo mismo. “Menos… es más” no lo entiende
la libertad por exceso
Demoliendo paredes quedaron ladrillos propios,
algunos ajenos, desparramados por el suelo
¿Era para allá? /+ de lo mismo – de
lo otro/ No te vendí que yo no era nada/ Bla…bla…/Un palo tiene dos
puntas/ ¿Lejos? ¡Cargate nafta! / Puede ser así o todo lo contrario/ Siempre encuentro algo cuando
pierdo tiempo/Habría que escribir sobre eso para destupir cabezas/ ¿Cómo está
mi reflejo? ¿Lo sabes?, no, no lo sabes/
/La improvisación del desalojo/
Argentina tiene la carga de tres M pesadas. No hay milagro trinitario/
/ La secta de los parqueros de diversión tercermundista. Tres puestos
claves: el del tren fantasma, el del
palo enjabonado y el del tiro al blanco /
¿Cuál es el color de tu miedo? /Vos
sos un Tesoro y yo un Sorete de oro / No es lo mismo San Antonio de Padua que
San Isidro pero la urgencia del falo es igual en todas partes/
/LA IRREVERENCIA ES ESTÉTICA: el semen es encomiástico no así la caca/ Soliloquio: ESCUCHE EL SILENCIO/
/Abrió la puerta con el filtro de un
cigarrillo. Escuchó girar el picaporte/
Te dije que esta historia podía no ser
cierta
PRIMERA CASA
Raro ese lugar en Claypole
donde el conurbano se desploma. Un barrio cerrado en un predio de no más de mil
metros cuadrados. La entrada, un portón de madera carcomida, abierta a todo
aquel que gustara pasar y pasear y vender en ese barrio de Claypole.
El operador inmobiliario
nos había” vendido” un “oasis” a poca distancia de centros comerciales con
referencias ciertas. Verdades a medias en las que se entra a ese ambiguo
espacio por las dudas encontrar algo. Cuando llegamos la mirada de codicia
hacia el automóvil BMW azul no pasó desapercibida. Estrategia: amable
indiferencia.
Decía, la entrada un portón
de madera carcomida, de unos dos metros de alto, que se abría a un parque más
bien pequeño con toboganes, hamacas, piletita pelopincho, un pelotero, todo
bastante descolorido que en la postal final semejaba más bien una compra -
venta de juegos para niños.
La entrada no era la mejor
presentación, pero bueno … estábamos ahí y en una de esas la oferta mejoraba.
Cruzamos el parquecito y ahí estaban las casas, separadas unas de otras por
cercos vivos bajos. Los terrenos de cada casa, con construcción incluida, no
superaban los sesenta metros de
superficie. Sin servicio de cloacas, las
calles/ senderos tenían un desnivel para que corriera el agua por los costados.
Era un vecindario colorido, con voces que se escuchaban sin modulación en
emisoras cruzadas y encima del sonido natural, otra capa de sonidos de radios y
televisores. Para los ojos y los oídos: algo no estaba bien.
“Toda gente decente” nos
dijo el vendedor de la inmobiliaria para insuflar ánimo a nuestro desánimo
galopante. Por las puertas abiertas se
veían escenas familiares en acción:
tomando mates, las mujeres pintando sus uñas o lavando los platos y
tirando el agua sucia en la corriente de agua que pasaba frente a las casas,
los hombres despatarrados mirando televisión, chicos alrededor de una mesa
haciendo tareas, jugando o peleando, una mujer mayor tejiendo al lado de la
puerta – inexistencia de veredas -, dos hombres jugando a las cartas, otra
mujer trayendo a rastras a un niño después de una pelea, aparentemente. Una repetición tan existencial, tal el caldo
de una vida que se cuece lenta, sin milagros, y que puede terminar –muchas
veces– en La Corte de los Milagros. Es fácil caer por la pendiente cuando
duelen los zapatos. Y este lugar estaba
ahí, en el denuedo intencional para no
caer. Bienvenido.
Faltaba la frutilla de esa
gelatina que no cuajaba: la casa. El vendedor abrió la puerta y ante nuestros
ojos una sala cocina que en la percepción
del vacío parecía amplia pero no. Con el mínimo mobiliario explotaba. Una
puerta daba al baño y una escalera de madera – estaba bien hecha, lo único bien
hecho- por la que se ascendía a dos dormitorios de tres por tres con un placard
horrible en uno de ellos. Las paredes de ladrillos huecos, las ventanas
pequeñas y mal pintadas. La casa estaba rodeaba de un alisado de cemento
estrecho casi pegado al cerco vivo. Por lo que el “oasis” era una caja de
cemento. Cajas de cemento pegadas en una hilera sin el mínimo pensamiento
urbanístico.
“Está el Cotolengo a pocas
cuadras” nos dijo el vendedor aquel domingo a la tarde de hace casi cuarenta
años. “Cotolengo” en tonalidad con lo
que yo estaba observando.