25.4.15

Insistencia, por Fernando Ezequiel Bonfiglio

¿Acaso es tan importante?
Bueno, debe de serlo. Debe serlo de alguna manera.
Sí, seguramente, de otro modo yo no trabajaría tanto en ello cuando bien podría descansar, abandonar.
(Henri Michaux) 

UNO

Lo performativo sobreentendido. Tras el bullicio, la cautela; la alusión creativa frente a lo explícito. Como quien no dice esto. Acá. Sino que con sapiente deixis se escabulle, evitando apresar lo que menciona. Porque sopesa tal vez, como apostata, el poder pasarle la lengua a lo que fuere, y antepone el ápice, tan solo, para preservar su misterio. Fijación gozante. Mi mami no lo hará. Cito frases escritas por Walas. Creo que me dispensa de la formalidad el evento de usarlas en la vida. La genealogía de sus letras, quizás, se remonta al prejuicio culto de la composición alegórica. Hubo una canción de Caetano Veloso que se llamó Alegría, alegría y que representó todo ese cúmulo de modernidad que se suponía, todavía, realizable. Sin embargo, bajo los presupuestos de otra trama comunicativa, digamos, como quien dice: en nuestro tiempo: en este mediodía o en esta noche, en donde se ha abandonado la pretensión del ejemplo, expreso, yo expreso, que no debemos de ser ingenuos ni perezosos, amewos: nadie, pero nadie, posee un lenguaje arcano. Si la comunicación se plantea como indirecta, si es errática, la cosa, el sonidito siempre resulta en lo siguiente: una pura pretensión belicista. Vos nunca lo sabrás.

Todo esto trata de una escena nocturna, en verdad: onda rockers. Oscuridad sobre oscuridad, se admitirá, sin embargo, que siempre se deambula por un terreno incierto. O que ni apenitas anda estando, para poder volver. Sobre sus pasos. Narro. Y acá me pongo por aquí entre paréntesis, mega cómodo, sentado en una mesita de bar, para dar una ilusión de presencia. No querría dejar de darme nunca el gusto de ser un espejo de mis pasiones. Reconstruyo la escena. Es simplísima: se sitúa un martes del año pasado. Les recuerdo que connoté la carencia de luz y hablé de las alusiones: se me agrandan los ojos. En la Trastienda no había casi nadie, lo que no dejaba de constituir un confuso contrasentido a las expectativas mercantiles, porque se había anunciado que tocaba Massacre. Punto. Punto. Punto. Si la crónica requiere, yo prescindo. No sea cuestión de que se me encuentre en la entrada, todavía, mirando sin participar. O participando sin mirar. Nunca se sabe. Si les dijera que siempre en la entrada… ¿Y si les dijera que siempre hay una entrada y que todo se paga con biografía? Que nadie me cite. Ahora soy maestra y hago música electrónica, pero antes fui secretaria. Y antes, antes, antes, pretendí la conversión personal de niño a futbolista por insuficiencia de condiciones informativas. No es elocuencia si les digo que después entendí que había instituciones. Ruido de sirenas.   

En este relato, como ocurre habitualmente, también había una entrada de hermosa marquesina. Luminiscente. Y seguridad. Sorteando eso, un rato más tarde, si uno se manifestaba dispuesto a creer en lo que oía, una impresión se sobreponía a las letras: que el rock no debía ser la cultura, que debía negarla. Que no se trataba de estrategia ni de ser resistente. Tampoco de constituir una subcultura ya devenida en antigua, sino de explorar, levemente, un conjunto de módicas posibilidades: apenas una luz. Cito. Las canciones pregonaban ocupar desarticuladamente espacios en el marco de una ciudad que engendra enfermedad: pánico alucinatorio y frustración. Incidencia. Movimiento. Prácticas chiquititas como besarse, amar, curtir, patinar, alucinar –si se pudiese-, revelarse y desesperar hasta que algo pasase. Manifestaban aquello que no puede dejar de hacerse por puro deseo. Describir una letra de rock, más una letra de rock en castellano, más una letra de rock en inglés, más otra letra de rock en castellano no explica nada. Ni lo pretendo. Obstinado teatrino de la repetición. Insistencia sobre insistencia. Massacre tocó como si no importase tal vacuidad pública. Hizo lo que hace siempre, del mismo modo, con idéntica intensidad. Ejecutó con idéntico dispendio de energía, como en sus anteriores y posteriores presentaciones, el mismo repertorio. Mirando a Cueros, no pude dejar de recordar un cuadro truchísimo que la pibita Sensación tiene en su cuarto. El arte, evidentemente, no reconoce contextos, me dijo, Zatti.  


DOS

Veleidosamente, en mi atención, la retórica de Massacre, a nivel del sentir-pensar, se detuvo en el vínculo. La sujeción. En lo que ocurría entre el sujeto, casi un universal-rock, y su práctica. ¿Qué es el rock?, ¿cómo se hace? ¿Con qué instrumentos? ¿Bajo los protocolos de qué intensidad? ¿A qué decibeles? ¿Con qué presupuestos de complejidad, sofisticación y desidia? Punto. Punto. Punto. La guitarra construyendo una pared de sonido en acordes jazz rock. Es la octava maravilla. Definición ontológica que plantea una presunción: que las artes del rock sean contraculturales. Dale muerte al faraón, / para la liberación mental. Quisiera mencionar que todos contribuimos a la espectacularización de la cultura, porque hay algo que con siniestra habilidad se despliega de manera subrepticia en nuestros hábitos. Movimiento que incluso traiciona nuestra causa, antiquísimo juego de poder, cuando nos creemos libertarios. Fatalidad de haber llegado tarde o no sé qué. O desconozco. Como quien dice en este mediodía o en esta noche, analizo cuando pretendo excederme. No dejo de notarlo, debido a que todo esto, desde ahora en adelante, se tratará de un texto académico; además, he escuchado un sonidito de cosa beligerante. Estuve ahí, esa noche. Si en las letras de Massacre el rock es definido como portento, en principio, lo que pretendo hacer notar es que lo que continúa la trama de su canción se plantea entre lo que se concede y lo que se matiza, en una doble temporalidad signada por un acontecimiento pasado -donde se supondría que el rock habría fusionado una forma de lenguaje a una forma de vida- y su persistencia diacrónica. Esa es la delimitación de la zona en donde la experiencia presente se articularía. De allí, su posibilidad discursiva: Aunque ya no es himno de boicot a Vietnam. Su persistencia. Una temporalidad en la que los próceres contestatarios de ese ritual eléctrico, ungidos y entronizados, ya no sufren la persecución. Incorporación a un mercado de intercambio que pareciera haber neutralizado su fuerza impugnadora, bajo un aspecto de masividad que los exhibe, a la vez que los mitologiza.   

El presente es yo estuve ahí plácidamente esa noche, y otras noches, escuchando. Escribo esto un 25 de abril de 2015. Supongo que se está o no en el mainstream, pero que esa eventualidad no recubre un aspecto electivo; no del todo, si el goce está situado en eso que se llama hacer rock. ¿Qué implican la vacuidad y la saturación? Omnipresencia del mercado y del poder. Empero, donde el grano de la voz, en su superposición significante a la letra, pretende una dicción corrosiva tras el megáfono, el discurso distorsiona y no. Querido lector: que no se te encuentre mirando sin participar. O participando sin mirar. Esta operación supone un espacio de disidencia en la implicación de los códigos, situación concreta que ocurre entre el discurso y los cuerpos exhibidos. Propuesta anticomprensiva, quizás, por su margen de dificultad. Velocidad de skate para circular en el terreno de la inter-referencia. (No me privo de nada.) No para todos: para el que pueda comprenderlo. Sólo, porque el otro, en este caso, es el idiota, el careta, la policía, la madre o el padre. (Vivimos en Bélgica). Tanto amor, tres minutos; canción con solo de guitarra. Carece de estribillo a nivel poético, pero lo posee a nivel musical. Se da en un entre lugar. En un cruce entre lo hegemónico-esperable y lo sorpresivo, frente a la incapacidad auditiva: Dibujaban el cielo con crayón, / y, sin embargo, se rayaban a veces. / No duraba mucho ese bajón, / no les entraba tanto amor. La producción de Massacre, como banda, se entreteje en esa situación. Persecución de una canción pop-rock-punk entrevista detrás de una pátina de espectáculo, pero construida sobre el agüita de la disidencia y de la singularización lingüística. Posee algo idiolectal: -¡Ey!, cuando seas grande, ¿qué Querés ser? / le preguntaron en cada test. / -Marido, quiero ser. Todas las letras de Massacre participan, aunque en diversa modalidad, con distinta producción residual, de procedimiento y desecho, en ese evento comunicativo que se establece de modo desviado e indirecto. Remiten a un sistema móvil de referencias en donde lo errático se manifiesta como signo constituyente: Te leo al revés. Se prestan imantadas a una intensidad frenética de reiteración, cuyo punto álgido acontece durante el estribillo. Actividad de entrar y salir del mismo agujero referencial, de carácter supuestamente materno, ya que se trata de presupuestos lingüísticos (1). Acá, se dará por sentado que participo –aplaudo- y miro. Un poco canto.

Insistencia, entonces. Porque se desea lo que recubre una evidente conclusión. Producción y producto de un cuerpo enunciativo continuo, conexo y orgánico. Sujeto a una posición que resulta secundaria al orden del deseo: Ningún invierno empieza / hasta que no seas vos / quien dé por apagado el sol. Un sujeto paciente y agente de su práctica a un tiempo. Massacre no pareciera pretender evitar la masividad, sino tender una red hacia ella. Un asunto situado al nivel de la táctica. Singularidad en lo colectivo. Comunidad imposible o marco de posibilidad. Potencia desarrollada, precisamente, en su accionar como banda. El rock pensado en tanto asunto compositivo. Okey. Si no, ¿cuál sería el sentido profesional de todo lo que se hace, sino ocupar ese lapso temporal que se da entre la articulación de nuestros primeros fonemas y la postrera expiración mortuoria? ¿Cuál su valor?

Por entrada, ahora menciono la salida.

Cuando digo luz de la calle, digo que había un murmullo de sirenas. Pretendo manifestar algo que en algún otro momento fue terrible y que todavía sigue siéndolo.


(1) Se elide aquí la publicación de un esquema porque el autor se ha percatado de su ineficacia. Arrepentido, elude, asimismo, su trasposición ecfrástica. Sugiere, sin embargo, imaginárselo como algo semejante a la flechación de un ánade, aunque vista desde lejos.


21.4.15

Las calles de Villa Crespo, por Mariano Fiszman



Vista de Warnes

al fondo de la tela
donde Warnes
se tuerce
por las vías
cae el sol

señor autopartista
es hora de irse
el fuego incendia vidrieras
sopletea un túnel
amarillo Vermeer
entre las marquesinas
o naranja o rojizo
yo de colores nada

en primer plano la esquina
o espina por lo aguda
de Muñecas
la señora Malamud de Todo
para el carpintero
lustrador y parquetista
y enfrente Horenstein el joven
retrato vivo
le echan llave a la tarde
heredaron comercios
como otros
un pincel un par de aros
de perlas a la altura
de la antigua Monte Egmont
Regatta ahogado
a remolque de la luz

pliega el viejo pintor su caballete
hasta mañana
deja el mundo de buscar


El día más frío del año

seis de la mañana en punto
en punto en
.
colectivo 109 por Malabia
radio y asientos raleados
mensajitos
en un samsung de dos lucas
la calle oscura asfalto suave de vacío
hielo roto
por el locutor gritón
un escolar esquimal
dos hasta Jonte y al fondo
cabecean tres beduinos
envueltos en bufandas
como algunas ventanas que se ven


Los baños del San Bernardo

Lucas
hijo
mirá
nosotros en risa decimos
los baños del bar San Bernardo
son uno de Los Siete Adefesios del Mundo
hay que entrar con escafandra
esos grafitis
All Boys corriste
Vanina tragaleche y su teléfono encima
de los cinco mingitorios sarcófago nave
huellas del yeti en el retrete
y una canilla sola
estrangulada con alambre
que igual gotea
ocre sobre loza pálida
bajo un cielo de hongos a lo Pollock
Lucas vos te reís
pero ahí
entre viejos judíos prostáticos siempre gritando por un dominó
y sus nietos con acné de reojo en el espejo rajado
enanos japoneses
paraguayos extra large
tuertos del pucho
tipos que pierden el pelo y el peine
putos de ojeras jopo negro como cuervos
nauseosos náufragos insomnes
naftalina y Fluido Manchester
ahí
más que en San Marcos Sierra o en el Tíbet
te puede fulminar una iluminación


Moon over the bridge

a pura cumbia sube
la luna el puente Juan
B Justo es una fiesta
con una sola bombita
blanca baila todo el barrio
el mismo disco
gira
siglos
en el aire negro


Tomado de  Las calles de Villa Crespo, La comarca libros, 2014,

12.4.15

La invención del judío, por Juan Bautista Ritvo


(Sobre El rechazo a los judíos, religión de Occidente, de Isabel Steinberg, Paradiso, 2014)

Este libro de Isabel Steinberg presenta dos caras, solidarias pero no confundibles. Una de ellas presenta al antijudaísmo de la religión de Occidente, como uno de los pilares que sostiene a esa misma religión. Por más que existan los llamados cristianos de buena voluntad, el antisemitismo cala hondo porque tiene su asiento literal en el llamado “Antiguo Testamento”, nominación que levanta la protesta del judío, condenado a contemplarse como el comienzo y la anticipación gris de la gloria del Nuevo Hombre del Nuevo Testamento.
Anexión que anexa la repugnante historia de la crucifixión de Jesús, tan avalada por un pueblo ignorante e idiotizado, más degrado aún si lo percibimos desde la óptica indiferente y desdeñosa de Poncio Pilatos. Bajo el estigma de “Antiguo Testamento” esos libros que son a secas El Libro de un pueblo, se convierten en letra muerta de una Ley sin piedad que debe ser reanimada de continuo por el soplo de su  purísima causa final.
La otra cara presenta repercusiones más difíciles de asir.
Si la religión imperial segrega, ¿cuál es el efecto de esta segregación? ¿ En qué incide sobre la identificación del judío; identificación que sueña la impenetrable identidad?
Sabemos que toda identidad de grupo, etnia, colectividad, incluso nación, es reactiva y opositiva, como para cumplir al pie de la letra con la sentencia de Spinoza: omnis determinatio negatio est.  Shakespeare acudió a Enrique V y a Falstaff para definir el espíritu inglés, pero no por casualidad lo hizo en el contexto de la guerra contra Francia.
¿Qué sería del mito francés de Juana de Arco sin el odiado verdugo inglés?
Desde luego: el judío (no el ciudadano israelí)  se caracteriza por vivir, desde la diáspora y en muy diversas circunstancias, como amurallado (y por veces literalmente cercado) en un territorio extranjero al cual lo ligan ambiguamente múltiples intereses.
Su particularidad llama a la universalidad y a preguntas suscitadas por alguien que sabe que el supuesto ecumenismo cristiano se funda en la exclusión de la judeidad y que los llamados emancipatorios apenas velan la extrema discriminación.
Quiero decir: es inevitable que el judío rechace las caracterizaciones cristianas que son todas, desde las más groseras hasta las más sutiles, desde la asimilación a una bolsa de mierda, hasta el reproche al judío que no comprendería el secreto de la salvación, expulsiones tanto del malestar como de la peste que acechan internamente al cristiano.
También es inevitable que al rechazar deba, forzosamente, apuntalar su ser judío de alguna manera.
Y aquí viene en nuestro auxilio una cita sin duda inesperada pero feliz que hace Steinberg de Borges según Foucault que repetiré –Borges según Foucault según Steinberg– por la luz que nos trae.
Cito:
“En Las palabras y las cosas, ese monumental libro de Focault, el autor reconoce su inspiración en un texto de Borges sobre cierta enciclopedia china (incluido en el “Idioma analítico de John Wilkins”), que, confiesa, ilustra, “una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo mismo y lo Otro”. Este es el fragmento de Borges citado:
Los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.
De este remedo de taxonomía es de donde Foucault parte para construir lo que llama “pensamiento en el límite del pensamiento”, o “imposibilidad de pensar esto”.

“Esto” es para mí la palabra “judío”.
Tribu nómada, secta religiosa, raza maldita”.

“La imposibilidad de pensar esto”, repito una vez más la frase. Borges, como  es sabido, jugaba con la arbitrariedad y la necesidad de cualquier taxonomía –y hasta se divertía con las paradojas de la autoinclusión.
Cuando el judío, cualquiera por lo demás, asediado por el cerco del llamado “particularismo” quiere sustraerse al dardo virulento y venenoso de la segregación, está obligado a forjar su  ser  judío como fuera. Y es indudable que la tradición, el mito, la historia, los diversos destinos de la diáspora, el ingenio de los intelectuales que transforma la desesperación en utopías y las utopías en destino eminente, proporcionan los recursos para construir categorías inconsistentes, dispersas, confusas y no obstante imprescindibles:
Se puede definir al judaísmo según la religión que rechaza la racionalidad irónica de la Mitteleuropa semita que era a la vez hondamente europea; se puede exaltar la cultura del desierto palestino y al estado de Israel como causa final del judaísmo; se puede construir un judaísmo laico que reza a un dios ignoto de sabor materialista; se puede predicar la fuerza del naturalismo spinoziano unido al esplendor del mesianismo. O también a  ese grupo de adolescentes judíos que leían a Fanon y a Marx yque la autora menciona con evidente nostalgia, quienes soñaban, en contraposición a buena parte de la misma comunidad, con dos estados socialistas, el palestino, el israelí, conviviendo armónicamente.
El que quiere sustraerse a la taxonomía está tan perdido como aquel que cree descubrir la esencia sea en el Talmud, sea en los escritos cabalísticos, sea en el sionismo, sea en el amor intelectual a Dios.
En cierto momento la autora cita a Spinoza en su reflexión sobre la tristeza y el odio: “además de la tristeza que originó el odio –dice Spinoza– otro odio nace del hecho de haber amado;…”.  Ese odio intensificado por haber sido en el pasado amor, es justamente una de las puntas secretas que une al judaísmo y al cristianismo. Para verificarlo basta leer la gran literatura cristiana, específicamente católica, de la España barroca: el judío en parte execrado, en parte visto con desconfianza, es también aquel que ha hablado y escrito la lengua sagrada que el latín no podrá jamás emular.
Y ya que estamos en la taxonomía, yo aporto otra tan plausible o implausible como cualquiera. Un antisemita tan poco convencional como Carl Schmitt, le reprochaba a los judíos (no sé si era un reproche o una simple atribución de esencia) la denostación de la imágenes –y para él la política es impensable sin la imagen.
Y sin embargo, creo yo, la denostación de las imágenes no equivale a su anulación. Porque hay imágenes más allá de las imágenes, Benjamin es el ejemplo por excelencia, que siguen teniendo potencia de imagen al amparo del nombre y el trazo de la escritura, del mismo modo en que la sobriedad mítica del pensamiento judío cabalístico –tan desconfiado por el racionalismo también judío de la Mitteleuropa– da cobijo a mitos insondables.
Como se verá y como lo señala la autora de manera pertinente en las felices líneas finales de su texto, un psicoanalista se ubica del lado del síntoma. A entender: porque el mismo psicoanalista está allí implicado sin remedio, a veces captando y escuchando más allá de él, otras, como se dice, sordo como una tapia.

1.4.15

Retrato de Alberto Szpunberg, por Jorge Quiroga



La revista Vuelo funcionaba en un local de la calle Alsina, en Avellaneda, pertenecía a la “Asociación Gente de Arte”; yo recién asomaba a la literatura, había pasado la época de la escuela secundaria, dando vueltas por la Normal, la puerta de la disquería que quedaba enfrente, y la sede del club Independiente, y mi primera ocupación, una vez recibido fue en la Escuela de la calle Palaá, donde decían que hubo fusilamientos, en junio del ‘56, porque emitía desde allí una radio clandestina del grupo de Valle.
Ahí empezó lo que vino después, y la Resistencia.
Recién salido de la escuela parecía que lo que se estaba gestando constituía una cosa importante, que en esos momentos excedía mi experiencia personal. Escribía poemas desde tercer año, y comenzaba a interesarme la política, pasión a la que llegué ayudado por lo que había sucedido, en el año 58 entero, en el que tomamos la Normal, luchando por la Enseñanza Laica, en su enfrentamiento con la Libre.
Las peleas callejeras en Congreso (con las fuerzas del orden ), la aparición de la Revolución cubana, todo eso nos impactó con su espíritu romántico, y además estaban las discusiones en la cocina de Fredi, junto con los amigos de entonces, en la calle Supisiche de Sarandí.
Nos estábamos preparando, sin saberlo, nos politizamos, y no creíamos que el mundo, ni el país andaban bien, y llegaba la hora de cambiarlos.
En Vuelo llegaba gente de la Facultad que estaba en la calle Viamonte, y se armó un grupo, entre ellos entró Alberto Szpunberg, siempre misterioso y huidizo.
Era un tipo fascinante, como ya había publicado su libro Poemas de la mano mayor su encanto sobresalía. Su cuerpo chiquito, sus sacos grises, los anteojos medio caídos, pero constantemente puestos.
No sé porque se quedó su imagen, una tarde de mucho viento casi flotando, lo llevaba la ventolina, unos pasos más atrás del conjunto, que iba cruzando el Puente Pueyrredón Viejo, (que todavía está). No recuerdo dónde nos dirigíamos. Él frágil y poderoso, intrigante juntaba moneditas para comunicarse con alguna novia ausente e ignorada por todos que seguramente esperaba con ansiedad su llamado.
Éramos una especie de jovencitos suburbanos que querían ser poetas y recibían a esos muchachos, como Huasi o Romano, Rivera o Rosenmagerg, y a tantos otros, que publicaban sus primeros trabajos de gran valor y originalidad.
(Recuerdo que una vez en el aula magna de Medicina, Eduardo Romano leyó algunos de sus 18 poemas y Horacio Pilar y Juan Gelman también leyeron, y la atmósfera que ellos transmitían, indudablemente impactaba al amontonado auditorio, porque se comprendía que se estaba ante una poesía novedosa e inquietante).
Alberto hasta hoy es empedernido y entrañable, aprendió la tibieza del vivir.
En la casa colectiva de Bolívar y San Juan, Horacio realizaba anotaciones, indescifrables para nosotros, acerca de alimentos que aportaba cada uno de los habitantes, que fuimos muchos y Pilar prorrateaba con sus logaritmos, resolviendo cuánto debía cada uno.
Con Alberto militamos juntos, ya somos Sugus consumados, en varios lugares. Padilla, un viejo activista, aparece en la esquina de la cita, portando una pila de cajas de zapatos y nos vamos detrás de él a realizar alguna conspiración.
El exilio nos separó, Brasil, España. Buenos Aires nos juntó otra vez. Alberto atraviesa la calle Perú, yo lo espero en la puerta de El Federal y él le sonríe como un niño a la joven mesera.


La poesía de Alberto Szpunberg

(Cuando la muerte es pasajera. Poesía reunida. Entropía 2013 )

Hay una historia central, una escena intensa y que continuamente se retrotrae hacia un tiempo detenido y presente. Es un sitio para siempre, donde los gestos tanto significan un lugar pasajero y efímero, como la vida o la muerte, donde el mundo abre sus espacios, más allá, lejos de la tierra habitada por esas presencias que no sabemos ocultar en la soledad. En el aire, las formas infinitas, se difunden desde una visión perdurable, en la que el pasaje de las cosas no se altera.
Saber desde siempre, llegar en esa extrañeza de ser, es encontrar las palabras encima de las huellas dejadas, y es siempre recordar el instante, donde todo vuelve a un punto de entrega que no se aminora.
Hay que mirar fijamente el mar hasta abarcar su contorno en el momento de la dicha, donde la plenitud poco a poco se recupera y la muerte se ahuyenta.
La lluvia es una constancia y esa enorme superficie atesora la noche como un presentimiento.
Los campos de lavanda huyen hacia el sur, y la tierra, aún siendo desierta, cobija a esos cuerpos desnudos, en el fondo de un silencio que resplandece, un hombre y una mujer esperan, advierten al mundo, yacen, repiten un vuelo rasante. El silencio ronda esa ausencia, en la escena cristalizada, flota en el tiempo.
La risa endulza la nada que nunca se conocerá, el corazón puede ser un llamado evocado, allí están ellos, juntos en el temblor de la tarde, en los incendios contenidos en el abrazo desplegado. Las nubes auspician la ternura del día, como el mar calmo, como si ellos nacieran temprano.
Dormir sin aguardar otra cosa, que los cuerpos se anuden, se entrelacen, ante la reverberación de la posible mañana, alumbrando los signos y el deseo
Al marcharse no conoce la dirección justa, el momento de la felicidad los atraviesa, creen saber, aunque a veces se escapa su sentido, el cielo está sobre ellos, formulando su pregunta exacta.
Son las fronteras la que los dejan inermes, y la vida con su milagro diario renace, y ese recuerdo en el que se deslizan a un rumbo de certezas, son esas figuras que ven desde una ventana abierta al mundo.
Que ocultos lazos se deshacen/en el murmullo inconfundible. ¿De qué mar tranquilo viene ese viento que nos llega de lejos? ¿Cuál es esa playa dónde uno camina solo, presintiendo las palabras que se calla?
Sin estelas ni rastros, el amor sobrevive en ese espacio en el que lo significado se descubre. Visitantes nocturnos y diurnos se aúnan en la inocencia interminable en la que todo recobra su diafanidad y los sonidos de la radio son el eco de las sombras en la pared del cuarto. Los amantes no tienen remordimientos porque se despojan en el movimiento de desdecirse, forman tenues figuras que permanecen en la quietud, sin control, arriesgándose a todo.
Las manos, con su temblor incesante inauguran el día, en el vacío del agua reanudan el recorrido, como ese clavel que vive en el aire, y el hombre atrapa con su alimento en una postal que nunca será enviada, como la novia abrazada frente al cielo rojizo.
Desde el primer libro, Poemas de la mano mayor, Alberto Szpunberg escribe poesía en la tensión de una voz íntima y secreta, donde el sentimiento mantiene un clima de suave evocación y de escenas visibles, de un hondo sabor porteño. En el fondo más entrañable y humano el poeta encuentra la manera de decir su canción.
Luego vendrán la cama en la vidriera que despierta el deseo de todos, la parejas, los transeúntes, la llama que inmortaliza el relato porfiado de rememorar y contar, cambiando la historia, son siempre cosas sencillas para montar las pequeñas narraciones de la soledad, relatos en que la vida insiste en la perduración, solitarios por cuenta propia, esos seres urbanos que deambulan en el recuerdo.
Están también las historias de los viejos stanilistas, que siguen colgados aunque el tiempo haya tenuemente transcurrido. O los hombres que cruzaron el Riachuelo, e instalan un solo corazón al borde de las orillas, simplemente por su empecinada decisión.
Hombres y mujeres que borran sus besos y sonríen, como en el tango, y en su noche triste, inician su necesidad de acostumbrarse a un Buenos Aires donde surge la lluvia y los climas de una despedida.
Gente con un arraigo a las cosas, que no desembarcan del todo, pero que en sus ojos llorosos hablan de paisajes olvidados y de costumbres errantes.
Siempre el amor de esos seres, en la penumbra de un hotel o de una pieza, donde rememoran el cuerpo de una mujer que se apretó siguiendo los pasos del tiempo.
Arrumbados en un viejo café, en el que se representa su pasado, y guardan como un juguete que se extravió, señas para hacer más frágil ese ensueño posible.
Bares de los viejos amores, sitios que la ciudad resguarda, uniendo los sentidos en la trasnoche que ilumina la calle escondida. Hay que darse cuenta, dejar ser, madurar en el aliento de esos lugares, en los que darse vuelta es percibir un refugio.
Las historias y las charlas interminables son circunstancias que se repiten en esa casa vieja y abandonada.
Los retornos interminables, las penas que están en todos lados, las nostalgias de esos viejos por el mar, como en los rostros en invierno, volverán una y otra vez, en las huellas perdidas de la vida.
Esta escritura construye su confabulación para expresar esos pequeños núcleos del amor, los compañeros queridos y leales, que intentan hacer girar la rueda de la Historia, la violencia de los fuegos sagrados, fortificados frente a los enemigos, que buscan acechar, con un canto de batalla (Marquitos, Diego denle muertos de amor, sostengan que nacemos). La dulzura que se desparrama, el mate que da vueltas de mano en mano. ¿De dónde surge el poder y los sueños, indelebles instancias de una infancia que vuelve, en un camino donde juegan el viento y los corazones amainan y las hierbas crecen?
El entramado de los lazos de amor, los brotes que cubren toda la tierra, los hilos que unen, habitan los espacios. En ese discurrir incesante caben las ausencias, los amigos perdidos, los nombres de guerra, la auténtica derrota.
Alberto Szpunberg invita a los astronautas, a Mozart, su escritura es luminosa, se abre y descubre tesoros, encontrando las huellas del viaje y el milagro de poder contarlas.
Este gran poeta, con sus imágenes límpidas, consigue que asistamos al nacimiento de la luz de poemas que abrazan al mundo, lo reciben como una caricia. Lo levantan a la calle, hacen evidente la calma que enciende.


Poemas

V1

Sé que vendrás, puntual como entonces, siendo otra
sobre el adoquinado que ni siquiera existe
en la ciudad que, sin  saberlo, abandonamos
siempre habrá a tus espaldas libros abiertos en la página precisa,
una cama que aún confunde con su tibieza
y una puerta fuera de quicio, inútil ya, en la madrugada.

 de Cuando la muerte es pasajera, 2009


XIII

El mar, el mar, el mar
en la torpeza de mis manos
sin más certeza
que el cielo al que se abren
en la marea alta, la obstinada espera.

 de Sol de noche , 2008


V

Todo empezó contando gotas de lluvia
sobre la palma de sus manos extendidas
a la hora del rezo en caso de aguacero.
La prueba más difícil fue retenerla en la neblina
y reencontrarla entre los charcos que tiemblan
como hacen los ojos cuando nubes muy bajas
se desplazan cargadas de cruel desasosiego.


 de El síndrome Yesesenin , 2010


IV

No, no digo tu nombre sino
tu mirada, el tiempo tan ansiado
que ordena lo vivido, todo
lo que de la tarde queda
exhalación de un niño que corre
al otro lado de la ventana.

 de Ese azar, ese milagro, 2011


XXIV

El hombre atrapa el diario antes que el viento
y descubre ese penacho que cuelga, enloquecido,
en la casa de enfrente, la del balcón vacío:
las persianas cerradas para siempre a cal y canto,
agravan una discusión que no termina de saldarse:
¿de qué cerrado olvido se alimenta la memoria
sino de la luz prismada por un antiguo llanto.

 a JQ

 de Como el clavel del aire, 2013