¡Bienvenidos a
mundo hippie! Los esperamos en nuestra casa dentro de un típico palazzo nobiliario,
de hace doscientos años, donde en cada habitación amontonamos cuchetas hasta
meter diez viajeros con sus mochilas a cuestas, concentrando una aromatización
de oso que los transportará a su mismísimo hábitat en el bosque.
(Leí en algún lado
que, por ejemplo, en París, en los años 80 se realizó una exposición de olores
en el Museo de l' Homme, sobre su importancia sensitiva y cultural.)
El hotel donde me
ofrecían trabajo y mísera paga no estaba muy limpio ni ordenado. Se percibía
una descomposición de la vida cotidiana que aclamaba desde el desorden. Parecía
como la voz de un presentador de televisión que me iba descubriendo,
lentamente, las virtudes del lugar. Cada cosa que uno quiera usar, la deberás
lavar. Y no se pierdan nuestros baños. Dos. Para veinte personas que beben una
birra barata en lata con los pies sucios sobre la misma mesa donde luego van a
morfar. Nuestros baños les recordarán esas largas filas irrespirables de orín de
los entretiempos en tu cancha favorita.
(En la presentación
de su libro La cultura de los olores, la autora, se pregunta: ¿por qué
nuestra sociedad se obsesiona tanto por rechazar socialmente el mal olor,
enmascarando sus diversas manifestaciones mediante la proliferación de
desodorantes y aromatizantes? ¿Por qué prevalece la difusión de una
desodorización corporal que intenta rescatar los aromas naturales para asentar
un modelo de salud?)
–Podrán disponer de una pequeña terraza interna con dos o tres sillas rotas, el incesante rugido de la bomba de agua que nunca alcanza, un sillón destripado de goma espuma, y podrán abandonar vasos con restos de bebidas. No se sequen mucho. Las toallas no alcanzan. Las almohadas desaparecen y aparecen en otro colchón sudoroso. Acá es así, calentito. Buena onda. Promiscuidad inevitable. Fa caldo. Caldo de cultivo. ¿A qué huele?
(Hay una jerarquía
sensorial que relega el olfato al último peldaño y lo asimila a la animalidad –caza,
cópula, nutrición–, mientras que convierte la vista en el sentido civilizado
por excelencia que objetiva el ideal estético –la pintura– y la base del método
científico –la observación– respondiendo a un refinamiento estético proveniente
de las clases burguesas.)
Algún distraído o
no tanto habrá pensado que ése que llegó un viernes con una perra negra, que
durmió en el altillo sin puerta de la casa, con cortina tumbera, junto a otro
pibe empleado que roncaba, perforó el umbral de tolerancia higiénica y se precipitó
en marcha furtiva, víctima de una ansiedad metafísica sobre la putrefacción.
Descenso de
escaleras, el ascensor no funciona.
Recién bajamos del tren
y parecería que ya nos estábamos yendo.
Antes, frente a la
estación central, en la plazoleta, encontronazo con pareja fisura. Hablan ese
español marroquí de Tánger. Hola guapo, te echó tu mujer que te traes todas tus
cosas. Me muestra un papel de la Questura di Napoli y no sé qué embrollo. Y él,
con el tranquilo, que no vamos a robarte, solo necesitamos un euro. La mano
mugrienta de su compañero se apoya en mi valija. Ella me pregunta de dónde soy.
Y la respuesta no se hace esperar: soy argentino y, a él, no toques mis cosas
porque te stacco la testa. Necesitamos ayuda, no te enojes. Búsquenla por otro
lado, yo aquí vengo a trabajar.
Venía a trabajar. Dadas
las circunstancias no se concretó el laburo. No tenemos hospedaje. La ciudad
rebalsa, se desborda por el mar.
Llegamos a Palermo:
la primera derrota.
Será preciso buscar
alguna trinchera y trazar un nuevo plan estratégico.
Aquí reclutará
soldados de reserva Escipión el africano en la guerra contra los cartagineses.
Ciudad áspera y
atractiva, con sus noches bañadas en ocre, sus bares jazzeros, gente durmiendo
en la calle frente a montañas de basura y ratas, aromas de kebab y especias,
edificios históricos, paseos en carroza, algunas playas paradisíacas, antiguas
iglesias y hasta un ex leprosario. Así se nos presenta Palermo.
Puerto fenicio hace
más de tres mil años, su posible nombre griego antiguo lo corroboraría: Πας (pas) tutto y ορμος (ormos) porto. Un poco de erudición de Google que tal
vez sea fruta.
Yo prefiero creer en
El genio de Palermo como su fundador y protector. Hombre maduro y barbudo,
coronado y altivo, cetro en mano, esculpido con el águila de los Habsburgo a la
derecha, una serpiente que parece a punto de morderle el pecho y un perrito
echado a sus pies.
Una pieza en lo de
Giuseppe, donde empieza el barrio Kalsa.
Caóticos mercados
de Ballaro y Vucciria. El pregón de la fruta y la verdura. La pesca del día
sobre inmensas barras de hielo seco. Aglomeración de gente chusmeando
baratijas. Humito de un brochet de chinchulín que asan velozmente sin darle
mucha cocción al relleno. Los mariscos fritos en un aceite oscuro.
También se
encontraban, usualmente, al anochecer, camiones pequeños que, en la parte de
atrás, cargaban una especie de horno con pizzetas calentitas. Nunca las probé.
Una semana girando
por Palermo hasta ver la colección de muertos en las catacumbas de los
capuchinos.
“Palermo me tenés
seco y enfermo”, dice el tango.
Me pongo la remera
de Carlitos Gardel, la camiseta titular de los traslados –avión inclusive– el
día que dejemos la ciudad y nos acerquemos los pueblitos del Parco dei Nebrodi.
Donde comienza a rodarse el corto-largo-vida sobre la familia migrante que
finaliza el día de la Festa di San Giacomo.
Después no sabemos.
Habrá que preguntarle al Genio de Palermo.
Ya estamos en el
baile. Bailemos.
Según una antigua
leyenda, Sicilia se origina a partir de la danza de tres ninfas.
Treno a Acquedolci – San Fratello.
Acquedolci: un
pueblito moderno. de principios del siglo XX, sobre la costa.
Una casita frente al
Tirreno está bien. Terraza y parrilla, mejor. Entraña, pechito, chori de suino
nero de la región y los involtini, especie de arrolladitos de carne con queso,
pistacho, un gran descubrimiento cuando hicimos asado con Anna y su familia.
Atardeceres épicos
en el mar.
Aquí puedo planear
el recorrido que improvisaremos por algunos de los paesinos del Parco dei Nebrodi
hasta llegar a Capizzi, el terruño.
Aquí veré ilustrada
esa idea leída en los cuentos de Pirandello acerca de una naturaleza extraña y
salvaje, presenciando combates nocturnos de gatos donde, literalmente, se sacan
los ojos, tal vez, por una minina, hasta configurarse caras pesadillescas nivel
Poe que deberé evitar por una mezcla de espanto y pena, asistiendo a intentos
de cacería y de defensa en bandada con cuervos gritones, insectos gigantes,
flores de un multicolor que embellecen las callecitas en tonos de blanco y rosa,
la bravura de las olas en las playas rocosas.
Párrafo aparte para
los gatos: nunca he visto algo así, no seguiré con descripciones que parezcan
un regodeo con lo morboso. Mientras agrego esto, uno de ellos me mira con su
único ojo desde el terreno baldío de al lado. Acaba de comer un poco de
alimento de perro con gusto a salmón que le puse en un platito. Desde ayer,
rondó la casa pidiendo comida. Hoy, me levanté, abrí la puerta y estaba ahí.
Sin temor a Chicha. De hecho, cuando me descuidé, entró y le comió lo poquito
que quedaba de anoche, dejando a su paso un rastro de gotas
sanguinolentas. Realmente las peleas son
feroces. Éste, al parecer, no puede regresar donde está la comunidad felina. No
me animé a acariciarlo. Me parte el corazón, sobre todo, aceptar estos
mecanismos tan crueles del mundo animal para dirimir jerarquías.
No faltará el
humanista que venga a comparar la maldad humana que acude a la racionalidad y
no mata ni lastima por instinto, A lo que le responderé que la humanidad me ne
frega un cazzo.
Hoy domingo de
junio de 2024, mientras Rusia mueve sus submarinos nucleares y los yankis le
devuelven la jugada distribuyendo los suyos por el Caribe y el Mar del Norte,
podría decir que me importa más ese pobre gatito negro con manchas blancas, con
un agujero en la cara que, luego de llenarse la panza, se ha echado a dormir
entre los yuyos, medio escondido, enroscado en sí mismo.
Tierra fértil en
dioses y mitos. Iniciaremos lentamente la peregrinación en busca del milagro de
San Giacomo, alguno de sus milagros, o, al menos, alguna intervención
sobrenatural.
Me quedará tiempo
para una fugaz visita a San Fratello, un pueblo en la parte alta, con no más de
4000 almas y un dialecto particular con tintes franceses.
Como despedida, una
cerveza Messina y un paseo por la avenida principal de Acquedolci,
embriagado por el dulce perfume de los tilos que decoran las veredas en la
noche estival.