21.7.24

Lejanas intemperies, por Cecilia Bainotto

  

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo

Héctor Viel Temperley

 

I’m too sad to tell you.(Estoy muy triste para contártelo)

Ban Jas Ader

 

 

El cuerpo motivo de inspiración de todas las artes. Más allá de la recreación, un conjunto de células que forman órganos agrupados en sistemas por los que funciona. Básica biología. Y desde allí lo primero es lo primero: esta estructura es una perfecta desconocida. Con fecha de vencimiento en la conciencia activa.

¿Cuáles son los umbrales del dolor y del placer? Inseparables de la vida. Ambas emociones intransferibles e incomunicables por medio del lenguaje. ¿Cuál es el umbral máximo que puede aguantar ese complejo de órganos? Por algo las dosis de anestesia ameritan prueba y el examen de cabeza. Aquí la cosa se pone más compleja por los criterios de “normalidad”.

 

Viel Temperley al borde de la muerte por una grave enfermedad. “Yo” que habla se separa del vehículo de esa conciencia. El cuerpo. La frase de Héctor Viel Temperley generadora de búsquedas desde diferentes aproximaciones. El cuerpo, una mano que se hincha, un ojo que se achica y ante el descubrimiento ¿qué es esto?

 

Existen artistas conceptuales que se han arriesgado en la exploración de las respuestas de sus cuerpos y al riesgo de no poder comunicarla. “Tú ya lo sabías” y, aun así. También algunos espontáneos y otros en la perforación de límites.

 

El caso de Ban Jas Ader (1942-1975) un artista holandés que registró sus performances: el cuerpo en caída por la gravedad. El techo de su casa era el escenario de la caída o un canal de agua en Ámsterdam sobre el que se lanzaba en bicicleta. El cuerpo, el objeto de su arte. El registro en secuencias, la obra. “I’m too sad to tell you” dice (Estoy muy triste para contártelo) cuando llora copiosamente ante una cámara. Desapareció en alta mar sin dejar rastros. La pregunta que flota es si esa embarcación que no reflotó fue el último acto intencional de su performance.

 

Jimmy Jump, un espontaneo muy gracioso, barcelonés. Jimmy Jump, la fonética del nombre da sonido de resorte, ingresaba a espectáculos masivos “como un paracaidista” (fútbol, conciertos) En gran medida exponía el cuerpo ante la vigilancia de “guardias pretorianas”. Causó más de un desmadre con suspensiones y corridas. Una instalación viviente. ¿Qué fue de Jimmy Jump?

 

Jorge Bonino, artista conceptual (1935-1990) un villamariense que desplegaba sus brazos para volar y carreteaba por las peatonales. “Un cuerpo que estalló en mil pedazos” –la película de Martín Sappia sobre Jorge Bonino– buscando el ardor de la flama, el celeste del espacio. Planeó su muerte en el descenso oscuro por una escalera. “Puede ser así o todo lo contrario” su mantra.

 

Hay personas que son leyenda no por libros o poemas escritos. Ellos mismos son una obra de arte en la acción que realizan. Una lejanía de intemperies que irá desapareciendo con la memoria del último que quiera recordarla.

 

La gravedad como fuerza, el cuerpo como carne frágil, la emoción extrema que descuida la cuidada integridad. Esa cuerda-cuerpo que se puede cortar. “Síndrome de Pontius”. Conlleva sus riesgos. Pero… ¿hay mayor realidad que la vida cuando quiere probarse e incluso perderse?

 

 

Un día en el aire

 

Estaba releyendo un cuento policial y justo la llamada: me avisa como si nada de un viaje por un año con renovación de estadía a los seis meses.

A probar otro destino –tiene referencias por su madre, mi hermana– y hacia allá va en contra del Día. Es tan lejano el Oriente. La llamada fue cuando en el cuento el personaje mira por la ventana abstraído en la visión de una ola inmensa. Justo después de haber cometido un crimen. Una garra azul replicada en copias por todo el mundo. Al fondo el Monte Fuji. Demasiadas coincidencias. Ineludible la recomendación

 

Necesario

El látigo de agua arranca el fachinal. Desobstruye pantanos. En la tierra abierta las cruces se clavan mejor.

El látigo de agua se hace más suave. No hay sonidos de avispas ni siseos de serpientes.

Solo la levedad de una mariposa en el azul violento.

 

7.30 hs

Ese estallido… hablemos de los fractales, del fragmento. Los fragmentos se quiebran en millones de diamantes.

–¿Has visto que esto, la palabra triturada, también es un mar infinito? Sigamos recogiendo esos restos de poesía.

–Que los mares arrastran y hacen arena.

Odiseo cuenta sus odiseas a Calipso. A esa hora nunca fue tan sensual un desayuno.

 

Quietos cautivos eternos

Los que estamos tenemos la misma simiente. Los que fueron nos la dejaron. Unas ramas se han metido por la reja oxidada o salen, no pude ver bien, ¿de qué se alimentará esa savia? Todos los tapados se destapan con los mismos gusanos. Nada. Por más empeño que ponga la desigualdad.

Nada. (De la selección Humanos envasados)

 

A-NO-NI-MATO

UNA CABEZA

UN CUELLO

UN TORSO

UNAS PIERNAS

UNOS PIES

AHHHH FALTAN

UNOS BRAZOS

UNAS MANOS

UNOS DEDOS

PARA ESCRIBIR

Y DESPUÉS

ENCENDER UN FOSFORO.

 

Está el suceso.

Después se cuenta. Después está la distancia que separa el suceso del lenguaje.

Después líneas que se recorren con más o menos piedras en los zapatos.

Después la imposibilidad de no tropezar con desastres.

 

Mezcla de mosca, de tábano y de pájaro en permanente vuelo. Espero que tenga las mejores corrientes de aire (cuerpo alígero entre las montañas)

 

No es fácil escribirle una carta a una persona privada de su libertad. No sé cómo contarle de la mía libre y condicionada (De humanos envasados)

 

La libertad está en una manzana de CABA o en el LUNA PARK. Entradas agotadas. Salidas obturadas por las chiribitas que provoca la acústica inflamada. Pero con el ingenuo y maldito tupé: ¡Somos libres, loco!, dice un grupito suelto de cuerpo ensartado en ropa ajustada. Y empieza con la monserga vieja. Más de lo mismo. “Menos… es más” no lo entiende la libertad por exceso

 

Demoliendo paredes quedaron ladrillos propios, algunos ajenos, desparramados por el suelo

¿Era para allá? /+ de lo mismo – de lo otro/ No te vendí que yo no era nada/ Bla…bla…/Un palo tiene dos puntas/ ¿Lejos? ¡Cargate nafta! / Puede ser así o todo lo contrario/ Siempre encuentro algo cuando pierdo tiempo/Habría que escribir sobre eso para destupir cabezas/ ¿Cómo está mi reflejo?  ¿Lo sabes?, no, no lo sabes/

/La improvisación del desalojo/ Argentina tiene la carga de tres M pesadas. No hay milagro trinitario/
/ La secta de los parqueros de diversión tercermundista. Tres puestos claves:  el del tren fantasma, el del palo enjabonado y el del tiro al blanco /

¿Cuál es el color de tu miedo? /Vos sos un Tesoro y yo un Sorete de oro / No es lo mismo San Antonio de Padua que San Isidro pero la urgencia del falo es igual en todas partes/
/
LA IRREVERENCIA ES ESTÉTICA: el semen es encomiástico no así la caca/ Soliloquio: ESCUCHE EL SILENCIO/

/Abrió la puerta con el filtro de un cigarrillo.  Escuchó girar el picaporte/
                          Te dije que esta historia podía no ser cierta

 

 

PRIMERA CASA

 

Raro ese lugar en Claypole donde el conurbano se desploma. Un barrio cerrado en un predio de no más de mil metros cuadrados. La entrada, un portón de madera carcomida, abierta a todo aquel que gustara pasar y pasear y vender en ese barrio de Claypole.

El operador inmobiliario nos había” vendido” un “oasis” a poca distancia de centros comerciales con referencias ciertas. Verdades a medias en las que se entra a ese ambiguo espacio por las dudas encontrar algo. Cuando llegamos la mirada de codicia hacia el automóvil BMW azul no pasó desapercibida. Estrategia: amable indiferencia. 

Decía, la entrada un portón de madera carcomida, de unos dos metros de alto, que se abría a un parque más bien pequeño con toboganes, hamacas, piletita pelopincho, un pelotero, todo bastante descolorido que en la postal final semejaba más bien una compra - venta de juegos para niños.

La entrada no era la mejor presentación, pero bueno … estábamos ahí y en una de esas la oferta mejoraba. Cruzamos el parquecito y ahí estaban las casas, separadas unas de otras por cercos vivos bajos. Los terrenos de cada casa, con construcción incluida, no superaban   los sesenta metros de superficie.  Sin servicio de cloacas, las calles/ senderos tenían un desnivel para que corriera el agua por los costados. Era un vecindario colorido, con voces que se escuchaban sin modulación en emisoras cruzadas y encima del sonido natural, otra capa de sonidos de radios y televisores. Para los ojos y los oídos: algo no estaba bien.

“Toda gente decente” nos dijo el vendedor de la inmobiliaria para insuflar ánimo a nuestro desánimo galopante.  Por las puertas abiertas se veían escenas familiares en acción:  tomando mates, las mujeres pintando sus uñas o lavando los platos y tirando el agua sucia en la corriente de agua que pasaba frente a las casas, los hombres despatarrados mirando televisión, chicos alrededor de una mesa haciendo tareas, jugando o peleando, una mujer mayor tejiendo al lado de la puerta – inexistencia de veredas -, dos hombres jugando a las cartas, otra mujer trayendo a rastras a un niño después de una pelea, aparentemente.  Una repetición tan existencial, tal el caldo de una vida que se cuece lenta, sin milagros, y que puede terminar –muchas veces– en La Corte de los Milagros. Es fácil caer por la pendiente cuando duelen los zapatos.  Y este lugar estaba ahí, en el denuedo intencional para   no caer. Bienvenido.

Faltaba la frutilla de esa gelatina que no cuajaba: la casa. El vendedor abrió la puerta y ante nuestros ojos una sala cocina   que en la percepción del vacío parecía amplia pero no. Con el mínimo mobiliario explotaba. Una puerta daba al baño y una escalera de madera – estaba bien hecha, lo único bien hecho- por la que se ascendía a dos dormitorios de tres por tres con un placard horrible en uno de ellos. Las paredes de ladrillos huecos, las ventanas pequeñas y mal pintadas. La casa estaba rodeaba de un alisado de cemento estrecho casi pegado al cerco vivo. Por lo que el “oasis” era una caja de cemento. Cajas de cemento pegadas en una hilera sin el mínimo pensamiento urbanístico.

“Está el Cotolengo a pocas cuadras” nos dijo el vendedor aquel domingo a la tarde de hace casi cuarenta años.  “Cotolengo” en tonalidad con lo que yo estaba observando.

Y vuelvo a esa precariedad por la que es fácil resbalar hacia otra mayor, al menos aquí, en Argentina, con una pirinola tan loca. Borré con flúor el primer aviso. Por suerte podíamos,  en aquel tiempo, sortear la pendiente. Historias de bolsillo.