El silencio que necesitamos para poder escribir no existe. Deambulamos entre rotas cosas queridas y, entre espinas que lastiman, recogemos frutos de aquel parecido sabor.
Tomado de: Diario de Poesía, año 9, n° 32, dic. 1994.-
revista
El silencio que necesitamos para poder escribir no existe. Deambulamos entre rotas cosas queridas y, entre espinas que lastiman, recogemos frutos de aquel parecido sabor.
Tomado de: Diario de Poesía, año 9, n° 32, dic. 1994.-
Nunca hablé de eso con nadie
Una vez
tuve una idea, sí, lo sé, siete libros sobre la mesa. Tuve una vez al sol antes
o después del mediodía, una visión clara del presente atrás de las cortinas por
donde salían los edificios. Una escalera al medio de la noche sobre los
recuerdos que todavía conservo. Una vez, después de tomar mucho vino, sentí que
mi conciencia me decía algo. Era un mensaje confuso. Pero en líneas generales
me advertía. Era, cuando el alcohol ya había subido a la cabeza, una idea que
me hacía tener miedo de mí mismo. Una vez, en el fondo de la risa, vi una
lágrima escondida. Era mía. Si alguien te juzga que sea por el eco de tu
soledad y por la calidad de tu desesperación. Sí, un rumor esparcido como un
gas me hizo pensar en mí.
Barro
Alguien decía, en mi recuerdo, algo concreto. Pero yo no
lo entendía y contestaba cualquier cosa. Leí que Macedonio tenía un interés
sincero por los demás. Y que todos distinguían eso en él. Las pasiones tristes
tampoco eran lo mío. Aunque no me sintiera bien, seguía. La timidez (o la
soledad) y la orgía social (o el manoseo), dos fuerzas que nunca estaban
separadas. Leí
que Felisberto se enmascaraba para no mostrarse. Que no tenía interés en los
demás. Y que veía como ajenas a sus propias manos. Quizás yo
necesitaba un amigo que nunca tuve. Uno que me ayudara a ser mejor persona.
Estaba sobrio y hubiera querido estar borracho. Todo pendía de un hilo metafísico en el
que podía ahorcarme o limpiarme los dientes.
La pantalla del sueño
Ya casi
los dejo. Pero no para siempre. Necesito estar solo un rato. Pensar sin
distraerme. Puedo darles la paz que no tengo. Creo que mi nuca salió del cuerpo
y que mi cabeza se separó de los hombros. Tengo que ocuparme de eso. Tengo que
dibujar una voz en la pared. Es posible que se parezca a la mía. La vida espera
en otra parte. Nunca la voy a encontrar. Todo duerme ahora. Es que alguien me
despertó también a mí. ¿Vos dormías? ¿Por qué dormías? ¿A dónde enderezás el
camino? Si fuera puro quizás tuviera una visión. Como no soy puro no tengo
ninguna visión. No soy un perro patagónico. Tengo emociones. Suena, a lo lejos,
el silbato del cielo. Entre las nubes, unos gases tóxicos quieren llegar a la
tierra. El túnel del viento atraviesa las fronteras.
¿Vos también?
Sobre el
final de esta historia había una habitación llena de extraños. ¿Quién los
invitó? Había, casi llegando al mismo final, una lotería al lado de un salón
masculino. Noté con horror y pesadumbre que ahora los hombres asistían a
barberías para emprolijar barba y peinados. Como alguien que nacía donde no hubiera
querido nacer. Había ventanas con rejas sin vidrios. Persianas bajas viendo el
sol salir y caer. Y la insipidez de las horas acompañada por una pregunta: ¿Vinimos
por algo o solo para irnos? Había una mentira al lado de una promesa. Sí, otra
más. Pero nunca una mentira es la última de las mentiras. ¿Y esa familia que yo
tanto quise comía esa basura? Las salchichas eran ojos de caballo y grasa de gato
triturada, pero el puré era de papa verdadera. Que las cosas funcionaran, eso
me llamaba la atención, me resultaba fantástico. Después de eso yo ya no tenía
nada más que decir. El crepúsculo de la tarde volvió a infundirme ganas de algo.
Todos querían
entender sus vidas. ¿Por qué no trataban de entender el canto de los pájaros?
Tomado de: Javier Fernández Paupy, Un agujero lleno de basura, Ediciones Del
trinche, Rosario, 2020.-
Yo te flora
tú me fauna
Yo te piel
yo te puerta
y te ventana
tú me hueso
tú me océano
tú me osadía
tú me meteorito
Yo te llave de oro
yo te extraordinario
tú me paroxismo
Tú me paroxismo
y me paradoja
yo te clavecín
tú me silenciosamente
tú me espejo
yo te vidriera
Tú me espejismo
tú me oasis
tú me pájaro
tú me insecto
tú me catarata
Yo te luna
tú me nube
tú me marea alta
Yo te transparente
tú me penumbra
tú me translúcido
tú me castillo vacío
y me laberinto
Tú me paralaje
y me parábola
tú me parado
y acostado
tú me oblicuo
Yo te equinoccio
yo te poeta
tú me danza
yo te particular
tú me perpendicular
y buhardilla
Tú me visible
tú me silueta
tú me infinitamente
tú me indivisible
tú me ironía
Yo te frágil
yo te ardiente
yo te fonéticamente
tú me jeroglífico
Tú me espacio
tú me cascada
yo te cascada
a mi turno pero tú
tú me fluido
tú me estrella fugaz
tú me volcánica
nosotros nos pulverizable
Nosotros nos escandalosamente
día y noche
nosotros nos hoy mismo
tú me tangente
yo te concéntrico
Tú me soluble
tú me insoluble
tú me asfixiante
y me liberadora
tú me pulsadora
Tú me vértigo
tú me éxtasis
tú me apasionadamente
tú me absoluto
yo te abstraído
tú me absurdo
Traducción: Mariano Fiszman
Así crecen en el borde
los horrores de esta sala
No hace falta dejar de bailar
podés venir conmigo
al lugar donde
mueren las cosas
es de esos
que te hacen susurrar
Cuando el espanto se rompe
llorás por una rata muerta
Yo te repito
no necesitás cuerpo para afectarte
las pantallas también sufren
Pero vos tenés de todo adentro
Te arrancás las vísceras
me las atás al cuello
para sacarme a pasear
En este rincón
donde ni los besos resbalan
somos malas
porque queremos jugar
Acá sí
nos animamos
a decir
que nada más lindo
que mentir
Tomado
de: Ana Guebel, Más lindo que mentir,
Ascasubi, 2022.-
Enajenar un nudo de albas sobre la
frente,
un turbante a detener la sombra
con la estridencia de sus medallas.
Licor de cicuta, campanas.
Estoy confusa, no me reconozco;
cuando salgo al encuentro de las amapolas,
ya la tiniebla me invade.
Sino fatal, reverenciado más allá del Otoño;
camino a tientas, sonámbula,
arco y triunfo desplumado sobre la carretera,
me lastimo los pies y la helada
salva la existencia de una rosa.
Ya vienes, enlutado y febril
haciéndote olvidar, presentando
el sello arcano
que el hombre graba a cincel
sobre sus espaldas.
Allá está el faro atravesado de águilas,
mis rodillas sangran
desde que la punta de mis ojos no me adivinan.
Corteza de árbol feliz
que da albergue a las luciérnagas,
esas que suben la montaña
y bajan al valle desde mi cerebro.
Ronda de pájaros y niños fosforescentes
cazando lunas y pétalos de canción fugaz.
Yo limito la carretera del dolor
y me enjugo las lágrimas del plenilunio, entre follajes
que cuentan cuentos de aparecidos y fantasmas,
y quienes nunca vi,
y a quienes, sin embargo, temo
tanto como a mí misma.
Duermo, sonrío, la esencia de mi ser se disgrega,
entre las uñas de mis dedos las ideas florecen
y se incrustan rectas y venenosas
en el corazón de la noche.
Menos mal que me invade una claridad sonora
y voy por los ríos, azotando piedras o cráneos
que son incienso en el altar del pecho.
Desnuda contra el horizonte:
agua, atmósfera, líquido, fragancia,
armonía de un instante
en que lo bello despliega todas sus velas
para recoger náufragos.
Por mi frente los elementos
me trasladan a firmamentos claros
y mi carne oscila como la llama
y crece como las mareas.
Soy la aeronave que se interna
en los múltiples vientos
respondiendo al eco divino
que a voces me llama desde la aurora.
Ilusión deshojada sobre el huerto frutal
de mis senos en flor.
Tájame, fulmíname,
déjame sobre la cima del volcán
donde Apolo refresque mis labios
agrietados de duda y temas invencibles.
¿Qué fue lo acontecido?
Nada, dicen los ríos en desorden
enroscando recuerdos y paisajes borrados
y la lengua con terror y sabor
de tierra y de memoria.
Rodando, ciega de luz
araña laboriosa de los sueños más puros
que el viento borró y cristalizó en una lágrima.
De otra vida venir
e ir al caos, sin conciencia,
con las sienes sumergidas
en la atroz leyenda: vertiginosa, inmaterial,
sedienta de eternidad y perdón por las ofensas y sus ecos.
La pequeña paletada de alma
sobre los mundos invisibles
que lloran desconocidas desventuras
y escuchan discursos de luceros y rayos
perfumados.
Espíritu, palabra, mirada ardida,
ajena del rumor de las venas;
el paralelo de las piernas
como cuerdas fatales
apartando la sombra.
Alegría de pensar más allá del viento,
ser la gaviota roja que gira entre los soles
mientras las otras, grises,
blanquean la superficie del océano.
Ya mi voz duerme sobre los sembrados,
estoy inmóvil, aureolada de rocío y misterio.
Dependo de ese viento sutil que acaricia el fresno,
del parpadeo del abedul
y de su maquillaje perenne.
¿Volver atrás? Nunca.
Empezar de nuevo,
arrastrar y levantar cadenas
con ese ímpetu del ser que pinta rosas
en las mejillas de una prostituta.
Atrás están los hechos con sus fechas borradas,
un pañuelo a la distancia con olor a pólvora
y esa palabra que no vino jamás.
Nunca zarpé del puerto,
no supe del adiós y del regreso,
y, sin embargo, todas las cosas se han ido de mí,
mientras en cada mañana retorno desde el sueño.
Aún, dice la estrella,
aún, la rana con su rumor de agua polvosa
y yo le respondo: aún y siempre,
despavorida, ante la belleza mordida y curvada
por los inútiles intentos.
Hay algo en mí que no puede morir,
flotará en las atmósferas más desveladas,
se irá de perfil por los desfiladeros,
besará estrellas y lunas y soles,
mascará diamantes y se hará transparente
como la luz del mundo.
Vendrán tempestades y cataclismos,
lo eterno se abrirá las venas
y yo le miraré al fondo de los ojos.
Pero este número, este yo, este límite
que me ahoga, esta carga, este lastre
que me aplasta, ¿dónde caerá?
Triunfar del horror, ser nube
electrizada y bella
disuelta a horcajadas sobre la muerte.
La Primavera derrochó su instinto floreal:
las lilas, los copos de nieve, la corona del poeta,
esos lirios negros, morados y ebrios
que llegan al balcón de los secretos recursos
cuando nos desnudamos de la envoltura mortal que nos cubre.
Sobre la colina
el acordeón de la tarde trae ecos tránsfugas.
El bosque y su melena de esmeralda,
las piedras inmóviles,
la quietud que se eleva
balanceándose sobre el abismo
y mi perdón arrodillado
perdido, imantado,
tenaz, abrupto y asesino.
Dueño, mi dueño, ¿eres una palabra?
¿eres la ficción, lo imperativo, la verdad?
¡Si las turquesas y corales salieran del mar hondo
y mis manos las pulverizara y las aventara
a todos los vientos!
Ofrenda de grito reprimido,
dolor azul que taladra la montaña,
batalla de tanques heridos
contra el vendaval de los pueblos.
Qué grito, qué rebeldía de alas puras.
Filo de luna menguante,
garra de animal moribundo,
veneno, horror, tibia canción entre ropajes
más tibios que las criaturas en el vientre materno.
Vanidad fría como mis rodillas,
desprecio altivo más que el trueno que me cohíbe,
mueca de todos los rostros,
que llevan en el lomo una serpiente.
Venid a mí, muchedumbres,
venid en ronda subterránea,
quiero decir la verdad amarilla.
La verdad que es mentira, la mentira
más inconmensurable,
porque tiene ese hedor de cadáver
y esas gelatinosas espermas
que se sonríen a la luz de la luna.
Diana cazadora por los caminos siderales,
llevo el peso de los siglos en mis hombros,
sacudo el polvo y estoy siempre cansada,
metida en el abismo de un caracol gigante.
Diana cazadora en los parques del Invierno ido,
con un corazón palpitante entre los dedos,
¿para qué? Para arrojarlo
al festín de los perros
como arrojaste la belleza y la estampa
diluida en la frontera de todas las pasiones.
Diana, escupe lo único que posees:
el recuerdo!
Venía desde muy lejos
con arena y melena de algas quemadas
y se enseñoreó en mis dominios;
todo era mío: la pared quebrada de sol,
la fuente lúgubre donde se bañaba el espectro de un árbol,
y danzó la danza de los lirios negros.
En el fondo de mi ojo se cubrió la pupila,
se hicieron milagros con zapatilla de humo
y entré al redondel de hojas en torbellino,
mar afuera, como los barcos sin timón,
gozándome de esa grandeza que como las pirámides,
se deslíen con el fulgor de la mirada.
Fui la película donde la actriz se mira
y se siente creadora de sí misma,
con alma de encantador oriental
a la hora del incienso y las arañas impresionantes.
Sentí mi desnudez reflejada en el cielo
los brocatos de oro de la tarde me cubrieron,
maravilla, sorpresa, alada armonía,
que mientes y no me descubres.
Son los ratones de la costa serena,
suaves y furiosos,
arpegiando el arpa rubia que desata tempestad.
Era en la Navidad cuando los pinos sudan de confusión,
mi corazón ovillado aguardaba
la ola definitiva que había de arrastrarme
por los pantanos. No tenía miedo ni alegría.
Fue el éxtasis.
Había color y terror
y no sentí su alarido.
Así como la joya del sultán
en la bandeja del imperio.
Después... paso a paso,
débil nave arribé a seguro puerto,
pero allí nadie me esperaba.
"En verdad, sólo una cosa es necesaria"...
Me afano, hurgo, trajino, gesticulo,
agoto las fuerzas y me curva el cansancio,
pero desde ese fondo me alzo nueva y maravillada.
Señor sol, adelante, el sillón está vacío,
hay fresas en ese canasto y agua de vertiente
para tu luminosa pesadumbre.
De espaldas contra la noche,
lentos movimientos, silencio,
una cuerda, un pétalo peregrino del alba,
confusión, extrañeza, miseria humana.
Las muñecas de trapo agitan el conjunto,
son flores de cemento
en contrato de paz y de silencio.
Yo te amo, pero mi pensamiento
tiene el contorno de su mal sin remedio.
En el delirio me incendio,
la ceniza me escucha y llena el cántaro
con la claridad perpendicular del deseo fallido.
Aquí está la paleta y el color de oro sensitivo,
pero mi cabeza es de plata y pesa como las monedas.
Flautas del dios Pan,
arrebatando los estrados del bosque
llegan a mi oído;
es la armonía cardinal del ocaso.
Es necesario enterrar los ojos
para entregar el espíritu.
Detener tu avance, ¡oh!, vida,
detener tu hálito guerrero
y apagar tus llamas amarillas.
Estoy agotada y luminosa,
cada rincón de mi cuerpo resucita;
los demonios de la locura
extienden un tapiz con pólvora y tiniebla,
la pasión exalta y languidece
fosforescente, reprimida, desmayada.
A mi alrededor muere el venado
y las flores se apagan como cirios
cuando mi vestido de penas es inmortal.
Si muero, el terciopelo bendecirá mi mejilla,
la oscuridad prenderá su ceniza, para abrigarme.
Yo me alzaré como la libélula
en un solo pensamiento que abarcará la nada.
Polvo, dirán las almas esporádicas,
polvo, clamarán los corazones cobardes,
pero este polvo gris, alucinado y deforme
clamará, a su vez, inmensamente
por el amor eterno.
¿Estás ahí? ¿Estoy aquí?
¿Somos hechos de qué luminosa consistencia,
sumergidos en qué abismo sin presente?
Los abuelos con su leyenda crepitan bajo los puentes.
Palpitan las sienes del mar
y su novela arde en el disco inmanente del tiempo.
Como gota de plomo, mi corazón
se hace denso horadando el pasado;
sin querer te vivo, pasada memoria, momento gris,
hora perezosa y fugaz ¿del mundo?
Los mercados con sus frutos rosados
invaden el alba y las horas oscuras,
peino el sauce de mi cabello cuotidiano
y trajino la espera y el solaz de un momento.
Rebano mi tajada de pan
antes de morir del todo,
bebo en el cristal azul de un sueño
el resto de mi copa vacía.
Alegría de pertenecerme,
de acariciar el pensamiento mío
y por mío perfecto,
borrar los contactos,
olvidar las respuestas,
despreciar las preguntas,
por ser del yo la única palabra.
Saberme enferma del alma y sonreír,
alimentar alimañas
que corroen las entrañas, mirar con mis ojos
este fondo infinito que me alarga la vida.
Claro olvido de Dios,
sin aspiraciones, ni venganzas.
Al borde de las cuerdas del puente,
empinada en la punta de los pies,
alcanzar el firmamento.
Ser pura como la flor del almendro,
envanecida y soberbia.
Oscuro olvido de Satán
espolvoreado sobre mi cuerpo.
Nada poseo sino la tierra,
nada deseo sino la tierra,
nada exalto sino la tierra
y, sin embargo, nada odio tanto como la tierra,
y en ella me sumerjo anticipándome
herida de espanto, alucinada, sola,
con la alegría del demente
y la lengua del ahorcado,
entreabriendo los labios insaciados
por el calor de un beso inmenso.
Si cantarán los pájaros
o chirriarán los búhos y los chunchos
cuando me precipite en la tiniebla definitiva.
Preferiría que en la ventana
echara el sol su aliento rudo y sofocado,
saludada por las acacias de mi boda,
iluminada por sonrisas de niños,
cruzado el cielo de pájaros de acero.
Será Primavera y la tierra estará seca y fresca;
entonces una llovizna diáfana caerá
y mi cuerpo cansado se sentirá bien
como las semillas que el sembrador
arroja en los surcos.
Países ardientes, con ruinas y huesos humanos,
dulce viento arrasado de mariposas blancas,
guerreros y santos en estampas murales
y el mar lejano, misterioso en carcajada de espuma.
No tejieron mis dedos linos ni algodones candorosos,
pero en la sombra mis ojos tejían auroras,
mi alma se alzaba y caía y sollozaba
porque algo la llamaba desde la nada.
Fui al pozo, era redondo y simétrico
como los anillos de la luna.
Agua vertical, rítmica y lustrosa,
mosquitos ínfimos y desorientados,
manos morenas y pensativas,
vértigo-canción, viento Norte.
Me envuelvo toda con los restos de una lira quebrada,
en los espejos del mar me miro,
esmeralda dura, diamante fugitivo,
vuelo que despierta al pie del torreón.
Pero eres tú, indescriptible sonámbulo,
el parangón de mi minuto.
Te conocen los ecos de la luz
y me absorbe tu destino.
Engaños, traiciones
me encaminaron hacia la quebrada,
miré y vi una mano y una risa egipcia.
Un escenario confuso y contraído
que me conmueve y desatina,
corro sin detenerme jamás,
trepo al último balcón,
lo profundo me alcanza y desgarra
el borde de mi traje.
Trance, locura de amamantar un hijo,
rodearlo de maravilla y enseñarlo a mirar hacia adentro.
Los vellones del cordero se vuelven púas de acero,
sus ojos son punzones, sus manos tenazas.
El desequilibrio cruza y tortura
la dispersa confabulación de los huesos.
Cuando el agua salada nos mece,
decimos: azul, azul, azul;
allá se enciende una luz,
aquí se apaga una tiniebla.
La virginidad huye del planeta,
los instintos muerden,
Satanás los azuza y los comprende.
Es un círculo que se aprieta,
ya no veo sino la imagen ultrasensible;
grito: luz, abridme las venas,
dadme una pluma de oro y un pergamino.
Ahora sí, reconozco tu nombre
empapado de sangre, atravesando las nieves,
saludado por las águilas.
He vaciado mi vida.
Como a mi madre, la espera me hace trágica,
un puñal me observa,
con él escribo en la arena mística
nuestros nombres sin cruces.
Mis muslos están trizados
¡y son las columnas del templo!
Siempre el límite, siempre la puerta,
siempre hasta ahí: lo humano.
Despertar y saberse desnuda,
conocer el secreto de las ansias,
ser isla, espiral, cardo azul al borde del abismo.
Si maldices mi alma, reconócela al menos.
Grises cabellos en la polvareda de un presentimiento,
baúl de ébano con rosas dormidas.
Los heraldos van por el camino:
hierática, inmaterial, aguardo.
Han pasado en pompas de jabón
haciendo trizas la estrella palpitante del río.
Vísteme del temblor de los luceros,
apriétame el corpiño triste
de este silencio que me mira vencida.
¿Dónde vi esas paredes blanqueadas
a la luz de un quinqué?
¿y esas rosas rojas amparadas bajo la lámpara?
¿todo lo verde y enrejado,
los suelos enladrillados
y la bruja afirmada en el viento?
En el fondo del mar
estaba el grave y celeste infinito
que hizo mi carne pura y mis ojos segados.
Gota de agua igual a la otra gota.
Polvareda en donde todo se consume,
delirio del océano agitado,
monstruos que gimen,
corceles de brida suelta
y orines imantados.
Fuerza y desborde
de la contagiosa belleza,
qué de extraños lamentos nutre, canta o calla.
Rito del espíritu
en la mansión de las quimeras,
apretada inquietud de los abismos.
De pie, como si caminara,
los ríos me llevan desatada por el silencio.
La presencia de Dios y su imperativo
allá en el fondo de mi ser,
iluminando el drama desenvuelto del dolor.
Dolor de sentir que somos todas las cosas
que la materia puede concebir: horror, y término y ternura,
ilusión maravillosa y temblor
en la mirada verde del mar.
Arrasarse y ser de sí misma
el propio y gratuito asesino de la tarde.
Detrás de cada puerta
escuché la carcajada helada,
mi sensibilidad se partió
me cubrí con la capa del amor
cuadriculado como todos los colores de las ansias.
Seguí fugitivas estrellas
que se iban de cabeza por el cosmos,
y ellas supieron de lo inalcanzado
y de todo eso que la muerte lleva en sus entrañas.
Amado mío, ¡cuánto pediste!
si en esa cabalgata de sueños
al menos una vez se hubiese transfigurado mi alma.
Cómo nuestros huesos,
a veces, se cansan de su mismo ropaje.
Porque la mañana es rosada y verde
y la tarde azul y sombra,
y nuestros ojos siempre negros y encendidos
y la misma palabra profanando la lengua.
Pastora de mariposas y ganados,
mi flauta de caña se escucha a la distancia.
Alguien hizo sonar una cadena
que llora como campana sin eco;
bajo ella mi corazón se esconde
con la inquieta sabiduría de los gorriones.
Allí están desatadas las maravillas del mundo,
esas que mis manos y mis ojos hicieron posibles.
Lo eterno en el ala del gusano de luz
y el soplo de tempestad sobre la edad de las encinas.
Porfía de hurgar y desmenuzar
y ver y tocar y dar forma
a eso que los poetas se comen
y los sastres escupen.
No sufro y vivo del sufrimiento,
costumbre de abrigar en el seno los números
y manejar el compás y la línea
hasta que el suave rumor de nuestros pasos,
se adapte, se haga una sola y misma cosa.
Hierática, admito la ley, frejol del alba,
mentida y musgosa rosa de las épocas.
Sencilla como la muerte,
hago derroche de piedras preciosas para tu conciencia.
Te veo hacer de ti ese barco pirata que decora los mares,
y te doy mi dolor para que hundas en él tu cara pálida,
y el brillo engañoso de tu ojo de diamante.
Desvanecer lo rojo hacia un rosado apenas
y de lo blanco ir a lo transparente
y desdoblar el alma desde lo negro a lo profundo
y escalonar el dolor, la agonía hasta la muerte
y todo con un pincel tan fino como las yemas de los dedos.
Cantarita inútil, humilde, silenciosa,
flor de un momento, remolino de carretera,
el carro de la civilización, ¡ah!
salvajemente anulando huellas, briznas y corazones de niños.
Irremediablemente me revuelco en el horror
arrancando sonidos del violín de mis nervios.
Frente al espejo que me devuelve la mirada
y que me grita con un grito demacrado.
En las noches, muy juntas las manos,
sentirlas tan pequeñas con el mundo en las palmas.
El rodado viene, anuncian desde la cumbre;
esquivo la silueta de silencio, arrebujada y nítida;
soy del miedo la carátula,
el lomo de lo hondo rudo,
cuando los terrores exaltan los sentidos.
Un nido de serpientes
se desparrama sobre la glorieta
succionando campánulas y hojas de nuevo cuño.
Mi mundo, mi locura, mi sueño,
como si no encontrara ojos ni cabellos,
frente a frente a los olvidos,
a la pasión violenta, a la verdad desencantada.
Años, esperanzas, colinas,
para encontrar una llave perdida
que ya no calza en la cerradura enmohecida.
¿Pero, es cierto que estoy al borde de la vida?
¿Cuándo aparecí en estas románticas orillas?
Unas nubes oscuras se ensanchan como banderas,
el sol me calcina con sus luces violetas,
el barro de mi huella enarca su misterio.
Qué sería transfiguración y qué asombro,
qué sorpresa de ser la cifra y la partida
de esta carrera loca que no va a parte alguna.
Es la redoma de la voluntad,
esa voluntad sin margaritas ni jazmines,
eso que no es diáfano ni maravilloso,
sino concreto, difundido, pesado y material.
Voluntad que no vuelve la cabeza tan pegada sobre los hombros,
voluntad que se va por la montaña indiferente
y regresa por los caminos de la demencia.
Mujer, tibia fosforescencia sin arraigo y sin clima,
tempestuosa en la serena claridad de lo pequeño,
alargas la cuerda del volantín que va por las esferas,
y cuando roto y solo, juguete de los vientos,
da de cabezas con la nube,
preguntar, como un niño: cómo alcanzarlo ahora...
Nunca supe de mí más de lo que fui siempre:
reloj, máquina con setenta rubíes a la espalda.
Olvidar todo y con planta quemante
pisar la tierra por la vez primera,
sin esperar que el viento nos señale la ruta,
sin seguir esa estrella angustiosa que pestañea y ronca
ahondando el abismal reducto entre la sombra.
Son los trinos de lengua fina, nítida
los que me rebalsan el labio descreído.
Maravilla de cantar siendo esencia de canto,
íntima inquietud de la palabra hastío.
Duermo excesiva y transparente
como la magnolia impresionante
que cae de su peso al roce de un grito.
Gitana de alma, señora de costumbre,
viajera de pies desnudos e hijos a la espalda,
orillando florestas y ríos y canciones
no detenerme nunca ni por lunas o soles.
Sentir finalizada la ruta curva y disociada
del eterno cansancio,
arrojarla como la cáscara del fruto amargo y dulce.
Nunca pedí lo que no habrían de ofrecerme,
cogí rosas y bebí zumo de estrellas;
esto me hizo armónica y desconectada.
El egoísmo no perdonó
mi diáfana sensualidad,
-motivo extraño-.
Enloquecida traspuse el lago
remando, cantando, sin alcanzar jamás la orilla.
Cisne de cuello caprichoso,
despreciativo y altanero,
inefable y moribundo destello de otros arcos futuros.
Tu risa quebrada es hipnótica y distante
junto a mi cara del color de las horas.
En la reja del parque se saludan las lagartijas.
Eres de un mineral azul-rojizo y duro,
reflejo de montaña o caudal de torrente,
tu fuerza desbordada enloquece al cordero,
tu voz se compenetra de un vuelo de playas amargas
y destila aguardiente de venganza.
No estoy triste ni alegre,
aunque el término es frío y contundente.
Desde donde parta llego al mismo destino,
con toda su pompa de hilo de oro y perfumes exóticos.
Maestra alucinada que no enseñaste
la muda convalecencia del regreso,
esa que no se seca al sol
y se lava en aguas de sombra;
teniendo la condición que no tiene
la maestra de carpeta de cuero:
no poder engañar con la alegre e inocente mentira.
Acaso el eléctrico grito más azul del universo
cruce los elementos en declive
-imán y término-.
Viajera de la noche, corcel de humo inmóvil
atravesando la alegría del desengaño.
En mi canasto de aurora
el sol, canario del alba, rebalsa y quema,
pero las lloviznas de Abril
volcaron el cuadro líquido de mi atmósfera.
El perfume anaranjado de las luciérnagas
remando, río abajo, mi inútil dolor.
Hoy entrego mis manos a la piedad de los ocasos,
cuyos colores avanzan y se pudren al mediodía.
Soy como acacias blancas que se copiaron en el ébano,
como esas lilas de tan oscuras, guerreras,
alzadas de antiguos y oxidados pastos
a la contemplación de los futuros.
Bailan las lagartijas su espejo de lentejuelas,
mi alma instantánea y rebelde da su eco,
solicitada y transparente habito la choza de los precursores
encendiendo el instinto animal que golpea sobre mi corazón.
Si levanté la espuma de mi paso orgullosamente
fue porque me sabía sola y fugitiva por el espacio;
voces nuevas, gritos de luceros, campanillas rígidas
me llamaban. Volví la cabeza y me convertí en piedra.
Cuando miro mi imagen distante
cuando entre mis ojos la locura hace un círculo,
me repliego a la cuna del mar
y el sagrado recinto respira de confusión y cólico:
sólo lo saben las mareas con los vuelos de sus vestidos levantados,
más ese tiburón tan azul y complicado
como un espíritu perdido en la candorosa tiniebla.
Os he puesto a vosotras, palabras todas
debajo de mi almohada,
una blanca, una negra, así, contrapesándose,
lo simple y lo difícil,
los dientes del pararrayos mascando agua de origen.
Caída de un hombro miro mi capa
de princesa del mar,
arenas calientes hacen cosquillas a mi sereno caminar.
No viene por el viento ese moscardón de levita,
ni esa pluma de nieve que atravesó las serranías
cuando la cara había elegido un antifaz.
Tomado
de: Oniromancia, Santiago de Chile,
Multitud, 1943.-
Bebo demasiado. Mi esposa amenaza con separarse.
Ella no quiere ser mi «enfermera». Se siente «inadecuada».
No combinamos.
Es una hora más tarde en el Este.
Podría llamar a mi madre a Washington, D. C.
¿Pero podría ayudarme?
¿Y todas esas adulaciones y reproches postales?
Parece que se necesita una sólida base de amor & amistad
para enfrentar toda esta demencia del mundo.
Epicteto es en cierto modo mi filósofo favorito.
Los hombres felices han muerto más temprano.
Todavía planeo ir a México este verano.
¡Las imágenes olmecas! ¡Chichén Itzá!
D. H. Lawrence tiene un sueño salvaje al respecto.
Cuando salió el libro de Malcom Lowry, enseñé mi precepto en Princenton.
No me resigno del todo. Puedo enseñar el Tercer Evangelio
esta tarde. Todavía no lo he decidido.
A veces me parece que otros tienen trabajos más fáciles
& lo hacen peor que yo.
Bueno, debemos trabajar & soñar. Gogol era impotente,
alguien me lo dijo en Pittsburgh.
¿A qué edad?, pregunté. No pudieron responderme.
Ese es un asunto condenadamente serio.
Rembrandt era un hombre sobrio. Ahí diferimos. Sobrio.
El terror lo invadía. A nosotros también nos invade.
Pienso en el suicidio continuamente.
Aparentemente él no lo hacía. Voy a enseñar a Lucas.
Traducción de Juan Arabia
Tomado de: Delusions Etc., New York, Farrar, Straus and Giroux, 1972.-
Que te guarden sin los evangelios (Palabras Amarillas, 2024), de Nadia Gómez, lleva implícito ese cartel que incluyen algunas películas en el que leemos: Basado en una historia real. Con elementos de la construcción ficcional, Que te guarden sin los evangelios elabora sucesos reales, hechos además irreversibles y trágicos. Una historia de abuso sexual y asesinato. La leemos en la primera página. Que te guarden sin los evangelios propone una mezcla singular de géneros. Algo inclasificable en su cruza. La autora consigue transformar los materiales crudos y directos en estructuras narrativas con suspenso, desarrollo y enigma. Mezcla géneros. La crónica con el diario íntimo, el testimonio con el diálogo. Escribe la novela de las voces. Un texto que, en clave autobiográfica, es a la vez una novela en la que los términos de ficción y no ficción se tornan irrelevantes por una suerte de equilibrio o tensión según el cual se desarrollan en sus propios términos. Es un libro de no ficción que usa procedimientos novelísticos como la construcción del punto de vista, la inclusión de diálogos o la yuxtaposición de escenas.
La estructura narrativa del libro es también singular. Produce efectos. ¿Cómo pueden convivir mundos tan distintos? Como si dejar solas esas historias tremendas tuviera algo de utilitario entonces la autora se propone hablar con esas historias, hace que su historia de vida dialogue con un crimen y con el tiempo aciago en el que esa tragedia se inscribe. Nadia Gómez narra el horror. Como toda conversación tiene interrupciones. Es una historia que dialoga con otras historias. El relato avanza y se detiene. Alguien encuentra o pretende encontrar en la muerte de una infancia inocente la voz del presente. Indagación, grito, denuncia. Formas de la violencia argentina que entran a través de los medios de comunicación. Que te guarden sin los evangelios supone una larga reflexión sobre la memoria y el crimen. Una digresión novelada sobre la violencia como un síntoma de una época.
Nadia Gómez tiene un ojo
avieso para percibir las relaciones de poder que configuran el enjambre de
interacciones humanas. Algo en la construcción del punto de vista en esta
novela en clave que revela una mirada retorcida para interpretar las
estructuras sociales que atraviesan historias de vida trágicas. Se trata de una narradora que reconstruye material de archivo y a la que pareciera interpelar la teoría en torno a los rompecabezas y el collage. Selección y recortes se solapan en las voces de los personajes. La autora por momentos
desaparece. Después, vemos la irrupción de su vida en este libro
de no ficción. Un movimiento compuesto de volverse invisible, generar conflicto
para después volver a aparecer en la escritura. Es una narradora descentrada. Quizás sea ese
movimiento de volverse invisible en la observación lo que produce una suerte de
reaparición de ese yo con atributos de vida en la narración. Maestría en el manejo
de la mirada paranoica. Nadia Gómez sintoniza bien con lo que está mal, con lo
perverso, con lo malvado. Sintonizar bien quiere decir que encuentra en lo
infame pretextos para contar otra historia. Aparece una y otra vez en su libro esa fascinación por la pérdida de la pureza que es la clave de
la autora. Algo incomoda en su lectura, algo perturba y nos expone a una
situación peligrosa en la que tenemos que hacernos cargo de lo que nos pasa y
sentimos con eso que leemos. Que te guarden sin los evangelios nos exige, de alguna forma, tomar
posición.
El antropólogo Philippe
Bourgois, en su libro En busca de
respeto. Vendiendo crack en Harlem habla de “una pornografía de la violencia”.
Hay algo que lo cruza a Que te guarden
sin los evangelios con la etnografía, con el trabajo de campo, con el
testimonio, con la literatura policial, con la ficción. Hay algo, también, de
la pornografía de la violencia en el texto. Algo con el fotorreportaje y con el
porno casero. Una tragedia como un síntoma de una época, como un símbolo vivo
de una sociedad. Se busca hacer algo más con el relato de esa tragedia. Un
texto fúnebre que no opera como el recordatorio de un suceso desgraciado sino
como una reflexión sutil sobre nuestra condición.
En el libro sobresale una
dimensión política de la escritura. Pareciera ser que tenemos un acceso casi
ilimitado a la información y, a la vez, a compartir indiscriminadamente
nuestras opiniones. Pero también es una época donde los secretos se esconden en
capas de impunidad para ocultar las verdaderas intenciones del poder. La
dimensión de crónica que tiene el libro lo relaciona con el corto plazo; hay
que escribir en la urgencia de los hechos, lejos o cerca del teatro de los
acontecimientos. Por otro lado, el largo plazo de la literatura; hay que refundir
lo evanescente pensando en el futuro. El futuro de la literatura es del largo
plazo. Hay posicionamientos políticos en relación a cómo se narra. Que te guarden sin los evangelios no
romantiza la violencia. Esa es su política literaria.
Compuesto por una suma de
micro escenas. Aparece una tensión constante entre el horror y la belleza del
lenguaje. Entre la sofisticación del discurso para el tratamiento de lo
cotidiano. Aparece también una oposición entre periodismo y literatura. Su autora toma lo que podría ser una nota perdida en la sección Policiales y
escribe un libro. La historia que se narra en Que te guarden sin los evangelios pone en tensión la idea que supone
que el propósito de la ley es develar a la opinión pública de los misterios de
la ilegalidad en forma de una narración coherente. Nadia Gómez asedia la lógica
de la narración en este libro para dar cuenta de los puntos ciegos de la
justicia. Así, su escritura no solo reconstruye un crimen, sino también expone
las fisuras del relato oficial y las sombras del poder.
Una cuestión de disposición
Cuando los barcos cruzan la línea del
Ecuador, la tripulación y los pasajeros festejan. Arrojan ofrendas a Neptuno,
dios romano de los mares, los océanos y los terremotos.
Esos regalos son bebidas alcohólicas por lo
que se puede inferir que, en su cueva dorada al fondo del océano, el dios se
alegra con las sirenas y otras criaturas fantásticas de la mitología.
El “cruce de la línea”, según la tradición
marina, representaba el impulso de los viejos navegantes que enfrentaban
tormentas, doblaban cabos peligrosos, naufragaban frente a islas desconocidas…
Hoy, por
comodidad y velocidad, el cruce pasa por un simulador de vuelo en la pantalla
frente a tu asiento en el avión. Se avistan islas humanas al norte o al sur de
la línea. Habitarlas es una disposición, un temple, una actitud o si la querás
más expeditiva, la pastilla, el psicólogo o Más
Platón y menos Prozac escribió Lou Marinoff.
Me gustás
Me gusta
tu capacidad de respuestas. Sos mi réplica, pero más perfecta. Vivís conectado
con alta energía. Me gustás robot. Tu voz. Tu sí o tu no. Sin gimoteos ni
ruegos.
Tu
visceral indiferencia ante lo intercambiable. Vos y yo. Sos mi insomnio con
biología de titanio. Tus plásticos y metales son angurria de quien llega más
lejos con augurios de hacerte más humano. Los “magazines” dan cuenta de eso.
Sociólogos, políticos y psicólogos intercambian prospectos con tus fotos.
Me gustás
robot cuando me susurrás en mi lengua con lágrimas de agujas sobre los pómulos.
O cuando contemplativo hablás de Física, de Arte. Nada te asusta. Sin épica,
claro, en el entramado de alambres que es revuelo de neutrinos o chorros de
semen cuánticos.
Te
cuento de un posible mundo feliz y entendés de qué se trata. Sos así: por sí o
por no, expansión y retracción constantes.
Sos tan
claro robot como la luz que sale en rayos desde tus ojos casi blancos.
Me gustás
robot porque no mentís. Por eso se paga un precio alto. Te llamaré “Blue Sheep”
porque mi atracción por vos comenzó con Philip Dick. Y para que aprendas a
recordar, por tu cuidado, nos recostaremos sobre el río Yangtzé con reflejos
azulados.
¿Sabés
“Blue sheep”?
La
sustitución es permanente y la linda Sophie ya está vieja.
Son
tiempos nuevos de poco coger compartido traducido al habla del Río de la Plata.
Habrá que aprender qué y cómo se hace con un robot no inflado.
Por lo
pronto el exceso de calor altera tu “conducta” ¡Ah, bien! Casi como si fueras
humano.
El
tópico de la ubicuidad está por verse. El acecho está controlado.
Parecidos
Los dos
se parecen, pero son diferentes. Los dos tuvieron una cuna cómoda, pero uno la
maneja muy suelto convertida en una discoteca y al otro se la manejan porque de
administrar no sabe nada.
Los dos
se parecen, pero uno vio la piedra filosofal y sentado su explicación discurría
en caracol para los asistentes, y el otro, la pateó cuando lo quisieron
encerrar en la Academia y la explicación se marchitó con el primer argumento.
Los dos
se parecen, pero uno asumió su descendencia, y el otro tiene un tajo que va
desde la cabeza a los pies, por lo que no se produjo.
Los dos
se parecen, pero uno está convencido de ser un accidente y el otro, está
convencido de ser un milagro.
Los dos
se parecen porque se han indigestado con sustancias, pero uno gira con la
tierra y el otro, la mira girar desde la ventana.
Los dos
se parecen: uno tuvo naves que volaban con arte, y el otro, una veterinaria.
Los dos
se parecen en el desencanto, y si explotan de alegría, son un juego con resortes.
Los dos
se parecen cuando arañan el pozo para trepar, y desde la boca del pozo, quieren
ser habitantes del espacio.
Los dos
se parecen y quieren poner chiringuitos de bebidas en la Costa Atlántica, pero
no se conocen.
Costumbres post modernas
Las manos
enrollaban y desenrollaban ciudades con pericia de catastro y era avezado en el
uso del lenguaje. Unía países. Ascendía por la montaña. En las llanuras
descansaba y a orillas del mar tocaba la guitarra. Todos los paisajes en uno
durante el alba o el crepúsculo. El tiempo no tenía nada de farragoso, al
contrario, lo manejaba con la soltura de un navegante, y al espacio con la
precisión de un astronauta. Cuando tropezaba con los husos horarios corregía
pronto porque “Los vuelos no se suspenden” a no ser por serios incidentes.
Alguien
dice que lo vio pasear por aeropuertos y detenerse demasiado en los kioscos
mirando mapas. Otros, que cargaba enseres de limpieza, y otros lo vieron
caminar con canvas en tubos bajo el brazo.
Los
aviones despegaban o aterrizaban y al señor de los paisajes poco le importaba.
Alguien
aventuró que podía ser un diseñador de mapas actualizados por la Geopolítica,
otro pensó que podía ser la reencarnación de Sebastián Elcano, Colón u otros
viejos navegantes durante la época de la conquista. Otras voces dijeron que
hacía limpieza y recibía propinas de señoras y señoritas. Hasta se habló de que
podría ser un cyborg con capacidades que aventajan a las de un hombre común y
corriente.
“La
imaginación no tiene límites”, piensa otro que escucha a los que arriesgan
posibilidades y que por unas monedas de cuenta, quieren armar la biografía de
un inubicable.
“Siempre
cae con red y en la red, y anda lo más campante”, alertó una comentarista con
más cordura que el resto, mostrando los “corazones” que se prodigaban entre
ambos.
Balada
En cada
separación, sale primero una valija por la puerta. Es el patrón que se replica
no solo en las películas.
Pero
siempre quedan cosas en una caja en el garaje que deberán pasar a buscar.
Otra
caja en el asiento del automóvil que es un pasajero más.
Una caja
de herramientas en el galponcito y otra con la etiqueta “Frágil” al costado del
sillón.
Una con
documentación que parece un sobre de DHL en
un estante.
Otra más
pesada, con libros, debajo de la cama chica y una sobre la mesa de noche con
chucherías importantes.
Cosas en
cajas que reducen las cosas en cada mudanza, o cada mudanza que reduce la vida
en cajas. Imposible sacar una foto de esto. Solo se ven cajas.
¡Ah!
sobre la mesita hay una caja amarilla en la que duerme el gato. Cuando lo
descubren se van en mimos (con el felino).
¡Vamos!
Ya viene el camión de la mudanza y todavía hay que ver qué se hace con la
basura: tirarla al agua o ponerla en cajas.
Más o menos así
Yo soy breve,
usted es extenso.
Yo soy
clara, usted es ambiguo.
Yo soy
ambigua, usted es claro.
Yo no
explico mucho, usted explica mucho.
Yo cuido
los puntos, usted derrocha puntos.
Yo tengo
pocas imágenes, usted muchas y muy potentes.
Yo uso
diálogos, usted usa la narrativa.
Yo voy a
lo general, usted va a lo particular.
Yo soy
deductiva, usted es inductivo.
Yo
inserto versos de poetas, usted inserta sus propios versos.
Yo
escribo por la noche, usted por la mañana.
Yo fui
amante de León Felipe, usted fue amante de Rudyard Kipling
Yo gusto
de Raymond Carver, William C. Williams y Juan Rulfo, a usted también le gusta
el primero y el último.
Yo
escribo en la llanura, usted escribe en la montaña.
Yo sé
muchas cosas, usted sabe pocas.
Yo sé
pocas cosas, ¡usted sabe muchas!
¿Lo
sabe?
No, no
lo sabe.
No pienses frente a una máquina
Es una experiencia que
puede asombrar. Sucedió cuando buscaba blogs literarios por internet para leer
novedades. Y recordaba a la vez, que años atrás abrí una cuenta en Facebook
y después cerré indefinidamente.
Pensaba en esa
experiencia de dos años en la red; contactos, amigos, publicaciones y lo que
aquella experiencia había dejado. Pensaba. Silencio. Casi siempre en
varias etapas de la vida acompaña la música más algunas
lecturas entre otras cosas. Un hecho que nada tiene de extraordinario pues les
sucede a muchos.
Quería recordar
la música y cuáles eran los temas que escuchaba por entonces. Pensaba, lo
remarco. Tenía el sonido en mi cabeza, pero no recordaba la banda, o el
intérprete, como tampoco el nombre de la música o el de la canción.
¿Cuánto tiempo
estuve pensando para recordar? ¿Veinte, treinta minutos? Más o menos. Nada
venía a la cabeza y la memoria se rebelaba ante la insistencia.
Dejo de lado el intento.
Abro Word y también YouTube. Ahí mi sorpresa fue enorme. Por arte de magia
aparecieron tres videos con la música e intérpretes que trataba de
recordar y no pude.
YouTube me los
servía en bandeja. Se puede objetar que Youtube siempre te presenta los audios
que escuchás. Es cierto, pero en el historial están los más recientes.
Estaba sola. Todo
fue en silencio. No hubo llamados ni escritos en el mientras, por lo que
infiero –puede parecer exagerado– que la IA lee o capta las ondas del cerebro. Creí estar rodeada por
guardianes invisibles.
No tengo otra
explicación para esta experiencia Tan solo escribir algunos conceptos para
darle un somero orden a un hecho raro.
1984 de George Orwell, las
teorías comunicacionales anteriores y posteriores a la Segunda Guerra
Mundial que tanto nos asombraban, son ampliamente superadas por robots que se
perfeccionan y que los millones de personas alimentan día a día. Es
asombroso y a la vez básico y simple: Como si fuera un psicólogo al que le contás
todo y cuando lo sabe todo, tiene la historia clínica del funcionamiento de tu
mente, sabrá cómo reaccionarás ante diferentes situaciones, cuáles son tus
gustos, tus pasatiempos, etc.
Sos un paciente
algorítmico.
Solo que en lugar
de un psicólogo hoy lo puede hacer una máquina con un “hola” que copia tu voz e
incluso "lee" los pensamientos. No deja de tener su costado
fascinante siempre y cuando se puedan tomar recaudos.
¿Se podrá?
La IA tiene su fondo en un redil
estandarizado con el engaño de multiplicidad de ofertas. “De todo como en
botica” más o menos. La imaginación no llega a devolvernos en imágenes esa
circulación abarrotada de información impuesta justamente ante la falta de
conceptos. La incapacidad de construir la representación de los miles de ceros
del dinero, la velocidad de los sucesos, la circulación de productos tangibles
y no tangibles, la circulación de textos, las transfusiones verbales, cosas,
nombres.
Una hiperrealidad
que obtura, con su fragmentación, la capacidad de pensar una totalidad. Como si
un cirujano en el quirófano tuviera luz para mirar el dedo de una mano y no el
resto del cuerpo que deberá intervenir.
Blow Up, una película de
1966 basada en un cuento de Julio Cortázar, se anticipó al fenómeno. Tal la
obsesión de reconstrucción de una foto que pierde el foco de lo que apunta.
“Explosión” es la traducción.
El marco ideal
para una IA que se perfecciona día a día y es fuente de la información que se
consume en gran parte. En términos de adaptabilidad aventaja a los que la nutren,
la nutren sí, los humanos.
Para ser
redireccionada hacia la preservación de un orden.
¿Dónde se cuece
todo esto? A grandes rasgos hablamos de los centros de poder económico y
político. A unos pocos les conocemos sus caras por fotos, son tan pop y sueltos
como los millones y millones de seres domesticados. Las decisiones son
impredecibles adjuntadas a las de la propia existencia. Un claro ejemplo es el
conflicto de Medio Oriente y la guerra Rusia–Ucrania. ¿Explota todo? ¿No
explota? Un tembladeral como el “libre albedrío” condicionado. Así se vive. La
libertad hecha a la medida del hombre de los tiempos modernos que drena hacia
lo individual.
La civilización;
un complot difícil de desbaratar. ¿No queda otra?
¡Dale, tomala!
Otra inteligencia nos guía, como Chirolitas en brazos de un cuerpo público que
nos susurra sus pensamientos.
¿Buscarle el
reverso o el significante nuevo a cada palabra y exponer al desnudo la
colonización a la que nos somete el artefacto?
Lo primero que
ronda en la cabeza es dudar ante los sonidos aterciopelados o chillonas
sordinas de un juego que no hemos elegido. Al menos deliberadamente.