22.2.12
POEMAS REACCIONARIOS, por Laura Jaramillo
De Reactionary Poems, Olywa Press, 2008.
MEDIAS EROS CO.
Mientras como este sandwich de jamón
otras actividades
transhumanas podrían cruzar mi mente
algunas dificultades
inagotablemente ensayadas
dentro del calor embarazado
como respirar y coger
EROS HOSIERY CO.: Eating this ham sandwich/ other transhuman/ activities may cross my mind/ some endlessly/ rehearsed difficulties/ in the pregnant heat/ like breathing and fucking
ES DE DÍA EN AMÉRICA
Las hipocresías fundamentales se ocultan
en que
el Lenguaje es hermoso
en el chisporroteo distante de los
aplausos pregrabados
en las ululaciones que son
la certidumbre y el color
IT’S MORNING IN AMERICA: The central hypocrisies are obscured/ in that/ Language is beautiful/ in the distant crackle of pre-/ recorded applause/ in the ululations that are/ certitude and color.
FASCISMO TROPICAL
Escribir es aburrido
y difícil hoy estoy llena
de estúpidos celos hasta de los textos de
los comerciales y de las revistas de farándula
“viaje de vacaciones a un país
en guerra” son versos de
un poema de guerra mitad
terminado nace esa incómoda
sensación, haber sido
sólo un proxy de mí misma
TROPICAL FASCISM: Writing is boring/ and difficult today I am full/ of stupid jealousies even the ad/ copy and gossip rags/ ‘holiday trips to a country/ at war’ are lines from/ a half-finished war/ poem births that uncomfortable/ sensation, having been/ only a proxy for myself
DRAG POST-HEROICO
Cómo puede la palabra ‘postheroico’
siquiera
existir pero la verdad es
que existe-importada
no de la publicidad
sino de las teorías
inventadas para vender
conceptos en el campo
de la publicidad.
POST-HEROIC DRAG: How could the word ‘postheroic’/ even/ exist but it does/ exist–imported/ not from advertising/ but from theories/ invented to sell/ concepts in the field/ of advertising.
DRAG POST-HEROICO PARTE II
Aún, ella arrastra sus empeines
cansados, su barba de un
día su pecho
correoso a la calle
vacía
POST-HEROIC DRAG pt. II: Still, she drags her tired/ arches her five o’clock/ shadow her leathery/ bosom into the empty/ street
SI TÚ NO VIENES AL
PLATANAL YO ME MUERO
Tú y yo mantenemos una caja
de mierda y sedimento pisoso
en la cocina
IF YOU DON’T COME TO THE/ PLANTAIN GROVE I’LL DIE: You and I keep a box/ of shit and pissy/ sediment in the kitchen
LA WOODYALLENIZACIÓN
DE LAS ESPECIES
Antes de dormir, estructuras potenciales:
habitaciones que se abren sobre jardines
jardines sobre peonías o narcisos
blancos poemas de
O’Hara la salmuera de Homero
ciega propa
gada ardiente
en discurso y porte. Entrégame con una
flecha en el tendón/ una pequeña tormenta
en el lóbulo frontal
para dormir sueños
tan tediosos
como vivir
THE WOODY ALLENIZATION/ OF THE SPECIES: Before bed, potential structures:/ rooms that open onto gardens/ gardens onto peonies or paper/ whites O’Hara’s/ poems Homer’s blind/ swept brine/ ness blazing/ in speech and in carriage. Deliver me with an/ arrow/ in the tendon/a small storm/ in the frontal lobe/ to sleep to dreams/ tedious/ as living
CASETA MENTALISTA
Ve allí
para que tus ojos no puedan
encontrarse aquí
al otro lado del cuarto los Yankees
están jugando
de culo este año
PSYCHIC DUGOUT: Go there/ so our eyes can’t/ meet here/ across the room the Yankees/ are playing/ like shit this year
Traducción y selección: Gabriel Cortiñas & María Salgado
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18.2.12
Con las armas, por Juan Leotta
A Sheree
Yo estaba en serios problemas ese día de febrero del año pasado.
–Te lo mando… –me dijo Julio–. Es un pibe. No puedo ir yo. Pero quedáte tranquilo, que él sabe…
Sin estar muy convencido, acepté la propuesta y volví a casa. Me quedé un rato fumando en silencio, de espaldas a la máquina monstruosa. Una de mis hermanas, que limpiaba la casa, se acercó y me preguntó qué me pasaba.
–Cosa de hombres –le dije yo, serio.
Esa respuesta –lo sabía bien– bastaba para hacerla enojar. No volvería a hablarme por un par de horas. Era lo mínimo que yo necesitaba en esas circunstancias.
Como todos, alguna vez yo había escuchado historias de gente que pierde un poema, un cuento, incluso una novela. Aunque suelen ser bastante tristes, esas historias no dejan de tener la perspectiva de volverse cómicas o épicas con el paso del tiempo. Mi caso, por el contrario, era muy distinto. Pero no tiene sentido entrar en detalles: suficiente decir que ésta vez no se trataba simplemente de literatura, y que los datos en cuestión estaban archivados bajo un nombre simbólico, un nombre que eventualmente iba a actuar –imaginaba yo– como un conjuro:
"Imborrable".
Sí. Parecía un chiste. Ése era el nombre-conjuro que falló. Ahora estaba a merced de una mano maestra para arreglar la situación.
– Eee… me manda Julio– fue lo primero que dijo el pibe por el portero.
Ni un hola, ni un buen día. No. Lo primero que escuché de él fue esa suerte de explicación, de disculpa por haberse hecho presente. Un momento después, cuando abrí la puerta, entendí todo. Le pesaba ser tan chico y cobrar tanto por lo que hacía. Y hay que decir que era chico en todo sentido del término. Debía tener unos diecisiete años, a lo sumo. Y era muy bajito y muy flaco. Eso sí, se tenía todo la confianza del mundo en su oficio.
–Me contó un poco Julio –dijo, sentándose a la máquina–. Todo OK. Esto es una pavada para mí.
– ¿Voy a recuperar todo?
–No sé. Digo, va a ser fácil recomponer la máquina. Lo que se perdió, veremos…
La verdad es que yo no podría reponer ni siquiera mínimamente los pasos que él siguió. Nunca entendí mucho de computadoras. Surgieron ventanas, aparecieron relojitos de arena, corrieron aquí y allá números y siglas. Aunque ignorante en esas cuestiones, yo no dejaba de imaginar allí cierta lógica en curso. Si de lo que se trataba era del Orden en vías de reestablecimiento, entonces debía estarse dando, de manera inversa, el proceso que había instalado el Caos. ¡Y eso yo también lo había visto! Había sido increíble…. Tras abrir la puerta equivocada, pum, la catara fulminante… Detrás de uno de los íconos de la impresora, se había agazapado un paquete de cuatrocientos virus.
–Acá… –dijo él, al rato–. "Imborrable". ¿Éste era el que te interesaba, no? Quedó sano.
Respiré como si hubiera llegado a otro planeta. Encendí un cigarrillo y le di una palmadita en la espalda al pibe. Llamé a mi hermana para le sirviera un vaso de Coca. Es más: era como si de pronto, aliviado, pudiera verlo por primera vez con la ropa del personaje que él elegía llevar: la del hacker, claro. Así lo había definido Julio, el técnico del negocio de computación, antes de mandarlo para mi casa.
– ¿Y tenés muchos amigos en esto? –le pregunté yo, ahora intrigado.
– Los suficientes –dijo él, sin sacar la vista del monitor. Todavía le faltaba parte del laburo–. Al que sí conozco es al mejor de todos. Al menos acá en Buenos Aires. Es más chico que yo. Pero es un Maradona. Posta. Un talento que está más allá… Va a hacer mucha plata ese pibe… –De pronto me miró–. ¿Contra atacamos?
Largué una bocanada de humo, sorprendido:
– ¿¡A quién!?
– Al que te mandó los virus…
Hasta entonces, yo había pensado que el Caos era efecto de un piedrazo lanzado por una mano ciega, que tiraba por tirar, sin mirar al blanco. O, incluso, que todo se trataba de una falla inherente al sistema, desencadenada y reproducida sin la mediación de una voluntad individual.
–No sé quién pudo ser… –dudé yo.
– ¿No tenés enemigos? –me preguntó él.
¡Qué extraña esa pregunta! Había sonado absolutamente natural, como si se tratara de algo común y corriente para él. No pude responder nada de entrada. La pregunta, por una extraña reverberación, me había alejado de la cuestión de los virus y me había hundido en el pasado. Fue como si recorriera varios años, de un simple vistazo, movido por ese particular criterio: detectar quién podía haberme odiado hasta convertirse en mi enemigo. Por alguna razón incierta, mis enemigos, si es que existían, debían pertenecer al ámbito del pasado.
Tres posibilidades.
Uno. Recordé a Benesdri, un compañero mío del secundario a quien –sin ninguna mala intención de mi parte– yo le había roto una pierna jugando al fútbol. "Ya vas a ver", me gritó desde el suelo. Tuvo en mente desde siempre la sospecha sobre mi mala intención. Y jamás sirvió que incluso el arquero de su equipo, testigo privilegiado de la jugada, dijera que yo había ido limpio a la pelota. Benesdri me miraría cruzado hasta el final de la secundaria.
Dos. Recordé al padre de una novia mía de la adolescencia. Cuando yo la conocí, ella ya encarnaba el rol de la oveja negra de la buena familia. Que a mí esa situación me provocara un goce particular no tenía ninguna relevancia… asunto mío y punto. Más allá de ello, una cosa es la droga y otra la anorexia. Con lo de la anorexia yo no tuve nada que ver. Es más: me cansé de decirle –con plena sinceridad– que ella ya era demasiado flaca.
Tres. Recordé a otro escritor. Un tal J.K. que me había acusado seriamente de ser fascista. La pica era en realidad mutua y espontánea, de piel casi, pero se había escamoteado tras una sutileza literaria. Aunque mis cuentos casi no tenían circulación, él sí los había leído. Por entonces yo solía narrar desde una primera persona, siempre con personajes que, ligados al universo de la cultura pop, se revelaban gradualmente como fascistas. A veces funcionaba, otras no. Así son las series. Quizás la tesis global –es decir: la cultura pop es fascista– fuera demasiado simplista… Pero bueno, eso no tenía importancia ahora. Este J.K. era un tarado que no entendía nada y que me encasillaba con su lectura primaria. Tan grueso era el error que yo ni me molestaba en aclararlo, en hacer algo al respecto.
Tres enemigos. Creo que ninguno más. En cierto modo, un buen balance de mi vida.
En vistas al tema de los virus, eso sí, eran tres posibilidades altamente improbables. Una más improbable que la otra. Cualquier hipótesis hubiera bordeado el ridículo, para ser francos. Ninguno de ellos iba a mandarme un paquete con cuatrocientos virus.
– ¿Contra atacamos? –volvió a preguntarme el pibe, al verme vacilante–. Si vos me decís directamente, la cosa es mucho más fácil. Pero si no, yo puedo rastrear de donde vino todo esto. Es más laburo, pero te puedo hacer precio…
Pequeño detalle que yo había pasado por alto: aunque para él no dejaba de ser un juego, a mí me iba a costar otra buena cifra. Apagué el cigarrillo. Le dije que no, que por ahora no, que llegado el caso le avisaría. Él pareció desilusionado. Quizás no tanto por la plata, sino porque acaso esperara "otra cosa" de mí.
Mientras bajábamos en el ascensor, no mucho después, casi no hablamos. Yo había empezado a sentir un raro asomo de paranoia. Era como si fuera a despedir a un desconocido que se llevaba la llave de mi casa. Imaginé que en adelante él podría hacerse un festín con mi computadora. Que tuviera diecisiete años sólo empeoraba las cosas. Incluso podría hacer el daño no por interés, sino por inconsciencia. Julio me había dicho que era de confianza, pero eso no quería decir nada. Julio también estaba bastante loco.
Fue justo entonces cuando el pibe, tal vez incómodo por el silencio, me hizo la pregunta perfecta.
– ¿Y vos? ¿A qué te dedicás?
Gracias. Ahí yo apelé a una respuesta que, dicha en broma en el pasado, había desconcertado (e incomodado) a mucha gente. Incluso a J.K., el escritor.
– ¿A qué me dedico? Soy instructor de tiro.
El ascensor se detuvo. Abrí la puerta con firmeza y le hice un gesto para que saliera. Él obedeció.
– ¿Instructor de tiro? –caminaba delante de mío por el pasillo–. La verdad que no lo hubiera dicho, porque… ¿Cuántos años tenés?
– Veintitrés –le respondí, detenidos ya frente a la puerta de calle–. Veintitrés, sí. Pero eso no tiene nada que ver. O sea, yo a tu edad ya era Maradona en lo mío. Crecí con las armas. A ellas les debo todo en la vida. ¿Entendés de qué te hablo?
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13.2.12
Acerca de Savino y La mañana sol de limón y en contra de la basura sideral, por Sergio Rienzi
Hace rato que Savino dejó de cartografiar el pasado. Hace rato que a Savino se lo tragó el espacio, y se lo tragó el tiempo. No se puede decir cuándo, pero pasó. Y ahora escribe desde este agujero negro que le vive haciendo a la literatura. Porque sabe lo que es sangrar por la herida, y no corta por la tangente, ni por lo más sano para todos, hace sangrar a la literatura por los lugares donde más le duelen.
No corta por la tangente, ni va por los atajos.
Savino es inmigrante, es hijo de inmigrantes, no tiene palabras ligeras, frasesitas hechas, premasticadas, no tiene la fritanga encima. Savino no porta mochila, ni bolso de mano, Savino viene con un lenguaje, y ese lenguaje son bártulos, palabras-bártulos, con frases bártulos que no entran en ningún lado, por eso ese inmigrante vino en barco, con fraseos de barcos, de conventillos, de la “calle”, de inmigrantes.
El que quiere buscar en Savino una bocanada de aire fresco, palabritas sueltas de verano o de primaveras nacientes, que se vaya a otro lado. No hay que ser un sabueso para olfatear a simple vista que eso no se encuentra en un Savino. Y menos que menos en “La mañana sol de limón”. Un menos que menos que calculo irá cobrando más fuerza, y más sentido.
Así es como Hugo Savino con su último escrito te teletransporta a un fraseo, ya no importa el tiempo en el que habla, porque es a un tiempo: descubrió un lugar desde donde escribir, donde fusionó todas las dimensiones, y ahora ya no quedan universos paralelos, ni idas y vueltas, ahora escribe desde un punto centrífugo donde las dimensiones y los hechos y el pasado y el presente se cruzan.
Con ese fraseo, te rescata de las palabras escuetas o de las frasesitas esqueléticas o de los lugares comunes o las que alguien que escribe es tentado a dejarse convocar.
Savino es fraseo a la velocidad del sonido, es música para oídos a veces un poco sordos, Savino te pone a hablar lo escrito, te toca el hueso con lo escrito, te lleva de la nariz a la raíz de la frase, y todos quizás se debe a que deja a la mano escribirse, deja a la mano los feudos que son de la mano, el anotador y la mano, la traducción y la mano, que la mano traduzca lo que la voz quiere decir, deja al pasado escribirse, deja al presente cruzarse con sus laberintos, con sus callejones sin salida, con sus pasajes, con sus idas y vueltas, todo quizá porque Savino va dejando todos los cabos sueltos posibles, sin ataduras, abre paréntesis que terminan en puentes, se pone a caminar puentes que van de espacio en espacio, todo quizá porque Savino deja tantas cosas sueltas que no nos deja más remedio que terminar insultándolo, y diciéndole: ¡DEJADO! , Savino dejado, maldito dejado, un grandísimo dejado que supo dejar abandonarse a tiempo, clandestinamente a tiempo, para dejar fluir los ripios de las fuerzas oscuras, los sedimentos que todos tratan de maquillar todo el tiempo y revocar, a esos sedimentos Savino le puso nombre, hizo topografía, se volvió arqueólogo de esos sedimentos, de esos escombros, de tanto revolver y restituir, y devolver. Savino volvió a todo eso frase, le hizo música a la letra, y compuso “La mañana sol de limón”. Y la palabra composición viene a lugar, creo.
A quién le pese, letra y música de un fraseo con “vibratto”, con intensidades, con intermitencias, con claroscuros, como un limonero grande que da luz pero deja lugar a la sombra, deja un lugar para que una mano se siente a escribir debajo de él y puede mientras escribe saborear el perfume de los limones caídos.
Savino dejó que los eyaculadores precoces de “La Lengua” hablaran, hasta dejó que siguieran escribiendo sus necedades, ya no se va a la escansión, no obtura, no sutura, no cose, Savino está atrapado en un agujero negro, en un punto donde hace cruzar al presente con el pasado, y así está bien, y el que no ve este punto no logrará entender la magnitud del lío en que metió Savino, y no logrará ver tampoco el nudo borromeo que le logra hacer a La Lengua de este lado del charco, que está que se estrangula sola o se muerde la cola en un manotazo de ahogado.
Savino no tiene intención de despejar incógnitas en una ecuación, Savino es el Salieri de Savino, es la sombra que sigue a Savino hasta la muerte y que planea matarlo, Hugo Savino lleva años envenenando a Savino para que pudiera surgir este Savino, el claro, el oscuro, el de las fuerzas centrífugas, el que ya se vengó de todos los que tenía que vengarse, el que ya redimió y ahora deja que la mano haga lo suyo, lo que es debido, las manos de boticario poniendo las cosas en su lugar, como encerrando el pasado en frasquitos antiguos de farmacia.
Por eso el mundo Savino nunca será ATP, nunca apto para todo público, nunca lo podrán embalsamar en un dossier para extranjeros, un dossier bien plegado, no lo podrán reducir a santo, ni elevarlo a mártir, y ni siquiera a apoteosis. No.
La lista del no. Cada vez que se dice no, pensar en la lista del no. Y pensar que todo esto tiene sentido, un terrible sentido que llega como un trueno que anticipa la tormenta.
Un no. Savino hace su lista del no. Y él es un no rotundo. No quiere ser reducido, ni canonizado.
Decía que no es fácil adentrarse en el mundo Savino, porque en el fondo a todos nos gusta la música clarita, o el ruido. La buena música, la que tiene mejores ritmos, y formas más sinuosas, no son para todos. Porque ahí hay que poner más que el cuerpo para bailar, hay que poner oído.
Y no todos soportan el rigor del oído. Nos tapamos los oídos. Preferimos “música para los oídos”, baratijas, novelas de verano, policiales, relatos póstumos, historias, música funcional. Ni siquiera el ruido.
Nos hacemos sordera.
Y Savino es veneno para sordos, por eso uno lo lee y siento un pequeño cosquilleo acompañado de un antiguo mal sabor, algo más agrio que una mañana rodeado de limones, algo entre agrio y dulzón, fruta exótica, nueva fruta, al agridulce quizás, producto de un dejado que se dejó ir a la voz con su mano. Es lógico que los tímpanos duelan un poco al leerlo. Y el orgullo propio, si quedó algo de eso. Y todo lo demás también, y puede ser basura sideral.
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7.2.12
El pasado irreal, por Jorge Quiroga
1
En Montovo el sol sale temprano
anda sobre los techos
mientras tritura la nieve
en las manos .
El pan se cuece en el horno,
y las versas reposan
en el profundo pozo.
La resolana barre la calle
2
Hiende
y enfrenta la corriente,
se desliza entre las ondas del río.
Ya divisó la piedra,
arrepollada y movida
en el perfil de la sombra
respira sonora
atraviesa el fondo del agua
parece navegar y perderse cuando vuelve.
3
La ciudad queda donde se apaga un fuego
hay que buscarla en el hueco del mar,
en la habitación con la ventana abierta,
(cerca de un escenario al aire libre,
monótonamente, una y otra vez,
en el sonido de una música rítmica)
Al desdibujarse la tarde,
camina sin sentido,
porque de pronto puede surgir
envuelta en fiebre y alelada
4
Los vecinos tienen la necesidad
que aseguren su empeño,
el hijo
es visitado muy a menudo,
están un poco vencidos por la vida,
una honda nostalgia los
recluye de todos y siguen un presentimiento
que por su edad es muy difícil,
aprendieron a callarse y a vivir como pueden,
pero a la tardecita en el fresco, nadie los puede desmentir.
5
El pasado nos asombra
con su carga medida,
aparece en el centro de la oscuridad
y es preciso ausentarlo,
pero no se rinde
nos violenta
y no nos permite dormir,
en el insomnio ciertos rostros
se adueñan del espacio
desmoronando cada latido,
entonces en el borde de la cama
un hombre casi sin aliento,
recuerda
ata su respiración el vacío,
con la persiana semicerrada
mirando la zanja de tierra
el descubrimiento se detiene,
las sombras se retira y lentamente se recupera
sin siquiera molestar a nadie
sin volver a pensar.
6
La intensidad del sueño
ahora nos toca
cuando encaramos nuestro rumbo
como una manera de acercarnos
a lo que fuimos alguna vez.
Una tozudez en las palabras,
una mirada que ve a lo lejos,
en un tiempo de otro pedido,
otros amigos
y pocas preguntas
llegando, contra toda certeza.
7
La mariposa se detuvo
al lado,
brilla transparente
como una lluvia fina
en una hoja
Marta la colocó en una caja
de papel madera
la guardó
la puso dentro.
Se voló en la mañana
en el aire
del día iluminado
no la vimos más.
8
Nada de eso es verdad,
está dirigido a quienes,
no se les habla
porque siguieron varados
y repiten lo mismo.
A los que conocemos
hace años
y se sintieron atropellados
por su destino.
Todavía los continuamos
buscando entre
la memoria que se interrumpe.
9
La lavanda del patio
tímidamente
ha sido robada
se trepa a la pared
y se abre.
10
El éxtasis lo lleva en los ojos,
mujeres deshabitadas
se sientan en el mármol blanco
del umbral,
cuelgan una cortina
que impide ver el interior de la casa,
después sellaron con una puerta,
en esa misma cuadra
tardé mucho tiempo en encontrarlos,
ellas no salen a la vereda.
Cuando paso por allí, esquivándolos,
se esconden.
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1.2.12
Viscarra, cuando escribir es vivir, por Javier Fernández Paupy
Los libros de Victor Hugo Viscarra (1958-2006) están cargados de vida. Son una ráfaga de anécdotas y misceláneas. Por sus páginas pasan imágenes de la noche paceña, ladrones, vendedores ambulantes, marginales de la noche, rateros, especialistas del delito, especímenes enfermos de la cocaína que mezclan con el tabaco de sus cigarrillos. En Viscarra la calle es un hospital de locos y asolados donde trajinan la resaca de sus días prostitutas adolescentes y amanecidos que se drogan con disolvente de pintura o pegamento. Noches de borrachos a los que se les abre el hígado por un trago, entre patrullas de carabineros, peleas con armas blancas, puestos ambulantes de comida, fusiles marca Máuser, drogadictos que toman Artán sin ser epilépticos y dipsómanos en rehabilitación crónica. En las páginas escritas por Viscarra, como el memoralista que fue, aparecen madrugadas homicidas y mala alimentación, una bohemia de inhaladores de bazuco y empedernidos esnifadores de bicarbonato de sodio.
Cito a Cristino Bogado: “Más que la distancia entre la realidad y la ficción, lo que media entre la vida y literatura es que no cumplimos nuestras obligaciones cotidianas con la misma intensidad con la que leemos un libro.”
Viscarra hace sonar las voces aymaras, quechuas y palabras del lenguaje marginal boliviano. Su Coba (1981) recupera las voces del lenguaje secreto del hampa de su país. Un diccionario de bolivianismos pacientemente reunido que cuenta con más de un millar de voces y precisa una, llamémosla así, comunidad lingüística lumpen al tiempo que recrea la historia de los bajos fondos desde las mismas entradas del diccionario.
Alcoholatum & otros drinks. Crónicas para gatos y pelagatos (2001) prende la mecha de una memoria escrita que es también la entonación de un lugar. Fulguraciones del pasado en su mirada fresca, pícara. Autofiguración, paisaje, espejo de tinta, retrato de una ciudad pobre, autobiografía y memoria descriptiva de un lugar. Evocaciones, figuras líricas de la vida que pasa. Una escritura que crece a partir del trabajo con la remembranza. Sus libros son retazos de un autorretrato implacable. Entre lo público y lo privado, entre el testimonio y la denuncia, ¿cómo se acerca a las cosas del mundo la literatura de Víctor Hugo Viscarra?, ¿cómo las toca?, ¿cómo las muestra?, ¿puentes tendidos en su obra entre la cultura letrada y la popular? A otro perro con ese hueso. Víctor Hugo Viscarra lo dice mejor y más claro, en Borracho estaba pero me acuerdo (2002): “A los doce años me sumergí de cabeza en la noche”. Un escritor que tuerce las clasificaciones y se desliza a lo inclasificable, que arma un espacio literario y una escritura propia. De una tentación marginal y una exquisita pulsión autobiográfica se nutre su obra.
Escritor-espía-testigo-etnógrafo-retratista de los bajos fondos. El misterio de los desheredados, la aritmética fascinante y facinerosa del habla de los delincuentes, la jerga de los reventados, desposeídos, envenedados, en las páginas de sus libros. Viscarra memoralista compone el friso social de un tiempo perdido, de una Bolivia desarropada, famélica, vagabunda.
Hay en Viscarra el vigor y la fuerza de la letra impresa. Separación inseparable del autor. Una épica y una ética del fracaso. Pero ninguna autocomplacencia de lo tonto, sino tomar deliberadamente el camino de la pérdida, alto coraje. Pero pérdida y fracaso sólo se confunden en apariencia. Quizás se trate de una ética de la renuncia.
Lo imagino a Viscarra pidiendo plata en las calles paceñas con un cartel colgado del cuello en el que se lee: “Para qué mentir, necesito un trago.”
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